sábado, 8 de febrero de 2025

De cuando el Paraguay le declaró la guerra a la Alemania nazi

Este 8 de febrero se cumplen 80 años de un hecho poco conocido de la historia moderna paraguaya, al menos fuera de los ámbitos especializados: la declaración del estado de guerra efectuado por nuestro país a las potencias del Eje cerca del final de la Segunda Guerra Mundial. Esto le garantizó al Paraguay participar como país beligerante en las deliberaciones que tendrían lugar en el seno del emergente nuevo orden internacional que se construyó tras la gran conflagración, que reconfiguró el mapa geopolítico mundial.

 


 

El historiador y diplomático Ricardo Scavone Yegros, coautor junto con Liliana Brezzo del libro “Historia de las relaciones internacionales del Paraguay” (El Lector, 2010), brinda detalles sobre los alcances políticos y diplomáticos de esta medida adoptada por nuestro país frente al régimen del Tercer Reich, que por entonces ya se precipitaba hacia su final inexorable con la consumación de la victoria militar de las fuerzas aliadas.


¿En qué momento se dio la declaración de guerra del Paraguay a la Alemania nazi?

–El 8 febrero de 1945, poco antes de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno del Paraguay declaró al país en estado de guerra con Alemania y Japón, las denominadas potencias del Eje. De tal manera, aseguró su intervención en las deliberaciones entre los Estados aliados vencedores para el establecimiento de un nuevo orden internacional, que se concretó con la firma de la Carta de las Naciones Unidas.

 

El historiador y diplomático Ricardo Scavone Yegros


¿Qué consecuencias militares y jurídicas implicó la declaración?

–Militares, ninguna; el Paraguay no intervino en las acciones bélicas, aunque sí lo hicieron pilotos paraguayos dentro de las fuerzas brasileñas. Ahora bien, sí se generaron consecuencias en el orden jurídico interno y en la política exterior. Hay que recordar que ya en enero de 1942, tres años antes de la declaración del estado de guerra, el Gobierno paraguayo había resuelto, después del ingreso de los Estados Unidos a la guerra y de acuerdo con lo recomendado por la Reunión de Consulta de Cancilleres americanos efectuada en esos días en Río de Janeiro, la ruptura de las relaciones políticas, comerciales y financieras con los gobiernos de Alemania, Italia y Japón. En consecuencia, se interrumpieron las relaciones diplomáticas mediante la expedición de pasaportes para que los representantes de los tres países se retirasen del Paraguay y se dispuso el retorno de los agentes diplomáticos y consulares paraguayos acreditados en aquellos países.

Asimismo, se determinó que los nacionales de Alemania, Italia y Japón continuaran gozando de los derechos y garantías consagrados por la Constitución, pero con la prohibición de realizar cualquier actividad que pusiera en peligro la seguridad de la República y la del continente en general. En consecuencia, no podían ejercer los derechos de reunión, de asociación y de libre emisión del pensamiento con fines patrióticos; ni entrar o salir del país sin permiso especial del gobierno. Se prohibió también que comerciaran o utilizaran armas de fuego, explosivos, aparatos radiotransmisores u otros instrumentos de propaganda, espionaje o sabotaje, y que formasen parte de organizaciones controladas por los países de su nacionalidad. Las instituciones culturales, educativas, de beneficencia y socorros mutuos, deportivas o de mero esparcimiento creadas por las colectividades alemanas, italianas y japonesas debían abstenerse de realizar propaganda o cualquier acto en favor de sus respectivas naciones o en contra de sus enemigos; y el Gobierno las intervino de manera permanente, por medio de funcionarios que debían ser remunerados por las mismas colectividades.

Además, se prohibió toda transacción comercial y financiera con las potencias del Eje y los territorios que ocupaban, al igual que las transferencias de fondos de los nacionales o de personas jurídicas dirigidas o controladas por nacionales de esos países residentes en el Paraguay, para lo cual se habilitó la fiscalización de las operaciones comerciales y financieras que efectuasen. Con la declaración del estado de guerra, estas restricciones se endurecieron aún más.

 

En junio de 1943, Higinio Morínigo se convirtió en el primer presidente paraguayo en visitar la Casa Blanca. Aquí junto con el entonces mandatario norteamericano, Franklin Delano Roosevelt


 SOLIDARIDAD CONTINENTAL

¿En la decantación del Paraguay hacia el bando aliado hubo de por medio asistencia financiera norteamericana?

–Hubo dos elementos o factores determinantes. Por una parte, la construcción previa de un sistema de solidaridad continental, que se activó cuando Estados Unidos entró en guerra. En la ruptura de relaciones, el Gobierno paraguayo procedió conforme a los compromisos sobre defensa continental y solidaridad, asistencia recíproca y colaboración defensiva entre los Estados americanos asumidos en la Conferencia de Lima de 1938 y en las posteriores Reuniones de Consulta de Cancilleres de Panamá y La Habana, y siguiendo lo recomendado por la Tercera Reunión de Consulta de Cancilleres, celebrada en Río de Janeiro después de la agresión japonesa a los Estados Unidos.

A su vez, la declaración del estado de guerra se fundamentó en el deseo de “reafirmar la más completa solidaridad y determinación del Paraguay de seguir cooperando en un plano de mayor y recíproca protección de los intereses comunes del continente”. Pero, a más de esto, había reforzado significativamente las relaciones con el Paraguay mediante la concesión de asistencia técnica y financiera. En 1939, concedió tres millones de dólares para la construcción de una carretera de Asunción hacia el este, en dirección a la frontera con el Brasil, y medio millón más para mejorar las reservas del Banco de la República, y se comprometió a enviar misiones técnicas para colaborar en la modernización del sistema financiero y la atención de la salud pública en el Paraguay.

En 1941, acordó transferir a nuestro país armamentos y municiones en el marco de la ley de préstamos y arriendos; y tras la ruptura de relaciones con los países del Eje, a mediados de 1942, aprobó un nuevo paquete de ayuda, destinado a financiar proyectos de obras públicas, agricultura, salud y desarrollo industrial. En diciembre del mismo año se convino el establecimiento en el Paraguay del STICA (Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola), que suministró asistencia técnica, recursos y capacitación para el desarrollo de la producción agraria. Al año siguiente, Estados Unidos comprometió el envío de una Misión Militar Aérea y poco después de otra Misión Militar con instructores para la Escuela Superior de Guerra. Las relaciones culturales y comerciales también se incrementaron significativamente.

“BUEN AMIGO”

¿Cuál es el provecho que sacaba Estados Unidos de este trato?

–Naturalmente, la ayuda estadounidense no era desinteresada. El Paraguay debió comportarse durante la guerra como un “buen amigo”, aplicando las medidas que se estimaban necesarias a efectos de contrarrestar cualquier acción que pudiera ser favorable a los países del Eje. Para ello, el Gobierno paraguayo, ejercido por el general Higinio Morínigo desde 1940, debió afrontar la resistencia de algunos jefes militares que lo respaldaban y que no consideraban apropiado inclinarse completamente hacia Estados Unidos, observando el ejemplo cercano de la Argentina que, a pesar de los compromisos de solidaridad continental, mantuvo su neutralidad durante la conflagración.

Hay que considerar, igualmente, la influencia de los inmigrantes de aquellos países, sobre todo los italianos y los alemanes, en la sociedad paraguaya. Las medidas adoptadas a su respecto no fueron muy suaves. Aparte de la intervención de sus asociaciones y establecimientos educativos, y de la internación o deportación de los considerados peligrosos, los comerciantes de esas nacionalidades sufrieron perjuicios directos al ser incluidos en las listas negras elaboradas por Gran Bretaña y los Estados Unidos.


Decreto-ley 7190, del 8 de febrero de 1945, por el cual el Paraguay se declara en estado de guerra con las potencias del Eje

 

¿Esta ayuda norteamericana implicó como contraprestación que el Paraguay se alinee al país del norte en las votaciones en las Naciones Unidas?

–Concluida la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno paraguayo fue reafirmándose en su posición de rechazo al comunismo internacional, la que quedó completamente definida desde 1947. Cabe recordar que, a pesar de que la Unión Soviética fue uno de los aliados en la lucha contra el Eje, el Paraguay resistió la posibilidad de establecer relaciones diplomáticas con dicho país, lo que se planteó con más fuerza en 1945 en vista de la creación de la Organización de las Naciones Unidas.

En consecuencia, además de la importancia concedida a la asistencia estadounidense, esa definición de política interna y de política exterior, que se mantuvo por largo tiempo, contribuyó a que el país se alineara resueltamente con los Estados Unidos en el marco de la confrontación ideológica, económica y militar sostenida con la Unión Soviética durante la Guerra Fría que siguió a la Segunda Guerra Mundial, tanto en el ámbito de las Naciones Unidas como en el hemisférico, dentro del Sistema Interamericano.

