A 130 años del nacimiento del más popular de los poetas épicos paraguayos, Emiliano R. Fernández, lo evoco en este artículo reflexionando sobre el papel de la oralidad en la preservación de la memoria histórica y en la generación de una conciencia nacional.
Fotos: Gentileza
Los íconos de la cultura popular superan a menudo el plano de la historia y se funden con la leyenda. Así, es frecuente que se conviertan en motivo de disputa entre poblaciones e incluso naciones que reivindican cada uno para sí el privilegio de haber engendrado a tal o cual genio.
En este sentido, Emiliano no fue la excepción, pues aún hoy su lugar de nacimiento es causa de controversia. No obstante, la versión que fue imponiéndose fue que nació en la compañía Yvysunú, Guarambaré, el 8 de agosto de 1894, aunque hay versiones que indican que nació en Curusú Isabel, Concepción.
De cualquier manera, nuestra intención no es aquí redundar en los ya consabidos datos biográficos, sino más bien reflexionar sobre el sentido de la práctica poética y valorar el legado de Emiliano en su justa dimensión como cultor de la palabra oral y cronista de hechos que vivió en carne propia.
Pero primero indaguemos someramente sobre qué es la poesía. Aunque en primera instancia su definición pueda remitirnos a conceptos esteticistas o románticos como la expresión de la belleza a través de la palabra o la puesta en arte de los sentimientos amorosos, podría afirmarse que la poesía nació ante el horror de la tragedia humana y ante la angustiosa sensación de vacuidad del hombre ante la inmensidad del mundo que lo rodea.
A los poemas cosmogónicos que intentan explicar el origen del mundo, sigue la poesía historiográfica que cuenta, aunque con fuerte influencia de la ficción, los orígenes de la sociedad y las guerras entre los primeros pueblos.
Homero, cuya vida también se entremezcla con la leyenda, es considerado el primer poeta de Occidente y a quien son atribuidos los cantos épicos La Ilíada y La Odisea, que narran el último año de la guerra de Troya, el primero, y la vuelta de Odiseo tras la contienda, el segundo. Por tanto, poesía e historia estuvieron íntimamente ligadas en sus orígenes hasta que esta última logra formarse como disciplina independiente, algo que no sería posible si no hasta la creación de la escritura. Al mismo tiempo, la poesía se libera de la obligación de contar la “verdad” y pasa a ser en sí misma su propio objetivo.
EL MECANISMO DE LA ORALIDAD
Antes de ser escrita, la poesía era transmitida de manera oral de generación en generación, por lo que con frecuencia se ha planteado el problema de la fidelidad de su conservación a través del tiempo a consecuencia de los olvidos, omisiones y otras distorsiones.
Ante este problema, el filólogo Milman Parry y el profesor de literatura eslava Albert Lord crearon la teoría oral-formularia, que plantea que los cantos orales no se conservaron mediante la memorización textual, sino a partir de la retención de patrones de las estructuras básicas del relato (fórmulas) de tal suerte que, si bien se pueden presentar variaciones en la literalidad a lo largo del tiempo, el sentido general de la historia se mantiene. Los patrones rítmicos, pues, cumplen una función mnemotécnica al fijarlas en la memoria de los cantores, quienes iban trasmitiendo a través de las generaciones la historia de sus pueblos. El ritmo del canto –en sus constancias y variaciones tonales– cumple un papel que excede el mero goce estético. Es decir, las melodías y ritmos son herramientas para fijar en la memoria los hechos, por lo que la función musical está estrechamente relacionada a la salvaguarda de los saberes de los pueblos.
HEREDERO DE UNA TRADICIÓN
Para Parry, Homero no sería más que un compilador muy posterior que dio unidad a una vasta tradición oral de diversos dialectos que lo precedió y que se mantuvo relativamente inalterable a través del tiempo gracias al mecanismo de la oralidad que ya hemos mencionado. En efecto, se ha llegado a dudar de la existencia histórica de Homero o que este haya vivido en el tiempo en que se dice que vivió, el siglo VIII antes de nuestra era, puesto que la escritura en Grecia se desarrollaría en tiempos posteriores.
