sábado, 7 de diciembre de 2019

Melià: “El cultivo de la soja es uno de los rubros más improductivos para el bien del país”


Comparto una entrevista realizada al pa’i Bartomeu Melià el 4 de noviembre del 2011 tras haber recibido el Premio Bartolomé de las Casas. En este diálogo refuta los ataques que recibió del diario ABC Color tras haber criticado los daños ambientales y humanos producidos por el cultivo de soja. Che py’aite guive, según tus propias palabras.


La lluvia daba un aire místico a la abadía (pero no era una abadía). Avanzo por el pasillo al encuentro de aquel bibliotecario que detenta los secretos de la lengua guaraní. Pero no era ciego, de modo que no podía ser tan peligroso, pensé.

El pa’i Melià ya aguardaba con algunos libros y archivos digitales para dar sustento documental a su intervención. Detrás de su escritorio se encontraba un estante, donde se seguían en hileras varios volúmenes sobre cultura guaraní e historia de la orden jesuítica. Pensé que tal vez ahí estaba la entrada al laberinto que escondía la biblioteca secreta. La Novena impregnaba de una sombra oscura el estudio. De pronto apaga la música...

Pues bien, estamos aquí por aquel editorial de ABC Color, “Falsos prejuicios contra la producción sojera”, que se refiere a las críticas que usted realizara, días después de recibir el premio Bartolomé de las Casas, contra la devastación de los territorios indígenas provocada por el cultivo de la “maldita soja”.

Le agradezco mucho esta entrevista en la que me preguntan sobre la cuestión de la soja e indígenas. El editorial de ABC del sábado 22 de octubre de 2011 es una construcción o un texto sobre todo ideológico. Precisamente después de alabanzas inmerecidas a mi trayectoria intelectual, que son las que habían motivado la concesión del premio Bartolomé de las Casas, me atribuye falta de conocimiento en la cuestión de la soja, la deforestación y la productividad.

En primer lugar, puedo decir que tengo conocimiento del Alto Paraná, concretamente, y de partes de Canindeyú, desde los primeros meses de 1969. Es decir, más de cuarenta años. Por lo tanto, cuando hablo de deforestación, sé de qué hablo.

Por otra parte, la deforestación no son solo números, sino pérdida y deterioro de modo y calidad de vida. En este sentido, el Alto Paraná ha sido destruido y no hay argumento válido para justificar esta destrucción (y hoy se ve esto todavía más que hace unos años y hoy más que ayer). Esta destrucción es también la destrucción de los pueblos indígenas que están ahí desde tiempos anteriores a cualquier colonización.

Fui autor, junto con el general Ramón César Bejarano y el señor Balbino Vargas, del informe sobre comunidades indígenas en el Alto Paraná en el año 1976, encargado precisamente por la Itaipú Binacional, por mandato del Banco Mundial. Este informe está en los archivos de Itaipú. La deuda histórica y económica que esta tiene hasta ahora con el hábitat y tekoha de los avá-guaraní paranaenses no está saldada. El territorio avá-guaraní fue usurpado, robado, deforestado y destruido. La Industrial Paraguaya, con una compra carente de toda legitimidad, se adueñó de tierras que no podían ser vendidas y que a su vez malvendió. Y lo mismo sucedió con otras de la región.

¿Cómo ve la actuación del Estado paraguayo?
El Estado paraguayo, a más de 100 años de la consumación de este ilícito, ya tendría que haberlo revisado. Las tierras de la casi totalidad del Alto Paraná siguen perteneciendo al pueblo avá-guaraní, cuyos títulos legítimos y hoy reconocidos por la Constitución son anteriores a la misma existencia del Estado paraguayo. Se añade a esto el agravante de que el Estado no cumplió con el compromiso de asignar estos territorios a los avá-guaraníes, cuando tenía que haberlo hecho. Estos tienen derecho delante de la justicia, sino es la paraguaya (que ya ha dado demasiadas muestras de su falta de juicio y no digamos de sensibilidad ante el problema), la de un tribunal internacional. Esto vale para tierras tanto del Alto Paraná como para territorios indígenas en Caaguazú, Canindeyú, San Pedro, Amambay e Itapúa.

Esto, que a alguno le puede parecer nuevo, es archiconocido en el libro de Carlos Pastore, “La lucha por la tierra en Paraguay”, y en los trabajos más recientes de Kleinpenning (cuatro gruesos volúmenes aparecidos entre 2003 y 2009, con traducción al castellano de una parte: Paraguay 1515-1870, Ediciones del Bicentenario/Tiempo de Historia, en 2011), que presentan diversas informaciones, fechas y mapas para mostrar la magnitud del desastre ecológico y económico del Paraguay, llevado a cabo ya antes de 1963, es cierto, pero agravado en extensión y profundidad después del Tratado de Itaipú.

¿Cuál es el beneficio que reporta la soja?
Es en ese contexto en que hay que situar la cuestión de la soja con la deforestación irracional y abusiva y la baja productividad que representa su cultivo y otros rubros de la agroindustria para el país. A ello hay que añadir los datos, para mí, más dolorosos porque afectan directamente a la vida de las personas, a sus derechos y futuro, de destrucción humana, cultural e incluso lingüística, porque conllevan la expulsión de comunidades indígenas y campesinas de su hábitat tradicional, con gravísimos perjuicios sociales, pero también económicos para el país. También hay que agregar que los aportes mínimos y bajísimos que representa a la economía son tan ridículos que, más que reír, hacen llorar.

El diario sostiene que este rubro solo ocupa un 6% del territorio y que del problema de la deforestación son más culpables los indígenas y campesinos.
A propósito de cifras, las que yo manejo de manera muy concreta coinciden en sustancia con las que fundamentalmente da a conocer el Dr. Andrew Nickson, en un comentario que adjuntó a la edición digital de la editorial que comentamos. La soja, por ahora, se desarrolla en la Región Oriental y ocupa aproximadamente el 17,5%. El porcentaje ocupado en la Región Oriental es relevante porque es aquí donde vive el 97% de la población. La cifra de 6% es una manipulación ideológica, que solo puede engañar a personas que no saben leer.

Otras cifras que manejo son estas: el avance de la frontera agropecuaria necesariamente se hace a costa del bosque nativo en el país. En el periodo entre 1976 y 2005, que incluye los últimos años del primer boom sojero y la primera parte del boom de la soja transgénica, se desmontó el 80% del Bosque Atlántico de Alto Paraná. Aunque desde el año 2004 existe una ley de deforestación cero en la Región Oriental del país, su cumplimiento está lejos de estar asegurado. Mientras tanto, el desplazamiento de la producción ganadera hacia el Chaco ha redundado en colosales tasas de deforestación que en unos periodos han superado 500 hectáreas desmontadas por día en un ecosistema sumamente delicado, según ABC Color, 3 de julio, 2010.

