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Protesta contra el cierre del diario chileno La Nación (internet) |
El Gobierno
chileno ha anunciado que en un plazo de entre siete meses y tres años cerrará y
liquidará los bienes del diario estatal La Nación. El Ejecutivo encabezado por
Sebastián Piñera justificó la medida aduciendo el carácter “deficitario” del
organismo de prensa y que en los últimos 20 años, desde el retorno a la
democracia, se ha encontrado subordinado a la voluntad de los presidentes de turno.
Entretanto, el
Colegio de Periodistas replicó que con esta medida se está coartando la
libertad de expresión, pues el retiro del Estado agrava el duopolio mediático
en Chile, donde dos empresas –El
Mercurio y Copesa– concentran el 90% del mercado.
Por su parte,
el gobierno de Cristina Fernández, en un reciente spot emitido en la TV Pública
Argentina, advertía que el próximo 7 de diciembre vence la medida cautelar
interpuesta por el Grupo Clarín contra el artículo 161 de la Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual (26.522).
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Marcha a favor de la ley de medios en Argentina (internet) |
El articulado
en cuestión dicta el plazo de un año para que las empresas que superen el
máximo de licencias estipulado se adecuen al nuevo marco. Este punto referente
a la desinversión es el más resistido por los multimedios, que alegan su
inconstitucionalidad.
Ahora bien,
veamos a qué concepción del rol Estado en materia del derecho a la información
se adscriben estas políticas comunicacionales. La primera, la del Gobierno
chileno, corresponde a la doctrina clásica de que la única competencia que le
cabe al Estado es la de abstenerse de actuar. La segunda, la del Gobierno
argentino, entiende que el Estado debe intervenir en el mercado comunicacional
a fin de garantizar la pluralidad de actores.
De la primera
resulta aquel axioma, que debe ser sometido a una profunda revisión, de que la
mejor ley de medios es aquella que no existe. La segunda, tal como sostiene el
investigador argentino Damián Loreti, asume que “el derecho a la libertad de
expresión no es declamativo e implica contar con las herramientas para hacer
efectivo su ejercicio”. Es decir, la función del Estado no se reduce a
reconocer ese derecho y no bloquear su ejercicio, sino que también radica en
activar mecanismos para proteger su cumplimiento.
A esto último
hay que añadir que la libertad de expresión a menudo se ve afectada no solo por
el asedio de los gobiernos, sino también por poderes de carácter no estatal.
“¿Estamos frente a una libertad negativa en la que el rol del Estado se limita
a abstenerse de censurar?”, se pregunta Loreti. Luego refiere que “en países de
Europa Occidental incluso hay subsidios directos destinados a fomentar el
pluralismo y la diversidad de voces. Una cosa es clara. Si en el mercado hay
quienes entienden que la mano invisible garantiza la distribución de los
bienes, es ostensible que en la vida de la comunicación social y de las
industrias culturales no hay mano invisible y menos que ella garantiza
pluralismo y diversidad”.
No obstante,
habría que ser explícitos en cuanto al problema de la independencia de los
medios públicos, así como también la de los privados. La tentación de aquellos
es convertirse en medios gubernamentales, y la de estos es gobernar a fuerza de
cabildeo por encima de las autoridades electas y abusar de sus posiciones
dominantes en el mercado.
En un sistema
plenamente democrático, la distribución de licencias del espectro
radioeléctrico así como la circulación de la palabra impresa no deben estar
sujetas al solo criterio de la rentabilidad ni mucho menos supeditada a la
concentración masiva. Es necesario en este sentido que exista multiplicidad de
voces y que se asuma el derecho a la comunicación como un derecho humano no
dependiente de lo que uno pueda pagar.
En su informe
de 2002, el entonces relator especial para la Libertad de Expresión de la OEA,
Eduardo Bertoni, advertía que “la pobreza y la marginación social en que viven
amplios sectores de la sociedad en América afectan la libertad
de expresión de
los ciudadanos del hemisferio, toda vez que sus voces se encuentran postergadas
y por ello fuera de cualquier debate”.
Incluso la
propia Unesco reconoció, en un estudio de 2008 titulado “Indicadores de
desarrollo mediático: Marco para evaluar el desarrollo de los medios de
comunicación social”, que para garantizar la pluralidad los Estados tienen la
atribución de exigir la desinversión y denegar licencias cuando se alcancen
niveles inaceptables de concentración.
Todos los
recelos hacia que el Estado abuse de esas atribuciones están justificados y, de
hecho, las distorsiones están a la orden del día. Es claro que los gobiernos aspiran
a finalidades que no son precisamente las de resguardar el derecho humano a
comunicar.
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Manifestación antigolpe frente a la TV Pública Paraguay (internet) |
Las muestras
locales abundan. Hasta la ONG francesa Reporteros sin Fronteras (RSF) denunció
el cerco que acosa a los periodistas de la TV Pública y Radio Nacional del
Paraguay que objetan el fraudulento juicio político realizado al presidente Fernando Lugo,
montado a partir de una confabulación cuya voluntad es no esclarecer la masacre
de Curuguaty.
El gobierno de
facto ha reinstaurado la figura del desacato. Hostigamiento policial contra
pegatinas que “faltan el respeto a la autoridad”, clausura y amenazas a
programas que reprueban el origen espurio del actual Ejecutivo, así como
querellas por difamación incluso contra periodistas de medios privados por
informar sobre el tráfico de influencias groseramente ostentado por el cártel
familiar de los Franco.
"Estos
incidentes, sumados a la censura, hacen presagiar una grave degradación del
pluralismo conforme se aproximan las elecciones generales del 21 de abril de
2013", manifestó RSF en el informe sobre la situación de la prensa en
Paraguay en el escenario posgolpe.
Sin embargo,
todo esto no debiera usarse en perjuicio del reconocimiento de la obligación
del Estado de fomentar la presencia de cada vez más voces que, al poder
expresarse, complementarán a su vez el derecho de toda la comunidad de acceder
a múltiples fuentes de información y puntos de vista. Pues de eso se trata, del
carácter colectivo del derecho. Si una opinión es silenciada, ya sea a razón de
la censura directa a un individuo o por la privación al acceso a los medios por
razones económicas, es el derecho a la información de toda la ciudadanía el que
está siendo violentado. Cuando una voz calla, el conjunto de la sociedad se ve
privado de escucharla.
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