Con motivo del Día Internacional de la Narración Oral, que se recuerda el 20 de marzo, reedito esta entrevista con el escritor cubano Francisco López Sacha en la que se abordan algunos de los aspectos centrales de los cambios en las
maneras de contar, desde los narradores africanos, el periodista y la
novela moderna.
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Francisco López Sacha subraya el papel fundamental de la música en su oficio de escritor. |
Cada palabra se hace gesto, seña y
música. Francisco López Sacha, escritor, crítico y docente cubano,
representa coreográficamente cada frase y vocablo. “Yo soy un griot”,
dice al compararse con los narradores africanos que actúan la historia
contada.
López Sacha inició su odisea en los
narradores orales africanos llegando hasta los maestros de la
novelística como Faulkner, Joyce, García Márquez, entre otros. Afirma
que la gracia de la oralidad es la presencia de un público, que con el
texto escrito se convierte en un público virtual dilatado en el tiempo.
La escritura, a su vez, aporta la perdurabilidad, sostiene. Observa que
la oralidad es un acto gregario mientras que la literatura es un hecho
más bien individual. De esta manera, retomamos aquellas preguntas
fundacionales sobre la acción de narrar.
En el entrecruzamiento entre los
universos de la oralidad y la escritura, el autor resalta la labor del
escritor paraguayo Augusto Roa Bastos en eliminar la barrera entre el
narrador y el personaje. Asimismo, Sacha es concluyente al señalar la
influencia de la música en su obra y asevera sin ambages que “sin música
no habría literatura”.
Autor de El descubrimiento del azul, La
nueva cuentística cubana, entre otros títulos, conversamos con él al
término del seminario de narrativa del Instituto Internacional de
Periodismo José Martí de La Habana, Cuba.
–Desde la perspectiva del oficio de contar, ¿qué se ganó y que se perdió en la transición de la oralidad a la escritura?
–En principio fue una necesidad humana,
transformar el sonido en palabra escrita, en texto. La oralidad tenía
la gracia de tener al público presente. Cuando llegamos a la escritura
ese público presente desaparece, se convierte en un público virtual.
Virtual en el sentido de que no está aquí y ahora con el narrador, sino
que lo acompañará a lo largo del tiempo si alcanza a ser leída por
varias generaciones de lectores. El lector potencial es mucho mayor que
el público presente en la narración oral, pero también es un público muy
dilatado en el tiempo.
La escritura sí tiene la ventaja de la
permanencia en el tiempo. La oralidad es, como dice Peter Brook, un
lenguaje escrito en el tiempo. Se va. Pero la escritura permanece. Y el
hecho de permanecer es lo que nos permite realmente conceptuar el
relato dentro de una estructura que se modifica y vemos la modificación a
lo largo de los siglos.
–Aunque la escritura goce de mayor
estatus social, ciertamente la oralidad apela a una mayor cantidad de
recursos: entonación, gestualidad, interacción con el público, etc.
–Ambos cumplen funciones distintas. La
oralidad es un acto gregario. Es un acto de congregación. La oralidad
implica unión. En cambio la escritura implica un acto individual. En el
acto de escritura está la intimidad del lector frente al texto. En el
acto de la oralidad está la comunión del narrador con el espectador y de
este con los demás espectadores. Son funciones diversas y ambas son
necesarias. Por eso la narración oral sobrevive, todavía existe y
existirá. No es un remanente de la cultura, sino un hecho real de la
cultura.
–¿Cuál es el espacio que se abre entre los narradores orales y el relato moderno?
El griot africano cuenta, canta y actúa la historia. Y es la presencia del público. El griot
podría contar una historia como lo puede contar el narrador moderno con
la diferencia de que el griot baila, canta, escenifica la historia y
obliga al público a participar de ese espectáculo. El griot es un
espectáculo. El narrador contemporáneo no es un espectáculo. Está
escribiendo para ser publicado, no para ser leído de inmediato. Por
tanto, recurre a otros resortes de carácter emotivo, de estructura, de
lenguaje, de escritura, que hace muy compleja la narración. La diferencia también es que el griot
está obligado a contar historias. En cambio, el narrador contemporáneo
puede contar historias, o puede contar argumentos o puede contar tramas o
puede contar muchas cosas porque va a ser leído, no exactamente
escuchado.
–Roa Bastos es un escritor que
intentó eliminar esa frontera entre oralidad y escritura o al menos
estrechó fuertemente a ambas.
–Roa Bastos es uno de los grandes
maestros del idioma. Yo el Supremo es una de las grandes novelas que se
han escrito alguna vez en español. Nos mostró, al menos a mi generación
de escritores, una apertura enorme hacia el lenguaje oral. Para mí es
una obra maestra de la oralidad latinoamericana porque colocó a un
narrador en tercera persona y en primera persona mezclado. Y violó la
frontera del diálogo. El diálogo se incorpora al relato de una manera
natural. Estás dialogando y narrando, dialogando y narrando y no echas
de menos a un narrador. Eso es extraordinario. Da la sensación de que es
el personaje mismo el que está desarrollando la historia. Para mí Yo el
Supremo tiene esa novedad y al mismo tiempo cuenta una historia con un
aparato crítico. Tú sientes la fuente del historiador, la fuente del
investigador. De modo que no está haciendo una ficción propiamente
dicha, está reelaborando materiales históricos, pero la estructura es de
ficción. Creo que esa novela le abrió un universo grandísimo a la
literatura en español.
