sábado, 30 de octubre de 2010

Matrimonio y biologismo


Afiche de una calle de Bs. As.

Llego un tanto rezagado a este debate. Aunque considero que el tema se impuso a la opinión pública con una importancia mayor de la que en verdad posee –pues nos estamos jugando cuestiones más cruciales en este momento que la de legalizar uniones de facto entre personas del mismo sexo–, no he querido dejar pasar por alto ciertos aspectos de la línea  argumental de los detractores del matrimonio gay, en especial la campaña realizada en nuestro país: “Queremos papá y mamá”. Al parecer ha quedado atrás la etapa más candente y acalorada de la discusión, por lo que vamos a abordarla con la mirada serena del viajero una vez vuelto a casa, que recién ahí cae en la cuenta de ciertos detalles significativos de su periplo, cuando ya la tormenta ha pasado.
Es antinatural, dicen algunos. Se desvía de la función reproductiva de la sexualidad, aseveran otros. Es decir, los activistas antigay, en su mayoría vinculados a grupos religiosos conservadores, han tomado el biologismo como su principal estandarte. Ello sin advertir lo que de antinatural tienen sus creencias de ultratumba y la vida “verdadera” que aseguran nos espera luego de nuestro paso transitorio por esta tierra. Pero ese es otro tema.
Veamos, pues, lo que el matrimonio monogámico heterosexual tiene de simple construcción cultural. La familia tal cual la concebimos no constituye una unidad biológica-natural que haya existido desde el origen de la especie, sino una institución histórica muy vinculada a los cambios en la organización económica.
La poligamia nos resulta muy conocida. No tanto así la poliandria. En este último tipo de disposición social es la mujer la que convive con varios hombres a la vez, sin que la figura masculina se arrogue el derecho de reclamar el monopolio de la genitalidad femenina. Así tenemos que la descendencia se marca por línea materna, pues la paternidad no puede establecerse de manera segura. Existe un páter social, aunque cualquier otro puede ser el genitor. Esto otorgaba mayor prestigio a las mujeres quedando relegada la paternidad como elemento secundario. Estas sociedades eran matriarcales, con un tipo de producción económica comunitaria en el que el sentido de propiedad privada así como lo conocemos en la actualidad era prácticamente inexistente.
En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Friedrich Engels establece un paralelismo puntual  entre la propiedad privada de los medios de reproducción (matrimonio monogámico) y la propiedad privada de los medios de producción (capitalismo burgués). En el celebre prólogo a la cuarta edición estudia el paso de las sociedades matriarcales a las patriarcales a partir del análisis de las tragedias griegas, específicamente Las Erinias de Esquilo. Según argumenta el filósofo alemán, el matrimonio-propiedad es la expresión sexual de la explotación capitalista.
Por otro lado, el antropólogo norteamericano Conrad Kottak, en su libro Espejo para la humanidad, enumera varios ejemplos de cómo el matrimonio se construye socialmente. En Sudán una mujer nuer puede casarse con otra mujer si su padre no tiene hijos. A fin de mantener el linaje patrilineal, la mujer mantiene relaciones con otros hombres bajo la aprobación  de su “esposo” femenino, que asume el rol del hermano que no tiene. Cuando la mujer queda embarazada, el hijo pertenece a ambas mujeres. Una es la madre y la otra es el “padre” social. Según las observaciones hechas por el antropólogo, los niños que crecen en este tipo de matrimonio no sufren trastornos visibles y los miembros de esta sociedad no ven nada extraño en esas prácticas que a nosotros nos resultarían “antinaturales”.
Un ejemplo más radical proporcionado por el autor es el de dos tribus de Papúa Nueva Guinea en las que lo socialmente aceptado es la homosexualidad, y las relaciones entre sexos distintos se practican en la clandestinidad y solo con fines reproductivos. Los etoro prefieren el sexo oral entre los hombres, en tanto que los marind-anim el sexo anal. Recíprocamente, los individuos pertenecientes a un grupo consideran repugnantes las conductas sexuales del otro, en tanto que nada de anormalidad perciben en sus propios hábitos.
Nuestras costumbres no son más naturales que otras y la heterosexualidad, aunque parezca estar determinada biológicamente, no constituye más que una elaboración cultural. En una democracia es lícito estar de acuerdo o en desacuerdo, pero de allí a pretender que nuestras convenciones sociorreligiosas son las únicas viables es algo que se opone a los principios democráticos más elementales.