Hay que decir incluso que ahora no son 2.500.000 hectáreas de cultivo de soja, ya que este año serán 3.000.000, lo que hace exactamente el 20% del territorio de la Región Oriental. Y conste que esta cifra se refiere solo a lo cultivado, ya que un mediano o gran propietario sojero no cultiva toda la tierra que tiene con soja, con lo cual se debe presumir que al menos la cuarta parte del territorio de la Región Oriental está ocupada por sojeros. El argumento de que parte de la soja es cultivada en campos y pasturas lleva a la cuestión de preguntarse hasta qué punto estas pasturas no son montes deforestados. Y ahí no se puede olvidar que la aplicación de pasturas al cultivo de la soja ha trasladado al Chaco otro problema similar de consecuencias también catastróficas.

El diario ABC Color del 3 de junio del 2010 ya nos informaba que la deforestación en el Chaco alcanzaba hasta 500 hectáreas por día, proceso que continúa más intenso todavía en el 2011, según el mismo diario. Por el ejemplo, el 13 de octubre del 2011 se daba la noticia en el mismo diario de que en el Chaco se alcanza la cifra de 1.200 hectáreas deforestadas por día. Esto precisamente porque la ganadería de la Región Oriental está pasando a ese Chaco en el cual hay también proyectos agroindustriales, en buena parte de capital extranjero (brasileño, uruguayo, alemán, etc.), que se han trasladado ahí.

Estas cifras, que ciertamente no pretenden ser un estudio completo, son un indicativo de la gravedad de lo que considero verdadero delito ecológico y contra la población paraguaya, que no se beneficia casi en nada en este proceso. La destrucción ambiental no se limita a la pérdida de la biodiversidad. Hay erosión de los suelos, hay desgaste de la fertilidad de la tierra, hay mayor dependencia de fertilizantes químicos, las aguas superficiales están contaminadas y es preocupante la contaminación subyacente del Acuífero Guaraní subterráneo. Esta cuestión de cifras se desdobla trágicamente sobre la población humana. Nunca como en los últimos años ha habido tanto desplazamiento de comunidades indígenas y campesinas como ahora. La indignación de estas poblaciones pretende ser acallada mediante prejuicios de carácter racista y discriminatorio, que constituyen delito. Es un tema sobre el cual voy a volver detenidamente. Por desgracia los prejuicios racistas no han disminuido desde los tiempos coloniales y más bien han sido renovados y actualizados por parte de esa burguesía migrante instalada en el Paraguay en el siglo XX.

Los títulos de propiedad y los impuestos.
Agradezco que el editorial de ABC del 22 de octubre haya sido el disparador de un debate, que no tiene que quedar en mero debate intelectual, sino llevar a una revisión efectiva de cuestiones de Estado, como el origen de los títulos de propiedad, de su validez, las leyes tributarias que deben aumentarse en proporción geométrica a la extensión de esas propiedades y el tan necesario y todavía inexistente Impuesto a la Renta Personal (IRP). Ya es hora de que en pleno siglo XXI se impongan tributos e impuestos sobre la propiedad de la tierra como se hace en la mayoría de los países del mundo. La sustracción de este tributo al país y la sistemática oposición a una legislación justa al respecto, coloca a los sojeros y afines en el límite del delito. Amparados en privilegios e interpretaciones adulteradas de ciertas leyes, hacen caso omiso de leyes esenciales, como las relativas a deforestación, ocupación de tierras en franjas que les están prohibidas, invasión de parques ecológicos, negación de territorios indígenas y alquiler de tierras que no pueden ser alquiladas según la Carta Magna del país. Las denuncias por casos concretos de usurpación de tierras indígenas ocurren cada día, por ejemplo las últimas de que tengo noticia actuadas en Itakyry el 2 de noviembre de este año del 2011 y el largo proceso de Makutinga en Itapúa, que es un verdadero atentado al pueblo mbyá y a sus derechos ancestrales.

De momento, el cultivo de la soja es uno de los rubros más improductivos para el bien del país, como lo era y todavía lo es el negocio de la madera. Por este camino el aumento de la pobreza en el Paraguay será cada día más alarmante y no solo por una cuestión de cifras, sino por el dolor y menoscabo de tantas personas a las cuales se les niegan derechos fundamentales, dado el despojo que estas formas de agroindustria producen. La pobreza y la miseria aumentan en proporción del latifundio y el agronegocio. Si hay productividad, tenemos una productividad de pobreza en el Paraguay.

sábado, 12 de octubre de 2019

¿Descubrimiento o encubrimiento de América?


El desembarco de la expedición al mando de Cristóbal Colón en la isla de Guanahani, el 12 de octubre de 1492, marca el inicio de un hecho icónico del período moderno: el “descubrimiento de América”. La efeméride resulta propicia para plantear algunas reflexiones sobre nuestra herencia cultural y las visiones valorativas respecto a las culturas indígenas.



Al llegar a nuestro continente, Cristóbal Colón creyó encontrarse con pueblos sin economía, sin Dios y sin lengua. Foto: Cordon Press

En estos tiempos de reemergencia de los supremacismos blancos y movimientos neonazis, la reflexión sobre nuestra condición de sujetos provenientes de sociedades coloniales y respecto a nuestras híbridas raíces es un ejercicio necesario. Las viejas tensiones raciales y los odios que han provocado múltiples crímenes a lo largo de nuestra historia reviven en la medida en que una creciente masa de población excedente ve frustradas sus posibilidades de concretar las promesas de prosperidad de las sociedades de consumo.

Tras más de 500 años de historia, el genocidio y el etnocidio contra las culturas indígenas siguen su curso. Según las palabras de un autor nacido en la ex metrópoli, el sacerdote Bartomeu Melià, “apenas hemos mañanado después de «nuestro primer día de Colón»”.

Ahora bien, el concepto del descubrimiento de América, tal cual lo presentan los programas escolares oficiales, sugiere la idea de que los habitantes de estas tierras, además de ser “descubiertos”, gracias a los europeos conocieron la civilización, la que según este punto de vista era hasta entonces desconocida.

Sin embargo, cabe preguntarse, siguiendo a Melià, si en lugar de un descubrimiento no se habría producido más bien un encubrimiento. En este sentido, el autor identifica fundamentalmente tres mecanismos de encubrimiento que actuaron como motores de acción y legitimación del sistema colonial: pueblos pobres sin economía, sin Dios y sin lengua a los que era necesario enseñar a producir, orar y hablar.

Según anotó en su diario, en una relación de hechos que se inician el 11 de octubre de 1492, Cristóbal Colón expresa: “En fin, todos tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad, mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a nuestro Señor, llevaré aquí al tiempo de mi partida seis a vuestras altezas para que deprendan fablar (aprendan a hablar)”.

Una religión de la palabra

Ante estas tres negaciones o encubrimientos, como primer punto reproduciré un fragmento que refleja el valor de la palabra para los mbyá-guaraní, que forma parte del “Ayvu Rapyta”, una recopilación de cánticos orales realizada por el etnógrafo paraguayo León Cadogan.

"Ñamandu Ru Ete tenondegua/ oyvára peteĩgui,/ oyvárapy mba’ekuaágui,/ okuaararávyma tataendy, tatachina/ ogueromoñemoña.

