En
esta entrevista con Washington Uranga, periodista uruguayo residente
en la Argentina, el comunicador nos habla sobre la Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual (LSCA), que se encuentra actualmente
paralizada por una acción de inconstitucionalidad interpuesta por el
Grupo Clarín contra la cláusula antimonopólica. Uranga reivindica
la importancia de la norma en un proceso de desconcentración de la
propiedad de los medios a fin de pluralizar el escenario
comunicacional. Asimismo, advierte que las omisiones que diariamente
practican los medios cercenan el derecho a la información de las
audiencias. “Omitir es una forma de distorsión de la realidad”,
enfatiza.
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Washington Uranga, periodista, docente e investigador |
Llego
al café unos diez minutos antes de las 15:00. Mientras espero, hojeo
las páginas del quincenario de sátira política Barcelona. El calor
de Buenos Aires, al menos para un asunceno, se siente apenas como un
leve cosquilleo. De pronto entra Washington. Nos saludamos, se sienta
y me pregunta sobre la situación en Paraguay. “Muchas dudas. Pero
la sangre de campesinos y policías sí que resultó un gran
negocio para algunos”, le respondo, palabras más palabras menos.
Washington hace una mueca que denota cierta compunción. Charlamos un
rato más, un intervalo de silencio a manera de señal, activo la
grabadora y empezamos.
–¿Cuál
es la situación actual de la LSCA y las trabas que impiden su
aplicación efectiva?
–Hay
dos tipos de problemas. La ley hace más de tres años que fue
aprobada por abrumadora mayoría en el Congreso y tiene un artículo,
el 161, que establece que los grupos que concentren medios en la
propiedad deben desprenderse de parte de ellos. El principal grupo es
Clarín, que ha opuesto un recurso de inconstitucionalidad para no
desprenderse de medios. La ley está trabada judicialmente, es decir,
no se puede aplicar en uno de sus puntos, el referente al combate a
los monopolios.
Si
ahora la Corte declara la constitucionalidad de la norma, el Estado
puede actuar de oficio y licitar las licencias en los casos de grupos
que estén excedidos para que aparezcan nuevos oferentes. Y ya la
Corte dijo que no está afectada la libertad de expresión, sino
eventualmente la propiedad de un grupo, lo cual no es suficiente para
declarar inconstitucional la ley.
El
otro problema es que el Gobierno ha puesto demasiado foco en este
punto, legítimo, y no hay suficiente política activa para promover
otros recursos de la ley que hacen a la democratización. Hay que
trabajar más en la idea de radio y televisión pública. En esto
tampoco la oposición ha ayudado porque ha trabado todo lo que está
a su alcance.
Todo
lo que significa el porcentaje de medios reservados para los espacios
comunitarios necesitan de políticas activas. No basta con que tengan
el derecho de acceder a las licencias, sino que necesitan recursos,
inversiones. No es que el Estado tenga que financiar todo, pero sí
promoverlo porque si no la lucha es muy desigual frente a los medios
concentrados. La ley es buena, pero no es suficiente.
–¿De
qué manera la LSCA puede contribuir a un proceso de
“reciudadanización” de las voces actualmente silenciadas por un
régimen de propiedad de los medios excesivamente concentrado?
–El
solo hecho del debate previo a la aprobación de la ley, sobre todo
con lo que fueron los 21 puntos de la Coalición por una
Radiodifusión Democrática, ayudó a mirar el sistema de medios
desde otro lugar, a desmitificar aquella idea de que los medios
traducen la “verdad”. Eso es un proceso de ciudadanía. También
ayudó a hacer un proceso de lectura crítica de los medios.
Y
puede contribuir más en tanto y en cuanto produzca efectivamente el
proceso de desconcentración de la propiedad de los medios, de que
garantice más pluralidad. Un proceso de ciudadanía comunicacional
pasa por el ejercicio del derecho a la comunicación entendido como
derecho humano fundamental, pero que no se restringe estrictamente al
sistema de medios, sino que tiene que hacer pensar lo comunicacional
como transversal a los procesos, por ejemplo, de política pública.