ASISTENCIA TÉCNICA Y FINANCIERA

¿De qué manera influyó la Guerra Fría durante la continuidad de las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y el Paraguay?

–Dentro del orden mundial bipolar, el Paraguay reafirmó durante los sucesivos gobiernos del Partido Colorado y la larga dictadura del general Alfredo Stroessner su alineamiento internacional, desde una posición periférica, con los Estados Unidos, la potencia predominante en el hemisferio americano. Tal alineamiento aseguró al país la continuidad de la asistencia técnica y financiera estadounidense, que fue relevante. En esos años, el Paraguay sostuvo una sólida posición anticomunista y apoyó las iniciativas estadounidenses en los foros globales y regionales.

Las coincidencias con Estados Unidos quedaron manifiestas, por ejemplo, en la actitud del gobierno de Asunción frente a la Revolución Cubana. El Paraguay respaldó con energía las medidas adoptadas contra el régimen cubano por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y estuvo entre los primeros países en concretar la ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba. Las buenas relaciones paraguayo-estadounidenses comenzaron a deteriorarse a partir de la década del 70. Primero, por las dilaciones y dificultades suscitadas en el proceso para la extradición del francés Auguste Ricord, residente en el Paraguay y reclamado por tráfico de heroína a los Estados Unidos, caso que afectó seriamente la imagen internacional del país y de su gobierno, a los que se vinculó con el tráfico de drogas ilícitas.

En segundo lugar, porque se intensificaron las denuncias de violaciones sistemáticas de los derechos humanos por parte del Gobierno paraguayo formuladas por organismos no gubernamentales y en el propio Congreso de Estados Unidos. En consecuencia, el gobierno de Washington redujo drásticamente la asistencia militar y financiera al Paraguay, y asumió una actitud más crítica contra la dictadura que imperaba en el país.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

De cuando la Independencia paraguaya era celebrada el 25 de diciembre

En este artículo rescatamos algunas crónicas de la época de los López, reflexiones y datos aportados por varios historiadores respecto a una festividad patria que ha caído en desuso y prácticamente en el olvido: la jura solemne de la Independencia realizada el 25 de diciembre de 1842, que por entonces era el día en el que en nuestro país se celebraba la emancipación.


La vieja iglesia de La Encarnación


La independencia paraguaya fue un proceso que fue gestándose progresivamente desde antes de la revolución del 14 y 15 mayo de 1811, se afianzó con la consagración de la República el 12 de octubre de 1813, se declaró formalmente el 25 de noviembre de 1842 y superó el último escollo el 17 de julio de 1852 con el reconocimiento de parte de la Confederación Argentina.

Entre los múltiples actos y hechos que hicieron parte de su consolidación como hecho consumado y formalmente aceptado, una festividad que ha caído prácticamente en el olvido es la de la jura solemne, que fue realizada el 25 de diciembre de 1842 y que según algunos registros históricos era la fecha en la que se conmemoraba el Día de la Independencia en la época de los López.

Ahora bien, vayamos en primer lugar a los antecedentes. El historiador Julio César Chaves refiere en su clásica obra “Compendio de historia paraguaya” que en octubre de 1842 llegó a nuestra capital Jorge Robert Gordon, enviado confidencial de la reina de Inglaterra. Por el carácter no oficial de su misión, el emisario no fue bien recibido en nuestro país, por lo que los cónsules Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso le fijaron un plazo perentorio para abandonar el territorio nacional.

En una de las conversaciones, Gordon refirió que el gobernante argentino Juan Manuel de Rosas le había manifestado que “el Paraguay deseaba incorporarse a la Confederación”. Ante esta situación y “al no existir un documento oficial que declarase en forma solemne la voluntad nacional de salvaguardar la soberanía de la República”, según afirma la historiadora Margarita Durán Estragó, además de la falta de notificación de este hecho a los Gobiernos extranjeros, el 24 de octubre de 1842 los cónsules convocaron un congreso extraordinario compuesto por 400 diputados con el fin de “renovar y ratificar de modo solemne la declaración de la independencia”, de acuerdo al texto de Chaves.

A pesar de que el Paraguay era una república independiente desde el 12 de octubre de 1813, hasta entonces solo el Brasil había reconocido este estatus y la Confederación Argentina se mantenía en su propósito de integrar a nuestro país a esa unión de provincias.

CONGRESO

El Congreso convocado por los cónsules se reunió el 25 de noviembre de 1842 en el templo de La Encarnación y resolvió, entre otras medidas como la ratificación de los símbolos nacionales, la promulgación de un estatuto de administración de justicia y la ley de libertad de vientres, redactar el acta de independencia y jurarla de manera solemne. Este último acto se llevó a cabo el 25 de diciembre de aquel año de 1842.

Según el historiador Herib Caballero Campos, la decisión de hacer coincidir este acto con una importante liturgia cristiana habría obedecido a que los habitantes del campo llegaban a la ciudad para participar de la misa, así como para vincular el nacimiento del mesías de los cristianos con el nacimiento y consolidación de la independencia.

El juramento consistía en la siguiente fórmula: “...¿Juráis ante Dios reconocer y sostener la integridad, libertad é independencia de nuestra República? R. Sí juro – Si así lo hiciereis Dios os ayude, y si no, él y la República os lo demanden”.

Así también, ese mismo día se difundió la letra del primer himno nacional, cuya primera estrofa rezaba: “Viva nuestra independencia / Nuestra patria gloriosa / Siempre soberana /Siempre sea majestuosa”.

FIESTA CÍVICA

En un artículo titulado “Fiestas patrias del 25 de diciembre son prohibidas”, el historiador norteamericano Richard Alan White empieza refiriendo que, “por muy asombroso que pueda parecer hoy”, la fecha en que se celebraba la Independencia en el Paraguay era el día de la jura, pero esto cambió luego de la asunción al poder del Gobierno legionario impuesto por las fuerzas de ocupación brasileñas luego de la guerra contra la Triple Alianza.

En el informe de los cónsules al Congreso emitido en fecha 12 de marzo de 1844, Carlos Antonio López hizo mención a los festejos del primer aniversario de la jura, que tuvo lugar en medio de “una fiesta cívica de primer orden”.

“Era justo consagrar un monumento eterno a nuestra gloriosa independencia y se ha declarado fiesta cívica de primer orden el 25 de diciembre. Su primer aniversario solemne tuvo lugar en el año pasado y la República lo ha celebrado con extraordinario entusiasmo”, refiere el informe.

COHESIÓN SOCIAL

Esta jura solemne, además de subsanar la falta de una declaración y comunicación oficial de la independencia, tuvo el objetivo de generar cohesión social y una conciencia patriótica en el pueblo en un contexto en el que sobre nuestra independencia pendía la amenaza externa de la voluntad anexionista de Buenos Aires.

Luego de citar crónicas de la época que describen las celebraciones que eran realizadas a propósito de la fecha, White escribe que “las fiestas cívicas patrias del día de la jura convirtieron el 25 de diciembre en el ‘gran día de la patria’ para festejar tradicionalmente la Independencia paraguaya. En las fiestas navideñas de hace ciento cincuenta años, el pueblo paraguayo estaba celebrando las más grandes ‘demostraciones de júbilo y contento público’ del día de la jura que tuvieran lugar en la época de los López”.

El Semanario, 26 de diciembre de 1857

En efecto, una publicación del órgano oficial El Semanario del 26 de diciembre de 1857, titulada “25 de diciembre”, hace referencia al carácter patriótico del festejo realizado en esa fecha.

“La educación popular viene á demostrar el grado de desarrollo que cobra este primer elemento de civilización, que el generoso empeño del patriotismo viene prohijando y estendiendo. En estos dos hechos, que ocupan un lugar culminante entre las manifestaciones del entusiasmo con que se saluda el gran día de la patria, se resume el cuadro de la civilización del país. Vedla allí en sus dos carácteres moral y material. Ved ahí á la nación en cuerpo y alma. La paz y la felicidad de la República consultadas por el cumplimiento de los deseos del verdadero patriotismo, son los votos que hacemos de asociarnos al entusiasmo, con que el pueblo paraguayo saluda el aniversario de su independencia”, señala un extracto.

En el número del 9 de enero de 1864, tras el periodo de luto por la muerte de Carlos Antonio López en 1862 y las lluvias que obligaron la suspensión de varios actos programados en 1863, El Semanario publica la siguiente reflexión sobre la efeméride.