El verdadero Padre Ñamandu,/ el primero,/ de una pequeña porción de su propia divinidad,/ de la sabiduría contenida en su propia divinidad,/ y en virtud de su sabiduría creadora/ hizo que se engendrasen llamas y tenue neblina.

Oãmyvyma,/ oyvárapy mba’ekuaágui,/ okuaararávyma/ ayvu rapytarã i/ oikuaa ojeupe./ Oyvárapy/ mba’ekuaágui, okua ararávyma,/ ayvu rapyta oguerojera,/ ogueroyvára Ñande Ru./ Yvy oiko’eỹre,/ pytũ yma mbytére,/ mba’e jekuaa’eỹre,/ ayvu rapytarã i oguerojera,/ ogueroyvára Ñamandu Ru Ete tenondegua.

Habiéndose erguido,/ de la sabiduría contenida en su propia divinidad,/ y en virtud de su sabiduría creadora,/ concibió el origen del lenguaje humano./ De la sabiduría contenida en su propia divinidad,/ y en virtud de su sabiduría creadora,/ creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje humano/ e hizo que formara parte de su propia divinidad./ Antes de existir la tierra,/ en medio de las tinieblas primigenias,/ antes de tenerse conocimiento de las cosas,/ creó aquello que sería el fundamento del lenguaje humano/ e hizo el verdadero Primer Padre Ñamandú que formara parte de su propia/ divinidad".


Los pueblos guaraníes han desarrollado un profundo sentido religioso que ha consagrado a la palabra como principio creador. Foto: Amadeo Velázquez

¿Pueblos sin lengua, sin Dios? Y también se ha dicho que eran “pobres de todo”, lo cual contrasta con el relato de muchos viajeros que han notado, por el contrario, una “divina abundancia”, tal cual refirió Ulrico Schmidl, un viajero y cronista alemán que llegó al Río de la Plata en 1535. Pero la negación de la existencia de una economía indígena deriva no precisamente de la falta o escasez de bienes, sino del hecho de que el colonizador no concebía definir como economía un sistema distinto al basado en el intercambio motivado por el lucro. En cambio, los estudios de las formas de vida de los grupos humanos permitieron la identificación entre los indígenas de una economía de la reciprocidad.

Según la define el antropólogo norteamericano Conrad Kottak, “con la reciprocidad generalizada, alguien da a otra persona y no espera nada en concreto o inmediato a cambio (…). Las personas comparten rutinariamente las cosas con los restantes miembros de la banda. (…) Tan fuerte es la ética del compartir recíproco que la mayoría de los forrajeros carecen de una expresión de «gracias». Dar las gracias sería desconsiderado porque implicaría que un determinado acto de compartir, que es la piedra angular de la sociedad igualitaria, era inusual”. (La palabra guaraní “aguyje” se traduce corrientemente como “gracias”, pero su verdadero significado es “plenitud”, que se aplica tanto a la maduración de los frutos como a la realización espiritual. En los contextos de intercambio, al decir “aguyje” no se estaba diciendo “gracias”, sino expresando un deseo de plenitud y de que los frutos maduren para el convite).

La reciprocidad se basa en el principio económico de que el grupo que pasa por un período de abundancia comparte sus bienes con los demás miembros de la comunidad o de otros pueblos, pues en el futuro podría pasar escasez o tener malas cosechas, por lo que en este caso le correspondería recibir. Es decir, se trata de una estrategia de adaptación ante los sucesivos y siempre cambiantes ciclos de abundancia y escasez.

Civilización y barbarie

Por otro lado, veamos ahora algunos datos que nos proporcionan las ciencias arqueológicas a fin de demostrar el alto grado de desarrollo al que llegaron las culturas precolombinas que nos han legado pruebas materiales de sus modos de vida. Con esto no se pretende privilegiar el patrimonio material por sobre el intangible, pues considero que ambos son igualmente valorables e inconmensurables entre sí, sino más bien problematizar la visión de la historia que presenta a los colonizadores como precursores de la civilización en nuestro continente. Esta visión se ha impuesto a través del retrato estereotipado de la población autóctona como seres que vivían en estado de barbarie y ajenos a las grandes realizaciones humanas.

Esta visión eurocéntrica no se reduce a grupos conservadores o racistas, sino que incluso referentes del pensamiento progresista han sucumbido a la tentación de los sesgos etnocéntricos. Así, Friedrich Engels, en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, establece una jerarquía del proceso de evolución sociocultural resumida en tres estadios: el salvajismo, la barbarie y la civilización. Partiendo de datos etnográficos expuestos en la “Sociedad Primitiva” de Lewis Morgan, Engels ubica a los incas de la época de la conquista en el estado medio de la barbarie, etapa que, según él, no habrían de superar sino con la llegada de los europeos.

No obstante, los grandes avances alcanzados en materia etnográfica y arqueológica han aportado nuevas luces para aproximarnos a las culturas precolombinas desde una nueva mirada. Por ejemplo, el Machu Picchu fue “descubierto” recién en 1911, aunque se presume que los españoles habrían llegado al lugar hacia 1570 y habrían sido responsables del saqueo e incendio del Torreón del Templo del Sol.


Sitio arqueológico del Machu Picchu, Perú. Foto: Google Earth

Si nos atenemos a las evidencias materiales de los restos que perviven en las montañas de la región del Cusco, Perú, podemos caer en la cuenta de que sus antiguos pobladores ya habían entrado al período de la civilización, que poseían una técnica avanzada en materia de arquitectura, matemáticas, con rigurosos cálculos de los ciclos agrícolas basados en conocimientos de astronomía y complejos instrumentos de documentación y cálculo como los quipus. Estos consistían en una serie de nudos mediante los cuales se realizaban operaciones aritméticas y que, según algunos autores, contienen datos no solo numéricos, sino hasta relatos histórico-literarios. Sin embargo, gran parte de su contenido se desconoce, pues hasta ahora solo se han podido descifrar los nudos más sencillos.

El viejo y el nuevo continente

La legitimación de los crímenes perpetrados durante el proceso de colonización se refuerza diariamente con expresiones muchas veces inconscientes y que pueden parecer inocentes, pero que de ningún modo lo son. Me referiré en este caso a la discutible distinción entre “nuevo y viejo continente”.

Las primeras manifestaciones de la cultura maya datan aproximadamente del 1.500 antes de nuestra era (ANE) –otras hipótesis la fechan en el 3.000 ANE–, en el llamado período preclásico. Durante su formación reciben influencia de otras culturas que habían ocupado la zona de Mesoamérica como los olmecas, zapotecas y teotihuacanos.

Todo este sustrato y herencia cultural de pueblos anteriores contribuyeron para llegar al apogeo experimentado durante el período clásico (200-900 de nuestra era, NE). Esta fue la época de las pirámides, de la elaboración de los calendarios astronómicos, mucho más perfectos y precisos con relación al gregoriano, que es el que utilizamos actualmente y que data del siglo XVI. Como sabemos, la distribución del tiempo en este es totalmente arbitraria, pues cuenta con días de 28, 30 y 31 días, y cada cuatro años uno de 29 días.

