jueves, 27 de junio de 2019

Un viaje en bus desde Brighton hasta los maestros de la guitarra paraguaya

Luego de su trilogía dedicada casi íntegramente a la música paraguaya, el guitarrista inglés Richard Durrant presenta un libro con fragmentos biográficos, fotografías y partituras de Agustín Barrios, Quirino Báez Allende, Felipe Sosa, Juan Adolfo Duarte y Kike Pedersen. 

En su cuaderno de viajero titulado The Number 26 Bus to Paraguay, Durrant nos cuenta las peripecias de su travesía rumbo a las tierras de Mangoré.
 


The Number 26 Bus to Paraguay” se titula el periplo musical de Richard Durrant, lanzado en octubre de 2016, que reúne pasajes biográficos, fotografías y partituras de cinco músicos paraguayos. El compilador también presenta obras de su autoría en las que los cultores de la guitarra clásica nacional han dejado impresa su huella. En nuestro medio solo circulan unos pocos ejemplares de gentileza en inglés y aún no ha sido editado en castellano.

El nombre del opúsculo homenajea a la línea en la que desde niño hacía el trayecto de su apartamento en las afueras de Brighton, al sur de Inglaterra y a una hora de Londres, rumbo a sus clases de guitarra en Waterloo Street, Hove. En esos viajes durante varios años contempló el paso de las estaciones poseído por el hechizo de Agustín Barrios y el lejano y mítico Paraguay  que construía en su imaginación.

Sus sueños de músico a tiempo completo se forjaron bajo el influjo mangoreano, entre ensayos y su grabación preferida flotando en el aire del piso donde vivía, Barrios interpretado por el venezolano Alirio Díaz, fallecido en julio de 2016 pocos meses antes de cumplir 93 años. A inicios de 2011, mientras trabajaba en unas grabaciones y resistía la tentación de ir a pescar, sonó el teléfono. Al otro lado del tubo un hombre con marcado acento sudamericano le preguntó si quería viajar al Paraguay. No pudo decir más que “OK”.

Las crónicas del viajero nos ofrecen unas páginas llenas de colores y la revelación de que entre los músicos que conoció en nuestro país lo sorprendió especialmente Juan Adolfo Duarte, nacido en Asunción en 1984. Durrant asegura que la obra de Duarte le cambió la vida. Se conocieron en 2012 en la casa de otro devoto mangoreano, el compositor y maestro caazapeño Felipe Sosa.

En un oscuro rincón del cuarto de Felipe, divisé una misteriosa figura sosteniendo la guitarra. Era Juan Duarte. Todavía en las sombras Juan empezó a tocar su nueva pieza: ‘Panambi raity’ y supe que mi vida había cambiado. Él era tan original, efusivo y colorido que, hasta entonces, solo había escuchado algo semejante en el trabajo de Agustín Barrios. Juan Duarte, humilde y de hablar bajo, estaba tejiendo la misma magia que con Felipe me indicaron, a través de su música, que volvería al Paraguay muchas veces”, escribe Durrant en un estilo coloquial que invita al lector a un diálogo íntimo.

Richard Durrant y Juan Duarte, en la previa de un concierto del músico inglés en Asunción en 2013.

La mayor parte de su vida se figuró una tierra mitológica en la que, por fin, puso los pies en abril de 2011, dominado por el afán de encontrarse con Barrios. Del aeropuerto se dirigió a la casa de Felipe, quien tras recibirlo se puso a tocar Villa Alondra. Mientras lo escuchaba, el arribeño quedó convencido de que su estadía no sería solo por Barrios. El amor al oficio construyó entre ambos un mutuo entendimiento a pesar del inmenso mar y las palabras no dichas.

La trilogía
En el curso de este trayecto Durrant ha dedicado casi íntegramente una trilogía a la música paraguaya. El primero y más importante para el autor, “The Number 26 Bus to Paraguay”, rinde tributo a sus piezas favoritas de Mangoré: “Cueca”, “Mazurka Apasionata”, “Danza Paraguaya”, “Aire de Zamba”, “Maxixe”, “Un sueño en la Floresta”, “Minuet”, “Gavota al estilo antiguo”, “Aconquija”, “Villancico de Navidad” y un reprise de la “Danza”. 

