Reseña de una
edición bilingüe guaraní-castellano de mitos y leyendas de pueblos originarios
del Paraguay
Pintura corporal tomárãho (foto de Guillermo Sequera) |
Ñe’ê porã tenonde (Hermosas palabras primeras) es el
título de una reciente publicación que recoge algunas muestras del acervo oral
de los ache, maka, mbya, nivakle y tomárãho, colectadas por Guillermo Sequera,
compiladas por Mirta Roa y traducidas por Mauro Lugo.
Todos los
relatos están en guaraní, con su correspondiente versión en castellano. “Tuichaite
mba’eniko oñembokuatia umi Ñe’ê porã ypykue (es cosa grande bajar al papel
aquellas hermosas palabras primigenias)”, escribe el antropólogo Guillermo
“Mito” Sequera en el Ñepyrûmby (prefacio en guaraní).
Ante la
diversidad de las lenguas originarias de nuestro continente, al guaraní
históricamente le cupo esa función de lengua franca al punto de que llegó a ser
considerada como una lengua colonialista. Esto a raíz de que las familias
lingüísticas indígenas no guaraníes tuvieron que adoptarla para comunicarse con
la sociedad nacional, llegando a darse incluso un proceso de sustitución
lingüística.
“(Che) añe’ê
upe oñamansáma va’ekue guaraníme” (Hablo el guaraní del amansado), refiere la Canción de Airági, que en ache significa
“persona cuya alma tiene algo de muchacho bárbaro”. Este canto, recogido por
Mark Münzel, describe la “domesticación” del ache y el abandono de la vida en
el monte, que implicó como uno de sus factores causales el ablandamiento por y
a través de la lengua.
Pero en este
caso el guaraní “entrega su brazo solidario a otros idiomas y culturas del
Paraguay para consagrarse como atadura vital de lingua fraterna, como vaso comunicante de otros pensamientos y
lenguas ancestrales hacia aquellos que solo se expresan en guaraní”, afirma
Mito en el prólogo.
El sincretismo cultural
Las historias
seleccionadas nos muestran la vitalidad y el dinamismo de estas culturas, que
han recreado su imaginario religioso en directa interacción con las vivencias y
peripecias del mundo actual.
En una
leyenda nivakle sobre el origen de la pobreza, esta se atribuye a la “necedad” de
un ancestro que rechaza todos los ofrecimientos de nuestro padre Fizãõk’ãõyich,
desde una escopeta para la caza hasta el dinero, que haría a los otros trabajar
para él. “Por eso nosotros vivimos así ahora. ¡Lástima que era tan zonzo aquel
nivakle antiguo!”, finaliza la narración que, a pesar del cuadro descrito, deja
entrever un cierto dejo de humor e ironía.
Sin embargo,
en la Oración a la Luna, dictada a Juan
Belaieff por el informante Ka e su hut, un maka implora: “Luna, mujer extraña;
una mujer quiero, un caballo, una escopeta, de dos caños, frente, pescado,
ciervos”.
Por su parte,
los mbya nos cuentan el Mito de los
gemelos, en versión de León Cadogan, en el que el héroe solar Paî Rete Kuaray
se enfrenta a un genio negador, Charía. Cuando aquel creo el pindó, este el
cocotero; cuando aquel creó una anguila, este le replicó con una víbora
venenosa y así sucesivamente.
Paî tenía una
hija y Charía se enamoró de ella y pidió su mano. “Pero Charía se portó de
manera indecente como si fuera un verdadero paraguayo, y al cruzar el arroyo la
muchacha desapareció”. Posteriormente, el relato sigue hasta el origen de dos
plantas de las que se creó la humanidad.
Por último, el
compendio cierra con tres piezas yxyr que, en su conjunto y reunidas bajo el
título de Relatos tomãráho en otro volumen preparado por Mito, constituyen
una especie de Las mil y una noches
que cuenta, entre otras andanzas, las intrigas, disputas y desventuras de seres
embarcados en conquistar la más alta dignidad de la que puede gozar un yxyr, la
de ser konsaho, es decir, chamán,
líder espiritual y maestro en las artes de la caza, el tejido y la recolección
de frutos y miel. Todo ello reseñado a través de una extraordinaria estructura
narrativa de temas y subtemas, que terminan rematando la historia principal con
inesperados giros y cruzamientos.
Pero más allá
de la magia de las exquisitas piezas literarias ofrecidas, el libro aspira a ser
mucho más que un mero inventario de rarezas de museo, tentación frecuente de
las etnografías. El proyecto, llevado a cabo por la Fundación Roa Bastos, entiende
que solo a partir del conocimiento y el reconocimiento de la cultura de los
pueblos originarios estos podrán gozar efectivamente de sus derechos. A la vez,
la propiedad comunitaria de sus tierras debe estar garantizada a fin de que su cultura
pueda seguir reproduciéndose ya que, según la conocida máxima, sin “tekoha no
hay teko”. Es decir, sin el espacio sociocultural que sirve de base material al
universo simbólico este indefectiblemente se deshace haciéndose polvo en el
viento.
“La acelerada deforestación de áreas boscosas,
la emisión indiscriminada de gases tóxicos, la depredación y contaminación de
recursos acuáticos, entre otras calamidades, configuran verdaderas amenazas
para la preservación de hábitos y prácticas de las culturas originarias.
Ningún
proyecto emancipador puede ser auténtico si no se tienen en cuenta los
genocidios culturales que aún están sucediendo”, concluye Sequera.