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viernes, 16 de julio de 2021

Qué pasa en Cuba

Mi experiencia en la isla relatada en primera persona; un recuento sobre algunos aspectos de la realidad cubana y las protestas que tuvieron lugar en los últimos días.

 

Escenas inusitadas se vieron en San Antonio de los Baños, desde donde las protestas se replicaron en otras zonas de La Habana. Foto: Diario las Américas.


He visitado Cuba en dos ocasiones. La primera en 2014 como turista y la segunda en 2016 para un encuentro sindical, que culminó con una participación en la marcha del 1 de mayo en la Plaza de la Revolución, donde se rindió homenaje a Fidel Castro por sus 90 años. No obstante, en esta ocasión prefiero hacer mayor énfasis en mi primera experiencia.

Lo primero que noté al entablar conversación con la gente es que a los extranjeros nos trataban como si fuéramos las personas más afortunadas del mundo por poder salir de nuestros países; es decir, denotaban cierta sensación de encierro. En efecto, hasta hace poco tiempo el pasaporte cubano (225 dólares) era considerado uno de los más caros del mundo con relación al ingreso de sus habitantes hasta que en febrero pasado esta tarifa se actualizó en 100 dólares. (A modo de comparación, el pasaporte paraguayo cuesta unos 40 dólares).

A simple vista he notado que domina el porte de personas bien nutridas y sanas. Yo solo lo pensé, pero Marta, una amiga costarricense que hice en el viaje, hizo un comentario más o menos en el mismo sentido. Al charlar con la media de los cubanos, ya sea trabajadores de los hoteles, hospedajes, taxistas, conductores de “limusinas cubanas” (bicicletas con habitáculos traseros para los pasajeros), manifestaban casi unánimemente que deseaban procurarse sus propios ingresos y disminuir la dependencia de los sistemas de proveeduría del Estado. Tampoco es una gran novedad que al común de la gente no le alcance la plata para vivir como quisiera y darse unos gustos.


Las “limusinas cubanas” son un buen punto de partida para sondear el ambiente. Foto: Havana Times

Cuba, como cualquier otro país latinoamericano, adolece de la falta de cuadros técnicos en ingeniería y áreas tecnológicas afines que apuntalen el crecimiento económico. Como bien lo señaló uno de los propios ponentes del seminario al que asistí (aunque dije que no hablaría de mi segundo viaje), a pesar de que Cuba tiene uno de los más altos niveles de egresados en ingeniería informática, esto no se ha traducido en un mayor desarrollo del país.  

No obstante, el Paraguay puede aprender mucho de sus muy eficientes programas de turismo cultural que atraen a viajeros de todo el mundo a través de cursos de filosofía, cine, literatura, música, etc. Así, basa su diplomacia cultural en tres premisas fundamentales: el fin del bloqueo, la devolución de la bahía de Guantánamo y una tercera reivindicación que ya fue lograda: la libertad de los cinco agentes de inteligencia cubanos presos en Estados Unidos y que fueron liberados durante el deshielo de las relaciones entre ambos países.

En mi caso participé en un taller de técnicas narrativas realizado en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí con los escritores Eduardo Heras de León y Francisco López Sacha, el primero de ellos excombatiente de Playa Girón. El curso, más la estadía de seis días y la alimentación, tenía un costo de 310 pesos convertibles cubanos (CUC).

Esta moneda se cambia uno a uno con el euro, no así con el dólar, que tiene nominalmente el mismo valor, pero está sujeto a un impuesto del 10%. Para empezar, nunca lleve dólares. También debía aprender a manejarse con el peso cubano (CUP), que tiene una relación de 25 a 1 con el CUC. Este sistema rigió desde 1994 hasta enero de este 2021, cuando se eliminó la doble moneda.

El monstruo

Al abordar un taxi, se debe aguardar que los tres lugares del asiento trasero se ocupen.

