lunes, 22 de noviembre de 2021

Felipe Sosa: las memorias de un maestro

El docente, intérprete y compositor de guitarra clásica Felipe Sosa publicó en el 2019 una autobiografía titulada “Memorias del maestro, intérprete y compositor”, un valioso testimonio en primera persona escrito en un lenguaje sencillo pero estricto en cuanto a los datos cronológicos. Hoy le rindo este homenaje por el Día Internacional del Músico, que se recuerda cada 22 de noviembre.

Felipe Sosa, durante el lanzamiento de su libro en la galería Agustín Barrios del Centro Cultural Paraguayo-Americano (CCPA).


Sosa hizo sus primeras armas en el periodismo en el Instituto Americano, donde se graduó a los 23 años de edad, y condujo un programa musical de TV, por lo que el oficio no le resulta ajeno. Escrito en un lenguaje sencillo y por momentos ciertamente naif, es preciso destacar, sin embargo, la rigurosidad cronológica de esta autobiografía rebosante de entusiasmo al retratar una vida de película propia del American dream. 

 


Según nos cuenta al principio de sus memorias, nació un 11 de abril de 1945 en Isla Florida, departamento de Caazapá. Siendo el menor de nueve hermanos, luego de la muerte de su padre migró a la capital con su familia cuando tenía cuatro años de edad.

Una vez en Asunción, a raíz de la apremiante situación económica de su numeroso núcleo familiar, trabajó de lustrabotas; sin embargo, desde muy temprano sintió el llamado de la música. Al principio soñaba con cantar en una banda y hacer acompañamientos en guitarra. Empero, todo cambió cuando fue a un concierto de Cayo Sila Godoy en el Teatro Municipal, quien presentó un repertorio de obras de Agustín Barrios, Isaac Albéniz, Johann Sebastian Bach, Francisco Tárrega, entre otros. En ese momento descubrió que su vocación era ese instrumento tocado con maestría y virtuosismo.

Un encuentro casual

Desde el inicio su formación musical estuvo ligada a cómo la suerte se empeñó en sonreírle. Un día estaba trabajando en la plaza de la Independencia cuando de pronto un hombre impecablemente vestido posó los pies en su caja: era nada más y nada menos que el maestro Cayo Sila Godoy. Tras el infortunado incidente de mancharle el pantalón, el niño se apuró en manifestarle el motivo de su distracción: la noche anterior había estado en el concierto que brindó en el Teatro Municipal de Asunción, le declaró su admiración y el deseo de ser un maestro de la guitarra como él. Godoy quedó complacido con el entusiasta neófito, le ofreció su amistad y le sugirió que fuera a tomar clases en el Ateneo Paraguayo, donde enseñaba Dionicio Basualdo, exdiscípulo y amigo de Barrios.

Sosa cursó sus estudios secundarios en el Comercio 1 y cuando tenía 14 años participó de la recordada manifestación estudiantil de 1959 contra la suba del pasaje, que fue violentamente reprimida por el régimen de Alfredo Stroessner. 

 

Luego de ser detenido por su participación en la recordada huelga de 1959 contra la suba del pasaje, Sosa partió rumbo al Brasil para dedicarse al estudio de la guitarra.

 

Permaneció detenido durante dos semanas y poco tiempo después de ser liberado se decidió a organizar su viaje a la ciudad de Sao Paulo. Luego de una sucesión fortuita de hechos, de noches dormidas en la plaza y de largos ayunos involuntarios, logró encontrarse con el profesor al que estaba buscando, el pedagogo uruguayo Isaías Savio, quien residía en la ciudad brasileña.

Luego de darle clases gratuitas y de pagarle la pensión, el maestro intervino a su favor para que pueda ingresar al conservatorio a plena mitad de año. Con disciplina y dedicando nueve horas diarias a la práctica de la ejecución logró rápidos progresos y pronto se convirtió en asistente de Savio e incluso lo reemplazaba en algunas clases.

La consagración

En aquel tiempo Herminio Giménez fijó residencia en la urbe paulista. El maestro, además de brindarle algunos consejos sobre sus estudios, también le tendió una mano y le dio trabajo en un sello discográfico, donde su labor consistía en copiar y preparar partichuelas para las grabaciones de orquestas dirigidas por Giménez.

Así, con trabajo y sacrificio, aunque también respaldado por una feliz sucesión de circunstancias, Felipe fue convirtiéndose en un referente en la enseñanza y en la interpretación de la guitarra.