miércoles, 27 de octubre de 2010

dia del korrector



deleátur


El 27 de octubre se conmemora el Día Internacional del Corrector de Textos, un oficio oscuro y silencioso como los tétricos laberintos del Finis Africae, biblioteca secreta ubicada en las galerías subterráneas de una abadía benedictina, donde eran guardados los escritos considerados heréticos por la Inquisición. La mayoría de los pergaminos versaban sobre tradiciones paganas, entre ellos un volumen con hojas envenenadas de la hipotética Comedia de Aristóteles. En torno a este escenario del medioevo se desenvuelve la intriga de la novela El Nombre de la Rosa de Umberto Eco. En la abadía trabajan pacientemente numerosos monjes de la Orden en la reproducción y corrección de antiguos manuscritos, pero hay uno especialmente importante, escrito en lengua griega, que generará toda la trama que envuelve a la memorable novela del semiólogo italiano. 
El Día del Corrector se instituyó en homenaje a Desiderius Erasmus Roterodamus, nacido el 27 de octubre de ¿1446,1469? en Rótterdam, Holanda, quien fuera en su tiempo uno de los más insignes representantes del humanismo renacentista, y que según las crónicas es el primer corrector conocido de Occidente. Esta aclaración viene a cuenta de que los antiguos sumerios tenían escritura, conocida con el nombre de  cuneiforme, los egipcios a su vez contaban con el sistema jeroglífico y hacia este lado del mar los mayas  y otros grupos también desarrollaron métodos de  registro por medio de símbolos gráficos. La labor de los escribas era minuciosamente controlada por los sacerdotes, que iban corroborando los datos consignados ya sea en los pergaminos, los bloques de piedra tallada o los murales ideográficos.  Es decir, la figura del corrector surge indisolublemente con la propia escritura, de la cual representa su consecuencia lógica y necesaria. 
Retomando el motivo de la celebración, Erasmo se inicia como corrector de pruebas en una imprenta de Venecia. Paralelamente, y por cuenta propia, se dedica a corregir los textos escolásticos de la época proponiendo una nueva exégesis en oposición a la impuesta por los padres de la Iglesia, cuya interpretación de la Biblia estaba hecha en función a reforzar su posición hegemónica respecto al común de los creyentes. Más que mera corrección ortotipográfica, su trabajo consistió en una revisión de la estilística y, mediante una aguda penetración filológica, renovó el sentido que le atribuían a las escrituras los representantes del clero. Su trabajo fue condenado y en el ambiente de disputa entre la Reforma y la Contrarreforma fue atacado por ambos bandos. Por un lado, su irreverencia respecto a la jerarquía eclesial y, por el otro, su crítica a la idea de la predestinación promovida por los luteranos.  Con Erasmo de Rótterdam la cultura escrita sale de los monasterios para llegar al pueblo, pues su trabajo de corrector de textos también consistió en depurar los documentos de la época del hermetismo lingüístico, de tal manera a trasladarlo a un registro más accesible, democratizando así el acceso al conocimiento. 
Por supuesto, como muchos trabajos, también tiene su lado sucio. Este es el que le toca a Winston Smith, en la novela 1984 de George Orwell. Winston es funcionario del Ministerio de la Verdad y su trabajo consiste en corregir los números ya publicados de periódicos y los libros de historia, de tal manera a ajustar los hechos a las predicciones hechas por el Ingsoc, autoridad absoluta del pensamiento encarnada en la figura del Gran Hermano. Él es plenamente consciente de la falsificación y por sus manos pasan los documentos originales que pueden probar la impostura difundida por el Partido, pero no pasan muchos minutos para que esas pruebas se evaporicen en el agujero de la memoria. Así transcurren sus días, puesto al servicio de un régimen totalitario que se cae a pedazos y en el que ya nadie cree.   
Una función más activa, en cambio, es la que desempeña Raimundo Silva, personaje de la Historia del cerco de Lisboa de José Saramago. El protagonista es un corrector que está trabajando con un libro –el que le da título a la novela– que relata un episodio histórico de la capital portuguesa. Durante la revisión de los originales, Raimundo introduce una modificación voluntaria, la partícula “no”: Los cruzados “no” ayudaron a los portugueses a conquistar Lisboa. El corrector, de acuerdo al papel que le asigna Saramago, logra desmantelar la versión oficial de la historia, escrita siempre desde y para la óptica de los vencedores, que ejercen así el monopolio de la palabra. De tal forma, el protagonista se erige en un contrapeso ante el poder, vehiculiza la voz de las clases sociales segregadas que han sido despojadas del decir y nunca han podido relatar su versión de los hechos.  
La situación narrada por Saramago puede ser tomada como una metáfora de la comunicabilidad en tiempos de la concentración mediática, pues en este orden económico mundial que se atribuye haber conquistado la libertad de palabra y pensamiento no existe igualdad de palabra, pues los medios de difusión representan exclusivamente las construcciones ideológicas de la unidad socioeconómica a la que pertenecen, estructuras de poder fáctico autoritarias y jerárquicas, aunque no ejerzan la coerción política directa. A pesar de reivindicar una democracia de tipo formal, no admiten la pluralidad de voces y aspiran a imponer el discurso único.
En fin, asta aora muchos no sabrán ke es o para ke sirbe un korrector, pero hay kosas que no nesecitan ser esplicadas,  puesto ke son ebidentes por ci mismas.