–Precisamente
también hablás de la necesidad de pensar la comunicación más allá
de los medios.
–No
se puede hacer política pública sin comunicación. Hay que pensar
la comunicación como relacional, cómo la comunicación nos
relaciona como personas, como ciudadanos. Pensar la comunicación
debe llevarnos a pensar la historia en su dinamismo relacional. Salir
de la idea de que la historia es una fotografía para mirarla como
una película de la que participan multiplicidad de actores. Me
parece que la trama de la historia es comunicacional. Y no digo que
todo sea comunicación, sino que existe la posibilidad de mirar los
procesos históricos y sociales desde la comunicación, desde la
construcción de relaciones, como se puede mirar desde la sociología,
la antropología, etc.
Hay
una idea importante, que también nos enseñó en su momento Juan
Díaz Bordenave, según la cual el resultado de la relación es un
proceso totalmente inédito. El encuentro entre dos o más sujetos da
un resultado que no es la suma de uno y otro, sino algo absolutamente
nuevo, que es el proceso de la interacción.
Para mí ese es el
sentido del concepto de mediaciones de Jesús Martín Barbero. Es
decir, la posibilidad de interacción y de la generación no de un
entremedio, sino de un nuevo resultado que surge del diálogo entre
sujetos cuando, enfrentados en situaciones diferentes, pueden generar
un otro mensaje, una otra situación, una otra mirada.
Como
comunicadores sociales deberíamos plantearnos cuál es el aporte que
hacemos en la construcción de lo ciudadano y en la construcción de
lo público. Deberíamos trascender la mirada estricta del periodista
como puente informativo para ser un articulador de saberes y
prácticas en el espacio público.
–¿Y
con respecto a las críticas de que el gobierno de Cristina Fernández
está desconcentrando por un lado para concentrar hacia los sectores
que le son afines?
–Efectivamente
hay más medios cercanos al Gobierno, pero si uno mira la cobertura
que esos medios tienen no son realmente significativos con relación
a quienes ejercen todavía hoy situaciones monopólicas. Lo que a mí
me parece más criticable es el manejo de la radio y televisión
pública, porque estas deben ser públicas, no del Gobierno de turno.
Por lo tanto, necesitarían de un ejercicio de pluralidad, de
presencia de diversidad de actores. Lo que pasa es que desde el punto
de vista político estamos en una situación muy polarizada, con
mucha mirada binaria. Y la radio y la televisión pública quedan
enredadas en ese lugar.
–¿Cómo
observa el mapa mediático en Paraguay y el estado de la libertad de
expresión en el contexto posgolpe?
–En
Paraguay hay un nivel altísimo de concentración de propiedad de los
medios. En este sentido el gobierno de Lugo, apenas muy tímidamente,
había comenzado a romper esa situación. Luego del golpe hubo un
retroceso muy grande. Lo preocupante son las trabas a las radios
alternativas y comunitarias. Muchas de las llamadas radios
comunitarias en realidad no lo son, están amañadas por dirigentes
políticos y propietarios que hacen negocios. Además lo que
significaron todas las trabas que el propio Congreso puso para la
legislación de las radios comunitarias. En Paraguay es muy difícil
la vigencia del derecho genuino a la comunicación. El hecho de que
la TV Pública no haya seguido prosperando por el camino que empezó
a andar y que la radio pública ahora no manifieste una pluralidad de
voces es un paso atrás muy grande.
–En
uno de sus trabajos plantea la paradoja de que en un mundo
superinformatizado el conocimiento de la “realidad” se hace cada
vez más difícil o, al menos, problemático.
–En
medio de la vorágine informativa y en un supuesto contexto de
superinformación hay sectores de la sociedad que siguen excluidos
como sujetos de la información y como sujetos con derecho a
comunicarse. Sus voces no son escuchadas y no son noticia para nadie.
Esto es un modo más de exclusión. Si yo miro la comunicación como
un derecho habilitante de otros derechos, quien no sabe que tiene
derechos no los puede reclamar. Esta es una de las grandes paradojas
que vivimos.
