Rescato una crónica escrita
en marzo de 2015 tras una visita que realicé a la comunidad sanapaná
Xákmok Kásek, en el Chaco paraguayo.
Apenas al llegar se constata la precisión descriptiva de la toponimia indígena. En las tierras ancestrales de la comunidad Xákmok Kásek, que en castellano significa lugar donde hay muchos loritos, en efecto abundan estas aves bullangueras en variados tamaños y colores. Además de las especies salvajes que planean sobre los cañadones chaqueños, algunos ejemplares domesticados saltan de rama en rama por los árboles que guarecen las carpas del campamento.
Mientras caminamos por un sendero que bordea los humedales, intento vanamente arrancar a Serafín López, líder de la comunidad, alguna explicación sobre el lugar que ocupa esta ave en la cosmogonía sanapaná. Me pongo a fabular, pues, que quizá una cotorra primigenia fue la portadora del canto originario que infundió el hálito vital al mundo y las cosas. Pero me consuela con una confesión: la cualidad que destacan de esta ave es la nobleza.
Serafín tiene 57 años, de los cuales ha pasado al menos 45 fuera de su hogar hasta que a inicios de la semana pasada, tras 25 años de pacientes gestiones para reivindicar sus derechos por las “vías institucionales”, reingresaron a sus tierras. La porción reivindicada se encuentra a unos 13 km de la ruta Transchaco, a la altura del Km 340, en el distrito de Puerto Pinasco, departamento de Presidente Hayes.
Nos cuenta que hacia los setenta empezaron a llegar los ganaderos y empresarios, que progresivamente fueron adquiriendo grandes extensiones en la zona y echando abajo los bosques. Así, los habitantes originarios iban siendo arrinconados hasta que tuvieron que salir y unos pocos emplearse en las estancias, donde eran esclavizados a cambio de víveres y ropas a la manera de los mensú. Relata que muchos murieron en accidentes de trabajo o enfermedades, siendo abandonados sin asistencia alguna.
De
pronto unas nubes negras empiezan a esbozarse en el cielo. El viento
levanta una densa polvareda. Alzamos rápidamente unas cosas para
llevar al campamento mientras Ricardo acelera la marcha intentando
infructuosamente ganarle a la lluvia. Un aguacero de unos pocos
minutos bastó para que el camino hecho arcilla nos arroje a una
quebrada.
Apenas al llegar se constata la precisión descriptiva de la toponimia indígena. En las tierras ancestrales de la comunidad Xákmok Kásek, que en castellano significa lugar donde hay muchos loritos, en efecto abundan estas aves bullangueras en variados tamaños y colores. Además de las especies salvajes que planean sobre los cañadones chaqueños, algunos ejemplares domesticados saltan de rama en rama por los árboles que guarecen las carpas del campamento.
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Xákmok Kásek significa lugar donde hay muchos loros. |
Mientras caminamos por un sendero que bordea los humedales, intento vanamente arrancar a Serafín López, líder de la comunidad, alguna explicación sobre el lugar que ocupa esta ave en la cosmogonía sanapaná. Me pongo a fabular, pues, que quizá una cotorra primigenia fue la portadora del canto originario que infundió el hálito vital al mundo y las cosas. Pero me consuela con una confesión: la cualidad que destacan de esta ave es la nobleza.
Serafín tiene 57 años, de los cuales ha pasado al menos 45 fuera de su hogar hasta que a inicios de la semana pasada, tras 25 años de pacientes gestiones para reivindicar sus derechos por las “vías institucionales”, reingresaron a sus tierras. La porción reivindicada se encuentra a unos 13 km de la ruta Transchaco, a la altura del Km 340, en el distrito de Puerto Pinasco, departamento de Presidente Hayes.
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Serafín López, líder de la comunidad. |
Nos cuenta que hacia los setenta empezaron a llegar los ganaderos y empresarios, que progresivamente fueron adquiriendo grandes extensiones en la zona y echando abajo los bosques. Así, los habitantes originarios iban siendo arrinconados hasta que tuvieron que salir y unos pocos emplearse en las estancias, donde eran esclavizados a cambio de víveres y ropas a la manera de los mensú. Relata que muchos murieron en accidentes de trabajo o enfermedades, siendo abandonados sin asistencia alguna.
Serafín
subraya la importancia de la educación para la comunidad. Apunta que
gracias a ella los indígenas empezaron a conocer sus derechos y
conquistaron mejores condiciones laborales. “Roguereko guive
escuela roñepyrû romaña mombyryve”, dice en un guaraní que se
ha impregnado y en muchos casos ha reemplazado a la propia lengua por
efecto del éxodo y la impuesta necesidad de hacer changas en las
estancias para sobrevivir. Mientras, nos muestra un pedazo de tierra
limpiado para la escuela, donde asistirán unos 60 niños del
preescolar hasta el sexto grado. “Péa omombarete ore lucha”,
irrumpe Milciades González, profesor de la comunidad.
La
sentencia
Los menonitas crearon una reserva
para intentar blindarse ante el reclamo de los sanapaná. En 2010,
una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte
IDH) había obligado al Estado paraguayo a devolver parte del
territorio ancestral a la comunidad, la habilitación de un fondo de
desarrollo y el pago de una indemnización por las muertes de niños
acaecidas, según comprobó el tribunal, a raíz de las condiciones
en que vivían, en total vulneración de sus derechos.