domingo, 10 de octubre de 2010

12 de octubre de 1492






El cumplimiento de un aniversario más de lo que históricamente vino a llamarse el descubrimiento de América constituye una fecha propicia a fin de reconsiderar ciertos elementos esenciales de la construcción académica surgida bajo el influjo del paradigma colonial, al cual responde políticamente.
Ahora bien, a pesar de la importante difusión de las ideas revisionistas, lo concreto es que los pensamientos oficiales se han reafirmado.  Bajo la acción económica de la nueva derecha, el antiguo régimen feudal y el espíritu de las relaciones de propiedad que conllevaban se mantienen en la era del capitalismo moderno. Las instituciones contemporáneas son herederas de las formas de organización a las que supuestamente reemplazan.
En otros términos, que en los programas de estudio de los centros académicos oficiales se siga “enseñando” que Europa descubrió América el 12 de octubre de 1492 evidencia que las sociedades modernas defienden el rol desempeñado por la monarquía teocrática, que representa su estadio anterior. Este enfoque de la historia presenta a los colonizadores como precursores de la civilización de este continente cuya población autóctona aún no había superado el estado de salvajismo. Y no se trata de una versión que se circunscriba a las preconceptuaciones raciales del viejo y nuevo conservadurismo, sino hasta los llamados grupos progresistas sostienen este paradigma unilateralmente eurocéntrico.
Así tenemos que Friedrich Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, establece una jerarquía del proceso de evolución sociocultural, resumida en tres estadios principales: el salvajismo, la barbarie y la civilización. Partiendo de datos etnográficos expuestos en la Sociedad Primitiva de Lewis Morgan, Engels ubica a los incas de la época de la conquista en el estado medio de la barbarie, etapa que, según él, no habrían de superar sino con la llegada de los europeos. No entremos a discutir la arbitrariedad de las propias denominaciones utilizadas para referirse a cada estadio; basta con señalar el atraso de estas filosofías con relación a los innumerables avances obtenidos en materia etnográfica  y arqueológica, que han aportado nuevas luces para aproximarnos a las culturas autóctonas desde una mirada renovada.
Por ejemplo, el Machu Picchu fue “descubierto” recién en 1911, aunque se presume que los españoles habrían llegado al lugar hacia el año 1570 y que fueron los que perpetraron la destrucción e incendio del Torreón del Templo del Sol. En todo caso, ambas posibilidades: las ideas equivocadas respecto al desarrollo de estas culturas y el exterminio que dejó a su paso la expansión del imperio español son muestras de un mismo fenómeno. Por un lado, la inexactitud del término descubrimiento, pues concretamente lo que se llevó a cabo no fue un des-cubrir lo que estaba cubierto, sino una sistemática destrucción de todo lo que resultaba extraño e inaccesible al entendimiento del europeo de entonces. Por otro, se clarifican las características y la naturaleza de lo que implicó el colonialismo, cuya acción encubridora difiere notablemente del hipotético descubrimiento o proceso civilizatorio iniciado en un supuesto nuevo continente que sale de la Prehistoria luego de que Europa sabe de su existencia, que automáticamente se asigna el título de “Madre Patria”.
Si nos atenemos a las evidencias materiales de los restos que perviven en las montañas del Machu Picchu, por ejemplo, podemos caer en la cuenta de que sus pobladores ya habían entrado en el periodo de la civilización, que poseían una técnica avanzada en materia de arquitectura, matemáticas, con rigurosos cálculos de los ciclos agrícolas basados en conocimientos de astronomía y complejos instrumentos de documentación y cálculo como los quipus. Estos consistían en una serie de nudos mediante los cuales se realizaban operaciones aritméticas y que según investigaciones contienen datos no solo numéricos, sino hasta relatos histórico-literarios. Sin embargo, gran parte de su contenido se desconoce, pues hasta ahora solo se han podido descifrar los nudos más sencillos.
Es decir que el trabajo de Morgan, y el del propio Engels, contrasta con el estado actual de nuestros conocimientos, puesto que lleva más de un siglo de desfasaje. A pesar de ello, estas tipologías evolutivas siguen siendo utilizadas por el marxismo ortodoxo, y ni hablar de los autores neoliberales, que se atribuyen a sí mismos el haber llevado la historia a su etapa definitiva, identificando de tal forma al modelo industrial –y su corolario irreductible, el capitalismo– como la cúspide de la evolución social.
Vemos, pues, que el desarrollo de la investigación etnográfica y arqueológica va en sentido contrario a la historiografía colonial, poniendo de relieve sus profundas inconsistencias, puesto que contradice hasta las mismas evidencias que proporciona la ciencia occidental. Paralelamente, los propios cientistas sociales europeos están empezando a admitir la insuficiencia de los conceptos que han empleado tradicionalmente para referirse al resto del mundo.