-Cuando llenemos el taxi, salimos –dice el chofer luego de advertir que yo miro por todos lados como preguntándome qué esperábamos. Los taxis hacen un trayecto más o menos fijo como los buses. Si no van exactamente donde querés ir, uno debe abordar otro para llegar a su destino.

Le indico al conductor el lugar adonde me dirijo.

-A Mar Azul, por favor.

Una niña de cabello ensortijado sentada en el regazo de su madre en el asiento de al lado me interrogó rápidamente.

-¿Por qué usted habla otro idioma? –dijo inquisitiva.

-No es otro idioma, es el mismo que el tuyo, pero vivo en otro país.

-Y cómo va a salir y dejar a su mamá –me cuestionó.

-¿En su país también hay gente maleducada? –añadió antes de que pudiera contestar a su primera pregunta.

-Es que en mi país no hay mar y siempre quise conocer. Sí, también hay mucha gente maleducada –respondí.

-Ahhh, si no hay mar, entonces no quiero ir a su país –dijo tranquilizada. Me ofreció un caramelo y se aprestó a seguir hablando.

-¿Usted sabe que nosotros peleamos contra un monstruo que quiere comernos y que vive al otro lado del mar? –preguntó.

-Ahh, ¿en serio? –dije haciendo un gesto de gravedad con la alarma que requería una amenaza de este tipo.

Su madre lanza una discreta risotada y le dice que ya ha hablado suficiente, que ya basta. Ella asintió obedientemente y no volvió a emitir palabra alguna hasta despedirse. Al llegar a la playa, compro una botella de ron y enciendo un habano.

El escenario pandémico

Claramente Cuba no es ajena a las tremendas dificultades económicas que está causando la pandemia a nivel mundial, a lo cual se suma el endurecimiento de las medidas del embargo norteamericano dictadas por la administración Trump tras la política de acercamiento de Barack Obama. Voceros de la cancillería cubana indican que la administración Biden no ha levantado ninguna de las 240 sanciones impuestas por su antecesor tras un informe en el que declara a Cuba como una dictadura que viola sistemáticamente los derechos humanos.

A las dificultades del embargo, se suman los problemas estructurales de la producción centralizada dirigida por el Estado, que fueron agravados por la caída del turismo a raíz de la pandemia, un sector con una incidencia del 10 por ciento del producto interno bruto.

Los portales internacionales hablan de que en Cuba están teniendo lugar actualmente las mayores manifestaciones en 60 años bajo el grito de “libertad” y “abajo la dictadura”. Las principales exigencias son alimentos, vacunas y el fin de los apagones. Ya se ha registrado una víctima mortal, así como heridos, detenidos y un fotógrafo de la AP agredido por agentes. También se denunció la interrupción del servicio de internet móvil.


El corresponsal de AP en La Habana, el español Ramón Espinosa, fue atacado por agentes durante las protestas. Foto: Adalberto Roque (AFP)

Grito de guerra

“La orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios”, fue la respuesta del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, ante las protestas instando a los defensores de la revolución a salir a enfrentar a los “gusanos y mercenarios”. Acusó a su vez al gobierno de los Estados Unidos de estar detrás de los disturbios.

El récord diario de 3.519 infecciones hizo estallar escenas inusitadas como vehículos volcados, cuando lo que comúnmente estábamos habituados a ver era a unas viejitas de blanco que lanzaban consignas contra el régimen luego de la misa de los domingos.

En este apremiante contexto sanitario se está aguardando la aprobación de la vacuna Soberana 02, que según se ha reportado tiene un 91.5% de eficacia. Hasta ahora se ha celebrado un contrato de transferencia tecnológica entre el Instituto de Vacunas Finlay de Cuba y el Instituto Pasteur de Irán para la producción de la Soberana 02 en el país islámico luego de la fase tres de pruebas clínicas. Tras las primeras pruebas, desde el instituto iraní se ha anunciado que se ha detectado un 100 por ciento de efectividad para los peores casos de covid-19. El gobierno mexicano también ha manifestado interés en participar del proceso de elaboración de los inmunizantes.