La serie continúa con “Hijo de Hombre”, que entre el acervo de Barrios incluye el “Vals Opus ocho, No. 4”, los tres movimientos de la “Catedral” (Saudade, Andante Religioso y Allegro Solemne) y “Una limosna por el amor de Dios”. La selección se completa con “Gato Polkeado”, “Tarentelle” y “Florinda” de Quirino Báez Allende; “Villa Alondra” de Felipe Sosa; “Newcastle to Peterborough/Neike Javy’a” y “Cacique Jeroky” de Kike Pedersen, además de una obra propia, “Apretón de Manos”.
 
Sobre esta última narra un episodio en que se entremezclan la ficción y lo onírico. En aquella primera visita Durrant dictó una conferencia y ofreció una audición en el Hotel del Lago de San Bernardino, hospedaje y escenario de memorables conciertos de Barrios en los años veinte. Allí conoció a dos estudiosos del guitarrista misionero, el biógrafo e intérprete norteamericano Richard Stover y el historiador norteamericano de origen paraguayo Carlos Salcedo.

Pero había alguien más en el lugar. Podía sentir la presencia de Nitsuga. En medio de la noche Durrant despierta, se levanta y baja las escaleras hacia el bar convencido de que se encontraría con ese great man, según sus propias palabras, y a quien tenía tantas preguntas que hacer. Pero el bar estaba vacío y cayó en la cuenta de que llegó ochenta años tarde. A la mañana siguiente el frustrado encuentro le hizo escribir una breve pieza musical, “Apretón de Manos”, cuyo manuscrito original dejó en una vitrina del hotel en caso de que Barrios volviera a pasar por allí.



La propagación de las cuerdas
Resulta especialmente destacable el valor divulgativo de la publicación puesto que, además de difundir las obras de los jóvenes Duarte y Pedersen, rescata al olvidado Quirino, hijo del intelectual y expresidente liberal Cecilio Báez. Hacia los años treinta, Báez Allende se consolidó como uno de los mejores guitarristas de la región haciendo escala en varios países. En 1950 emprendió su retorno y se dedicó fundamentalmente a la enseñanza del instrumento. A su muerte, acaecida en 1963, siguió un largo silencio hasta que en 2012 una sobrina nieta, Leticia Báez, publicó un libro con su biografía y obras, “Quirino Báez Allende. Sonidos y Alma entre cuerdas”.

Durrant añade unas notas y un pasaje extra en la primera parte del final de “Tarantelle”. La afición por la velocidad deja su impronta en todas sus ejecuciones. Duarte reconoce que nunca disfrutó tanto de sus obras como al escucharlas versionadas por el intérprete británico, que en los conciertos acostumbra a subir pynandi al escenario como si también tocara con los dedos de los pies.
Tres solos de guitarra de Duarte integran “The Girl at the Airport”: “Panambi raity”, “Soliloquio” y “Romanza di un sole”. Durrant afirma que este último fue un pedido especial al compositor compatriota a fin de hacer un espacio entre los destellos de virtuosismo y jazziness. El disco está dedicado a las víctimas del desastre de Shoreham airshow, ocurrido el 22 de agosto de 2015 cuando durante una exhibición aérea un cazabombardero se estrelló en una zona urbana.

El álbum incluye además “Jha che Valle” de Barrios, “Our man in Asuncion” –variaciones de “Madrigal Gavota” con arreglos de Beto Barsotti–, “Recuerdos de Ypacaraí” de Demetrio Ortiz; “Vuelo de Luciérnagas”, “Melodía para Rosemary” y “Margaret” de Kike Pedersen; “El Cóndor Pasa” de Daniel Alomía Robles y de su autoría nos ofrece “The Girl at the Airport 1 y 2”, “Night Flight to Lima” y “La Isla del Paraguay”.