El nuevo y viejo continente

El concepto de nuevo y viejo continente de algún modo supone implícitamente que la existencia de uno precede al otro. Sin embargo, en Abya Yala –término en lengua kuna para referirse a nuestro hemisferio– se desarrolló un complejo proceso histórico precolonial, con particularidades propias que nada deben al intervencionismo europeo. Por otro lado, la visión monogenística que, basada en los relatos bíblicos, considera que el hombre se originó en un lugar y de allí se esparció al resto del mundo ha cedido muchas posiciones ante el poligenismo, cuyo planteamiento fundamental sostiene que los conglomerados humanos surgieron de manera independiente en diversas partes del globo para desarrollarse como grupos autónomos con adaptaciones culturales propias. Es más, si nos ajustamos a criterios referentes al desarrollo material y tecnológico, nos vemos enfrentados a una situación que nos obliga no sólo a desechar los postulados esenciales de la historia escrita por los colonizadores, sino hasta de invertir las clasificaciones resultantes de ella.
Las primeras manifestaciones de la cultura maya datan aproximadamente del año 1.500 antes de nuestra era –otras hipótesis más arriesgadas la fechan en el año 3.000–, en el llamado periodo preclásico. Durante su formación reciben influencia de otras culturas que habían ocupado la zona de Mesoamérica, como los olmecas, zapotecas y teotihuacanos. Todo este sustrato y herencia cultural de pueblos anteriores contribuyeron para el apogeo experimentado durante el periodo clásico. Esta fue la época de las pirámides, de la elaboración de los calendarios astronómicos, mucho más perfectos y precisos con relación al gregoriano, que es el que utilizamos actualmente, y que data del siglo XVI. Como sabemos, la distribución del tiempo en este último es totalmente arbitrario, pues cuenta con días de 28, 30 y 31 días, y cada cuatro años uno de 29, que se van sucediendo en un desorden absoluto.
El calendario de las trece lunas, en cambio, refleja el gran avance al que llegaron los mayas en las ciencias matemáticas y astronómicas, pues estaba conformado por un periodo de trece meses de 28 días, que así suman 364, más uno, considerado como el día fuera del tiempo. Esto nos muestra que hasta tuvieron en cuenta la rotación elíptica, y no circular, de los astros, pues manejaron ese periodo excedente que no permitía cerrar con un círculo perfecto el cálculo del tiempo, dado que no existe una exacta correspondencia entre el año solar y la duración de los días, debido a los solsticios y equinoccios. Si utilizamos como equivalente nuestro calendario, cada ciclo se iniciaba el 26 de julio y terminaba el 24 de julio del año siguiente. El año nuevo para los mayas era el 25 de julio, que tomaba como referencia la alineación del Sol, la estrella Sirio y la Tierra. Se sostiene que la mayor exactitud de la cuenta del tiempo maya se debe a la gran preponderancia que ejercieron las mujeres, pues no sólo se tenía en cuenta el ciclo solar, sino también las fases de la Luna, manifestadas biológicamente en la menstruación femenina.
Entre el primer viaje de Colón y el apogeo de la cultura del Mayab existen aproximadamente 1.000 años de historia, por lo que marcar el inicio de la civilización y la vida misma  de este continente a partir de la llegada de los europeos es un hecho que no se corresponde en absoluto con las evidencias contrastables que nos proporcionan los restos arqueológicos del Chichén Itzá, Tikal, Uxmal,  Copán, Palenque, etc.
En esta última pirámide se encuentra el famoso Templo de las Inscripciones, y de cuya existencia nos enteramos recién en el año 1952. En el subsuelo se halló un sarcófago que según las referencias halladas corresponde al rey Pacal Votan, que habría vivido hacia el año 600 de nuestra era. Sobre el bloque lítico se despliegan una serie de  ideogramas, entre ellos uno que se conoce actualmente como “El astronauta”, pero cuya gran parte no ha sido descifrada al igual que los pocos códices que sobrevivieron a la Inquisición misionera, que veía manifestaciones “diabólicas” en todo aquello que su fundamentalismo religioso no le permitía comprender ni mucho menos aceptar.
El Chichén Itzá, por su parte, es una construcción que cuenta con cuatro grandes escaleras con 91 peldaños cada una. Si multiplicamos estas dos cifras obtenemos 364, y si le sumamos la plataforma final, centro hacia el cual convergen las escalinatas, obtenemos el periodo equivalente al año solar.  Y así sucesivamente podemos seguir citando otras construcciones que funcionaron como verdaderos observatorios astronómicos y que en varios aspectos aventajaban  los conocimientos que por entonces poseían los “civilizadores”. 
Hace apenas 50 años que fueron desenterrados los yacimientos arqueológicos más importantes que se conocen hasta ahora, labor que apenas comienza, pues en una fecha tan reciente como el año 2000 en Guatemala se seguían encontrando importantes vestigios de lo que fue el mundo precolombino, demostrando de tal forma lo incipiente de nuestros conocimientos al respecto. Sin embargo, la historia tal cual se la imparte en los establecimientos burocráticos no parece haberse enterado de estos acontecimientos, por lo que la deconstrucción de la historiografía oficial escrita durante los últimos 500 años es aún desproporcional a la dimensión que encierran hechos. 