“A la calle los revolucionarios”, fue el grito de guerra que lanzó Miguel Díaz-Canel convocando a los defensores de la revolución. Foto: Eliana Aponte (AP)

La “guerra informativa” y la economía

Consultado por un medio de prensa local sobre la situación que se vive en la isla, el embajador paraguayo en Cuba, Bernardino Cano Radil, con la natural reserva de quien ejerce un cargo diplomático, habló de que existe una guerra informativa asegurando que, a pesar de la profunda crisis económica, las protestas han sido sobredimensionadas en las redes sociales y que el movimiento en las calles fue mucho menor al presentado en los medios internacionales. Esto último va en cierta consonancia con la campaña denunciada por el gobierno sobre fotografías de marchas de adherentes a la revolución presentados en publicaciones del New York Times como opositores.

En cualquier caso, hacer oídos sordos al grito de las calles nunca es la mejor opción. En efecto, el gobierno cubano ha anunciado un paquete de medidas para enfrentar la crisis, entre ellas la liberación de aranceles a la importación de alimentos y medicinas. Así también, dos medidas económicas para “dinamizar a la empresa estatal socialista”.

La primera se parece a un plan de flexibilización laboral que consiste en la eliminación de la escala salarial, lo que podría asimilarse a la supresión del salario mínimo, bajo el principio de que “se gana más mientras más riqueza se crea, más eficiente se es y mientras más se aporte al Estado, con un patrón de razonabilidad y sentido económico”, señala una publicación de Granma.

La segunda liberaliza las empresas estatales incentivando el trabajo por cuenta propia y permitiendo la participación de emprendimientos privados, universidades, centros científicos y unidades presupuestadas para ser socios en las mipymes estatales con participación en la gestión y el directorio.

Este es más o menos el complejo escenario que se vive en La Mayor de las Antillas, con una población que crecientemente exige para la vida cotidiana nuevas victorias de Playa Girón.

domingo, 26 de abril de 2020

Entre la ficción y la realidad: relación entre literatura y periodismo

En conmemoración del Día del Periodista, comparto una entrevista realizada al escritor y crítico cubano Eduardo Heras León en mayo de 2014 en la ciudad de La Habana. En esta charla abordamos, entre otros puntos, la relación entre el periodismo y la literatura así como la influencia de los factores políticos e históricos sobre la actividad creativa, en este caso partiendo de su experiencia de combatiente de Playa Girón.


El escritor y crítico cubano Eduardo Heras León. 


Bajo apresuradamente las escaleras de la residencia estudiantil y cruzo el ancho bulevar de la Avenida de los Presidentes entre 21 y 23. Es la cuadra dedicada al chileno Salvador Allende. Atravieso el portón del instituto, el patio y finalmente me acomodo en un pupitre cercano a la puerta del salón.

Con un hablar entre corrido y pausado, el escritor cubano Eduardo Heras León explica que, insatisfecho con las cronologías, decidió abordar el estudio de la literatura desde las técnicas narrativas. Y precisamente a eso se abocó durante las jornadas que estuvieron a su cargo en el taller de narrativa del Instituto Internacional de Periodismo José Martí de La Habana, Cuba.



Durante las tres sesiones ofreció una panorámica de los cambios que experimentaron los contadores de historias desde los precursores del género como Homero hasta Joyce, Faulkner, Rulfo, Vargas Llosa, entre otros maestros del género.

En este diálogo con “El chino” –como el mismo autor nos confiesa que le llaman– no podemos dejar de evocar las preguntas fundacionales del oficio: ¿por qué escribimos ficciones?, ¿para qué contamos?, ¿qué es la literatura?

Como combatiente de la batalla de Playa Girón, su obra está marcada por ese acontecimiento cuya magnitud, según nos cuenta, no había sospechado cuando le tocó vivirlo a los 19 años. Bajo el concluyente título de “La guerra tuvo seis nombres” (1968) presenta sus memorias de la batalla. “Yo solo digo lo que ocurrió”, asegura. Su compromiso con la verdad y la crudeza al mostrarla le valieron incluso sanciones como ser destinado a una fábrica, experiencia que recoge en “Acero” (1977).