El Caracol o El observatorio, ubicado en la Península del Yucatán, México. Foto: mexicodestinos.com
 Por el contrario, el calendario de las trece lunas refleja el gran avance al que llegaron los mayas en las ciencias matemáticas y astronómicas, pues estaba conformado por un período de trece meses de 28 días, que así suman 364, más uno, considerado como el día fuera del tiempo. Esto nos muestra que hasta tuvieron en cuenta la rotación elíptica, y no circular, de los astros, pues manejaron ese período excedente que no permite cerrar con un círculo perfecto el cálculo del tiempo, dado que no existe una exacta correspondencia entre el año solar y la duración de los días debido a los solsticios y equinoccios. Si utilizamos como equivalente nuestro calendario, cada ciclo se iniciaba el 26 de julio y terminaba el 24 de julio del año siguiente. El año nuevo de los mayas estaba marcado el 25 de julio, que tomaba como referencia la alineación del Sol, la estrella Sirio y la Tierra.

Entre el primer viaje de Colón y el apogeo de la cultura maya existen aproximadamente 1.000 años de historia, por lo que marcar el inicio de la civilización de este continente a partir de la llegada de los europeos es un hecho que no se corresponde en absoluto con las evidencias que nos proporcionan los restos arqueológicos del Chichén Itzá, Tikal, Uxmal, Copán, Palenque, entre otros.
En esta última pirámide se encuentra el Templo de las Inscripciones, de cuya existencia nos enteramos recién en 1952. En el subsuelo se halló un sarcófago que, según las referencias halladas, corresponde al rey Pacal Votan, quien habría vivido hacia el 600 NE. Sobre el bloque lítico se despliega una serie de ideogramas, entre ellos uno conocido como “El astronauta”, que en gran parte no han sido descifrados, al igual que los pocos códices que sobrevivieron a la quema de la Inquisición colonial.

Así podríamos seguir citando otras construcciones que funcionaron como observatorios astronómicos y otros grandes logros que en varios aspectos aventajaban los conocimientos que por entonces poseían los “civilizadores”. Y a juzgar por las evidencias, esta labor está aún lejos de concluir, pues hasta nuestros días se siguen “descubriendo” nuevos restos arqueológicos que nos revelan lo incipiente de nuestros conocimientos al respecto.


A modo de conclusión cabe acotar que a lo largo de estas líneas no se pretendió negar el cambio y el tráfico cultural, algo por lo demás inútil desde el momento mismo en que escribo en español. De todos modos, el ejercicio crítico no resultará superfluo mientras Cristóbal Colón sea homenajeado con nombres de calles y monumentos, en tanto que la palabra ava o indio se utilice como insulto.

Bibliografía:

Cadogan, León (1997) Ayvu Rapyta. Textos Míticos de los Mbyá-Guaraní del Guairá. Asunción: Ceaduc.

Guzmán Roca, Luis (2005) Mitología Maya. Buenos Aires: Gradifco.

Kauffmann, Federico (1971) Arqueología Peruana. Lima: Peisa.

Kottak, Conrad Phillip (2003) Espejo para la humanidad. Introducción a la Antropología Cultural. McGraw-Hill: Madrid.

Melià, Bartomeu y Dominique Temple (2004) El don, la venganza y otras formas de economía guaraní. Asunción: CEPAG.

miércoles, 21 de agosto de 2019

"No voy a negociar sobre la muerte de mi hermano"

Tras el dictamen de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que insta al Estado paraguayo a realizar una investigación “efectiva y exhaustiva” sobre intoxicaciones que habrían sido producidas por fumigaciones con agroquímicos en la Colonia Yerutí, departamento de Canindeyú, comparto nuevamente una entrevista realizada en diciembre de 2014 a Norma Portillo, hermana de Rubén Portillo, fallecido el 6 de enero de 2011 tras padecer un cuadro de intoxicación por causas que apuntan a los “defensivos químicos” utilizados en el cultivo de soja. 
 

Fumigación de cultivo de soja que no cuenta con la barrera viva reglamentaria.



A parte de la soja, ningún otro vegetal se interpone entre las parcelas fumigadas y el camino vecinal que conduce a la Colonia Yerutí. Apenas al cruzarse con el tractor que pulveriza el matatodo, dolores de cabeza y aguda picazón en la garganta son los primeros síntomas que afectan al visitante. Bastan unos segundos para caer presa de la náusea. La realidad diaria de los pobladores es tener que cruzar, ya sea a pie o en moto, varios kilómetros para salir a la Ruta 10, muchas veces mientras se pulverizan los sojales.

Tras más de 10 kilómetros de un camino de “aventura”, llegamos a la casa de Norma Portillo, hermana de Rubén, quien antes de perder la vida padeció un cuadro de fiebre, vómitos y diarrea. Él contaba por entonces con 26 años y vivía en la última casa de la Colonia Yerutí Segunda Línea. Semanas antes de su muerte le habían aparecido en la boca y rostro erupciones que supuraban.

La mayoría de los pobladores carecían de agua potable y se abastecían de un pozo. Entre el 8 y el 13 de enero de dicho año, veintidós personas requirieron atención médica por presentar síntomas similares, entre ellas la compañera de Rubén, su hijo de dos años y su madre. La familia Portillo presentó una denuncia penal por homicidio, puesto que el fiscal Miguel Ángel Rojas solo abrió una causa por “supuesto hecho punible de transgresión de las normas ambientales-intoxicación”, sin investigar la relación entre la muerte y la exposición crónica a las fumigaciones realizadas sin las barreras vivas reglamentarias, además del acceso a agua, alimentos y suelos contaminados.

Operadores del oparei

En lugar de investigar la responsabilidad penal de los sojeros, la fiscalía actúa de intermediaria para la impunidad y el oparei, patrocinando “negociaciones amistosas” entre los denunciantes y denunciados. “La fiscalía me preguntó si no quiero negociar una solución con los sojeros. No voy a negociar sobre la muerte de mi hermano”, se indigna Norma, sin por ello perder su imperturbable serenidad.


Norma Portillo, hermana del fallecido Rubén.
Su firme resolución de no llegar a “acuerdos” con los sojeros que fumigan impunemente a la comunidad y siguen deforestando para ampliar el área de siembra de soja le han valido hasta amenazas de muerte.

"Los sojeros me acusan de que yo les persigo. Me mandaron decir que me quieren conocer. Ellos dicen que van a plantar hasta donde quieren. Si ellos dicen que van a hacer, seguro que van a hacer porque nadie les dice nada", remarca.

Yerutí colinda con tres grandes estancias: Cóndor, Hermanos Galhera y Campos Morombí. “Campos Morombí tiene su reserva gua’u, pero ellos quitan rollos y hacen postes. Si es reserva para mí que eso no se puede hacer. También tienen maíz y soja, que quieren tapar mostrando la parte linda en la tele”, añade.