Consideraciones generales

Finalmente, el discurso neoliberal, para invalidar a cualquier idea o manifestación social que pudiera oponérsele, emplea habitualmente descalificativos como el odio o la envidia que animan todas las acciones de cualquier signo que se le muestre antagónico. Es decir, retoma muchos de los conceptos que los defensores de la monarquía utilizaron contra el nuevo orden social que se consolidó con la Revolución Francesa. Sin embargo, en este caso no se trata de alimentar el resentimiento histórico ni el revanchismo, sino de llamar a las cosas por lo que son, de llamar guerra a lo que efectivamente fue una guerra que surgió como consecuencia de las transformaciones económicas que estallaron en Europa durante el siglo XV, que imponían la necesidad de expandir el área comercial en búsqueda de nuevos mercados y recursos, ante la incapacidad de los medios tradicionales de producción de responder a la creciente demanda que imponía el mercantilismo emergente.
Lo que podemos llamar el pensamiento contrahegemónico se fundamenta en una nueva óptica hacia nuestra propia historia, apoyada en los grandes avances que experimentó la etnología y su aporte a la mayor comprensión de la diversidad cultural humana, y que en consecuencia nos ha empujado a sospechar de la universalidad de los criterios que ha impuesto la globalización sobre lo que significa progreso y desarrollo.
Si en este caso he decidido no mencionar el patrimonio intangible, como los poemas mito-históricos de las culturas orales, y de tal modo limitarme a una breve enumeración de algunas de las grandes realizaciones materiales de los grupos incaicos y mesoamericanos, fue simplemente para demostrar las profundas grietas de la historia un tanto solipsista de los cronistas europeos, pues sus valoraciones respecto a otras culturas son insostenibles incluso si enfocamos el fenómeno bajo los puntos de vista de la cultura material, parámetro de análisis privilegiado por la modernidad. 