Respecto a esta última composición explica que fue concebida durante un encuentro en el que, un tanto perdido en la conversación sentado a la mesa de un tradicional bar de la calle Palma, su mente se puso a flotar entre notas musicales. Extraviado entre palabras que le resultaban apenas comprensibles se dejó llevar por el exotismo y el lirismo del guaraní y el español para convertir en música esos sonidos cuyos conceptos se le escurrían.

Un encuentro prolongado por los raudales
De su paso por Arpa Róga resalta la amistad entablada con Crystóbal y Kike Pedersen. De este ofrece dos interpretaciones en guitarra de las composiciones para arpa “Melodía para Rosemary” y “Margaret”, y “Newcastle to Peterborough”. Una tormenta prolongó su estancia en los salones de la academia ante los raudales que disuadían cualquier tentativa de aventurarse por las calles. A manera de un presente versiona estas obras para arpa con varias guitarras, ukeleles, doble bajo, percusión y sintetizadores.

Como la mayoría de las grandes obras, hay varias maneras de tocar una pieza si la abordamos con amor y respeto”, acota. En cada interpretación Durrant se entrega a sus propias vivencias y en las presentaciones en vivo no lee las partituras. 
 
Voy por las últimas páginas del libro mientras espero el bus en plena hora pico sobre Mariscal López. Una Línea 26 se detiene en el semáforo. En el cartel se lee Acceso Sur. Ante el despliegue de tantos asientos desocupados no pude evitar la tentación de subir urgido por la necesidad de esbozar las primeras líneas de esta reseña. Ni siquiera atino a preguntar qué parte de Acceso Sur. Entre vueltas y vueltas, muy lejos de mi destino, deambulé tantos kilómetros que por un momento se me hizo que estaba llegando a Brighton.



miércoles, 19 de junio de 2019

Magia en Mangoty

Esta es la historia de un mago del fútbol que, tras los sucesos de una mañana de domingo, despertó varios meses después en un mundo distinto al que había vivido hasta entonces.


Miguel Antoliano Chávez, alias Cayé, un cultor del arte del fútbol.


Siete frondosos árboles de mango proyectaban una fresca sombra sobre la cancha de arena del barrio, donde ahora solo queda un baldío alambrado. Junto con el recuerdo de Mangoty, a muchos no se nos borra la magia de Miguel Antoliano Chávez, alias Cayé. Así era conocido por la mayoría por el parecido físico que le atribuían tenía con el exfutbolista y técnico de fútbol Cayetano Ré. Pero si de comparaciones hablamos, su magia podría ser ciertamente comparada con la de Ronaldinho Gaúcho.


Hábil con la pelota, en la corrida y de un salto impecable a pesar de su baja estatura. Amague, chuleo, velocidad, fuerza y definición. Presencié su magia y sufrí sus goles tantas veces en nuestra entrañable canchita de yvyku’i del barrio Gloria María de Villa Elisa. Muchos no dejamos de preguntarnos qué hubiera sido de él si aquella mañana la sucesión de hechos se hubiera encadenado de otra manera.

Fue a principios del año 2002. Tenía poco más de 20 años y jugaba en la reserva de club Sol de América. Según recuerda uno de sus compañeros, Remi, el equipo de Primera iba mal y la amenaza del descenso hizo que el DT se viera forzado a empezar a mover las piezas. Estaba casi cantado que sería llamado a jugar en el plantel principal. Aquel domingo tenían planeado ir a un paseo a Piribebuy que era organizado por su equipo del torneo de la plaza Acosta Ñu, Las Palmas. 

Sin embargo, andaban algo cortos de plata, por lo que decidieron quedarse. Ni siquiera un golpe de suerte de último momento varió la decisión. El sábado Remi ganó 500.000 guaraníes jugando a la quiniela, pero los planes del paseo ya fueron cancelados. No obstante, el premio ganado bien valía una celebración y esta se extendió ya bien entrada la madrugada.