No obstante, al ser consultado sobre si alguna vez sintió que su papel de escritor colisionara con su rol de militante, señala que no establece ninguna oposición entre ambas actividades y que al mismo tiempo que se considera un revolucionario que escribe se define también como un escritor revolucionario.

¿Por qué escribimos ficciones?

Mucha gente dice que porque no estamos de acuerdo con el mundo que nos rodea y que tenemos que arreglar esa relación con el mundo. Y por eso escribimos ficciones, para explicar la vida no como es, sino como debiera ser.

Si la literatura opera con la inversión de los planos de la realidad y el periodismo pretende describirla, ¿cómo se complementan y se contraponen estas dos disciplinas?

La realidad ficticia está en general basada en la realidad real con elementos que le añade uno como escritor. Claro, también trabajamos con planos fantásticos de la realidad y el periodismo generalmente con planos reales. Yo me inclino por lo que opinan García Márquez y Eduardo Galeano de que literatura y periodismo es lo mismo. No hay una gran diferencia entre uno y otro. Para mí periodismo y literatura son parte de lo mismo.

¿La literatura es mero entretenimiento, testimonio de época o una técnica de conocimiento como cualquier otra disciplina?

Es todo eso y más. La literatura es una manera más de ver la vida, una manera en que me comunico con los demás. El escritor escribe para los demás, no para uno. Y escribe para ayudar sobre todo a crear nuevos horizontes en la vida, a enriquecer un poco la vida de todos los días, la vida cotidiana. Es una manera de vivir. Yo no podría vivir sin la literatura.

En su obra resaltan los títulos dedicados al relato de su participación en la batalla de Playa Girón.

Yo fui combatiente en Playa Girón con 19 años. Esa circunstancia me cambió la vida. Yo siempre digo que mi vida se divide en dos mitades: antes de Playa Girón y después de Playa Girón. Si me preguntas por qué, te digo que porque le vi la cara a la muerte, me pisó muy cerca. Como decía Hemingway: un acontecimiento como la guerra es capaz de hacer madurar a un hombre antes de tiempo. Pasaron muchos años antes de que yo pudiera escribir. Esas vivencias se fueron asentando y cuando las evoqué en el año 68 solté seis cuentos que conformaron luego el libro “La guerra tuvo seis nombres”, dedicado a Playa Girón. Yo escribo lo que vivo y ese fue un acontecimiento vital para mi vida. Me marcó para siempre.


"Mi vida se divide en dos mitades: antes de Playa Girón y después de Playa Girón. Si me preguntas por qué, te digo que porque le vi la cara a la muerte".

Ese libro recoge creo que con bastante certeza y justicia lo que pasó allí. Trato de hablar la verdad, de lo que sucedió. Trato de hablar del miedo y del valor. Porque si hubo mucho valor y mucho coraje, hubo también miedo. Es el ser humano en toda su extensión. Todas las emociones y los sentimientos del ser humano se reflejan y se intensifican en un acontecimiento como es la guerra. Y no se trata de edulcorar nada.

Así es como hay que reflejar acontecimientos históricos, sin ocultar absolutamente nada. Buscar la verdad, que es en última instancia el objetivo de la literatura.

En este doble rol de intelectual y militante, sintió que alguna vez estos papeles entraran en colisión y que se tuvo que decidir por uno de ellos.

No decidirme. Yo siempre he sido el mismo. Yo siempre he sido un revolucionario que escribe. Sin embargo, a lo largo de mi vida he tenido encontronazos, generalmente con la burocracia o determinadas zonas del poder cultural que tenían una actitud dogmática, muy cerrada. Por ejemplo, a partir del año 71 hasta el 76 hubo un periodo aquí que hoy conocemos con el nombre de Quinquenio Gris, donde había una política cultural muy extremista y eso nos costó castigos. Yo estuve varios años trabajando en una fábrica precisamente por defender mis ideas, que son las ideas de la revolución. La vida me ha dado la razón. Yo nunca he tenido vacilaciones. Yo siempre he sido un revolucionario y voy a seguir siéndolo.