Campo deforestado para el cultivo de granos en Yerutí.
Norma recuerda que la hija de Blas N. Riquelme había prometido que compraría la producción campesina para su supermercado, lo cual nunca ocurrió. Pero eso sí. No faltaron las protocolares fotografías para ilustrar la propaganda de “responsabilidad social empresarial” y la supuesta asistencia a los labriegos de la que se jacta la firma en cuanto espacio tiene para justificar la usurpación de las tierras públicas de Marina Cue, escenario de la masacre de Curuguaty.

Despoblamiento

Por el estado de los caminos, la falta de mercado y los bajos precios pagados por los intermediarios a la producción campesina, la comunidad se va despoblando ante el avance de la soja. Asimismo, en rápido retroceso se encuentran los pocos bosquecillos que aún protegen a las familias que se reafirman en vivir y cultivar la tierra en su comunidad.

De hecho, dejarse asimilar por el modelo tampoco es fácil. Norma nos relata que algunos probaron cultivar soja en sus parcelas de dos a tres hectáreas, teniendo que fumigar con mochilas ante la falta de máquinas. Los costos de las semillas y los venenos hacen que solo la producción a gran escala sea rentable, quedando los agricultores endeudados y sin sus cultivos de autoconsumo, teniendo que entregar sus terrenos para saldar las deudas contraídas.

Otro gran escollo es el de la escolaridad. En la Segunda Línea de la colonia la escuela solo tiene hasta sexto grado y para terminar el ciclo básico los niños deben hacer un recorrido de 10 km hasta la escuela de la Primera Línea. Este trayecto supone graves riesgos para los niños, entre ellos los problemas derivados de la exposición a los agrotóxicos.

Finalmente, en este contexto de desprotección y represión al campesinado que reclama su derecho a vivir en un ambiente saludable, es preciso tener en cuenta que, tal como lo advierte el jurista Raúl Zaffaroni, cuando se deja de tener fe en el derecho y las soluciones jurídicas, solo queda la violencia.

martes, 13 de agosto de 2019

¿Qué hacer para que la gente vuelva a vivir en el Centro Histórico de Asunción?

En el marco de los 482 años de la Fundación de Asunción, reedito una entrevista realizada en el 2017 al arquitecto Carlos Jiménez, docente de la Universidad Nacional de Asunción (UNA), en la que abordamos algunas de las medidas que podrían ser implementadas para que la gente vuelva a vivir en el centro. Jiménez hace una apuesta heterodoxa que incluye incentivos fiscales, balances en los intereses de los créditos, aumento de la presión tributaria a la propiedad ociosa y hasta expropiaciones. Destaca, asimismo, que con el Bicentenario la gente volvió a sentirse identificada con el centro.

Arq. Carlos Jiménez.
Llego algo demorado a nuestro encuentro luego de deambular unas cuadras buscando el estudio de arquitectura Estarq, ubicado en uno de los callejones del borde Este del Centro Histórico de Asunción (CHA). Nos saludamos e intercambiamos unas breves palabras sobre el tránsito y las peripecias que vivimos los asuncenos que dormimos en otras ciudades, pero debemos ingresar diariamente al centro para ganarnos la vida y otras cosas. 

El despoblamiento del CHA, fundamentalmente por los precios, generó una expansión urbana horizontal hacia las ciudades periféricas, que en conjunto cuadruplican la población de Asunción. Diariamente un gran contingente de personas que duermen en las ciudades del departamento Central ingresan a la capital para realizar sus actividades laborales, académicas, trámites, etc.

El arquitecto Carlos Jiménez es titular de la cátedra de Proyectos en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte (FADA) de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) y presidente de Colegio de Arquitectos del Paraguay (CAP). Entre sus obras de mayor envergadura se destaca el diseño de la biblioteca del Congreso Nacional. Me ofrece un café, pero me excuso y cebo un tereré. Él se hace del suyo y sin más preámbulos pasamos a nuestro asunto. 

¿Qué le pasa al centro?

Asunción creció en torno a un centro histórico que representaba un pacto social. La ciudad es el resultado físico de un pacto social. La salud de una sociedad se puede conocer leyendo la manera en que funciona el centro histórico. Si el centro histórico, que es de todos –que aglutina los festejos, los reclamos sociales y las protestas políticas–, está abandonado, esto es el termómetro del estado del pacto social o su rotura. Cuando el pacto social está fracturado, esa tierra en la que tenés que compartir con tus diferentes queda abandonada. Hoy podemos decir que el centro está en coma, aunque con pronóstico favorable.
 
El despoblamiento del centro histórico como espacio de intercambio entre diferentes refleja la ruptura del pacto social, señala el arquitecto Carlos Jiménez. Foto: Juanjo Ivaldi Zaldívar.


El calor

Para el arquitecto Jiménez esta tendencia es reversible mediante la aplicación de una batería de medidas puntuales. Sin embargo, advierte que no podríamos abarcarlas en su totalidad en una sola conversación. Así, se limita a enumerar algunos puntos que, a su criterio, es preciso solucionar para empezar a repoblar el centro con personas de todos los niveles socioculturales. En primer lugar menciona la falta de interés para invertir por los factores climáticos, calidad ambiental y una extendida sospecha social en materia de seguridad. “Nadie quiere invertir en el centro porque hace mucho calor”, afirma. 

Me sorprendo un tanto de haber pasado por alto que lo que más me hace padecer en el centro podría ser una de las causas de su desertización. (Al menos en horas de la noche, pues la burocracia diurna sigue transcurriendo en este espacio). De pronto me viene el mal recuerdo del agua ardiente cayendo a cuentagotas de la ducha durante los veranos. En la casa suburbana de mis padres el agua sale fresca y con mucha presión, añoraba en los tiempos en que me hice de refugio en una pocilga de Barrio Obrero.

Por ello –pero no solo por ello, aclara– la gente con mayor poder adquisitivo prefiere instalarse en casas con piscinas en los barrios exclusivos y el resto –la gran mayoría– migra al área metropolitana. En respuesta a esta problemática menciona que existen proyectos en la Municipalidad de Asunción para arborizar el centro y crear ejes ecológicos que regulen el microclima, pero que no son implementados a pesar de que no requieren esfuerzos descomunales.

Añade que las altas temperaturas se agravan por el incumplimiento de las ordenanzas, que establecen que la superficie construida en un inmueble no debe ser superior al 70%; el restante 30% debe quedar al aire libre. “Las casas con fachadas tapa en torno a patios abiertos crean un pulmón central que libera la inercia térmica hacia arriba”, precisa.

Desliza la tablet del estuche y con imágenes satelitales me muestra que casi el 100% de los corazones de manzana son tinglados o depósitos. “Esto debe ser retirado. Está fuera de norma y resulta insostenible”, dice en tono enfático. Si se respeta el área de ocupación establecida, simultáneamente se creará un área de absorción de las precipitaciones, por lo que el agua de lluvia no terminará vertida en su totalidad en las calles, como ocurre actualmente, generando intensos raudales.

Para hacer cumplir las normas no hay mayores enigmas. “Es necesario un Estado fuerte, pues los inversores deben respetar las reglas del juego y no seguir relativizando el cumplimiento de las ordenanzas”, asevera. Al respecto rememora unas charlas en que ha escuchado a inversores inmobiliarios quejarse porque no se deja ocupar el 100% de la superficie de los terrenos con autos.