viernes, 8 de octubre de 2010

Ley de Lenguas, ley de la demokrasia

Mirta Martínez (ABC), Ramón Silva (conductor de TV), Susy Delgado (escritora) y Miguel  Verón  (Ateneo Guaraní)

“Omanórõ peteî ñe’ê, omanõ peteî teko”, aforismo que en la vernácula denota que la muerte de una lengua es la muerte de una cultura, de una cosmovisión. Así, advirtiendo que en los tiempos de la sociedad global cada día muere una lengua, iniciaba su exposición Miguel Verón, del Ateneo Guaraní, en el taller sobre la Ley de Lenguas que nos congregó en el auditorio capitalino de las Tetãnguéra Aty (NN.UU.), según traducción ensayada que alcancé a escuchar mientras hurgaba por el salón en conversaciones ajenas. La llovizna caía sobre los cristales y los vapores del café y el ka’ay untaban el éter. Unas pitadas al delicioso pety en el atrio antes de empezar a preparar los apuntes y las grabadoras. La mañana se presentó lluviosa y una de las expositoras lo interpretó como señal de teko rory y py’aguapy, bienaventuranza y serenidad. De hecho, el genio tutelar de las aguas para los mbya, parcialidad indígena que más pura logró conservar su lengua y filosofía, es Tupã Ru Ete y su réplica (¿o arquetipo?) femenina Tupa Chy Ete, que rige los Para Guachu (para: mar; de allí Para-gua-y, agua procedente de los mares), siendo su signo el ñemboro’y, lo que produce refrescamiento, moderación, equilibrio. Cuando el calor y la ira se apoderan del espíritu humano, Tupã hace caer las aguas para restituir la calma sobre la tierra. No tiene la centralidad cosmogónica que le atribuyeron los misioneros, ya sea por equivocación o falsificación voluntaria, pero su figura es a la teogonía guaraní lo que el agua, símbolo de su poder, representa para las sociedades agrícolas.
Como moderadora de la mesa de expositores aparecía la poetisa Susy Delgado, que en una especie de recuerdo ancestral de las antiguas matrias iniciaba el debate bajo el símbolo ritual del takuapu, o bastones de ritmo, trocado en micrófono. Le secundaban Miguel Verón, del Ateneo Guaraní de San Lorenzo; Ramón Silva, conductor televisivo, y Mirta Martínez, del portal en guaraní de ABC.
La ley de Lenguas tratada en el taller es un instrumento que apunta a intervenir con relación al total de la demografía lingüística del Paraguay y no exclusivamente sobre los idiomas oficiales, reconociendo también el derecho de las comunidades de inmigrantes de acceder en su lengua –sea esta el inglés, el portugués, el japonés, el alemán, etc.– a los mecanismos jurídicos y demás derechos y obligaciones que rigen en el territorio de la república, siendo asistidos para ello por personas que conozcan su idioma. En este sentido es un modelo para las democracias más “avanzadas” como los EE.UU., donde los inmigrantes están obligados a conocer el inglés para ser sujetos de derecho.
Esta ley es una rectificación del rol histórico que ejerció el Estado como continuador de las políticas del Holocausto Indígena, ya sea en la era independiente o con la instalación del gobierno legionario en la posguerra de 1870. Bajo el axioma de “civilización o barbarie”, principio que alumbró a los cipayos del capital inglés durante el Ñorairõ Guasu, se estableció una política oficial persecutoria y represiva contra el uso del guaraní. “El guaraní no es una lengua, es un balbuceo de canes”, decían más o menos los que cargaron con la suprema misión de civilizarnos. 
Y, sin embargo, el proyecto avanza a pesar de la resistencia de legisladores que pretenden relegar la función del Estado como mera fuerza policial para garantizar lo que llaman derechos de propiedad, lo que equivale a decir únicamente sus intereses.  Así conciben al Estado mínimo, ausente, pasivo ante el autoritarismo del poder patronal; pero eso sí, diestro en el garrote contra el clamor popular. Todo validado y justificado por su prensa “libre” e “independiente”. 
Ahora bien, la protección jurídica de todo el patrimonio intangible constituye en sí un avance indiscutible, aunque la alfabetización en la lengua máter para quienes no hablen uno de los idiomas oficiales solo queda reducida a la etapa inicial del proceso. Además, hay que decirlo, la ambiciosa propuesta marca pautas realistas, pues en las actuales condiciones no existen herramientas pedagógicas para implementar la escolarización en la totalidad de las variantes dialectales existentes en la República. En general, la Constituyente de 1992 declara a todas las lenguas como patrimonio cultural de la nación, aunque no se estipule su uso en los ámbitos público-administrativo, como tampoco está ocurriendo satisfactoriamente con el guaraní, aunque goce de reconocimiento oficial. 