“Todas las naciones cultas del orbe político consagran un día a las aniversarias festividades de su libertad;… nada es más justo, laudable y obligatorio al pueblo paraguayo, que en reconocimiento al Ser Supremo que crió al hombre libre é independiente.... le consagre el augusto y venturoso día 25 de Diciembre, en que también se recuerda el día en que saliendo del silencio y letargo en que hacía incierto en su porvenir, alzó la voz y declarándose libre, proclamó ahora mas de diez lustros, y despues en 1842 juró su entera independencia, bajo la acertada administracion del Gefe Supremo de la nación que con prudencia y energía, ha sabido elevar nuestra Patria al rango que ocupa hoy entre las naciones cultas”.


“Fiestas cívicas”, El Semanario, 1 de diciembre de 1860


LA POSGUERRA

Al asumir en 1869 el Gobierno provisorio integrado por Cirilo Antonio Rivarola, José Díaz de Bedoya y Carlos Loizaga, su primer decreto fue declarar a Francisco Solano López fuera de la ley. Posteriormente, en 1870 se promulgó una Constitución de inspiración liberal, que “representó una reacción contra el sistema político imperante desde 1811 e implantó uno de corte democrático-liberal (…). Sus redactores estaban decididos a extirpar todo vestigio de lo que calificaron (de) ‘viejo Estado socialista despótico’ y a introducir el liberalismo y las instituciones democráticas”, escribe la historiadora Liliana M. Brezzo.

En este contexto, no resulta extraña la abolición de celebraciones o fechas alusivas a logros conquistados en la época de José Gaspar Rodríguez de Francia y de los López.

“Era de suma importancia suprimir la institución del 25 de diciembre, que unía al pueblo con la República fundada por Francia, el Paraguay desarrollado por los López. El día de la jura y las fiestas cívicas, establecidas por don Carlos para ‘consagrar un monumento eterno a nuestra gloriosa independencia’, ya no se podía tolerar. Así murió la gran tradición patriótica del día de la jura de defender la independencia. El 25 de diciembre de cada año a lo largo de la época de los López servía para renovar la fe en sentirse ciudadano de esa altiva nación paraguaya”, concluye White.


“Fiestas”. El Semanario, 9 de enero de 1864


miércoles, 23 de octubre de 2024

Los sucesos del 23 de octubre de 1931

A consecuencia de la matanza de estudiantes durante una manifestación realizada frente al Palacio de Gobierno el viernes 23 de octubre de 1931 en reclamo de la defensa del Chaco, el entonces presidente José P. Guggiari fue sometido a un juicio político. Al cumplirse el aniversario número 93 recordamos algunos pormenores de aquellos hechos.

 


 Las pretensiones bolivianas sobre el Chaco Boreal fueron conocidas por el Paraguay en 1852 cuando, con motivo del reconocimiento de la independencia de nuestro país de parte de la Confederación Argentina, se firmó un tratado de límites entre estas dos últimas naciones. El representante boliviano en Buenos Aires protestó argumentando que su país no fue tenido en cuenta en unas negociaciones que, según sus alegaciones, afectaban los derechos de su país a la margen occidental del río Paraguay entre los grados veinte y veintidós de latitud meridional.
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Desde entonces se fueron sucediendo escaramuzas y graves incidentes que ya presagiaban que el estallido de la conflagración podía ser postergada, mas no evitada. En el ambiente prebélico del año 1928 se realizaron las elecciones en las que el Partido Liberal postuló a la dupla José P. Guggiari-Emiliano González Navero para la Presidencia de la República, en tanto que el Partido Colorado pugnó en los comicios con la fórmula Eduardo Fleytas-Eduardo López Moreira.

Esta fue la primera vez que la titularidad del Ejecutivo fue dirimida a través del sufragio con la participación de dos candidatos, por lo que Guggiari es considerado el primer presidente electo democráticamente en el Paraguay.

AUGURIOS

Guggiari asumió el cargo el 15 de agosto de 1928 y poco tiempo después ya se presentaron los primeros percances que presagiaban los difíciles obstáculos que debería sortear su administración. En diciembre de ese año, casi estalló la guerra con Bolivia por el episodio del fortín Vanguardia y a nivel interno tuvo que enfrentarse a una creciente contestación de la militancia obrero-sindical, que cuestionaba cada vez más la “eficacia del liberalismo para viabilizar las transformaciones que demandaba el país”, indica el historiador Ricardo Scavone Yegros en un artículo titulado “Guerra internacional y confrontaciones políticas (1920-1954)”.

De esta manera, se fue acentuando la distancia entre la clase dirigente y los trabajadores, entre los cuales aumentó la influencia de socialistas y comunistas, así como entre los estudiantes.

POLARIZACIÓN

Junto con las ideologías de izquierda, también se radicalizaban las de derecha, que se encontraban en pleno apogeo en Europa y que una década más tarde precipitarían la Segunda Guerra Mundial. A más de ello, el crack del 29 generó una crisis y recesión mundiales que disminuyeron la cantidad y el valor de nuestras exportaciones. Para enfrentar este escenario de recesión mundial, Argentina adoptó una política proteccionista, por lo que, dada la fuerte dependencia del intercambio comercial con este país, la economía paraguaya sufrió un aumento del desempleo y el déficit fiscal.

“Los partidos y los grupos políticos intensificaron los ataques contra la administración de Guggiari a través de la prensa y en el Congreso. Además de los reclamos puntuales, se agitó una cuestión que unificó a todos, como fue la defensa del Chaco. La oposición acusó a los gobernantes de no preparar al país ante la amenaza boliviana, de permitir el avance boliviano en el territorio disputado y de actuar con debilidad en las negociaciones diplomáticas. Los excesos determinaron la adopción de medidas represivas. Entre septiembre de 1929 y julio de 1930 se mantuvo el estado de sitio y, bajo su imperio, el Poder Ejecutivo apresó y deportó a sus adversarios más sañudos”, añade Scavone Yegros.




CRISIS

Así, se sucedieron la muerte en 1930 del ministro Eligio Ayala, elemento fundamental en el manejo de las finanzas públicas; huelgas de obreros seguidas de proscripciones y medidas represivas; amotinamiento de conscriptos militares, la toma de Encarnación, rebeliones al interior del propio partido de gobierno hasta que una manifestación estudiantil chocó contra las fuerzas de seguridad que resguardaban el Palacio de López.

“Las cosas se salieron de control en octubre de 1931. El 23 de ese mes, una manifestación estudiantil que reclamaba la defensa del Chaco forzó los cordones de seguridad y avanzó hasta los jardines del Palacio de Gobierno, donde fue reprimida, dejando un saldo de varios muertos y heridos. El hecho conmovió al país y el gobierno sintió su derrumbe, pero las Fuerzas Armadas lo sostuvieron, conjurando la crisis”, refiere Scavone Yegros.

LOS RELATOS

El hecho causó conmoción en el país, tal como lo revelan las publicaciones de los diarios de la época. El diario La Nación, opositora al Gobierno, tituló una publicación del mismo día 23 de esta manera: “Esta mañana la juventud estudiosa fue masacrada por la guardia pretoriana del Palacio de Gobierno. Desde los sucesos de ayer y hasta ahora hay trece muertos y cuarenta heridos”. Luego narra: “Fuego desde los balcones del Palacio de Gobierno: Eran las nueve de la mañana cuando (los manifestantes) fueron sorprendidos por un nutrido tiroteo de fusilería y ametralladora. Desde los balcones del Palacio, donde se habían emplazado tres ametralladoras de antemano, dirigidas, según versiones que pudimos recoger, por el Tte. Jara Román, empezaron a hacer un disparo cerrado sobre la masa estudiantil; niñas de la Escuela Normal con la bandera nacional enfrente, encabezaban la columna, la que al llegar frente a la casa de Gobierno fue recibida con un nutrido fuego de ametralladoras y fusilería”.

En tanto, El Diario, de tendencia progubernamental, en una publicación también del mismo 23 relata los hechos de esta forma: “La columna de manifestantes que a toda costa quería penetrar en el Palacio de Gobierno por la fuerza, era contenida por el cordón policial con singular energía. Los agentes del orden público formaban un dique de contención de la frenética oleada humana, cumpliendo con su deber bajo una lluvia de piedras. Varios policías resultaron heridos y contusos a consecuencia de las pedradas recibidas, y también algunos manifestantes que sufrieron golpes de vara. (…) A pesar de las varias ametralladoras que en los balcones del piso alto de la Casa de Gobierno se habían emplazado, los manifestantes no cejaron en sus propósitos y se valieron de una treta para romper el cordón policial. Un grupo de niñas normalistas encabezaron la columna de manifestantes. Los agentes de policía perdieron por completo el tino, no hallando forma de proceder en esta emergencia, circunstancia que aprovecharon los manifestantes para irrumpir como un alud por los jardines fronteros del Palacio para ir a chocar con el segundo cordón de tropas ya armadas con fusiles. En medio de una batahola infernal, de gritos, pedradas y exclamaciones, la multitud se precipitó hacia adelante. Una descarga cerrada de fusilería y un nutrido fuego de ametralladoras emplazadas en lo alto del Palacio, abrió fuego entre la multitud que después se dispersó”.