Aquella mañana el sol encendía la tierra colorada exacerbando los vapores de la noche anterior. En esa jornada dominguera jugaban Málaga versus Sport Selvita, el clásico de ese coliseo natural formado en la cúspide de una meseta enclavada entre profundas zanjas formadas por los raudales.

A pesar de la resaca de su máxima estrella, su equipo logró arrancar al menos un empate 1-1. Terminado el partido, reciben una oferta extra. Prometen pagarles un cierto dinero dependiendo del resultado para disputar un partido de otro torneo en la cancha de Coronel Martínez, en el vecino barrio de Ypatí, a menos de cinco minutos de donde estaban.

Deben salir rápidamente porque el partido empezaba en 20 minutos. Un Hyundai rojo del año estaba aguardando. El auto no arrancaba. Un primer presagio se hacía sentir. Alguien se acercó para ayudar, alzó el capó y advirtió que un cable que va a la batería estaba desconectado. Solucionado el percance, suben todos al auto. 

El conductor, un tal Choko, había prolongado la fiesta de la noche del sábado y pasada la media mañana del domingo seguía sin dormir. A su lado se sentó una chica. En el asiento de atrás se acomodó primero Fredy, detrás del acompañante tomó un lugar Remi y Cayé se ubicó en el medio. Esta sería su condena.

–Acá a la derecha bajeá para irnos a la cancha, dirige Remi.

–No, vamos a arribar a cargar combustible, retruca el conductor.

–Llevame nomás a mi casa, voy a dormir –pide finalmente Cayé, quizá súbitamente alertado por una corazonada tras el anuncio de que desviarían el camino.

El auto subió la calle José Asunción Flores hasta Américo Picco. Al tomar la doble avenida empezó a picar y picar. A apenas una cuadra de la curva de Sol de Mayo el chofer no daba señales de disminuir la marcha para girar. Remi echó un ojo al velocímetro y observó con pavor que iban a 170 km/h en rumbo directo a la muralla que bordea la esquina de la pollería. El conductor apenas atinaba a bambolear la cabeza en medio de su ebria somnolencia.

Milésimas de segundos después de los gritos desesperados para despertarlo, todo se puso oscuro. A Remi ya lo habían cubierto con una sábana blanca dándolo por muerto. No recuerda nada del momento del choque. Solo despertó en el hospital con la cabeza vendada. Cayé salió despedido a través del parabrisas y su cabeza se estrelló contra la columna de cemento reduciendo a polvo una fracción de su cráneo. Pasó seis meses en terapia intensiva y muchas cosas cambiaron desde entonces. 

-Qué hubiera pasado o dónde estaría hoy si aquella mañana las cosas hubieran ocurrido de otro modo –me pregunto a menudo. Muchos otros que también lo vieron jugar con seguridad se preguntarán lo mismo.


La excancha de Mangoty, ahora reducida a un baldío con cercas.

martes, 18 de junio de 2019

Travesía al país donde viven los loros

Rescato una crónica escrita en marzo de 2015 tras una visita que realicé a la comunidad sanapaná Xákmok Kásek, en el Chaco paraguayo. 

martes, 4 de junio de 2019

La historia soñada, cantada y danzada de los tomárãho

En este post quiero compartir algunas palabras sobre mi libro “La narrativa tomárãho como estrategia de adaptación”, un análisis de tradiciones orales de los yshyr transcriptas y traducidas por el antropólogo Guillermo Sequera.

 
Portada y contratapa del libro.

Como primer punto cabe resaltar que, más allá de los análisis intrínsecos o formales, pretendo demostrar la utilidad material de la oratura como un sistema que ha desempeñado una función activa en la gestión de los recursos, en especial del principio de escasez. Es decir, la administración de bienes limitados ante deseos siempre ilimitados. Si los economistas sostienen que sin escasez no habría existido la economía, es posible ir más allá y sostener que sin escasez no habría existido la cultura misma, pues no habría sido necesario producir ni transformar la naturaleza. 

