A 20 años del rapto de Juan Arrom y Anuncio Martí, quienes permanecieron desaparecidos durante dos semanas y luego fueron hallados en una casa en Villa Elisa con rastros de tortura tras ser acusados del plagio de María Edith Bordón de Debernardi.
Juan Arrom y Anuncio Martí fueron encontrados en una vivienda ubicada sobre la calle Estero Bellaco del barrio 29 de Setiembre de Villa Elisa con señales de haber sido sometidos a apremios físicos. Foto: lanacion.com.
El 30 de enero de 2002,
Juan Arrom y Anuncio Martí fueron hallados en una casa del barrio 29 de Setiembre
de Villa Elisa con vestigios de maltratos físicos. Ambos se encontraban
desaparecidos desde el 17 de enero luego de que hayan sido acusados del
secuestro de Bordón de Debernardi, raptada el 16 de noviembre de 2001 mientras realizaba su
caminata de rutina en el parque Ñu Guasu. La mujer fue liberada el 19 de enero de 2002 tras el pago de un rescate de un millón de dólares, aunque hay fuentes que señalan que el monto fue mayor.
La víctima era esposa del arquitecto Antonio Debernardi (+), hijo de Enzo Debernardi, barón de Itaipú, como se conoce a los integrantes de la burguesía fraudulenta que creció a costa de la construcción de la hidroeléctrica, así como otros servicios, ventas y contratos con el Estado.
Arrom y Martí eran
militantes del movimiento Patria Libre, que de acuerdo a las versiones
oficiales tenía dos brazos, uno político y otro armado; se lo acusaba de mantener
lazos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y es
considerado el embrión del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP).
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La prueba de
vida enviada por los secuestradores de María Edith Bordón de Debernardi, por
quien se habría pagado un rescate de un millón de dólares.
No obstante, los
parientes de los declarados prófugos denunciaban que estos estaban secuestrados
y que jamás se habrían marchado abandonando a sus familias sin decir nada, como
si la tierra los hubiera tragado.
-Él no está prófugo, él
está secuestrado –aseguraba enfática Cristina, la vocera y cara más visible de la
búsqueda. Las instancias oficiales aseguraban que manejaban una información de
que fueron vistos en Concepción y que ya habrían cruzado hacia Puerto Murtinho,
en el lado brasileño. Otras veces las hermanas fueron citadas a la morgue para
reconocimiento de cuerpos, por lo que a medida que transcurrían los días la
angustia era cada vez más apremiante.
A la una de la tarde
del 30 de enero, Cristina estaba en el despacho de su abogado cuando recibió
una llamada telefónica; era un hombre que decía que tenía datos sobre el lugar
donde permanecía en cautiverio su hermano.
Cristina dudó un
momento antes de llamar a su hermana para darle la noticia. Ya habían recibido
tantas informaciones falsas que ya no sabía qué hacer. Sin embargo, pronto se
decidió. No había nada que perder. Pasó a buscarla.
Cuando estaban llegando
al lugar señalado en la llamada, indicó al chofer que parara la marcha y se
quedara estacionado cerca de la capilla. El empedrado ardía como el alquitrán. Llamaron
a los medios de prensa diciéndoles que tenían una información sobre el probable
lugar donde estaban Juan y Anuncio.
Una reja verde cubría la
parte frontal de la casa. La fachada era de ladrillos vistos y la puerta y
ventanas estaban pintadas de blanco. Un césped irregular cubría el patio
delantero, por donde atravesaba un caminero de baldosa.
Cuando llegaron los
cronistas, Cristina les pidió que filmen la vivienda. De pronto sale un hombre
alto y con barba de chivo, observa sobresaltado la escena y se vuelve a meter
al interior de la residencia. Momentos después escapan raudamente del lugar dos
vehículos.
El rescate
-Juan, Juan –se puso a
gritar Martí desde la sala de la casa. Arrom estaba en una habitación contigua.
Al escucharlo, por los gritos de desesperación pensó que su compañero había
enloquecido o que estaba a punto de ser ejecutado.
Desde afuera Cristina
escuchó los gritos desde el interior, pero no parecían los de una persona
adulta, sino de un niño que chillaba con ronquera. Pensó que las volvieron a
engañar, aunque enseguida advirtió una voz más clara.