Entre los muertos fueron identificados oficialmente al menos ocho manifestantes: Liberato Ruiz, Alfredo González Taboas, Ismael González, Eugenio Gómez, Serafín O. Vidal, Julio César Franco, Raúl Roig Ocampo y Benigno González. En tanto, la cantidad de heridos ascendió a poco más de una veintena.

EL JUICIO POLÍTICO

Luego de los sucesos, Guggiari declaró el estado de excepción, se refugió en la Escuela Militar y tras ponerse a disposición del Congreso para que se investigara su responsabilidad en los hechos, el 25 de octubre entregó temporalmente la presidencia a González Navero.

En sus alegatos, la Cámara de Diputados, en la que ya existía mayoría oficialista antes del retiro de la oposición del Congreso, en su sesión del 27 de enero de 1932 emitió su dictamen final en el que sostiene que no se configuran las causales estipuladas en el artículo 50 de la Constitución, a saber, “mal desempeño de su cargo, delito en el ejercicio de sus funciones y crímenes comunes”, por lo que declara escuetamente: “1) Que no hay lugar a formación de causa contra el Excmo. Señor Presidente de la República, Doctor José Patricio Guggiari. 2) Comuníquese al Poder Ejecutivo”.

Así, Guggiari retomó el cargo a fines de enero de 1932 y pudo terminar su mandato en agosto de ese año, ya con la guerra del Chaco en pleno curso, transfiriendo el poder a un gobernante del mismo signo político, Eusebio Ayala, que sería conocido posteriormente como el “presidente de la victoria”.

sábado, 12 de octubre de 2024

12 de octubre de 1813: ¿la verdadera Independencia?

Si bien el 14 y 15 de mayo de 1811 es reconocida como fecha oficial de la Independencia paraguaya, varios autores sostienen que recién el 12 de octubre de 1813 nuestro país se constituyó en una nación independiente con la aprobación del Reglamento de Gobierno, que por primera vez proclama al Paraguay como una república.

 


Reglamento de Gobierno del 12 de octubre de 1813

El historiador norteamericano Richard Alan White (1944-2016), autor de “La primera revolución popular en América, Paraguay 1810-1840”, publicado originalmente en 1978 bajo el menos apologético título de “Paraguay’s autonomous revolution, 1810-1840”, sostiene que la asamblea que inició sus deliberaciones el 30 de setiembre de 1813 fue “el primer congreso popular de América Latina”.

Este contó con la participación de más de 1.100 delegados “que fueron elegidos por elecciones populares y libres, por todos, o la mayoría de sus respectivos habitantes”, según las instrucciones de la Junta al Cabildo de Pilar del 26 de agosto de 1813.

En una sesión general en su día final, 12 de octubre, el congreso ratificó oficialmente ‘el plan de gobierno propuesto por el Dr. Francia’. (…) Como se publicó en el bando del 21 de octubre de 1813, la primera asamblea auténticamente popular en América Latina, facultada a establecer su propia forma de gobierno, anunció orgullosa la creación de la primera nación autónoma en América Latina: la República del Paraguay”, escribe White.

En la asamblea se nombró como cónsules a Gaspar Rodríguez de Francia y a Fulgencio Yegros, aunque el primero ejercería el liderazgo de hecho ocupando el cargo durante dos de los tres cuatrimestres anuales.

ANTECEDENTES

Antes de ahondar propiamente en el Reglamento de Gobierno, es preciso hacer una revisión somera de los hechos que le precedieron.

El Imperio español se hallaba en aquellos primeros años del siglo XIX en una profunda crisis. El 6 de mayo de 1808, el rey Fernando VII y su padre Carlos IV abdicaron al trono español a favor de Napoleón, quien había invadido la península ibérica el año anterior e impuso en el cargo a su hermano José Bonaparte.

Ante estos hechos, el Paraguay, al igual que las demás provincias del Río de la Plata, manifestó su lealtad al rey depuesto. En cambio, se reivindicó que en tanto el monarca permaneciera imposibilitado de ejercer su soberanía, los pueblos hispanoamericanos tenían el derecho de autogobernarse y no depender del Consejo de Regencia que se había conformado para gobernar en ausencia del rey.

En mayo de 1810, los vecinos de Buenos Aires desplazaron al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y pretendieron investirse del derecho a gobernar los territorios que estuvieron bajo el dominio del Virreinato del Río de la Plata. Con vistas a ello convocaron a un congreso a fin de decidir la forma de gobierno de las provincias que lo constituían.

En tanto, en julio de 1810, luego de las deliberaciones de un cabildo abierto, la entonces Provincia del Paraguay desconoció la autoridad de la junta bonaerense. En represalia, esta dispuso el bloqueo del Paraguay y envió una expedición al mando de Manuel Belgrano, que fue derrotada en las batallas de Tacuary y Paraguarí.

Sin embargo, al principio corrió la voz sobre la supuesta derrota de los paraguayos, lo que sumado a la rauda huida del campo de batalla del entonces gobernador intendente, Bernardo de Velasco Huidobro, despertó la alarma en la élite española residente en Asunción, que se embarcó a la ciudad de Montevideo, que permanecía como un bastión realista.

La decadencia del poder español, la conducta pusilánime de sus funcionarios y la victoria militar sobre las tropas porteñistas fueron fundamentales para el afianzamiento de una conciencia de autodeterminación en la élite criolla.

A más de ello, a pesar de haber sido derrotado militarmente, el mensaje de Belgrano sobre la conveniencia de una unión con Buenos Aires tuvo receptividad en cierto sector de la oficialidad paraguaya. A raíz de ello, el gobernador Velasco avanzó en tratativas con Portugal con el objetivo de trabar una alianza para combatir las aspiraciones porteñistas. Los criollos temieron, con justificados motivos, que el pacto terminaría en la práctica en una subordinación al vecino imperial.

LOS HECHOS SE PRECIPITAN

La chispa que terminó de hacer estallar el movimiento de mayo fue el acercamiento entre Velasco y Portugal para precautelar los intereses españolistas ante el acecho de Buenos Aires. Esta aproximación con Portugal vendría a precipitar un movimiento que ya venía gestándose, pero que debió adelantarse ante el inminente acuerdo entre el gobernador intendente y la potencia lusa como evidenciaba la misión que cumplía por esos días en nuestra capital el teniente José de Abreu.

En la intimación que Pedro Juan Caballero envió a Velasco el 15 de mayo de 1811 se expresa que “en atención a que la provincia está cerca de que habiéndola defendido a costa de su sangre, de su vida y de sus haberes del enemigo que le atacó, ahora se va a entregar a una potencia extranjera, que no la defendió con el más pequeño auxilio, que es la potencia portuguesa, este cuartel, de acuerdo con oficiales patricios, y demás soldados, no puede menos que defenderla con los mayores esfuerzos”.

El 16 de mayo se conformó un triunvirato que estuvo integrado por el mismo Velasco (quien fue destituido el 9 de junio de 1811), además del español Juan Valeriano Zeballos y el doctor Francia. En un bando emitido al día siguiente se comunicó la instalación del gobierno provisorio hasta el establecimiento del “régimen y forma de gobierno que debe permanecer y observarse en lo sucesivo”.

Se rechazó además que los sublevados tengan el propósito de “entregar o dejar esta provincia al mando, autoridad o disposición de la de Buenos Aires, ni de otra alguna y mucho menos sujetarla a ninguna potencia extraña”.

Asimismo, el documento declara que el objetivo es “sostener y conservar los fueros, libertad y dignidad (de la provincia) reconociendo siempre al desgraciado soberano bajo cuyos auspicios vivimos, uniendo y confederándose con la misma ciudad de Buenos Aires para la defensa común y para procurar la felicidad de ambas provincias y las demás del continente bajo un sistema de mutua unión, amistad y conformidad, cuya base sea la igualdad de derechos”.

Así, al principio el movimiento se declaró leal al rey y no reivindicó propiamente la independencia. No obstante, los historiadores Ricardo Scavone Yegros y Liliana Brezzo sostienen en su obra “Historia de las relaciones internacionales del Paraguay” que esta “fidelidad era invocada de manera puramente formularia” y que el “Paraguay fue independiente de hecho desde 1811 y de pleno derecho desde 1813, pero solo gestionó o buscó el reconocimiento internacional de su independencia a partir de 1842 (Declaración de la Independencia del 25 de noviembre), desplegando para obtenerlo una acción diplomática que alcanzó su objetivo en 1852 (reconocimiento por parte de la Confederación Argentina el 15 de julio tras la derrota de Juan Manuel de Rosas ante Justo José de Urquiza)”.

Para estos autores, el 12 de octubre de 1813 “surgió, de pleno derecho, el Estado paraguayo y se rompió todo lazo con España y con Buenos Aires”.