De día el centro colapsa con el ingreso de miles de vehículos de la zona metropolitana, pero de noche se convierte en una ciudad fantasma. Foto: Juanjo Ivaldi Zaldívar.

"Los empresarios inmobiliarios tienen una visión inmediatista de la construcción de la ciudad, respondiendo en forma acrítica a lo que el mercado necesita. El resultado de una aplicación leseferista del negocio inmobiliario es una ciudad insostenible y disgregada. Así se construye  miseria. Así se construye Tercer Mundo. Aquí viene alguien con USD 200 millones y te tuerce todas las ordenanzas municipales en nombre del ‘desarrollo’ y la promoción de la inversión privada. Pero no lo hacen en ciudades con administraciones fuertes y tampoco dejan de invertir por atender los efectos colaterales de cada acción. En nuestro mercado esta lógica desincentiva a medianos y pequeños inversores, que sí deben cumplir todas las reglas”, señala.

A más de ello apunta que desde las instancias oficiales no existen acciones decididas. Como botón de muestra indica que la Municipalidad hace tiempo recibió la Costanera, pero aún no realizó el catastro para definir el uso de las tierras. Resalta que hacen falta pautas claras y límites al crecimiento territorial  porque de lo contrario la gente seguirá recurriendo como opción de casa propia al terreno de G. 500.000  mensuales en los confines del área Central y se irá agudizando el problema del desplazamiento.

Impuestos

¿El despoblamiento del centro es responsabilidad del puñado de propietarios que mantienen abandonadas sus propiedades con fines especulativos?

Las cosas son más complejas. A tales propietarios tampoco debemos verlos como al Guasón de Batman, que solo quiere destruir la Ciudad Gótica. Me imagino que buscan ganar dinero e incentivando acciones pueden incluso ayudar más que la ineficiencia del Estado. El capitalista puede encontrar que cierren los números y ganar dinero haciendo algo que a vos te permita mudarte  al centro a un precio razonable. Pero tampoco se le motiva.

Luego lanza una pregunta y una afirmación al mismo tiempo: “¿Por qué tenemos que esperar que los cinco propietarios del centro se vuelvan altruistas y repartan sus títulos de propiedad? Las cosas pasan cuando pueden funcionar y no pueden con esta ecuación”. La suma y resta de números da por resultado que pesar del importante crecimiento del PIB (de USD 6.000 millones en 2002 a más de USD 30.000 millones en 2016), solo 40.000 a 50.000 personas están inscriptas como contribuyentes del Impuesto a la Renta Personal (IRP), cuyo piso es de G. 15 millones mensuales. Esto sobre un total de 3.500.000 de personas que conforman la Población Económicamente Activa (PEA).

Para complementar el cuadro se remite a estadísticas de la Agencia Financiera para el Desarrollo, que dan cuenta de que en dos años se han entregado apenas 1.000 créditos para la vivienda mientras el déficit habitacional requiere la construcción de unas 100.000 viviendas por año. Además, ni el 10% de los solicitantes de los créditos tenía proyectado asentarse en Asunción. “Si no cierran los números, hay que subsidiar porque al Estado le está costando más caro este exilio”, refuerza.

A raíz de esto –prosigue– se impuso el modelo de las inmobiliarias, que con cuotas de G. 400.000 a G. 500.000 lotean en zonas que no cuentan con servicios de luz eléctrica, agua, cloaca, recolección de basura, escuelas, hospitales, etc. “Esto produce el modelo de ciudad que genera el tránsito que tenemos. Es una no ciudad”, manifiesta. Entre tanto, como cuadro de fondo se expanden los cordones de pobreza en el lecho del río en la capital, que en los últimos años han sufrido los efectos de inundaciones cada vez más frecuentes y de mayores magnitudes.

Sobre la situación de los Bañados y los proyectos habitacionales como el de RC4, sostiene que es preciso mantener el saldo de propiedad pública y manejarse con el saldo de propiedad privada a través de reinserciones en sectores urbanos que ya existen. “Capitalicémonos como ciudad con mayores tierras públicas sin agotar las reservas de espacios estatales, pues terminaremos con toda la ciudad loteada sin parques ni plazas”, esgrime.

En esta dirección propone que el relleno de la Avenida Costanera se limite al 40 o 50% de la superficie y el resto sea destinado a archipiélagos que hagan de parques, lo cual también sería más amigable con el medioambiente. No obstante, valora el proyecto de la Secretaría Nacional de la Vivienda y el Hábitat (Senavitat) para revitalizar la Chacarita Alta e iniciativas como la Asociación de la Movida del Centro Histórico de Asunción (Amcha), de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), para promocionar el arte y reocupar el espacio público.

Nuestro entrevistado subraya que es preciso aplicar altos impuestos a la propiedad ociosa. Foto: Juanjo Ivaldi Zaldívar.

Jiménez subraya que es fundamental imponer altos impuestos a la propiedad ociosa o especulativa y, en caso de que los propietarios “puedan poner la espalda” a las tasas impositivas, se podría plantear la expropiación. “No hay que castigar por ser propietario, hay que castigar la propiedad ociosa porque siendo propietarios no están haciendo nada con la propiedad, están especulando. Esto no se puede permitir”, sentencia.

Si bien no considera que sea el único problema ni el principal, admite que los pocos propietarios que acaparan los inmuebles en el centro hacen parte de la situación actual. “No hay nada raro en esto. Todo el país está en pocas manos. Pero hay que buscar alternativas que le convengan a todos. Porque si subimos los impuestos a la propiedad ociosa, esos cinco propietarios se van a convertir en cincuenta”, asegura.  Menciona, asimismo, numerosos problemas en las sucesiones y litigios judiciales que mantienen paralizados los inmuebles.

Subsidios

Jiménez pone el acento en que una política fiscal que desincentive la propiedad ociosa movería el mercado y, aunque los compradores sean nuevamente solo personas con dinero, se presionarían los precios hacia abajo generando mayor accesibilidad al público. Así, sería muy factible un modelo de propiedad horizontal mediante el cual varias personas podrían adquirir un inmueble para crecer hacia arriba. A fin de fomentar este tipo de iniciativas apunta que el Estado debe tener una política de subsidios para ofrecer alternativas a las ofertas del capital privado. Considera que estos recursos no serán gastos descalzados, sino que se constituirán en el tiempo en un ahorro frente a los costes de la expansión horizontal, que no son solo económicos, sino ambientales.

Con una política de subsidios del Estado se podría propiciar la propiedad horizontal para crecer hacia arriba, afirma el docente de la FADA. Foto: Juanjo Ivaldi Zaldívar.
 
 
La gente se escandaliza cuando escucha subsidio, pero yo no le tengo miedo. Con una política de subsidios del Estado vos y otras personas van a poder estar aquí. Haciendo un balance holístico, el Estado terminará gastando menos de lo que está gastando con la expansión horizontal. Aceptando las reglas de juego del sistema, debe pensarse en términos económicos y no solo de contabilidad”, expresa.