A fines de 1964, cuando tenía 19 años, mientras se encontraba en Asunción, recibió una carta del maestro Juan Carlos Moreno González, quien lo invitaba a sumarse al plantel de docentes del Conservatorio Municipal que se estaba formando entonces bajo la dirección del creador de la zarzuela paraguaya. 

En mayo de 1965 tuvo su primer encuentro con el público paraguayo en un concierto a sala llena que realizó en el Teatro Municipal. El profesor Moreno González opinó entonces lo siguiente sobre su presentación: “Felipe Sosa está llamado a completar el triángulo de oro cuyas bases indiscutibles son Agustín Barrios y Sila Godoy. Su sentido de la expresión, el poder que posee en transmitir al auditorio la emoción e intención que emana de la obra, todas estas cosas que hacen al artista nato, están sustentadas por una técnica bien dirigida”.

En 1976 participó de un seminario en la ciudad de Montevideo, donde ganó el primer premio del concurso de clausura durante unas jornadas de las que participaron cincuenta guitarristas de varios países latinoamericanos y europeos.

Asimismo, durante sus giras conoció y trabó amistad con importantes referentes de la escena artística nacional e internacional como el maestro Andrés Segovia, Luis Alberto del Paraná, José Asunción Flores, Atahualpa Yupanqui, Elvio Romero, entre otros.

La vocación de un maestro

Su pasión por la labor docente le hizo declinar una oferta de radicarse en los EEUU y a “cercenar”, en sus propias palabras, su carrera de intérprete, ya que en la cúspide de su carrera en los escenarios se abstuvo de realizar varias giras con el fin de concentrarse en la formación de nuevos valores en la ejecución del instrumento.

Entre las distinciones logradas durante sus 57 años de carrera cabe mencionar la medalla Héctor Villa-Lobos, el Premio Nacional de Música 2009, Catedrático honorífico de la Universidad de Música de Seúl, miembro honorario de la Sociedad Guitarrística Madrileña, entre otras. Pero entre todos sus logros y condecoraciones, Sosa pone en primer lugar los 112 diplomas de profesorado superior de música otorgados en su conservatorio privado, anteponiendo sobre todas las cosas su vocación de maestro. 

 

A consecuencia de un infarto sufrido durante el verano de 2011-2012, el maestro se retiró definitivamente de los escenarios tras 57 años de carrera.

 

Tras haber grabado 18 discos, entre ellos el primero en la historia realizado en homenaje a Agustín Barrios, y con 155 piezas musicales compuestas, además de haber realizado conciertos en numerosos países europeos, americanos, asiáticos y del Oriente Medio, en el verano del 2011-2012 un infarto de miocardio severo lo obligaría a retirarse definitivamente de los escenarios. No obstante, hasta la actualidad sigue dedicándose a sus labores de docente y compositor de manera más distendida y en la medida en que su salud se lo permite.

sábado, 6 de noviembre de 2021

Periplo al kurusu bicicleta

Esta es la historia de los hermanos Sergio (20) y Gregorio (17) Aguilera Arias, los “ángeles protectores” de los ciclistas; en memoria de ambos fue erigido el kurusu bicicleta, un nicho ubicado en el kilómetro 109,5 de la ruta PY02 en San José de los Arroyos, departamento de Caaguazú.




La noche del 2 de enero de 2007 Sergio se presentó a trabajar en la planta de faenamiento de pollos que estaba a dos kilómetros de la casa familiar en la compañía Yacú Barrero, por lo que siempre se trasladaba a la fábrica en bicicleta.

Esa noche, el encargado de organizar las labores nocturnas pasó revista al personal disponible, luego de lo cual informó que faltaría uno más para cumplir el trabajo extra programado para esa noche y madrugada.

Cuando escuchó el requerimiento del jefe de cuadrilla, Sergio levantó rápidamente la mano para decir que él podía conseguir a alguien. El primero en quien pensó fue en su hermano Gregorio, tres años menor que él y con quien desde muy chiquitos se acostumbraron a trabajar para aportar a la precaria economía familiar. En total eran siete hermanos, pero entre Sergio y Gregorio había una conexión especial. Eran muy unidos y todo lo hacían juntos.

Cuando recibió el permiso del puntero para ir a buscar a su hermano, tomó su bicicleta y se puso a pedalear lo más rápido que pudo. Cuando al fin llegó jadeante hasta la puerta del rancho, su familia se sobresaltó pensando que algo malo había ocurrido.

-Mba’e piko ojehu ndéve* –le preguntó su madre.