EL REGLAMENTO DE GOBIERNO

Es preciso subrayar que por entonces el gobierno de Buenos Aires consideraba al Paraguay como una provincia rebelde y pretendía anexarlo a su territorio. En un ambiente poco propicio para cualquier entendimiento por las trabas comerciales y promesas de ayuda no prestadas de una y otra parte, en el segundo semestre de 1812 el gobierno de Buenos Aires convocó a la Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata instando a la entonces Provincia del Paraguay a enviar diputados. La Junta Superior Gubernativa decidió no designar representantes.

Ante ello, a principios de 1813, la ex cabeza virreinal envió una misión liderada por Nicolás de Herrera para convencer al Paraguay de que participe de la asamblea y acepte la anexión a Buenos Aires bajo promesas de trato igualitario.

A fin de deliberar sobre esta propuesta, se convocó a un congreso para el 30 de setiembre de aquel año, que como ya se mencionó tuvo una participación de más de 1.000 diputados y que se realizó en el templo de Nuestra Señora de la Merced, actual plaza de la Democracia. De esto resultó la elaboración de un Reglamento de Gobierno, que constaba de 17 artículos y que fue aprobado el 12 de octubre de 1813.

 

El Reglamento de Gobierno constaba de 17 artículos y fue aprobado el 12 de octubre de 1813
 

En su primer artículo se rechaza el envío de diputados a la asamblea convocada por Buenos Aires y se nombra como “cónsules de la República del Paraguay” a Gaspar Rodríguez de Francia y a Fulgencio Yegros.

De esta manera, el Paraguay se convirtió en la primera República de América del Sur. Este es el primer documento de carácter constitucional de nuestro país, aunque el jurista Luis Lezcano Claude advierte que no se trata propiamente de una Constitución por carecer de parte dogmática y de una declaración de derechos de los ciudadanos.

Sobre aquel congreso, el historiador Herib Caballero Campos, en su obra “Proceso de la Independencia paraguaya (1780-1813)”, cita un informe del británico Juan Parish Robertson según el cual Francia “imbuyó a las clases más bajas (de las que siete octavos de los diputados al congreso estaba compuesto) con una sospecha profunda y fuerte, de que el único objetivo de Buenos Aires al enviar un embajador al Paraguay era el de sujetarlo a sus propias visiones ambiciosas, y de envolverlo en sus propios principios revolucionarios para la promoción de sus propias traicioneras finalidades”.

Luego cita el punto dos de la declaración, que “Deja investido el Gobierno de la Provincia en los Cónsules, que se denominarán de la República del Paraguay y usarán por divisa de la Dignidad Consular el sombrero orlado de una franja azul con la escarapela tricolor de la República. Tendrán jurisdicción en todo igual, la que ejercerán unidamente y de conformidad. En su consecuencia, todas las providencias de Gobierno se expedirán precisamente firmadas por los dos”.

 

El documento nombra a Gaspar Rodríguez de Francia y a Fulgencio Yegros como “cónsules de la República del Paraguay”
 

Se establecía además que la principal obligación de los cónsules sería la “conservación, seguridad y defensa de la República con toda la vigilancia, esmero y actividad que exigen las presentes circunstancias”.

De esta forma quedaba constituida la República del Paraguay, pues el nuevo gobierno ya no era en nombre de Fernando VII, ni mucho menos dejaba abierta la posibilidad de una confederación con otras provincias. Los congresistas paraguayos habían decidido su rumbo en virtud de las difíciles relaciones económicas que se tuvieron con Buenos Aires y las demás provincias del disuelto Virreinato del Río de la Plata”, asevera Caballero Campos.

Para este autor, uno de los aspectos más relevantes de este proceso independentista, al igual que en el resto del continente, fue la superación del antiguo régimen y del vínculo hasta entonces existente entre el poder de los habitantes, que pasan a ser ciudadanos con capacidades civiles plenas, aunque esta condición se limitaba al varón propietario, comerciante o labrador.

jueves, 8 de agosto de 2024

Emiliano R. Fernández: el Homero de las trincheras paraguayas

A 130 años del nacimiento del más popular de los poetas épicos paraguayos, Emiliano R. Fernández, lo evoco en este artículo reflexionando sobre el papel de la oralidad en la preservación de la memoria histórica y en la generación de una conciencia nacional.

Fotos: Gentileza



 

Los íconos de la cultura popular superan a menudo el plano de la historia y se funden con la leyenda. Así, es frecuente que se conviertan en motivo de disputa entre poblaciones e incluso naciones que reivindican cada uno para sí el privilegio de haber engendrado a tal o cual genio. 

En este sentido, Emiliano no fue la excepción, pues aún hoy su lugar de nacimiento es causa de controversia. No obstante, la versión que fue imponiéndose fue que nació en la compañía Yvysunú, Guarambaré, el 8 de agosto de 1894, aunque hay versiones que indican que nació en Curusú Isabel, Concepción.

De cualquier manera, nuestra intención no es aquí redundar en los ya consabidos datos biográficos, sino más bien reflexionar sobre el sentido de la práctica poética y valorar el legado de Emiliano en su justa dimensión como cultor de la palabra oral y cronista de hechos que vivió en carne propia.

Pero primero indaguemos someramente sobre qué es la poesía. Aunque en primera instancia su definición pueda remitirnos a conceptos esteticistas o románticos como la expresión de la belleza a través de la palabra o la puesta en arte de los sentimientos amorosos, podría afirmarse que la poesía nació ante el horror de la tragedia humana y ante la angustiosa sensación de vacuidad del hombre ante la inmensidad del mundo que lo rodea.

A los poemas cosmogónicos que intentan explicar el origen del mundo, sigue la poesía historiográfica que cuenta, aunque con fuerte influencia de la ficción, los orígenes de la sociedad y las guerras entre los primeros pueblos.

Homero, cuya vida también se entremezcla con la leyenda, es considerado el primer poeta de Occidente y a quien son atribuidos los cantos épicos La Ilíada y La Odisea, que narran el último año de la guerra de Troya, el primero, y la vuelta de Odiseo tras la contienda, el segundo. Por tanto, poesía e historia estuvieron íntimamente ligadas en sus orígenes hasta que esta última logra formarse como disciplina independiente, algo que no sería posible si no hasta la creación de la escritura. Al mismo tiempo, la poesía se libera de la obligación de contar la “verdad” y pasa a ser en sí misma su propio objetivo.

EL MECANISMO DE LA ORALIDAD

Antes de ser escrita, la poesía era transmitida de manera oral de generación en generación, por lo que con frecuencia se ha planteado el problema de la fidelidad de su conservación a través del tiempo a consecuencia de los olvidos, omisiones y otras distorsiones.

Ante este problema, el filólogo Milman Parry y el profesor de literatura eslava Albert Lord crearon la teoría oral-formularia, que plantea que los cantos orales no se conservaron mediante la memorización textual, sino a partir de la retención de patrones de las estructuras básicas del relato (fórmulas) de tal suerte que, si bien se pueden presentar variaciones en la literalidad a lo largo del tiempo, el sentido general de la historia se mantiene. Los patrones rítmicos, pues, cumplen una función mnemotécnica al fijarlas en la memoria de los cantores, quienes iban trasmitiendo a través de las generaciones la historia de sus pueblos. El ritmo del canto –en sus constancias y variaciones tonales– cumple un papel que excede el mero goce estético. Es decir, las melodías y ritmos son herramientas para fijar en la memoria los hechos, por lo que la función musical está estrechamente relacionada a la salvaguarda de los saberes de los pueblos.

HEREDERO DE UNA TRADICIÓN

Para Parry, Homero no sería más que un compilador muy posterior que dio unidad a una vasta tradición oral de diversos dialectos que lo precedió y que se mantuvo relativamente inalterable a través del tiempo gracias al mecanismo de la oralidad que ya hemos mencionado. En efecto, se ha llegado a dudar de la existencia histórica de Homero o que este haya vivido en el tiempo en que se dice que vivió, el siglo VIII antes de nuestra era, puesto que la escritura en Grecia se desarrollaría en tiempos posteriores.

Sin embargo, en defensa de la hipótesis unitaria, que atribuye La Ilíada a un autor único, el poeta y crítico literario norteamericano Adam Kirsch alega que es posible apreciar una estructura formal constante en el poema, constituido por hexámetros dactílicos, es decir, cada línea está conformada por versos de seis grupos de sílabas, una larga seguida de dos breves.

Además de ello, apunta al empleo permanente de descripciones fijas aplicadas a personas o cosas a las que se recurre de manera constante: “Hera de brazos blancos”, “Aquiles de pies veloces”, “mar oscuro como el vino”, “Héctor el del tremolante casco”, etc.