El
plazo para el cumplimiento de la condena era de tres años,
habiéndose otorgado una prórroga de un año, que venció en
setiembre de 2014. Hasta ahora el Estado no ha devuelto las 10.700
hectáreas que manda la sentencia alegando un “déficit
financiero”. Este pretexto es rechazado por la comunidad, que
señala que de acuerdo a los datos que manejan el Instituto Paraguayo
del Indígena (Indi) dispondría este año de un presupuesto de
86.000 millones de guaraníes.
La
firma estancia Salazar, de Roberto Eaton y Stanley Mobsby, posee unas
44.000 hectáreas y presentó una oferta por 7.700 hectáreas a un
precio total de 27.000 millones de guaraníes. Las 3.000 restantes
están en poder de la cooperativa menonita Chortitzer, que ante el
avance del caso creó en el lugar la reserva natural Laguna He’ê.
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Los menonitas crearon una reserva para intentar blindarse ante el reclamo de los sanapaná. |
Este
es un subterfugio legal al que a menudo apelan los propietarios
rurales para que determinados territorios sean declarados no aptos
para asentamientos humanos, y por lo tanto inexpropiables, además de
acogerse a exoneraciones fiscales. Sin embargo, los tratados
internacionales en materia de derechos humanos están por encima de
estas leyes y decretos, que no pueden obstruir el cumplimiento de
disposiciones de rango constitucional, como es el caso de la
restitución territorial a indígenas.
“Ndoikói
mba’eve ha upéare rojapo la ocupación ikatu haguãícha oje
cumplí la sentencia. Mba’eve ndaipóri de parte del Indi, pero sí
o sí oje cumplí vaerã la sentencia”, enfatiza Clemente Dermott,
otro líder de la comunidad. Antes de reingresar a sus tierras, las
aproximadamente 200 personas de la colectividad vivían a unos 18 km
más adentro, en territorio de una comunidad angaité. Además de
encontrarse fuera de su medio, las 1.500 hectáreas resultaban
insuficientes para vivir y realizar sus actividades de subsistencia.
Cercados por estancias privadas, ya no podían cazar ni recolectar
ante el acoso de los guardias armados, que hasta hacían las veces de
policía exigiendo documentos a los indígenas para transitar.
El
monte chaqueño aún ofrece muchos de los alimentos tradicionales a
los sanapaná. Los miembros de la comunidad alternan los alimentos
tradicionales, que cada vez escasean más por la deforestación, con
los aceites, fideos o galletas que obtienen gracias a sus empleos
temporales en los establecimientos ganaderos. En cierta medida pueden
aún hacerse del alimento a través de la recolección de algarrobo,
miel, karanda’y, tuca, la pesca y la caza de guasu y kure kaaguy.
También se proveen de sus medicamentos como el jasy’y, viñal,
yegua de lucero, typycha kuratû, ysypo, mbokaja’i, entre otras
especies. Refieren además que los rubros que cultivaban en el otro
asentamiento no crecían por el calor y la falta de agua, pero que
ahora esperan que esto cambie con el retorno a su genuino hogar.
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El monte chaqueño aún ofrece muchos de los alimentos tradicionales a los sanapaná. |
Los
sanapaná evocan especialmente la inmensa laguna que se encuentra
dentro de la “reserva” menonita, que además de ser fuente de
recursos alimenticios es un reservorio de agua en un ecosistema en el
que la mayor parte del vital líquido es salobre. De hecho, la
formación de las lagunas de agua dulce es motivo frecuente en la
narrativa chaqueña, en que las más de las veces las aguadas surgen
a partir de la inmolación de algún miembro de la comunidad. Al
menos por ahora los tajamares formados con la lluvia son el único
manantial del que disponen.
Algunas
familias solo aguardan la compra de las tierras para volver a su
hogar. La tarde avanza e intentamos ganarle de mano a la noche. Nos
dirigimos al asentamiento 25 de Febrero, en el que aún permanecen
algunas familias en custodia de las pertenencias de la comunidad,
entre gallinas, vacas y un par de avestruces. “Rohoséma ko hína
pero norohejaséi la ore róga. Apenas ojejogua la yvy rohóta”,
dice Inocencia, la más anciana entre las mujeres que aguardan por la
compra de las tierras para retornar.
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Algunas familias solo aguardan la compra de las tierras para volver a su hogar. |
Tras
más de doce horas de maldormir sin provisiones y ante el ataque sin
tregua de los mosquitos, al despuntar la claridad algunos faroles
asomaron lentamente hacia el levante. Un tractorista nos remolcó
hasta salir del empantanamiento y ya con las primeras luces de la
mañana llegamos nuevamente al campamento. Allí nos reciben entre
risas ante nuestra peripecia. “Oi porã avei pehasami la ore
rohasáva todo el año ko Chaco-pe”, nos dice el primero que sale a
nuestro encuentro.
Al
empezar nuestro viaje de regreso, tras un breve trecho empezó
nuevamente la polvareda de la tierra blanca y seca. Era como si
hubiera llovido solo sobre nosotros. Desde los árboles los loros nos
ofrecían una bulliciosa despedida. Parecía que hasta se regodeaban
un tanto de nuestra suerte.
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