Para reforzar su planteamiento sostiene que lo que el Estado no invierte para repoblar el centro, lo gasta en una expansión horizontal insostenible, donde en los puntos más alejados del departamento Central existen asentamientos que crecen a su suerte sin servicios públicos, sin salud, sin educación y con graves problemas de seguridad.  “Cuánto gasta el Estado por no subsidiar el centro, no pueden abarcar todo. Esas dos millones de personas que viven en Central ingresan diariamente al centro colapsando todo. Y quién se ocupa de ellos”, cuestiona.

Sobre la situación del mercado crediticio, explica que los bancos cobran aproximadamente, a 20 años, un interés de USD 10 por cada USD 1.000 que prestan. Con un departamento de USD 150.000, la cuota mensual es de USD 1.500. Para acceder al crédito esta cuota no debe superar el 30% respecto al total de los ingresos. Es decir, la persona o su núcleo familiar deben ganar unos USD 5.000. Por ello propone que el Estado reglamente, por ejemplo, tasas de intereses del 5% para el centro y 9% para otras zonas.

Además de subsidiar el centro, Jiménez asume que los arquitectos no deben limitarse a los modelos de financiación existentes, sino que deben aportar con creatividad soluciones más económicas. En este aspecto garantiza que es posible ofrecer un buen producto por USD 60.000, con cuotas de USD 400. Esto aumentaría automáticamente el universo de personas que podrían acceder a las viviendas. En contra de la creencia común, dice que la propiedad en el centro es barata, oscilando entre USD 300 a USD 400 el metro cuadrado en calles como Humaitá o Piribebuy.

Tras una breve pausa, prosigue. Jiménez asevera que los paradigmas actuales postulan que la ciudad sostenible es la ciudad de cemento, no la ciudad verde. La expansión de las casas con jardines hasta el infinito no es sostenible porque la población se instala sobre recursos sensibles, como el agua, generando polución con sus desechos, pues la cobertura del servicio de recolección de residuos es baja o nula, no hay sistemas cloacales y el desplazamiento diario en automóviles provoca la gran humareda producida por la quema de combustibles fósiles. “Es mejor vivir juntos en un espacio más pequeño. Puede ser incluso más barato. ¿Los que tienen auto cuánto gastan en combustible?”, lanza.

Por ende, apuesta a un modelo de ciudad y una política urbanística que optimice los recursos, acorte las distancias y administre de manera sustentable la energía. Jiménez se muestra optimista. “Debemos vivir juntos”, insiste. “Aunque la temperatura sociocultural y económica siga siendo la misma, aunque siga habiendo mucha inequidad, la sensación térmica ha cambiado. Después del Bicentenario las cosas ya no son iguales. Aumentó la autoestima. Desde el 2011 empezamos a quererle nuevamente al centro histórico”, concluye.

Entre la despedida, reitera que es necesario que la gente viva en el centro, que es el espacio de nuestros festejos, reclamos y tragedias. “Ahora ya ni venimos al centro para compartir con diferentes porque la Albirroja ya no gana. Vamos a culparle al Chiqui del despoblamiento del centro”, bromea alzando la voz en un leve carcajeo mientras me alejo raudamente rumbo a otra entrevista a la que debo llegar en 20 minutos. Qué incierta y agitada es la vida de freelancer. Pienso que si fuera el Dr. Faustus le ofrecería a Mefistófeles escribir su biografía, pero a cambio le pediría algo distinto.

lunes, 29 de julio de 2019

Un antropólogo iniciado en los misterios de la religión mbyá-guaraní

El 29 de julio de 1899, pocos meses después de que sus padres australianos llegaran al Paraguay, nació en Asunción León Cadogan, el investigador que más luces aportó al conocimiento de la cultura guaraní. A 120 años de su nacimiento lo recordamos en este artículo.



León Cadogan fue iniciado en las tradiciones
esotéricas de los mbyá y bautizado bajo el nombre de Tupã Kuchuvi Veve (Internet).

Entre la vasta obra de Cadogan, tanto en volumen como en importancia, se destaca sin duda como la más emblemática el “Ayvu Rapyta”, publicada primeramente en 1946 por fragmentos en la Revista de la Sociedad Científica del Paraguay.

Esta compilación de relatos orales de los mbyá-guaraní le valdría a León Cadogan convertirse en el más eminente etnógrafo de la cultura guaraní, pues nadie como él hasta ahora logró reunir documentos de grupos étnicos que conservaron su autonomía a tal punto que no registran prácticamente huellas de sincretismo ni asimilación de elementos extraños. Además de su prolífica labor de recopilación y traducción de un guaraní ajeno al común de los profanos, acompañó sus trabajos de notas lexicológicas sumamente reveladoras y sin cuya asistencia sería prácticamente imposible aproximarse al sentido esencial de la cosmogonía indígena.

Filólogo, lexicógrafo y antropólogo autodidacta, su profuso aporte ha sido ampliamente destacado y utilizado como marco referencial por prominentes investigadores como Claude Lévi-Strauss, Pierre Clastres, Alfred Métraux y Egon Shaden. A este último se debe la publicación como libro del “Ayvu Rapyta” en una edición patrocinada por la Universidad de São Paulo.

Aunque Cadogan haya colaborado en las revistas científicas más importantes de su época, como Anthropos de Austria o América Indígena de México, su mayor aporte y lo que le otorgó notable visibilidad en los círculos académicos internacionales fue la publicación de los anales religiosos de los mbyá del Guairá.

Si bien sus trabajos siguen siendo referencia insoslayable para cualquier tipo de aproximación científica a la lengua y mitología de los indígenas del Paraguay, ese corpus diseminado en publicaciones de todo el mundo asume en ciertos pasajes las características narrativas de una vivencia espiritual no reductible al mero academicismo. 

La particularidad de su obra radica en que Cadogan recibió de sus informantes las tradiciones religiosas, conocidas como las ñe’ê porã tenonde (primeras palabras hermosas), a manera de un don, como una muestra de gratitud, en retribución a las gestiones que realizara para obtener la liberación de un nativo detenido por haber aplicado el principio del “ejovia va’erã teko awy” (debe purgarse la afrenta), ante los atropellos y atrocidades de los que hasta la actualidad son objeto los indígenas en un país donde, como sentenció alguna vez Juan Francisco Recalde, traductor de las obras de Kurt Nimuendaju, “matar indios no es delito”.

 

El etnógrafo y la sociedad


Cadogan no fue un coleccionista de curiosidades “primitivas”, sino un entusiasta y vehemente defensor de esos “parias en su propia tierra”, como solía apuntar en los textos de denuncia ante la explotación y el despojo al que sistemáticamente era y sigue siendo sometida la población nativa. En este caso, el etnógrafo, en lugar de limitarse al levantamiento de datos en un pueblo investigado, se integra al círculo de la reciprocidad hasta fundirse en la serie de palabras que componen el himno sagrado.