La Constitución garantiza el derecho de sus habitantes de ser alfabetizados en su lengua materna, pero al mismo tiempo reduciéndolo a las que cuentan con estatus oficial, el guaraní y el castellano, según establece en el artículo 140. En la praxis concretamente la alfabetización en castellano como lengua predominante a expensas del guaraní es valorada como tal de manera positiva por grandes segmentos de la sociedad, puesto que la lengua nativa es equiparada muchas veces a un obstáculo al desarrollo del pensamiento lógico-racional, postura asumida incluso por asesores que trabajaron en la actual reforma educativa, a la que muchos lingüísticas y semiólogos, con apoyo en soportes metodológicos corroborables, prefieren anteponer el prefijo privativo “de”.
Si existe una diglosia de facto en las modalidades de utilización entre las dos lenguas oficiales, cuando se trata del resto de los idiomas que constituyen el heterogéneo mapa lingüístico del Paraguay nos encontramos ante una exclusión fundamentada en el marco legal, puesto que nuestro texto constitucional habilita a escoger entre los dos idiomas oficiales –lo cual prácticamente equivale a decir el castellano– cuando el discente tiene como lengua materna cualquiera de las 20 familias lingüísticas que pueblan el país a lo largo de las regiones Oriental y Occidental. Ahora, con la nueva ley, las diversas parcialidades indígenas están en el derecho de recibir sus primeras letras en el dialecto propio de la comunidad.
En cuanto a los medios de comunicación, la finalidad es el uso equitativo de las dos lenguas oficiales, de tal manera que la población monolingüe no quede excluida del derecho a la información. Según estadísticas difundidas en el taller, existe un 30% de la población que solo conoce el guaraní, lo cual implica que 3 de cada 10 paraguayos prácticamente no tienen voz por razones de lengua –sin mencionar aquí otras variables–,  puesto que no manejan el código dominante de la red telecomunicacional, ya que esta emite mensajes ininteligibles para esta parte de la población, que tampoco puede expresarse a través de dichos canales. 
A fin de mitigar la exclusión de los servicios del Estado por motivos de idioma, serán priorizados los postulantes a acceder a la función pública que certifiquen el desarrollo pleno de las cuatro competencias lingüísticas en ambos idiomas –bilingüismo coordinado– y asimismo se estipula un plazo de 5 años para que los funcionarios ya contratados se adecuen a las condiciones de la normativa. A pesar de las dificultades que esto conlleva y aunque pueda calificarse de irrealizable, sin embargo es un incentivo importante para el estudio y crecimiento del guaraní, puesto que el principal criterio que se adopta para aprender una lengua o perfeccionarse en su uso es el beneficio concreto y material que ello reporta. Si hasta ahora existe bajo interés en aprender las lenguas indígenas, se debe a la creencia de que “no nos sirve en los tiempos de la globalización”, “en lugar de abrirnos al mundo nos cierra en nuestro secular provincianismo”, etc. Ahora, los profesionales dependientes del Estado, principalmente los juristas y los médicos, que son los que tratan mayormente con personas situadas al margen del sistema educativo formal, pero no por ello con derechos prescriptos, deberán ser competentes en ambos idiomas. 
En lo que respecta al ámbito formal –lexicográfico y gramatical– unánimemente se habló de la necesidad de estandarización de la lengua unificando los criterios en una academia, que promueva la investigación y proporcione el sostén epistemológico a las instancias de aplicación del código regulador en el nuevo organismo instituido para el efecto, la Secretaría de Políticas Lingüísticas.
Así fue cerrándose el encuentro arañando ya el meridiano. Antes de la ritual despedida, llegó la información de que la Cámara de Senadores incluyó el estudio del proyecto de ley como segundo punto del orden del día en la penúltima jornada hábil de la semana.  Finalmente, luego de tres años de postergaciones, el anteproyecto fue aprobado y tiene media sanción. Ahora la batalla se traslada a Diputados.