Cuando se trata de “escritores políticos” es difícil evitar la discusión entre el compromiso y el esteticismo. Pero en uno de sus relatos, “Un cuento por encargo”, usted no ve exclusión entre ambos.

Me alegra que me haya recordado ese cuento. Ese es un cuento que se lo dediqué a Tony Guerrero, uno de los cinco héroes (en referencia a los cubanos presos en EEUU, que ya fueron liberados, pero en el momento de la entrevista continuaban recluidos). Siempre se ha dicho o que la literatura por encargo no es verdadera literatura porque quedaría muy esquemática, no tendría la riqueza que tendría la literatura hecha sencillamente por la vocación del autor. En ese cuento yo quería expresar esa dicotomía entre Sartre y Camus de la literatura comprometida y la que supuestamente no lo es. Yo nunca me he planteado esa dicotomía porque yo escribo lo que yo vivo. Y si contar lo que yo vivo forma parte del compromiso con la sociedad, con la historia y con la misma revolución, para mí esa literatura es bienvenida. O sea, nunca me he planteado si voy a hacer una literatura comprometida u otra que no tenga nada que ver con el compromiso. Yo sencillamente escribo y allá va. Me parece que es un testimonio y tengo suficientes experiencias en la vida para seguir escribiendo.

Para finalizar, ¿cómo se definiría usted desde el punto de vista de su quehacer?

Siempre he dicho que soy un revolucionario que escribe. Creo que me siento así. Pero independientemente de eso, no podría dejar de escribir. O sea que soy un escritor también. Esa dicotomía para mí no existe. Ser un escritor no indica dejar de ser un revolucionario y ser un revolucionario no indica dejar de ser escritor.

miércoles, 20 de marzo de 2019

“La oralidad es un acto de congregación”

Con motivo del Día Internacional de la Narración Oral, que se recuerda el 20 de marzo, reedito esta entrevista con el escritor cubano Francisco López Sacha en la que se abordan algunos de los aspectos centrales de los cambios en las maneras de contar, desde los narradores africanos, el periodista y la novela moderna. 

Francisco López Sacha subraya el papel fundamental de la música en su oficio de escritor. 

Cada palabra se hace gesto, seña y música. Francisco López Sacha, escritor, crítico y docente cubano, representa coreográficamente cada frase y vocablo. “Yo soy un griot”, dice al compararse con los narradores africanos que actúan la historia contada.

López Sacha inició su odisea en los narradores orales africanos llegando hasta los maestros de la novelística como Faulkner, Joyce, García Márquez, entre otros. Afirma que la gracia de la oralidad es la presencia de un público, que con el texto escrito se convierte en un público virtual dilatado en el tiempo. La escritura, a su vez, aporta la perdurabilidad, sostiene. Observa que la oralidad es un acto gregario mientras que la literatura es un hecho más bien individual. De esta manera, retomamos aquellas preguntas fundacionales sobre la acción de narrar.

En el entrecruzamiento entre los universos de la oralidad y la escritura, el autor resalta la labor del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos en eliminar la barrera entre el narrador y el personaje. Asimismo, Sacha es concluyente al señalar la influencia de la música en su obra y asevera sin ambages que “sin música no habría literatura”.

Autor de El descubrimiento del azul, La nueva cuentística cubana, entre otros títulos, conversamos con él al término del seminario de narrativa del Instituto Internacional de Periodismo José Martí de La Habana, Cuba.

–Desde la perspectiva del oficio de contar, ¿qué se ganó y que se perdió en la transición de la oralidad a la escritura?