Sin embargo, en defensa de la hipótesis unitaria, que atribuye La Ilíada a un autor único, el poeta y crítico literario norteamericano Adam Kirsch alega que es posible apreciar una estructura formal constante en el poema, constituido por hexámetros dactílicos, es decir, cada línea está conformada por versos de seis grupos de sílabas, una larga seguida de dos breves.
Además de ello, apunta al empleo permanente de descripciones fijas aplicadas a personas o cosas a las que se recurre de manera constante: “Hera de brazos blancos”, “Aquiles de pies veloces”, “mar oscuro como el vino”, “Héctor el del tremolante casco”, etc.
LA MARCA DE LA GUERRA
Si como hemos dicho al principio la poesía es fruto del horror ante la tragedia humana, Emiliano R. Fernández rinde con creces tributo a esta tesis, sobre todo con sus poemas épicos escritos durante los intermedios en las batallas de la Guerra del Chaco. La fuerza de su legado, además de su calidad técnica y expresiva, sin duda está abonada por el favorable contexto de que la memoria histórica nacionalista en el Paraguay sigue aún hoy muy marcada por las dos grandes contiendas que enfrentó el país durante los siglos XIX y XX. Esto al punto de que, al decir del profesor alemán Wolf Lusting, epopeya e historia pasaron a ser expresiones sinónimas.
Aunque Emiliano en sus inicios se hizo conocido recorriendo el país recitando y cantando sus poemas, que ocasionalmente publicaba en revistas de la época, su creación lírica fundamentada en la oralidad precede a la escritura y la trasciende a través de la música.
Pero más que un mero poeta de la tradición popular, como bien observa el escritor rosarino de origen paraguayo Mario Castells, Emiliano cabe en la definición de lo que es un intelectual, es decir un “individuo que construye imaginarios”.
Así, Emiliano pasó a ser parte de la conciencia de la nación, por lo que en los actos de tinte patriótico no puede faltar la interpretación de sus obras, en especial 13 Tuyutí, regimiento del cual formó parte en la Guerra del Chaco. Esta obra se refiere a un episodio específico de la guerra, la batalla de Nanawa, librada desde el 20 al 26 de enero de 1933.
UN HIMNO ÉPICO
Para analizar este poema tomaremos como punto de partida un estudio realizado por el docente de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) Óscar Pintasilgo Solís titulado Análisis de la retórica de la canción 13 Tuyutí, de Emiliano R. Fernández. Saltando el preludio y la glorificación a las tropas que tomaron parte de la batalla, una de las más notables características de la poesía épica que presenta esta obra es el ensalzamiento de los héroes guerreros, en este caso el general de División Luis Irrazábal, el coronel Francisco Brizuela y el general de División Francisco Caballero, que son presentados los dos primeros como guitarra del diablo y el tercero como león chaqueño. Para facilitar la comprensión de esta pieza que al traducir pierde gran parte de su valor hemos adaptado la letra a la grafía guaraní actual.
“Mi Comando Irra, hendive Brizuela / mokoīve voi aña mbaraka / Ha el león chaqueño ijykére kuéra, / mayor Caballero ore ruvicha”. (Mi comandante Irrazábal, con él Brizuela / los dos son guitarra del diablo / y el león chaqueño a su lado/ el mayor Caballero, nuestro jefe).
Con respecto al valor histórico del relato, cabe destacar un fragmento que hace referencia al intento boliviano de tomar el fortín Nanawa mediante una maniobra envolvente para salir al río Paraguay a la altura de la ciudad de Concepción y controlar de esa manera un eje logístico de importancia para el Ejército paraguayo. Sin embargo, la estrategia resultó un rotundo fracaso para los bolivianos al mando del general alemán nacionalizado boliviano Hans Kundt, que planificó la operación ignorando las condiciones del Chaco como la falta de agua dulce.
