Jorge González, de Base Investigaciones Sociales. |
Jorge
González, de Base Investigaciones Sociales (Base IS), nos habla en esta
entrevista de las consecuencias en términos negativos del cultivo intensivo y
extensivo de transgénicos así como las dudas sobre su inocuidad. González
sostiene que “no está probado que los transgénicos no dañen la salud”. Ante esa
duda, se debe imponer el principio precautorio. Es decir que, al no existir
evidencia concluyente sobre la no toxicidad de esos productos, debe suspenderse
su implementación hasta que se demuestre que no dañen la salud.
En
Argentina se tienen ejemplos de primera mano sobre esta inversión de la carga
de la prueba. Si antes eran los afectados quienes debían demostrar
científicamente la relación entre las fumigaciones y las enfermedades que
padecían; actualmente, ante la duda, son los empresarios y tecnólogos los que
deben demostrar que tales cuadros epidemiológicos no son consecuencia de las
aspersiones de agrotóxicos.
González
se remite a los resultados obtenidos por Andrés Carrasco, jefe del
Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA e investigador del Conicet de
Argentina, en la investigación titulada “Herbicidas basados en glifosato
producen efectos teratogénicos en vertebrados interfiriendo en el metabolismo
del ácido retinoico”. En las exposiciones controladas a glifosato a las que
estuvieron expuestos embriones de anfibios aparecieron las siguientes
morbilidades reproductivas: “microftalmia (ojos más pequeños de lo normal),
microcefalia (cabezas pequeñas y deformadas), ciclopía (un solo ojo en el
medio), malformaciones craneofaciales (deformación de cartílagos faciales y
craneales), acortamiento del tronco embrionario, deformaciones del aparato
digestivo, respiratorio y de los tejidos que forman el corazón”.
En la
presentación de su trabajo en Asunción, el propio Carrasco explicó que las
malformaciones se daban a raíz de la alteración de las segregaciones de ácido
retinoico, un metabolito de la vitamina A
que regula el crecimiento. El investigador agregó que los resultados obtenidos
con anfibios son extrapolables a los humanos porque todos los vertebrados
desarrollan un proceso embrionario común.
–¿Qué implicancias y efectos representa el
uso de transgénicos?
–Y en primer lugar implica el uso de un paquete de
agrotóxicos que tiene una patente, un dueño, como Monsanto, al que se debe
pagar regalías. Los cultivos deben ser extensivos y mecanizados, para lo cual
deben tumbar grandes superficies de bosques desplazando comunidades humanas,
campesinas e indígenas, principalmente. Según datos oficiales de la Dirección General de Estadísticas, Encuestas y Censos (DGEEC), la migración anual del campo a la ciudad es de
90.000 personas. Se calcula que la mitad es debido a la extensión de la soja. O
sea que los campesinos e indígenas están siendo expulsados.
Además son
cultivos derivados de laboratorio, pero que no salen de la nada. Empresas como
Monsanto toman gratuitamente muestras de un patrimonio cultural y alimenticio
de los pueblos como el maíz, lo llevan a sus laboratorios, le cambian un gen,
patentan y luego cobran por lo que en principio era de uso libre y público.
Luego está el riesgo de contaminación genética de las plantaciones aledañas a
través del viento o la polinización de las abejas. Hay un peligro de que se
uniformen todos los cultivos. En México se encontraron genes de RR e IVT,
de la
Monsanto, en maíces criollos, lo que muestra la contaminación genética.
Para
aumentar la producción ganadera se están cambiando los patrones alimenticios de
los animales. Por ejemplo, se les está dando balanceados a base de maíz y soja,
principalmente. Estos ganados, al empezar a comer granos, desarrollaron en sus
estómagos bacterias como la E. coli, que generó muertes masivas de animales y,
en consecuencia, crisis alimentaria.
También se
producen ganancias muy concentradas. En el año 2010, el de la superzafra, en
que se creció 14%, simultáneamente surgieron casi medio millón de pobres
extremos. Para los ganaderos también fue un año óptimo. Según datos oficiales
del Servicio Nacional de Calidad y Salud Animal (Senacsa), de cada 100 ovillos
faenados en frigoríficos, 97 se exportaron. En paralelo a esa producción, los
precios de la carne subieron como nunca. Este modelo de producción crece de
espaldas a las necesidades del pueblo paraguayo. Dicen que produjeron alimentos
para 50 millones de personas, pero en nuestro país el hambre creció.
