Esta es la historia de los hermanos Sergio (20) y Gregorio (17) Aguilera Arias, los “ángeles protectores” de los ciclistas; en memoria de ambos fue erigido el kurusu bicicleta, un nicho ubicado en el kilómetro 109,5 de la ruta PY02 en San José de los Arroyos, departamento de Caaguazú.
La noche del 2 de enero de 2007 Sergio se presentó a trabajar en la planta de faenamiento de pollos que estaba a dos kilómetros de la casa familiar en la compañía Yacú Barrero, por lo que siempre se trasladaba a la fábrica en bicicleta.
Esa noche, el encargado
de organizar las labores nocturnas pasó revista al personal disponible, luego
de lo cual informó que faltaría uno más para cumplir el trabajo extra programado
para esa noche y madrugada.
Cuando escuchó el requerimiento del jefe de cuadrilla, Sergio levantó rápidamente la mano para decir que él podía conseguir a alguien. El primero en quien pensó fue en su hermano Gregorio, tres años menor que él y con quien desde muy chiquitos se acostumbraron a trabajar para aportar a la precaria economía familiar. En total eran siete hermanos, pero entre Sergio y Gregorio había una conexión especial. Eran muy unidos y todo lo hacían juntos.
Cuando recibió el
permiso del puntero para ir a buscar a su hermano, tomó su bicicleta y se puso
a pedalear lo más rápido que pudo. Cuando al fin llegó jadeante hasta la puerta
del rancho, su familia se sobresaltó pensando que algo malo había ocurrido.
-Mba’e piko ojehu ndéve*
–le preguntó su madre.
–Mba’eve, che sy.
Ajúnte aheka Gregorio-pe. Che hermano, jaha ñamba’apo. Oñeikotevê peteî personal
ko pyharépe amo fábrica-pe** –le dijo Sergio a Gregorio.
–Nooo. Che ajapo va’erã
voi peteî chánga ko’êro. Aháta aity takuare’ê. Che namba’aposéi pyharekue***
–se excusó el hermano menor.
–Jaha katu. Enohê porãvétako amo**** –le insistió Sergio.
Sergio Aguilera Arias. Foto: Crónica
Aunque no sentía ganas de ir, terminó cediendo ante la insistencia de su hermano. Suspirando con cierto fastidio se cambió la ropa y se calzó las botas para ir a trabajar. Cuando Sergio se montó a la bicicleta, Gregorio se acomodó sobre el portabulto trasero e iniciaron el camino cuesta arriba rumbo a la planta.
La jornada de trabajo
se extendió hasta la madrugada. Fuera del establecimiento, como lo hacía todas
mañanas bien temprano antes del amanecer, ña Rosita aguardaba con su canasta de
chipa y cocido bien caliente frente al portón del criadero de aves. Sergio y
Gregorio estaban fatigados y con mucha hambre.
Les pareció buena idea
desayunar y luego dirigirse a la casa para ir a acostarse directamente sin
armar barullo en la cocina. Cuando acabaron de comer, se montaron a la
bicicleta y se enfilaron hacia la ruta rumbo a casa. Los primeros destellos del
día se insinuaban tímidamente en el horizonte.
Adelante iba un pelotón
de trabajadores que salían de la fábrica y se dirigían a sus hogares luego de
la extenuante jornada. Al pie de la cuesta escucharon el ronquido de un autobús
avanzando a sus espaldas a alta velocidad.
Todos voltearon para
ver a qué distancia se encontraba el camión, pero la ofuscante luz alta apenas
permitía ver una silueta fantasmagórica que rugía como un dragón furioso.
Sergio le daba al pedal con todas sus fuerzas en su intento de terminar la pendiente antes de que el ómnibus los alcanzara. Sin embargo, la empinada no solo los impulsaba a ellos, sino también a la humeante bola de hierro que tronaba detrás de ellos. Aferró fuertemente la manopla del manubrio y posó firmemente ambos pies sobre los pedales. Se puso rígido, al igual que Gregorio, quien se ceñía con todas sus fuerzas a la parrilla del portabulto.
![]() |
Gregorio Aguilera Arias. Foto: Crónica |
El chofer cabeceaba adormecido mientras sujetaba débilmente el volante, que cedía ante sus manos y giraba lentamente como las manecillas de un reloj. No fue sino hasta que sintió el crujir debajo de las ruedas cuando el conductor se repuso de su somnolencia y clavó los frenos. El bus derrapó y cuando logró enderezarlo ya había dejado atrás dos cuerpos inmóviles que yacían sobre el asfalto.
Como Gregorio iba atrás, sufrió más directamente el impacto, por lo que murió en el acto. En tanto, Sergio fue trasladado inconsciente y en estado de gravedad al entonces Hospital de Emergencias Médicas, donde falleció pocas horas después.
La maltrecha Phoenix gris enarbola la ermita erigida en memoria de los hermanos, que se ha convertido en lugar de culto para los ciclistas ruteros, quienes concurren al sitio para encomendarse a la protección de los hermanos Aguilera Arias.
Cuando llegué al lugar cerca de las once de la mañana luego de hacer escala la noche anterior en Itacurubí de la Cordillera, el cielo estaba encapotado y empezaron a caer las primeras gotas acompañadas de un fuerte viento. Encendí una vela rápidamente, pues no había tiempo para demorarse. Escudriñé los detalles del memorial, entre ellos la placa con los datos de las fechas de nacimiento y de muerte de ambos (Sergio Aguilera Arias/Q.E.P.D./ 20-VIII-1987 + 3-I-2007/ Fabián Gregorio Aguilera Arias/Q.E.P.D./ 20-V-1990 + 3-I-2007).
Luego de unos breves minutos, apurado por la amenaza de tormenta, emprendí el camino de regreso. Pero apenas al llegar al pueblo de San José, el sol del mediodía empezó a quemar nuevamente. El temporal había quedado atrás.
Notas
*Qué te pasa.
**Hermano, vamos a
trabajar. Se necesita a un personal para trabajar esta noche en la fábrica.
***No. Yo tengo una changa
para hacer mañana. Voy a recolectar caña de azúcar. Yo no quiero trabajar de
noche.
****Dale, vamos. Vas a
ganar más dinero allá.
4 comentarios:
Y como olvidar,ese nefasto momento en que llego el accidentado fui la Licenciada quien recibió a uno de ellos, que posteriormente fue trasladado al Hospital de Emergencias Medicas.
Si asi es.. Yo tambien los vi accidentados
Eres la del forense?
Q I en eres
Publicar un comentario