–A
pesar de la evidencia de que el periodismo está cada vez más
sometido a fuerzas externas que lo condicionan, cierta prensa insiste
en rotularse como “libre e independiente”.
–Ese
es un viejo recurso que viene del periodismo norteamericano. Tiene
mucho más que ver con la libertad de empresa que con la
independencia respecto de los contenidos. Es una mirada
pretendidamente liberal que dice que el periodismo es independiente
de toda presión. Hace 30 o 40 años todavía podía haber empresas
periodísticas autónomas. Hoy las empresas periodísticas son parte
de conglomerados. No existen empresas periodísticas que sean solo
periodísticas; son parte de grupos económicos que tienen lo
periodístico como parte de una estrategia en la que tienen
emprendimientos industriales, donde tienen relaciones con la
política, etc.
También hay
relatos que pretenden ser completos, objetivos e independientes. Pero
ni completos, ni objetivos ni independientes. Primero, no tenemos una
mirada total de la realidad. Hacemos recortes. Para algunos es
noticiable una cosa y para otros, otra. Tampoco objetivos porque
miramos desde un lugar. Mucho menos independientes porque todos
estamos marcados por nuestras propias historias, nuestras culturas.
¿Independientes de qué? Es más, yo no pretendo ser independiente.
Yo prefiero que mis lectores sepan desde dónde hablo. Esa es una
manera de generar libertad en el interlocutor para que tome o deje lo
que yo diga.
Los
periodistas no son independientes, son presionados permanentemente.
No deciden lo que publican o lo que no publican, sino que son los
gerentes editoriales los que fijan los lineamientos de lo que se
publica y qué no. Las grandes corporaciones son las que insisten en
ese discurso de independencia, que es mentiroso. Dos de los grandes
intérpretes de esa posición son la Sociedad Interamericana de
Prensa (SIP) y la Asociación Internacional de Radiodifusión (AIR),
que son las organizaciones de los grandes grupos económicos. La SIP
y la AIR, con el discurso de la objetividad, representan los
intereses de las empresas.
–¿En
qué consiste, y cómo trabajar en, la ciudadanía comunicacional?
–Consiste
sobre todo en construir condiciones efectivas para el derecho a la
comunicación. Eso significa que además de declamarlo hay que
construir condiciones operativas. No basta con decir que todo el
mundo tiene derechos. Eso se tiene que traducir en qué canales hablo
y de qué manera. Es decir, traducir el derecho a la comunicación en
condiciones objetivas y materiales para que pueda ser ejercido. O si
no es una sola declaración de principios, pero que no sirve en
términos conducentes porque no aporta al cambio. Además, hay que
entender que lo comunicacional es esencial a la vida política y
social. Y que, por lo tanto, se convierte en un espacio de lucha y de
debate. El derecho a la comunicación no se regala, hay que
conquistarlo. Es parte de una conquista ciudadana el pensar lo
comunicacional como derecho humano, vincularlo con los derechos
políticos, sociales y culturales.
–Usted
advierte sobre la excesiva editorialización en perjuicio de la
información no solo en lo que dicen los medios, sino sobre todo en
lo que ocultan y dejan de decir.
–En
esta pelea política y lógica binaria estamos perdiendo calidad
informativa. Y no digo que no tengamos que opinar, pero hay que
recuperar la calidad informativa. Hay que recuperar la veracidad.
Asumir que contamos desde un lugar. Y lo que se oculta es lo que
perjudica a los intereses económicos. La censura es una sustracción
de la información. Robar información es quitarle derecho a las
audiencias. Tan grave como mentir es omitir. Omitir es una forma de
distorsión de la realidad.
Brevísimo
CV
Washington
Uranga nació en Montevideo y es periodista, docente e investigador
de gestión y procesos comunicacionales. Actualmente preside el
Instituto Latinoamericano de Comunicación para el Desarrollo (ILCD),
fundado en Asunción en 2011, y se desempeña como editor de La
Ventana, sección de análisis y teoría de la comunicación del
diario bonaerense Página/12.