De hecho,
en 2010 el Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Vegetal y de Semillas
(Senave), tomando sus propios datos y los de Aduanas, el Censo Agropecuario, el
Ministerio de Agricultura y del Ministerio de Industria y Comercio, mostró que
al mismo tiempo que aumentaron los cultivos de soja, que fundamentalmente se
exporta para alimentación de ganado, creció la importación de alimentos, sobre
los que no hay ningún control. Estas plantaciones van copando los territorios
que usualmente se utilizaban para el cultivo de rubros alimenticios.
–¿Y en materia de contaminación ambiental y
daño a la salud?
–Como
dijimos, el cultivo de transgénicos necesita un paquete de agrotóxicos. Según
datos de la Senave, solo en Paraguay se usan 20 millones de litros de glifosato
por año en la soja. Y eso no le sale gratis al equilibrio ambiental, a los
arroyos, a los ríos. La tierra absorbe eso y se van degradando los minerales y
el ejército de bacterias benéficas que tiene el suelo.
La mayoría
de los estudios que tenemos sobre efectos en la salud es por exposición a las
fumigaciones. La doctora Estela Benítez Leiva hizo una investigación en el 2007
en el Hospital Regional de Encarnación que muestra que aquellas madres
embarazadas que viven en un radio de 1 km de los cultivos de soja que se
fumigan sufren la posibilidad de que su hijo nazca con malformaciones o incluso
de tener aborto espontáneo no deseado. Esas fumigaciones con glifosato
principalmente afectan la salud reproductiva y el derecho a la vida de las
comunidades.
También
está la investigación del doctor argentino Andrés Carrasco, jefe del
laboratorio de embriología de la UBA, que demuestra que el glifosato afecta el
correcto desarrollo del embrión. Su experimento fue con anfibios y vertebrados
que tienen la misma mecánica embrionaria y desarrollo genético que el ser
humano.
La gran
pregunta ahora, después de que este gobierno de facto y su ministro de salud
Antonio Arbo hayan liberado el maíz transgénico, es si ese maíz que recibe
dosis de glifosato cuando va a la mesa sigue teniéndolo. Hay estudios a nivel
mundial que demuestran que conservan un grado de toxicidad.
En Canadá
dos científicos de la Universidad de Sherbrooke tomaron muestras de sangre a
mujeres que estaban embarazadas y a otras que no. En primer lugar se verificó
que no hayan estado expuestas a fumigaciones de glifosato o glufosinato. Se
encontró en la sangre de estas mujeres glifosato, glufosinato y toxinas BT. La
hipótesis es que llegó a la sangre a través de la dieta. O sea que a pesar de
toda la cadena no se degradaron en el organismo.
Concretamente,
no está probado que los transgénicos no dañen la salud. Esto está en revisión y
mientras no se compruebe totalmente no
se puede liberar para consumo humano. Debe prevalecer el principio precautorio
de la salud. Ante la duda, se debe privilegiar a la población y no a un puñado
de cinco empresas.
–Es decir que, como mínimo, se está violando
el principio precautorio y se está exponiendo a un peligro potencial a la
población al habilitar un producto cuya inocuidad no está fuera de duda.
–Justamente
eso nosotros le cuestionamos a este ministro de facto. Antonio Arbo dice:
vengan a demostrar por qué es nocivo para la salud. Debe ser al revés. Para que
él firme la liberación de esos productos bajo sospecha las empresas y él mismo
deben demostrar que no son tóxicos. Estas corporaciones como Monsanto tienen un
poder político muy grande en todo el mundo. Nunca presentan acabadamente sus
estudios. Siempre presentan a medias o en términos ambiguos.
Hace poco
en Argentina salió una fallo que condena a medidas alternativas a un productor
sojero y a un fumigador aéreo por hacer pulverizaciones con glifosato y endosulfán
en el barrio Ituzaingó, anexo de Córdoba. En este barrio se dispararon los
casos de cáncer. En 2005 se hicieron a niños de ese barrio estudios de sangre.
De cada 10 niños, 9 tenían esa sustancia en la sangre. Las madres entablaron
una demanda y ganaron, pero solo consiguieron medidas alternativas.
El fiscal incluso manifestó que tenía la
intención de pedir a las autoridades sanitarias argentinas una revisión general
de la clasificación de la toxicidad de esas sustancias, principalmente el glifosato.