 

LA MARCA DE LA GUERRA

Si como hemos dicho al principio la poesía es fruto del horror ante la tragedia humana, Emiliano R. Fernández rinde con creces tributo a esta tesis, sobre todo con sus poemas épicos escritos durante los intermedios en las batallas de la Guerra del Chaco. La fuerza de su legado, además de su calidad técnica y expresiva, sin duda está abonada por el favorable contexto de que la memoria histórica nacionalista en el Paraguay sigue aún hoy muy marcada por las dos grandes contiendas que enfrentó el país durante los siglos XIX y XX. Esto al punto de que, al decir del profesor alemán Wolf Lusting, epopeya e historia pasaron a ser expresiones sinónimas.

Aunque Emiliano en sus inicios se hizo conocido recorriendo el país recitando y cantando sus poemas, que ocasionalmente publicaba en revistas de la época, su creación lírica fundamentada en la oralidad precede a la escritura y la trasciende a través de la música.

Pero más que un mero poeta de la tradición popular, como bien observa el escritor rosarino de origen paraguayo Mario Castells, Emiliano cabe en la definición de lo que es un intelectual, es decir un “individuo que construye imaginarios”.

Así, Emiliano pasó a ser parte de la conciencia de la nación, por lo que en los actos de tinte patriótico no puede faltar la interpretación de sus obras, en especial 13 Tuyutí, regimiento del cual formó parte en la Guerra del Chaco. Esta obra se refiere a un episodio específico de la guerra, la batalla de Nanawa, librada desde el 20 al 26 de enero de 1933.

UN HIMNO ÉPICO


Para analizar este poema tomaremos como punto de partida un estudio realizado por el docente de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) Óscar Pintasilgo Solís titulado Análisis de la retórica de la canción 13 Tuyutí, de Emiliano R. Fernández. Saltando el preludio y la glorificación a las tropas que tomaron parte de la batalla, una de las más notables características de la poesía épica que presenta esta obra es el ensalzamiento de los héroes guerreros, en este caso el general de División Luis Irrazábal, el coronel Francisco Brizuela y el general de División Francisco Caballero, que son presentados los dos primeros como guitarra del diablo y el tercero como león chaqueño. Para facilitar la comprensión de esta pieza que al traducir pierde gran parte de su valor hemos adaptado la letra a la grafía guaraní actual.

“Mi Comando Irra, hendive Brizuela / mokoīve voi aña mbaraka / Ha el león chaqueño ijykére kuéra, / mayor Caballero ore ruvicha”. (Mi comandante Irrazábal, con él Brizuela / los dos son guitarra del diablo / y el león chaqueño a su lado/ el mayor Caballero, nuestro jefe).

Con respecto al valor histórico del relato, cabe destacar un fragmento que hace referencia al intento boliviano de tomar el fortín Nanawa mediante una maniobra envolvente para salir al río Paraguay a la altura de la ciudad de Concepción y controlar de esa manera un eje logístico de importancia para el Ejército paraguayo. Sin embargo, la estrategia resultó un rotundo fracaso para los bolivianos al mando del general alemán nacionalizado boliviano Hans Kundt, que planificó la operación ignorando las condiciones del Chaco como la falta de agua dulce.

“Reínte voli heko ensugūyva / ndohechamo’ãi y Paraguay. / Oihaperãme ipopía rasýva / Regimiento 13, kavichu pochy” (Inútilmente, Bolivia, de malas intenciones, / no verá el río Paraguay / Estará en su camino con doloroso aguijón/ el Regimiento 13, avispón furioso).

SÁTIRA

En otro pasaje Emiliano apela a un recurso que fue ampliamente utilizado en la Guerra contra la Triple Alianza en los diarios de trinchera como Cabichuí, la ridiculización del enemigo refiriéndose con sorna al jefe militar de las tropas enemigas, que se toparon ante una sólida puerta impenetrable en las defensas paraguayas.

“Kundt ko oimo’ãnte yvypyro / Ojuhúta ápe pire pererî / Ha ojepojoka gringo tuja výro/ Nanawa rokême ojoso itî”. (Kundt habrá imaginado al principio/ que encontrarían aquí a gente floja / Y se rompió las manos el gringo viejo tonto/ Contra las puertas de Nanawa se aplastó la nariz).

Así también, es posible encontrar referencias temporales específicas que narran los episodios bélicos en las que, como es lógico, no están ausentes las apreciaciones personales del autor, que emplea metáforas para describir la situación.

“Oguahê jave 20 de enero / Iko’êha’ára vierne rovasy / Ohuã'iva’ekue a sangre y fuego/ Oikepávo ápe ña boli memby./ Ko’êtî guive ore retén dospe / Kundt rembijokuái ndikatúi oike / Osegui hapére Rodolfito López / Mboka’i ratápe ohovapete”. (Cuando llegaba el 20 de enero/ amanecía un viernes triste,/ acudieron con sangre y fuego / irrumpiendo aquí los hijos de Bolivia. Desde el amanecer en nuestro Retén Dos/ los enviados de Kundt no pudieron ingresar / porque les salió al paso Rodolfito López / con el fuego del fusil los abofeteó).

 

Emiliano R. Fernández junto con su madre, Bernarda Rivarola

 

EL INFIERNO

En un pasaje homérico de potente estrofa, Emiliano ofrece una descripción descarnada del campo de batalla cuando los soldados paraguayos con machete en mano, como si fueran a limpiar la chacra, hacían caer las cabezas del enemigo por doquier. Con seguridad este episodio impresionó profundamente al poeta, que compara la escena con las profundidades del Hades cuando la ira está de fiesta, y asegura que solo aquellos que vieron y escucharon lo ocurrido podrán creerlo.

“Ava’i akângue ko’ápe ha pépe/ Akã Vera kuéra omosarambi/ A lo chirkaty machéte haimbépe/ ikokuepeguáicha lo mitâ okopi”. (Cabezas de indiecitos aquí y allá los (del regimiento) Acá Verá esparcían/ Como en el chircal con el filo del machete como en su chacra los muchachos carpieron).

“Péichane voi aipo Aña retãme/ la mba’e pochy ifunsionjave./ Ohecha, ohendúvamante ogueroviáne / Nanawa de Gloria fárra karape”. (Seguramente es así en el infierno / cuando la ira está de función / solo el que ve y el que escucha creerá / el enfrentamiento que hubo en Nanawa de Gloria).

Por lo demás, no dejan de resultar curiosos los eufemismos y las traducciones pacatas de expresiones como “ava”, que si bien en el guaraní originario se utiliza de manera neutra para referirse al hombre, en el jopara o guaraní paraguayo es una expresión marcadamente peyorativa para aludir a los indígenas.

Si en un primer momento se festeja que “ndopamo’ãiha (no va a terminar) la raza guaraní”, reivindicando la herencia indígena en la cultura paraguaya, a reglón seguido se trata despectivamente al enemigo de “ava’i” (indiecitos) o “tembiguái ava” (indios serviles), ya sea en referencia a los bolivianos propiamente o a los indígenas chaqueños reclutados como guías, la más de las veces de manera forzosa.

En definitiva, Emiliano resume la paraguayidad en su más amplio sentido, desde la lengua en la que habla, el jopara; sus fervientes sentimientos nacionalistas y las contradicciones identitarias en su relación ambigua con el ser indígena del que se dice heredero.

sábado, 25 de noviembre de 2023

Yukio Mishima: los ecos de un clamor desesperado

Al cumplirse un aniversario más del suicidio ritual del extraordinario escritor japonés Yukio Mishima, rememoramos su novelesca última jornada de vida y repasamos su testamento literario, “La corrupción de un ángel”, obra finalizada el mismo día de su desentrañamiento.




El 25 de noviembre de 1970, Kimitake Hiraoka –más conocido por el seudónimo litera­rio de Yukio Mishima–, junto con cuatro miembros de su milicia de ultraderecha Tate­nokai (Sociedad de los Escudos), se infiltraron en una base militar japonesa, toma­ron de rehén al comandante e instaron a las tropas a suble­varse y restaurar la autoridad del emperador Hirohito dero­gando la Constitución “paci­fista” de 1947. Esta había sido impuesta por las fuerzas de ocupación norteamericanas tras la Segunda Guerra Mun­dial, y consagraba la renun­cia a la guerra y la prohibición del empleo de la fuerza para la solución de los diferendos internacionales.

Tras el fracaso de la tenta­tiva, se suicidó a la manera tradicional japonesa, reali­zando el seppuku o harakiri, aunque tuvo que ser rema­tado por decapitación por un compañero. Este tam­poco fue muy diestro en la ejecución de su tarea, por lo que la agonía de Mishima fue más larga y dolorosa de lo que por sí mismo ya implica esta forma de quitarse la vida.