-Soy Anuncio Martí, soy
Anuncio Martí –vociferaba este desde la abertura de la ventana, desde donde
observaba el patio que daba a la calle. Logró identificar a las hermanas Arrom,
quienes estaban rodeadas de varios reporteros.
Juan se puso
inmediatamente a emular a su compañero e hizo lo propio lo más fuerte que pudo.
-Soy Juan Arrom, Soy
Juan Arrom –repitió varias veces.
-¿Hay alguien en la
casa? –preguntó Cristina no pudiendo aún dar total crédito a lo que estaba
ocurriendo.
-No sé –le contestó. Fue
hasta la mesa en torno a la cual solían estar reunidos sus captores, pero no
había nadie. Luego se dirigió hacia la puerta de salida y advirtió que la llave
estaba puesta. Abrió rápidamente y salió hacia el patio delantero. Vestía un
short oscuro y estaba sin remera. Los rastros de moretones le resaltaban en la
cintura.
-Detrás de él salió
Anuncio Martí, descalzo, vestido con un pantalón de jean azul y también con el
torso desnudo.
-¡Nos torturaron,
señor; nos torturaron! –dijo Martí con una voz quebrada y estridente.
Cuando llegó la
policía, los agentes se aprestaron rápidamente a detener a ambos, pero tras la
intervención del viceombudsman fueron trasladados a un hospital privado
para recibir atención médica.
La cita
La temperatura del
asfalto y las paredes del centro de Asunción bajaba paulatinamente en la noche
de aquel 17 de enero de 2002. Arrom y Martí llegaron hasta una casa ubicada
sobre Lugano, entre Hernandarias y Colón, al suroeste del centro de Asunción, en
el límite con Barrio Obrero y Sajonia. Arrom fue citado por el secretario de un
ministro que supuestamente tenía interés de apoyar un proyecto productivo en
beneficio de una comunidad campesina con la que estaba trabajando su movimiento.
Juan bajó del
automóvil, tomó su celular y llamó al secretario.
-Hola, ya llegué a la
casa –le dijo.
-¿Ya estás enfrente? –preguntó
la voz del otro lado del teléfono buscando una confirmación.
-Sí –replicó con un
leve tono de cansancio.
En ese momento, un
automóvil Volkswagen Gol blanco se estacionó al lado de ellos y descendieron de
él varios hombres armados. De la casa salieron otros tantos. No podía contarlos
con precisión, pero le parecieron muchos, al menos diez. Se abalanzaron contra
ellos y los subieron al auto, les cubrieron la cara y les esposaron de pies y
manos. Cuando ya quedaron así completamente inmovilizados, les bajaron los
pantalones y les aplicaron golpes en los testículos y otras partes del cuerpo.
Una vez llegados al primer
lugar de cautiverio, fueron requeridos por sus captores sobre información
relativa al secuestro de civiles y a un presunto plan de desestabilización
contra el gobierno de Luis Ángel González Macchi. Además del sector de
izquierda, en este complot se buscaba vincular también a los oviedistas, que entonces
estaban enfrentados al gobierno que sucedió a Raúl Cubas Grau, delfín del
general Lino César Oviedo. Aquel se vio forzado a renunciar tras la apertura de
un proceso de impeachment en su contra tras la muerte de siete jóvenes
manifestantes en las plazas del Congreso durante el Marzo Paraguayo.
-Nde tipo, ehendu porã
la ha’éva ndéve. Nde ehóta edeclará fiscal-pe reihã involucrado en secuestro de
civiles y en un plan de desestabilización con los oviedistas, liberales y
algunos empresarios – dijo un hombre de rígido corte y tono policial.
-Che ndarekói ápe nada
que ver. Que se me presente ante la justicia si tienen algo en mi contra.
Quiero ver a mi abogado –reclamó Arrom.
-Mba’e, ápe ko ndaipóri
abogado, nde desaparecidóma –le amenazó.
-Hasta que no confieses
lo que te dijimos ante un fiscal no vas a salir de acá. Si seguís jodiendo eperdéta
nde vida entero avei –añadió.
Luego, uno de los
sujetos, al que identificó como Kabul, ya que así escuchaba que le decían sus
camaradas, se paró al lado de él, le cubrió la cabeza con una bolsa y empezó a
asfixiarlo.