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Fachada del Instituto Internacional de Periodismo José Martí de La Habana, Cuba. |
–¿Y qué lugar ocupa el periodista entre estos contadores de historias?
–El periodismo tiene un género narrativo
esencial que es la crónica. La palabra lo dice: el desarrollo de una
historia en el tiempo, el proceso temporal en el cual uno incorpora
sucesos, acontecimientos de importancia que el cronista registra. Ese es
el género para mí más narrativo del periodismo. Tienes a Martí, a
Hemingway, a Carpentier, que han sido grandes cronistas. La crónica
trabaja con los mismos ingredientes del relato de ficción, solo que
muchas veces procede de un hecho real.
El otro género periodístico de
importancia es el reportaje, que da origen a un género incluso: el
testimonio. El reportaje narra acontecimientos que el periodista
investiga, monta, desarrolla, dramatiza y le da un sentido de causalidad
y continuidad. Como ocurre en un cuento. Hasta una noticia puede ser
objeto de análisis narrativo. Hay noticias que tienen su dramaturgia
narrativa y que se conciben prácticamente como un cuento o como un
minicuento. El periodismo le debe mucho a la narrativa. Lo que pasa es
que el periodismo trabaja no con referentes, sino con sucesos objetivos
de la realidad. Mientras que la ficción sí trabaja con un sistema
referencial. Y ahí hay una diferencia como entre el cine documental y el
de ficción. De hecho, hoy un documental se hace como una película de
ficción con la diferencia de que la ficción trabaja con personajes y el
documental con personas. A los efectos reales se realizan casi de la
misma manera.
–Usted se desmarca de esa discusión entre forma y contenido.
–Eso no tiene razón de ser ahora, tuvo
su justificación en el siglo XIX y parte del siglo XX cuando había una
batalla por el llamado contenido y la forma. Hoy sabemos gracias a los
estudios de los formalistas rusos, de la escuela de Frankfurt, y de una
serie de investigaciones de la semiología y de la semiótica, que lo que
hay son expresiones. Hay un plano de la expresión y un plano de la
historia. Eso es lo que realmente opera en un relato. Y por tanto no es
dable hoy hablar de forma y contenido, sino de plano de la expresión y
plano de lo expresado, de desarrollo de estrategias discursivas en un
texto con los sucesos, los conflictos, los personajes. Lo que te da
precisamente la capacidad de que eso sea una historia y de que se
convierta en un argumento. Eso lo resuelves en la lectura. Y lo
resuelves teóricamente cuando estudias las zonas específicas en las
cuales se desenvuelve el relato. Ya sea la causalidad, la continuidad,
la función del narrador, la función del contexto, la función del aparato
referencial, la función misma de la escritura, del lenguaje. Todo eso
son valores, están más allá de una definición binaria entre forma y
contenido, que no tiene sentido hoy.
–¿Cómo se da la influencia africana en la narración cubana?
–Es una pregunta difícil de responder.
Ya no podemos hablar de una influencia africana porque África ya no está
en Cuba. Podemos hablar más bien de una influencia de origen africano
debido a la larga tradición mediante la cual el mundo de las culturas
africanas se asentó en el Caribe y desarrolló perspectivas para todas
las artes. En la literatura se ve menos porque el idioma que hablamos es
el español no el yoruba, por ejemplo. Por tanto la influencia africana
en el idioma es menor que por ejemplo en la plástica o en la música,
donde la influencia es determinante. Aun así hay influencia africana en
el ritmo, en el tempo, en el uso de palabras. Yo creo que un poeta como
Nicolás Guillén no sería un poeta completo sin los sonidos yorubas y
bantús en sus poemas. Y de hecho, la asimilación de la música cubana
dentro de la poesía implica una influencia africana también. Ya en los
demás géneros es muy difícil hablar de eso.
–En la concepción de su obra literaria usted rescata especialmente el papel de la música.
–Yo creo que la música es el sostén de
la literatura. Ya sea la música del idioma, la búsqueda del escritor de
la musicalidad en el idioma, ya sea la estructura musical propiamente
dicha aplicada a los cuentos y a las novelas. En ambos casos la música
tiene un valor preponderante. Yo no podría ser escritor si la música no
existiera. Yo soy un escritor de oído. Cuando siento el texto siento la
musicalidad interna del texto. Y a veces la musicalidad provocada por
algo que yo le pongo intencionalmente al texto que proviene de la
estructura musical. Hay otros escritores que trabajan con la imagen
plástica, otros que trabajan con la imagen arquitectónica, otros que
trabajan con el baile, con la danza. Pero en el fondo todos estamos
vibrando con la música. Sin música no habría literatura.