Los estudios literarios raramente han valorado la oratura indígena más allá de la función poética o el valor literario de las tradiciones orales. En la mayoría de los casos ha predominado una visión romántica y el afán de rescatar elementos extravagantes de la fantasía de culturas agonizantes. Es lógico que así haya sido a fuerza misma de nuestra propia competencia disciplinaria y sus limitaciones. En este breve libro me aventuro en el campo de la antropología y la economía para intentar explicar de qué manera y cómo estos relatos constituyen un sistema lógico y coherente que tiene un indiscutible valor adaptante. Es decir, ha contribuido a la gestión de los recursos y a la supervivencia de la especie.

Para la elaboración del ensayo, realicé una breve visita de unas semanas a fin de conocer la realidad actual de los tomárãho a fin de intentar evitar presentar una visión muy deformada o lejana tomando en cuenta que los relatos analizados fueron colectados hace más de treinta años y la fuente principal son relatos escritos mediados por el compilador. Esto resulta completamente ajeno a la naturaleza de la tradición oral de este pueblo que tiene, en primer lugar, un origen onírico y su plano de expresión se basa en el canto y la danza, métodos de registro dinámicos, múltiples y cambiantes con relación al carácter estático y unívoco de la escritura.

La organización del texto
El primer capítulo está dedicado al marco teórico desde el cual se aborda el análisis. En este se explican someramente, entre otros, el concepto de estrategia adaptante, propuesto por el antropólogo norteamericano Yehudi Cohen. Las estrategias adaptantes son definidas por Cohen como el sistema de producción económica en función al uso de las energías del hábitat, incluyendo las del propio cuerpo, con fines productivos. Por ello, mi propósito es presentar una explicación materialista del universo simbólico de los tomárãho. Así también se hace referencia a investigaciones que han destacado la función adaptante del arte, en contraposición a la concepción occidental, que considera al arte como una actividad separada de la vida y que, incluso, para gozar de tal dignidad no debe tener otro fin más que él mismo.

Posteriormente, en el segundo capítulo se desarrolla propiamente el tema objeto del libro: el análisis de la oratura tomárãho. A lo largo del ensayo se analizan doce cuentos, de los cuales se incluyen seis relatos inéditos en el anexo. El enfoque maestro parte de un clásico de la antropología, Bronislaw Malinowski, quien en sus trabajos sobre el totemismo resaltó el afán, expresado en el ritual y las relaciones de parentesco, de entablar una afinidad entre el mundo vegetal, animal y humano de manera que este último pueda, a través del empleo de sus propias fuerzas reproductivas, colaborar en la multiplicación de especies indispensables para la vida, pero cuya muerte, sin embargo, le es necesaria.

La vida nómade
Una de las principales estrategias de adaptación de los forrajeros es la vida nómade. Estas sociedades mudaban permanentemente de asentamiento para evitar el agotamiento de los recursos y permitir su regeneración. En arreglo a esto, las historias dan cuenta de la lucha entre el individuo y la sociedad, las guerras intertribales, el enfrentamiento contra los espíritus y la transgresión (muchas veces expresada en el hecho de cazar más de lo necesario) que impulsan las migraciones como la principal estrategia de restablecer el equilibrio roto o en riesgo.

Pero finalmente el conflicto es siempre necesario. La sublevación tiene como desenlace la neutralización de las fuerzas disgregadoras. En este sentido, hay que observar que Pierre Clastres ya había destacado la función sociológica de la guerra en estas sociedades, a las que calificó como sociedades contra el Estado. Para el antropólogo francés, a través de la guerra se combatía la estratificación social, la fuerza unificadora del Uno. A esto se puede añadir que la razón de la guerra es la necesidad de migrar. Sin conflicto, no habría nomadismo. Sin nomadismo, se agotarían los recursos necesarios para la vida. En contra de lo que nos ha enseñado la cultura sedentaria de la polis, es necesario mudarse siempre, comenzar de nuevo de manera constante y permanente.