El conjunto de la obra de Cadogan no constituye una arqueología de la oralidad llevada a cabo por un aséptico e impersonal antropólogo encerrado en las barreras del método científico, sino el testimonio de la reducción de un occidental a los misterios de la religión indígena, producto de un saber revelado en los rituales dirigidos al principio creador, Ñamandu Ru Ete Tenondegua, figura arquetípica que por la vía de la emanación se manifiesta hacia el exterior creando y surgiendo de su propio cuerpo.

Este episodio del génesis mbyá consignado en el capítulo I del “Ayvu Rapyta”, titulado Maino’i reko ypykue (Las primitivas costumbres del colibrí), es uno de los capítulos más inspirados de la filosofía panteísta, más aún considerando que podemos leerlo en el idioma original y transcripto por un antropólogo comprometido con su labor, en oposición a los misioneros católicos, puestos al servicio de la expansión de la ideología religiosa del imperialismo europeo y que en tal propósito desvirtuaron muchos elementos del sentido de la lengua.
 

Portada del “Ayvu Rapyta”, transcripción y traducción de tradiciones orales de los mbyá del Guairá.

Ahora bien, si hasta ahora la historia del choque entre los dos mundos ha privilegiado el punto de vista de la occidentalización de las sociedades vernáculas, casos paradigmáticos como este en los que se verifica el fenómeno contrario ciertamente desconcertarán a no pocos exponentes de la “modernidad y la civilización”. Esto debido a sus respectivas miradas teóricas incapaces de dar cuenta de la diversidad de las experiencias culturales humanas, esquematizando estas en principios generales y englobándolas como si estuvieran determinadas a cumplir un designio universal.

Esta limitación de orden epistemológico es extensible a una gran variedad de los instrumentos teóricos que utiliza la metrópoli para calificar al resto del mundo. Sobre este punto, el escritor mexicano Octavio Paz, en el prólogo a “Las enseñanzas de don Juan” de Carlos Castaneda, propone el concepto de antiantropología como negación o superación de la acción etnográfica en sentido tradicional, transformando el eje de las relaciones sujeto-objeto, pero también el de la antropología en otro tipo de conocimiento. 

En este caso, las relaciones del antropólogo como sujeto de estudio y una etnia determinada como objeto estudiado se suprimieron para dar lugar a un vínculo en el que el investigador fue asimilado hasta convertirse en aprendiz de payé y el oporaíva (cantor, dirigente espiritual de la tribu) en maestro que guía el aprendizaje. Según el análisis del escritor mexicano, esta relación implica la derrota de la antropología y el triunfo de la magia.

En análogo sentido se expresa el antropólogo Miguel Alberto Bartolomé, quien sostiene que la práctica etnográfica estará impregnada de componentes afectivos en tanto ese observador-investigador renuncie a la quimera de la neutralidad y asuma que no está tratando con pueblos-objeto, sino con personas, y que una investigación auténticamente participante implica vivir y sentir desde dentro las costumbres y los vínculos desde una posición de alteridad, desde la capacidad de asumirse en el lugar de ese Otro cultural. Por ello, este autor también rechaza la terminología de “informante” para referirse a los miembros de una determinada comunidad que aportan datos al investigador sobre su propia cultura y a quienes considera más bien como “interlocutores de las sociedades a las que interroga”, según consigna en su ensayo “En defensa de la etnografía”.


En este mismo artículo menciona otras transformaciones que se deben dar en el marco de la acción antropológica como la inversión de la narración etnográfica. Esto es, en lugar de hablar sobre los indios emprender el esfuerzo de tratar de hablar con y para esos mismos indios. Esta necesaria transformación se ve, a su vez, forzada por el hecho de que cada vez más el trabajo antropológico será leído y criticado por quienes hasta ahora no eran sino objetos de estudio, fenómeno que el autor define como reversión social de la información.


El investigador iniciado

Cadogan fue adoptado por los mbyá-guaraní como “miembro genuino del asiento de los fogones” e iniciado en las tradiciones de los Jeguakáva tenonde porãngue i (endonimia de los mbyá, que significa “los primeros elegidos que han portado el hermoso adorno de plumas”) bajo el nombre de Tupã Kuchuvi Veve (agente del genio tutelar de las aguas y el trueno que en forma de torbellino pasa volando espantando a los duendes portadores del pochy), por lo que su obra es la semblanza de una conversión más que una mera investigación etnográfica.


De hecho, Cadogan nunca realizó estudios especializados de antropología. En una entrevista realizada por el diario La Tribuna en 1969, al ser consultado sobre su formación académica, con esa ironía ingeniosa que caracteriza a sus “Memorias” respondió que él se graduó de doctor en arandu ka’aty (sabiduría de la selva). El propio Karoga, como lo llamaban sus amigos mbyá, en varias ocasiones señaló que los principales maestros de su vida fueron los místicos de la selva, los sabios que recibían las palabras inspiradas de la llama y la tenue neblina que se depositaban en el adorno de plumas.

Lo sagrado y lo profano

Por otro lado, tampoco hay que ocultar los conflictos y disputas internas que suscitaron la publicación y traducción de los cánticos sagrados a fin de dimensionar el sentido de responsabilidad que implica la investigación científica de los grupos humanos. Los indígenas conservan, en mayor o menor medida y aunque la tendencia haya cedido, una valoración esotérica de sus tradiciones, y el hecho de divulgarlas constituyó una violación frontal a su código de ética. 

Esta circunstancia puede ser abordada desde una doble matriz. Según la nomenclatura conceptual de la etnografía, existen dos enfoques para medir las percepciones en un contexto de investigación, emic y etic. Desde una perspectiva emic (desde dentro), efectivamente se podría impugnar las consecuencias éticas de su trabajo al haber divulgado las ñe’ê porã tenonde a extraños, cuando que el conocimiento de las mismas debe circunscribirse a un ámbito restringido y solo a los que gozan de la plena confianza de la comunidad. El mismo Cadogan menciona que luego de haber difundido al público las palabras que le fueron reveladas algunos miembros de la comunidad se negaban incluso a responder sus preguntas sobre nominación botánica.

Desde una perspectiva etic (desde afuera: el investigador y la sociedad envolvente), el aporte de Cadogan resulta invaluable en cuanto a los datos que proporciona a fin de obtener un conocimiento más acabado de la mitología guaranítica al tiempo que contribuye a restituir a los nativos, al menos en parte, su dignidad achacada durante más de cinco siglos de explotación colonial. Sus investigaciones nos muestran que la lengua nativa, lejos de ser pobre e incapaz de transmitir conceptos mínimamente elaborados, es de una belleza y profundidad extraordinarias. La pérdida de estas narraciones orales sobre el fundamento del lenguaje humano hubiera implicado una verdadera catástrofe cultural.

En suma, la obra de Cadogan es una reconfiguración del tratado etnográfico en sentido tradicional y, más allá de su rigurosidad en materia lingüística y antropológica, encierra un alto componente de aprendizaje iniciático. Además de ello, es una invitación a dialogar de manera más abierta y sincera con ese Otro cultural que nuestros ideales de modernidad se empeñan en destruir.