Sacrificio

Antes de emprender esta acción había hecho repre­sentaciones teatrales en las cuales anunció la manera en que iba a morir. En uno de sus cuentos, “Patriotismo”, publicado en 1961, en el que un joven teniente realiza el ritual del seppuku por razo­nes similares a las que serían las suyas diez años después, describe: “A su alrededor se extendía desordenadamente el país por el cual estaba sufriendo y a punto de dar la vida. No sabía ni le importaba si aquella gran nación reco­nocería su sacrificio. En su campo de batalla no existía la gloria. Era la trinchera del espíritu”.

Consciente de la inutilidad e incompresión de su sacri­ficio, de todas formas deci­dió poner término a su vida a los 45 años, en el cenit de su carrera, aunque en ello cla­ramente también incluyeron cuestiones personalísimas como el terror a la vejez, un tópico recurrente en su obra.



En el poema ritual que escri­bió en el momento que se acercaba su muerte escribió: “Espere y verá qué hago. A mi parecer, vivir sin hacer nada, envejecer lentamente es una agonía (…). Esto me ha llevado a pensar que como artista que soy debo tomar una decisión”.

Trauma colectivo

La producción literaria de Mishima circula por el mismo andarivel de la gran litera­tura nipona: el trauma colec­tivo del Japón moderno occi­dentalizado tras la derrota en la guerra. Mishima era des­cendiente de un clan de samu­ráis y deliraba con lograr la restauración de la sociedad imperial japonesa previa a la rendición ante los aliados.

Esto a pesar de ser el más occidentalizado de los escri­tores de su generación. Por ello, Mishima encarnaba una ambigüedad cultural y personal, el Japón abatido y a la vez obsesionado por Occi­dente, el enemigo vencedor que socavaba las tradiciones autóctonas; la homosexuali­dad velada frente a la hetero­sexualidad pública, su estilo cosmopolita en lo artístico frente a su conservadurismo político que buscaba la res­tauración de un mundo per­dido.

En efecto, Mishima era con­ciente de que su empresa estaba destinada al fracaso y como clara previsión de ello ya había enviado a la edito­rial la última entrega de su tetralogía como parte de un plan meticulosamente con­cebido al punto de que había dispuesto un dinero para la defensa legal de los integran­tes de su milicia que lo ayuda­ron en su tentativa de alza­miento.

Testamento

La culminación de su arte literario se encuentra en el ciclo compuesto por sus cua­tro últimas novelas, que bajo el título de “El mar de la fer­tilidad” constituiría el tes­tamento del autor; a saber, “Nieve de primavera”, “Caba­llos desbocados”, “El templo del alba” y la “Corrupción de un ángel”, esta última publi­cada póstumamente y sobre la cual nos explayaremos bre­vemente.

Esta novela se inicia con una bella descripción de un esce­nario costero y adelanta las características del personaje al atribuir al mar la razón de algo maligno que anidaba en su espíritu. El mar es la personificación del Japón moderno contaminado con los desperdicios de Occi­dente: “Las heces, como el hombre, se mostraban inca­paces de enfrentarse con su final como no fuese en la más horrible y sucia de las mane­ras”, se lee en una parte junto con una descripción de los desperdicios que poluciona­ban ese reino de añil.

Toru Yasunaga es un joven de dieciséis años, prototipo de la belleza masculina, que tra­baja en la Oficina de Transmi­siones de Teikoku como avis­tador de barcos del puerto. El viejo Shigekuni Honda, un rico abogado de apre­ciable fortuna, lo conoce y decide adoptarlo tras adver­tir que tiene tres lunares en el lado izquierdo del pecho, por lo que lo cree la reencar­nación de una casta de nobles siguiendo un viejo episodio juvenil, que al final repara se trata de una quimera.

Entre ricas descripciones paisajísticas y alusiones a simbología hinduista, el autor señala el pasaje por los cinco signos de la caída del ángel, que no es otra cosa que la caída de Japón ante valo­res extraños, la renuncia a la belleza primigenia para someterse al vicio de la volun­tad del invasor.

Tanto su personaje como él mismo en vida encarnan la inmolación de un genio que pretendía con su muerte dar una lección ejemplificadora, realizar un acto heroico de sacrificio en pos de un ideal estético. Los principales tópi­cos de su obra –la belleza, el erotismo y la muerte– los quiso encarnar él mismo en su propia vida y la manera en que decidió acabar con ella como una forma de afirma­ción de un concepto sobre la materia, de lo permanente sobre lo pasajero, de lo tras­cendente sobre lo fútil.




Toru es la representación del Japón domesticado e ins­truido en los modos occiden­tales bajo la premisa de que el refinamiento y las buenas costumbres serían el pro­ducto final de la emancipa­ción de toda rémora de hábi­tos propios. Sin embargo, tras el aparente sometimiento subrepticiamente tramaba y ejecutaba pequeñas rebelio­nes que preparaban la con­sumación de una venganza terrible.

“Las pruebas de una buena crianza proporcionan cate­goría a una persona y la buena crianza en el Japón significa familiaridad con la manera occidental de hacer las cosas. Solo hallamos al japonés puro en los barrios miserables y en el hampa y cabe esperar que con el paso del tiempo se torne cada vez más aislado. El veneno conocido con el nombre de japonés puro está debilitán­dose, transformándose en una pócima aceptable para todos”, se lee en otro frag­mento de la novela, una elo­cuente y amarga queja contra la sociedad de su época.

El presente

Por otra parte, no deja de resultar una curiosa coin­cidencia el trágico final que tuvo también el último gran impulsor del cambio cons­titucional en el Japón, el ex primer ministro Shinzo Abe, quien murió asesinado por causas supuestamente vin­culadas a una venganza ajena a sus labores políticas.

Las reinterpretaciones relativas sobre todo al artículo 9 de la Constitución nipona –que reza que “el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho sobe­rano de la nación y a la ame­naza o al uso de la fuerza como medio de solución en dispu­tas internacionales”– han cobrado fuerza a raíz de las pruebas de misiles balísticos de Corea del Norte y las dis­putas territoriales con China.

Tras la muerte de Abe, la iniciativa ha sido reflotada y la bandera del sol naciente ha ondeado de nuevo durante los ejercicios militares, por lo que el sublime cuadro de la degradación humana ofrecido por Mishima es el reflejo un debate que no está muerto, sino que, por el contrario, ha recobrado vitalidad.

sábado, 15 de julio de 2023

La tierra sin mal: la utopía de un paraíso del más acá

En homenaje a la etnóloga francesa Hélène Clastres, fallecida el pasado 2 de julio en París a los 87 años, reedito un ensayo escrito sobre su obra más famosa e importante, “La tierra sin mal. El profetismo tupí-guaraní”, su tesis de doctorado publicada en 1975.

 




Más allá de una concepción puramente teogónica o religiosa, el mito de la tierra sin mal encierra un sentido sociológico que se expresa a través de una impugnación a todas las formas de ejercicio del poder. Muy al contrario de los paraísos de ultratumba, para los guaraníes esta tierra mítica es alcanzable en esta vida y, aún más, precisamente para no morir.

La mayoría de los cronistas que llegaron a estas tierras en la primera época del periodo colonial coincidieron en calificar a los guaraníes como gente sin religión y sin Dios. Al respecto, la etnóloga francesa Hélène Clastres sostiene en su libro “La Tierra sin Mal. El profetismo tupí-guaraní” (1993) que esta confusión devino de que la característica principal de la religión guaraní no se definía mediante la relación con la divinidad o en la oposición hombre-Dios, sino más bien radicaba en la transformación radical de la sociedad y del propio sujeto que la habita.


En este sentido, observa que el núcleo de la vida religiosa de los guaraníes se exteriorizaba en el éxodo hacia una tierra accesible antes de la muerte y en la que el hombre conquista la inmortalidad. Tal sería el sentido de las migraciones, la búsqueda del yvy marã'eÿ o tierra sin mal, durante la cual los peregrinantes se entregaban a la entonación de cantos, danzas, se alimentaban con comidas hechas a base de maíz y renunciaban a toda forma de producción económica, a excepción de breves intervalos en que se instalaban provisoriamente en un lugar antes de proseguir el viaje.