“Reínte voli heko ensugūyva / ndohechamo’ãi y Paraguay. / Oihaperãme ipopía rasýva / Regimiento 13, kavichu pochy” (Inútilmente, Bolivia, de malas intenciones, / no verá el río Paraguay / Estará en su camino con doloroso aguijón/ el Regimiento 13, avispón furioso).
SÁTIRA
En otro pasaje Emiliano apela a un recurso que fue ampliamente utilizado en la Guerra contra la Triple Alianza en los diarios de trinchera como Cabichuí, la ridiculización del enemigo refiriéndose con sorna al jefe militar de las tropas enemigas, que se toparon ante una sólida puerta impenetrable en las defensas paraguayas.
“Kundt ko oimo’ãnte yvypyro / Ojuhúta ápe pire pererî / Ha ojepojoka gringo tuja výro/ Nanawa rokême ojoso itî”. (Kundt habrá imaginado al principio/ que encontrarían aquí a gente floja / Y se rompió las manos el gringo viejo tonto/ Contra las puertas de Nanawa se aplastó la nariz).
Así también, es posible encontrar referencias temporales específicas que narran los episodios bélicos en las que, como es lógico, no están ausentes las apreciaciones personales del autor, que emplea metáforas para describir la situación.
“Oguahê jave 20 de enero / Iko’êha’ára vierne rovasy / Ohuã'iva’ekue a sangre y fuego/ Oikepávo ápe ña boli memby./ Ko’êtî guive ore retén dospe / Kundt rembijokuái ndikatúi oike / Osegui hapére Rodolfito López / Mboka’i ratápe ohovapete”. (Cuando llegaba el 20 de enero/ amanecía un viernes triste,/ acudieron con sangre y fuego / irrumpiendo aquí los hijos de Bolivia. Desde el amanecer en nuestro Retén Dos/ los enviados de Kundt no pudieron ingresar / porque les salió al paso Rodolfito López / con el fuego del fusil los abofeteó).
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Emiliano R. Fernández junto con su madre, Bernarda Rivarola |
EL INFIERNO
En un pasaje homérico de potente estrofa, Emiliano ofrece una descripción descarnada del campo de batalla cuando los soldados paraguayos con machete en mano, como si fueran a limpiar la chacra, hacían caer las cabezas del enemigo por doquier. Con seguridad este episodio impresionó profundamente al poeta, que compara la escena con las profundidades del Hades cuando la ira está de fiesta, y asegura que solo aquellos que vieron y escucharon lo ocurrido podrán creerlo.
“Ava’i akângue ko’ápe ha pépe/ Akã Vera kuéra omosarambi/ A lo chirkaty machéte haimbépe/ ikokuepeguáicha lo mitâ okopi”. (Cabezas de indiecitos aquí y allá los (del regimiento) Acá Verá esparcían/ Como en el chircal con el filo del machete como en su chacra los muchachos carpieron).
“Péichane voi aipo Aña retãme/ la mba’e pochy ifunsionjave./ Ohecha, ohendúvamante ogueroviáne / Nanawa de Gloria fárra karape”. (Seguramente es así en el infierno / cuando la ira está de función / solo el que ve y el que escucha creerá / el enfrentamiento que hubo en Nanawa de Gloria).
Por lo demás, no dejan de resultar curiosos los eufemismos y las traducciones pacatas de expresiones como “ava”, que si bien en el guaraní originario se utiliza de manera neutra para referirse al hombre, en el jopara o guaraní paraguayo es una expresión marcadamente peyorativa para aludir a los indígenas.
Si en un primer momento se festeja que “ndopamo’ãiha (no va a terminar) la raza guaraní”, reivindicando la herencia indígena en la cultura paraguaya, a reglón seguido se trata despectivamente al enemigo de “ava’i” (indiecitos) o “tembiguái ava” (indios serviles), ya sea en referencia a los bolivianos propiamente o a los indígenas chaqueños reclutados como guías, la más de las veces de manera forzosa.
En definitiva, Emiliano resume la paraguayidad en su más amplio sentido, desde la lengua en la que habla, el jopara; sus fervientes sentimientos nacionalistas y las contradicciones identitarias en su relación ambigua con el ser indígena del que se dice heredero.
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