La OMS considera al glifosato moderadamente tóxico y no cancerígeno, pero la
doctora Benítez Leite dice que esa clasificación se hace de acuerdo a la
exposición aguda, instantánea, pero el glifosato actúa de manera crónica, en el
tiempo, se va acumulando en el cuerpo.
–Se supone que la liberación se hizo luego de
estudios exhaustivos y que los resultados están disponibles para que todos los
consumidores puedan consultarlos libremente.
–El secretismo es el
instrumento que utilizan para ir entrando. No se respeta el derecho a la
información. El doctor José Mayans escribía justamente que le hubiera gustado
que antes de la liberación se hayan hecho más estudios sobre la estabilidad
genética en la cuestión nutricional y la alerginicidad. La información se
esconde. Nosotros entrevistamos a un representante del Instituto Nacional de
Alimentación y Nutrición (INAN) del Ministerio de Salud y le preguntamos cuáles
son los cultivos transgénicos que están en estudio y cuya liberación las
empresas están gestionando. Y él nos respondió que no nos podía decir porque
hay un decreto que protege el secreto corporativo. Entonces, ¿qué pesa más, qué
es más justo? ¿El derecho a la información de toda la población que va entrar a
consumir quién sabe qué cosa o el secreto empresarial de esas corporaciones?
¿Si los transgénicos no son perjudiciales, por qué se oponen a que en los
supermercados los productos aclaren, por ejemplo, que esta o aquella galletita
utiliza glucosa o jarabe de maíz transgénico? Es una lucha que estamos llevando
así como se logró luego de años que en las cajas de cigarrillos se inscriban
las leyendas sobre el perjuicio a la salud. Hasta lo último maniobran para que
no se dé a conocer la información sobre el origen de los alimentos.
Para la liberación
del algodón de Monsanto que usa el tan cuestionado glifosato se violaron
abiertamente normas, leyes y procedimientos elementales. Cuando se presenta una
solicitud de este tipo, la reglamentación dispone que se deben hacer ensayos
regulados, que deben ser supervisados por las instituciones. No se hicieron
estudios de viabilidad agronómica.
–Al parecer las malezas y los hongos son cada
vez más resistentes a los agrotóxicos, lo cual obliga a usar más cantidades de
químicos y recurrir a otros que ya habían caído en desuso. Sin embargo, los
defensores sostienen que los transgénicos necesitan menos herbicidas y
fungicidas.
–El mayor
exponente de esos disparates es el propio presidente de facto Federico Franco.
Es una falta de respecto a la salud pública paraguaya y más todavía para
aquellas comunidades fumigadas permanentemente. Con respecto a eso de que se
usan menos “defensivos”, como le llaman, se sabe que las especies generan
resistencia y hay que crear sustancias más fuertes, más nocivas o hay que
aplicar más cantidades.
Eso no
descarta tampoco que las propias empresas, que tienen un accionar medio de
matón y muy poco ético, estén metiendo puntos débiles en sus especies para
vender los químicos, como hacen con los virus en la informática. Por ejemplo,
el algodón BT puede estar preparado para repeler mariposas y el gusano oruga,
pero no el picudo, que es el huésped más indeseado en el algodón en Paraguay.
Entonces igual debe usar productos para este picudo.
En las
experiencias de este algodón de Monsanto en Colombia y en India se demostró que
es mentira que usen menos químicos. La propaganda es que ya viene incorporado
el insecticida, pero también se comprobó que mata insectos benéficos como las
abejas. Las abejas pueden transportar esos tóxicos a sus colmenas y con eso
hasta la miel que consumimos ya está en duda.
Se están viendo fenómenos como la colmatación de colmenas, que implica
una muerte generalizada de las abejas dentro de las colmenas. Lo natural es que
las abejas mueran fuera de sus colmenas, pero ahora están muriendo adentro. Las
abejas están desapareciendo en las zonas donde se hacen las fumigaciones.
El
agronegocio necesita cada vez más agroquímicos porque la uniformidad de los
cultivos degrada la biodiversidad
matando insectos benéficos y otras especies que se regulan mutuamente.
Frente a todo esto se puede contraponer la diversificación de fincas
agroecológicas. “Mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, cultivando
pequeños huertos…que alimentarán al mundo”, como dice el proverbio africano.