–En principio fue una necesidad humana, transformar el sonido en palabra escrita, en texto.  La oralidad tenía la gracia de tener al público presente. Cuando llegamos a la escritura ese público presente desaparece, se convierte en un público virtual. Virtual en el sentido de que no está aquí y ahora con el narrador, sino que lo acompañará a lo largo del tiempo si alcanza a ser leída por varias generaciones de lectores. El lector potencial es mucho mayor que el público presente en la narración oral, pero también es un público muy dilatado en el tiempo.

La escritura sí tiene la ventaja de la permanencia en el tiempo. La oralidad es, como dice Peter Brook, un lenguaje escrito en el tiempo.  Se va. Pero la escritura permanece. Y el hecho de permanecer es lo que nos permite realmente conceptuar el relato dentro de una estructura que se modifica y vemos la modificación a lo largo de los siglos.

–Aunque la escritura goce de mayor estatus social, ciertamente la oralidad apela a una mayor cantidad de recursos: entonación, gestualidad, interacción con el público, etc.

–Ambos cumplen funciones distintas. La oralidad es un acto gregario. Es un acto de congregación. La oralidad implica unión. En cambio la escritura implica un acto individual. En el acto de escritura está la intimidad del lector frente al texto. En el acto de la oralidad está la comunión del narrador con el espectador y de este con los demás espectadores. Son funciones diversas y ambas son necesarias. Por eso la narración oral sobrevive, todavía existe y existirá. No es un remanente de la cultura, sino un hecho real de la cultura.

–¿Cuál es el espacio que se abre entre los narradores orales y el relato moderno?

El griot africano cuenta, canta y actúa la historia. Y es la presencia del público. El griot podría contar una historia como lo puede contar el narrador moderno con la diferencia de que el griot baila, canta, escenifica la historia y obliga al público a participar de ese espectáculo. El griot es un espectáculo. El narrador contemporáneo no es un espectáculo. Está escribiendo para ser publicado, no para ser leído de inmediato. Por tanto, recurre a otros resortes de carácter emotivo, de estructura, de lenguaje, de escritura, que hace muy compleja la narración. La diferencia también es que el griot está obligado a contar historias. En cambio, el narrador contemporáneo puede contar historias, o puede contar argumentos o puede contar tramas o puede contar muchas cosas porque va a ser leído, no exactamente escuchado.

–Roa Bastos es un escritor que intentó eliminar esa frontera entre oralidad y escritura o al menos estrechó fuertemente a ambas.

–Roa Bastos es uno de los grandes maestros del idioma. Yo el Supremo es una de las grandes novelas que se han escrito alguna vez en español. Nos mostró, al menos a mi generación de escritores, una apertura enorme hacia el lenguaje oral. Para mí es una obra maestra de la oralidad latinoamericana porque colocó a un narrador en tercera persona y en primera persona mezclado. Y violó la frontera del diálogo. El diálogo se incorpora al relato de una manera natural. Estás dialogando y narrando, dialogando y narrando y no echas de menos a un narrador. Eso es extraordinario. Da la sensación de que es el personaje mismo el que está desarrollando la historia. Para mí Yo el Supremo tiene esa novedad y al mismo tiempo cuenta una historia con un aparato crítico. Tú sientes la fuente del historiador, la fuente del investigador. De modo que no está haciendo una ficción propiamente dicha, está reelaborando materiales históricos, pero la estructura es de ficción. Creo que esa novela le abrió un universo grandísimo a la literatura en español.

Fachada del Instituto Internacional de Periodismo José Martí de La Habana, Cuba.

–¿Y qué lugar ocupa el periodista entre estos contadores de historias?

–El periodismo tiene un género narrativo esencial que es la crónica. La palabra lo dice: el desarrollo de una historia en el tiempo, el proceso temporal en el cual uno incorpora sucesos, acontecimientos de importancia que el cronista registra. Ese es el género para mí más narrativo del periodismo. Tienes a Martí, a Hemingway, a Carpentier, que han sido grandes cronistas. La crónica trabaja con los mismos ingredientes del relato de ficción, solo que muchas veces procede de un hecho real.