Los karaives eran los personajes más importantes en la vida religiosa tribal, por lo que prestando atención al contenido de sus discursos se puede tener una idea cuando menos aproximada de la naturaleza de la religión que predicaban y la visión del mundo de ella derivada. Prescindiendo de los preconceptos propios de la época, resulta muy ilustrativa al respecto una descripción brindada por el jesuita portugués Manuel da Nóbrega en una carta titulada “Información de las tierras del Brasil” (1549):

Y llegando el hechicero con mucha fiesta al lugar, entra en una casa oscura y pone una calabaza que trae con figura humana en la parte más conveniente para sus engaños, y mudando su propia voz en la de [un] niño junto a la calabaza, les dice que no se cuiden de trabajar, ni vayan a la roza, que el mantenimiento por sí [mismo] crecerá, y que nunca les faltará que comer, y que por sí [mismo] vendrá a la casa, y que las azadas irán a cavar y las flechas irán al mato por caza para su señor, y que han de matar muchos de sus contrarios y cautivarán muchos para sus comidas, y les promete larga vida, y que las viejas se han de tornar mozas y las hijas que las den a quien quisieren, y otras cosas semejantes les dice y promete con que los engaña, de manera que creen haber dentro de la calabaza alguna cosa santa y divina que les dice aquellas cosas, las cuales creen” (Da Nóbrega, 2019: 52).

 Negación del orden social y natural

Ahora bien, para mayor claridad desglosemos cada uno de los elementos que se desprenden de la descripción. En primer lugar, el chamán insta a sus interlocutores a abandonar el trabajo, pues asegura que las cosechas crecerán solas. Cabe afirmar que las formas de organización estatal fueron consecuencia de la producción del excedente económico que se generó a partir de la agricultura. Las primeras sociedades de cazadores-recolectores eran igualitarias, pero a medida que se desarrolla la división del trabajo esta supuso una inmediata estratificación social. Por tanto, abandonar el trabajo implica a su vez la abolición de las diferencias sociales y el desconocimiento a cualquier forma de autoridad. 

La segunda promesa que realiza el chamán es que al llegar a esa tierra prometida las flechas se dispararán solas proporcionando a sus dueños los productos de la caza y poniendo a su disposición el cuerpo de los enemigos para los festines de la antropofagia. Aquí es posible identificar dos aspectos. Por un lado, la cacería ya no sería necesaria, lo cual guarda relación con el primer elemento que ya hemos analizado, es decir, el abandono de las actividades productivas. Por otro lado, se menciona que las flechas matarán por sí solas a los enemigos. Esto podría interpretarse como un estado de guerra permanente y la negación del sistema de alianzas a través del establecimiento de redes de parentesco con las tribus vecinas.

 

 

En “Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas”, el antropólogo francés Pierre Clastres atribuyó el papel de la guerra en estas sociedades a un impulso de fragmentación social, por lo que las definió como sociedades contra el Estado. De acuerdo a este autor, la guerra es una voluntad sociológica que tiende a la dispersión y actúa en contra de la fuerza unificadora del Uno. En efecto, las guerras y el estado de destrucción que estas normalmente conllevan tienen como primer efecto la migración, ya sea por la pérdida del territorio del vencido a manos del vencedor o por la merma de los recursos necesarios para la vida.

Un tercer componente es la promesa de una larga vida, por lo que este nuevo orden también niega las mismas leyes de la naturaleza, ya que esta tierra no solo sería accesible en esta vida, sino que constituiría en sí misma la vida eterna. A este estado se llegaría conquistando el kandire, purificando el cuerpo mediante las danzas rituales y el canto. Etimológicamente este término proviene de la unión de las siguientes voces: “Kã: huesos; ndikuéri: se mantienen frescos. El nombre implica que los que alcanzan este estado ascienden a los cielos sin que la armazón ósea del cuerpo se descomponga” (Cadogan, 1997: 101). En el “Diccionario Mbya-Guarani – Castellano” se precisa que kandire significa “inmortal, inmortalidad; seres humanos que alcanzaron la perfección o madurez mediante la danza u otros ejercicios espirituales” (Cadogan, 2011: 78).

Por último, el chamán insta a los participantes del ritual descrito en la cita que entreguen a sus hijas a quien quisieren, es decir, ignorando las leyes de filiación y de parentesco. Esto implicaría más concretamente la transgresión de la más universal y rigurosa de las prohibiciones, el tabú del incesto.

El diluvio

En el mito del diluvio se narra la destrucción de la primera tierra a raíz de la relación incestuosa entre Karai Jeupie y una tía paterna. En el momento en que el diluvio estaba por desatarse, Karai Jeupie –nombre que podría traducirse como “señor que se elevó para el acto carnal prohibido”– todavía no había alcanzado el aguyje (término que hace referencia a la madurez de los frutos y se aplica por extensión al estado de plenitud espiritual), para lo cual cantó, danzó y oró durante dos meses para alivianar el cuerpo y cruzar las extensas aguas.

El gran aguacero es la represalia ante el incesto, pero a pesar de su transgresión gracias a los ejercicios espirituales finalmente Karai Jeupie conquistó el estado de aguyje y llegó a la tierra indestructible. Dada su osadía de desafiar el orden social, actitud reservada exclusivamente a los dioses, estos se vieron en la obligación de dictarle las ñe’ê porã tenonde (primeras palabras hermosas) que lo hacían acreedor de su nueva condición de inmortal. Esto puede verificarse en el hecho de que los que provocaron el diluvio fueron finalmente los únicos que se salvaron.


Nadó el Señor Incestuoso, con la mujer nadó; en el agua danzaron, oraron, cantaron.


Se inspiraron de fervor religioso; al cabo de dos meses adquirieron fortaleza.

Obtuvieron la perfección; crearon una palmera milagrosa con dos hojas; en sus ramas descansaron para luego dirigirse a su futura morada, para convertirse en inmortales.

El Señor Incestuoso, el Señor de la unión nefanda, él mismo creó para su futura morada de tierra indestructible en el paraíso de los dioses menores.

Se convirtió el Señor Incestuoso en nuestro Padre Taparí; se convirtió en el verdadero padre de los dioses menores” (León Cadogan, Ayvu Rapyta, 1997: 98-99).

En tanto, los que se inspiraron en el arandu vai (mala ciencia) sufrieron la metempsicosis y se transformaron en pájaros, en ranas y en escarabajos e incluso una mujer que había robado fue convertida en venado por Ñande Ru (Nuestro Padre).


La doble negación


Esta dicotomía de la transgresión en forma de mera ruptura, por un lado, y de superación de las leyes, por otro, resulta también observable respecto al principio de la reciprocidad, una regla fundamental que rige el intercambio en el seno de las sociedades igualitarias.

Un relato recogido por Clastres da cuenta de un hombre que conquistó el aguyje luego de un estricto régimen que duró dos años. A este hombre se le había muerto una hija y, siguiendo los preceptos de los antiguos ritos funerarios, colocó sus huesos en una canasta de bambú. Este procedimiento se empleaba a fin de que los espíritus hagan fluir nuevamente las palabras por el esqueleto del difunto. Pero más allá de que no se logre propiamente el fin buscado, tal conducta es una muestra de perseverancia (mburu: fervor religioso). Al cabo de dos años, el hombre finalmente recibió las palabras que lo guiarían durante su travesía.

El hombre pescaba, cazaba y todos los productos de su trabajo los entregaba a la comunidad, sin aceptar nada a cambio, sustentándose solo de alimentos a base de maíz y un poco de carne de cerdo. Cuando llegó el ara pyahu (primavera), a través de la neblina que flota en los campos Jakaira le reveló el camino que debía seguir para llegar al yvy marã'eÿ como recompensa por haberse comportado como un verdadero elegido.

Si bien el sentido de la justicia procede del respeto a la reciprocidad, es asimismo el momento en que dicha reciprocidad se quiebra. (...) Pero por liberarse de la obligación de recibir, se sitúa fuera del sistema de intercambio y afirma su independencia respecto de la colectividad”, sostiene Clastres (1993: 126).

Esta sería una buena forma de negar la sociedad, que tiene su contraparte en la negación hacia abajo cuando un individuo solo recibe y no da nada a cambio. De esta forma contraviene la regla de la reciprocidad, pero al mismo tiempo muestra dependencia respecto a ella y desconoce el primer y más importante componente del intercambio, el jopói (compartir).

Otra forma de conducta asociada a la falta de mborayu es comer la carne cruda (como los jaguares) o cocerla y consumirla solo en la selva. Este modo de ser está penado con la trasmigración de las almas y la transmutación en seres inferiores, lo cual se conoce como aguyje amboae (metempsicosis) o forma de plenitud hacia abajo, como ya se mencionó en la referencia al diluvio.

Estas son a grandes rasgos las características de la ética colectiva y la religiosidad guaraní exteriorizada a través de la vida nómade. Aunque en las circunstancias actuales las migraciones ya no se realicen por las limitaciones en el acceso al territorio y la propia asimilación a la sociedad nacional, el mal en la tierra se manifiesta más presente que nunca y la consecuente necesidad de superar este orden imperfecto.

Por ello es posible imaginar que pervive aún en la memoria colectiva de estos pueblos la reminiscencia de esta larga travesía y que en prosecución de ella están empeñados cuando llegan a la capital y se instalan en precarias carpas para presentar sus demandas. No obstante, esta tierra prometida se muestra cada vez más esquiva y distante.