-Confesá, confesá. ¿Dónde está la plata? –inquiría Kabul haciendo gestos amenazantes. Presionaba la bolsa y luego la aflojaba
brevemente para dejarlo respirar un rato. Arrom se seguía negando a firmar. Embotado
por la falta de oxígeno, su mirada se perdía hacia las aletas del ventilador,
que lanzaba lenguas de fuego contra su rostro.
-Ahora me voy a
encargar de vos –le avisó. Dos hombres lo agarraron del brazo y lo condujeron hasta
el borde de la pileta del baño. Siempre bajo la atenta observación de Kabul, quien
emitía la orden de que le sumerjan la cabeza en el agua por interminables
segundos que parecían largos minutos para luego sacarlo y vuelto a meter
siempre bajo la misma exigencia de que confiese.
Antes de perder el
conocimiento, Arrom solo atinó a clavar los ojos al techo e hizo un último
vistazo. Cuando se repuso, advirtió que era de madrugada y que iba a ser sacado
de la casa. Amordazado y con los ojos vendados, fue subido al asiento trasero
de un vehículo junto con Martí y un custodio. Escuchó que el conductor hablaba
por radio.
-Ápe jaraháma hína ko’ãva
Arroyo Seco-pe –dijo el chofer.
Cuando llegaron a la
última casa en la que estuvieron hasta el rescate, Arrom pidió hablar con el
ministro de Justicia, a quien conocía de años atrás como militante de la
oposición contra la dictadura.
Los captores marcaron
un número y se lo pasaron. Aún estaba turbado y no lograba distinguir claramente
la voz, pero la persona que le habló le aseguró que intercedería a su favor para
que dejen de torturarlo y que enviarían a un médico. Después le comunicaron con
alguien de quien dijeron era el ministro del Interior.
-Vamos a mandar un
equipo para que colabores. Ya sabés cuáles son las condiciones. Si colaborás te
prometemos sacarte sano y salvo del país –le aseguró el hombre. Cuando llegó el
nuevo equipo de interrogadores, los subieron a un automóvil y los sacaron a
recorrer para que les muestren las casas de los demás integrantes de su movimiento.
-¿Dónde están las
armas, dónde están las armas?, –inquiría Kabul.
-¡Hablá carajo, hablá
carajo! –le gritaba mientras le asestaba golpes en los testículos y a la altura
del riñón, por lo que apenas podía respirar y menos hablar.
-Ijinútil kóa –se mofó uno
de los inquisidores.
Entonces lo condujeron
nuevamente a su lugar de cautiverio. Al día siguiente fue inspeccionado por un
médico, quien expidió algunas recetas y luego se retiró. Pero las marcas no
desaparecían, por lo que intentaron tratarlas hasta con hojas de aloe de vera.
-Firmá o no hay salida
–le insistió el que encabezaba el “procedimiento alternativo” de interrogatorio.
-No voy a comer,
preséntenme ante las autoridades –exigió Arrom mientras apartaba de un golpe el
plato que le bajaron en la mesita de su cuarto de reclusión.
Esa mañana del
miércoles 30 de enero fue examinado por el jefe del grupo, quien le ordenó que
se bajara el short para corroborar el estado de sus heridas.
-Ko arruinado –reprobó
el hombre y se marchó dando un portazo.
El refugio
Tras huir al Brasil
alegando falta de garantías procesales, el 1 de diciembre de 2003 Arrom y Martí
recibieron el estatus de refugiados políticos en ese país. Desde entonces el
caso reflotaba cada tanto y se amenazaba con la extradición, pero nunca pasaba a
mayores.
En cambio, la fallida
demanda de indemnización promovida por Arrom contra el Estado paraguayo ante la
CorteIDH reimpulsó el proceso. Brasil, que hasta entonces se había manifestado
como garante de ese estatus, dio un giro con la llegada al poder de Jair
Bolsonaro, que revocó esa condición el 14 de junio de 2019.
Arrom y Martí pasaron entonces
al Uruguay, donde fueron detenidos en agosto de ese año y liberados poco después.
De la capital oriental se trasladaron a Finlandia, donde a instancias del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) lograron el
estatus de refugiados en octubre de 2019.
*Recreación de los
hechos realizada a partir de reportes de prensa y de los testimonios de Juan
Arrom y Cristina Arrom ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte
IDH) con sede en Costa Rica durante una audiencia realizada el 7 de febrero de
2019.
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