El otro género periodístico de importancia es el reportaje, que da origen a un género incluso: el testimonio. El reportaje narra acontecimientos que el periodista investiga, monta, desarrolla, dramatiza y le da un sentido de causalidad y continuidad. Como ocurre en un cuento. Hasta una noticia puede ser objeto de análisis narrativo. Hay noticias que tienen su dramaturgia narrativa y que se conciben prácticamente como un cuento o como un minicuento. El periodismo le debe mucho a la narrativa. Lo que pasa es que el periodismo trabaja no con referentes, sino con sucesos objetivos de la realidad. Mientras que la ficción sí trabaja con un sistema referencial. Y ahí hay una diferencia como entre el cine documental y el de ficción. De hecho, hoy un documental se hace como una película de ficción con la diferencia de que la ficción trabaja con personajes y el documental con personas. A los efectos reales se realizan casi de la misma manera.

–Usted se desmarca de esa discusión entre forma y contenido.

–Eso no tiene razón de ser ahora, tuvo su justificación en el siglo XIX y parte del siglo XX cuando había una batalla por el llamado contenido y la forma. Hoy sabemos gracias a los estudios de los formalistas rusos, de la escuela de Frankfurt, y de una serie de investigaciones de la semiología y de la semiótica, que lo que hay son expresiones. Hay un plano de la expresión y un plano de la historia. Eso es lo que realmente opera en un relato. Y por tanto no es dable hoy hablar de forma y contenido, sino de plano de la expresión y plano de lo expresado, de desarrollo de estrategias discursivas en un texto con los sucesos, los conflictos, los personajes. Lo que te da precisamente la capacidad de que eso sea una historia y de que se convierta en un argumento. Eso lo resuelves en la lectura. Y lo resuelves teóricamente cuando estudias las zonas específicas en las cuales se desenvuelve el relato. Ya sea la causalidad, la continuidad, la función del narrador, la función del contexto, la función del aparato referencial, la función misma de la escritura, del lenguaje. Todo eso son valores, están más allá de una definición binaria entre forma y contenido, que no tiene sentido hoy.

–¿Cómo se da la influencia africana en la narración cubana?

–Es una pregunta difícil de responder. Ya no podemos hablar de una influencia africana porque África ya no está en Cuba. Podemos hablar más bien de una influencia de origen africano debido a la larga tradición mediante la cual el mundo de las culturas africanas se asentó en el Caribe y desarrolló perspectivas para todas las artes. En la literatura se ve menos porque el idioma que hablamos es el español no el yoruba, por ejemplo. Por tanto la influencia africana en el idioma es menor que por ejemplo en la plástica o en la música, donde la influencia es determinante. Aun así hay influencia africana en el ritmo, en el tempo, en el uso de palabras. Yo creo que un poeta como Nicolás Guillén no sería un poeta completo sin los sonidos yorubas y bantús en sus poemas.  Y de hecho, la asimilación de la música cubana dentro de la poesía implica una influencia africana también. Ya en los demás géneros es muy difícil hablar de eso.

En la concepción de su obra literaria usted rescata especialmente el papel de la música.

–Yo creo que la música es el sostén de la literatura. Ya sea la música del idioma, la búsqueda del escritor de la musicalidad en el idioma, ya sea la estructura musical propiamente dicha aplicada a los cuentos y a las novelas. En ambos casos la música tiene un valor preponderante. Yo no podría ser escritor si la música no existiera. Yo soy un escritor de oído. Cuando siento el texto siento la musicalidad interna del texto. Y a veces la musicalidad provocada por algo que yo le pongo intencionalmente al texto que proviene de la estructura musical. Hay otros escritores que trabajan con la imagen plástica, otros que trabajan con la imagen arquitectónica, otros que trabajan con el baile, con la danza. Pero en el fondo todos estamos vibrando con la música. Sin música no habría literatura.