viernes, 5 de agosto de 2011

El extranjero








Japuka haguãnte, fórmula corriente a la que se recurre para excusarse al advertir que algún comentario “jocoso” resultó vejatorio para el que fue objeto de nuestra burla. Esto como si la sola intención de reírse a expensas de alguien atenuara la ofensa. Muy por el contrario, la agrava. Mantenemos el muy cuestionable hábito de que nuestro repertorio satírico tenga al “cachique” como sujeto central, como el antihéroe de la picaresca vernácula. Como en guaraní somos “sheístas”, el propio apelativo que utilizamos para referirnos a la población nativa revela nuestras representaciones sobre el “indio” como el típico tavy que no sabe hablar... ¡su propio idioma! Esto no es sino la expresión de un colonialismo “moderno” que construye, reproduce, refuerza y legitima las posiciones de subalternidad de los indígenas frente a la sociedad envolvente.
Esto viene a cuento de dos tiras del cómico Peter Capusotto: una sobre un diccionario del argot relativo al cannabis y otra sobre la traducción de canciones en inglés, específicamente el Stairway to heaven de Led Zeppelin. En la primera se recrean situaciones en las que el personaje ve referencias al porro en todas partes. Caminando por la calle llega a la avenida Paraguay, que aparece así representado como la metrópoli de la marihuana. En la segunda, en la traducción apócrifa de la canción un sujeto relata que le construirá una escalera al cielo a su musa, proyecto para el cual se aseguró el concurso de albañiles paraguayos.
Acaso en la segunda las referencias nacionales resultan incluso superfluas, pero no por ello menos significativas, puesto que revelan con mayor claridad el sustrato que subyace a esas correlaciones aparentemente inocentes. Nada es inocente. Todo signo encierra una ideología.
Paraguay, entonces, país de la marihuana y como un país no es otra cosa que la gente que lo habita, tierra de los narcos, delincuentes, culpables de la inseguridad y la criminalidad que afectan a la ciudad, sumida en el caos como producto de la “inmigración descontrolada”, tal como lo definiera el reelecto jefe de gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri. Lo de reelecto tampoco es una indicación inocente. 
Si bien el ser albañil no implica per se algo deshonroso, es por todos conocida la subvaloración que va asociada a los obreros que se desempeñan en dicho oficio, todos ellos borrachos por cierto. Es una realidad que la mayoría de los varones inmigrantes  de este país se dedican a ese rubro en la Argentina. Pero la cuestión es el trasfondo que implica la satirización de ese estatus o, en última instancia, la operatividad social de ese discurso. Dijimos que todo signo es un ideologema y, por lo tanto, eminentemente performativo en cuanto y en tanto genera sentidos comunes y sistemas de representación que pueden llegar a racionalizar conductas discriminatorias al tiempo que sirve para legitimar un sistema de explotación como el que ejerce el capitalismo sobre esa mano de obra migrante, siempre más vulnerable y maleable por su condición de “extranjero”. Ser paraguayo es ser albañil y a la inversa.
Con esto no se quiere significar que el acto discriminatorio haya sido realizado adrede y con mala intención. Hay otros episodios en que la xenofobia de Macri aparece carnavalizada, como en ese de Micky Vainilla, en que la referencia a aquel es hasta explícita. Simplemente demuestra cómo el autor termina reproduciendo el mismo imaginario que tal vez con toda convicción cuestiona y al cual no adhiere, al menos concientemente.
En un texto publicado en Página 12 bajo el título de Diversidad y medios,  Roberto Samar  y Emiliano Samar denuncian la discriminación homofóbica de un programa a través de la ridiculización del homosexual, agregando que el estado de la materia se intrinca al considerar que al recurrir al humor no se apela a la racionalidad, por lo que sus efectos se profundizan aún más al momento de que esos mensajes no se problematizan, ya que solo van en “joda”, interiorizando acríticamente ese sentido común discriminatorio: “Los discursos humorísticos que circulan en los medios masivos tienden a fijar estereotipos, los cuales con el tiempo impregnan nuestro sentido común y condicionan la forma en que interpretaremos a los demás. Esta fijación de características negativas sobre ciertas comunidades facilita la naturalización de la discriminación” (Página 12, La ventana, 22, 06, 2011).
Esto se expresa de otras maneras en otros lenguajes como en la película francesa Irreversible, en la que las prostitutas son latinoamericanas, o en la obra el Mercader de Venecia de Shakespeare, en la que el usurero y villano de la historia es judío, a tono con el antisemitismo siempre latente. Esto es absolutamente representativo y vehiculizante de estereotipos mediante los cuales se generan modelos que asocian automáticamente ciertas características, opuestas “a lo correcto” por lo general, a determinadas filiaciones de orden étnico, económico, social y cultural de esa “otredad” personificada y a la colectividad a la que está adscrita, a menudo también más homogeneizada de lo que en realidad es.  
La risa es un recurso formidable de subversión contra el poder. El miedo es el medio de paralizar a la presa para dominarla. La risa libera, pero cuando va dirigida en contra de los sectores más vulnerables y desfavorecidos también sirve para reforzar las estructuras injustas y exclusivas del poder. Si dibujar a Hugo Chávez como un gorila es reaccionario, el caso que nos atañe, también. Así como lo es Tinelli y otras series que representan a las empleadas domésticas, una de las trabajadoras más violentadas, como paraguayas con deficiencias a la hora de expresarse, lo que equivale decir “ignorantes” y, por lo tanto, revalidando el abuso y la contravención de sus derechos más elementales. Estos mecanismos actúan frenando la movilidad social funcionando como sistemas de estratificación cerrados como las castas. Uno nace en una casta y muere en ella.
Lo especialmente grave radica en que la serie sea difundida por la TV Pública de la Argentina, órgano de propaganda del oficialismo kirchnerista, un gobierno que se embanderó con la causa de los derechos humanos, la diversidad y contra la discriminación. Así podemos suponer que los ataques que en su momento dirigiera contra las expresiones xenófobas de Macri no fueron contra los valores que este representaba, sino simplemente por tratarse de un adversario político. Por lo tanto, ese “otro”, cuyo derecho se decía defender, fue una vez más instrumentalizado al fragor de las disputas internas del poder y puesto a fuego cruzado como carne de cañón en una batalla que no es la suya.
 Va con onda, Capusotto, va con onda.