–Mba’eve, che sy. Ajúnte aheka Gregorio-pe. Che hermano, jaha ñamba’apo. Oñeikotevê peteî personal ko pyharépe amo fábrica-pe** –le dijo Sergio a Gregorio.

–Nooo. Che ajapo va’erã voi peteî chánga ko’êro. Aháta aity takuare’ê. Che namba’aposéi pyharekue*** –se excusó el hermano menor.

–Jaha katu. Enohê porãvétako amo**** –le insistió Sergio.


Sergio Aguilera Arias. Foto: Crónica

Aunque no sentía ganas de ir, terminó cediendo ante la insistencia de su hermano. Suspirando con cierto fastidio se cambió la ropa y se calzó las botas para ir a trabajar. Cuando Sergio se montó a la bicicleta, Gregorio se acomodó sobre el portabulto trasero e iniciaron el camino cuesta arriba rumbo a la planta.

La jornada de trabajo se extendió hasta la madrugada. Fuera del establecimiento, como lo hacía todas mañanas bien temprano antes del amanecer, ña Rosita aguardaba con su canasta de chipa y cocido bien caliente frente al portón del criadero de aves. Sergio y Gregorio estaban fatigados y con mucha hambre.

Les pareció buena idea desayunar y luego dirigirse a la casa para ir a acostarse directamente sin armar barullo en la cocina. Cuando acabaron de comer, se montaron a la bicicleta y se enfilaron hacia la ruta rumbo a casa. Los primeros destellos del día se insinuaban tímidamente en el horizonte.

Adelante iba un pelotón de trabajadores que salían de la fábrica y se dirigían a sus hogares luego de la extenuante jornada. Al pie de la cuesta escucharon el ronquido de un autobús avanzando a sus espaldas a alta velocidad.

Todos voltearon para ver a qué distancia se encontraba el camión, pero la ofuscante luz alta apenas permitía ver una silueta fantasmagórica que rugía como un dragón furioso.

Sergio le daba al pedal con todas sus fuerzas en su intento de terminar la pendiente antes de que el ómnibus los alcanzara. Sin embargo, la empinada no solo los impulsaba a ellos, sino también a la humeante bola de hierro que tronaba detrás de ellos. Aferró fuertemente la manopla del manubrio y posó firmemente ambos pies sobre los pedales. Se puso rígido, al igual que Gregorio, quien se ceñía con todas sus fuerzas a la parrilla del portabulto.


Gregorio Aguilera Arias. Foto: Crónica

El chofer cabeceaba adormecido mientras sujetaba débilmente el volante, que cedía ante sus manos y giraba lentamente como las manecillas de un reloj. No fue sino hasta que sintió el crujir debajo de las ruedas cuando el conductor se repuso de su somnolencia y clavó los frenos. El bus derrapó y cuando logró enderezarlo ya había dejado atrás dos cuerpos inmóviles que yacían sobre el asfalto.

Como Gregorio iba atrás, sufrió más directamente el impacto, por lo que murió en el acto. En tanto, Sergio fue trasladado inconsciente y en estado de gravedad al entonces Hospital de Emergencias Médicas, donde falleció pocas horas después. 

La maltrecha Phoenix gris enarbola la ermita erigida en memoria de los hermanos, que se ha convertido en lugar de culto para los ciclistas ruteros, quienes concurren al sitio para encomendarse a la protección de los hermanos Aguilera Arias.

Cuando llegué al lugar cerca de las once de la mañana luego de hacer escala la noche anterior en Itacurubí de la Cordillera, el cielo estaba encapotado y empezaron a caer las primeras gotas acompañadas de un fuerte viento. Encendí una vela rápidamente, pues no había tiempo para demorarse. Escudriñé los detalles del memorial, entre ellos la placa con los datos de las fechas de nacimiento y de muerte de ambos (Sergio Aguilera Arias/Q.E.P.D./ 20-VIII-1987 + 3-I-2007/ Fabián Gregorio Aguilera Arias/Q.E.P.D./ 20-V-1990 + 3-I-2007). 

Luego de unos breves minutos, apurado por la amenaza de tormenta, emprendí el camino de regreso. Pero apenas al llegar al pueblo de San José, el sol del mediodía empezó a quemar nuevamente. El temporal había quedado atrás.

 

Notas

*Qué te pasa.

**Hermano, vamos a trabajar. Se necesita a un personal para trabajar esta noche en la fábrica.

***No. Yo tengo una changa para hacer mañana. Voy a recolectar caña de azúcar. Yo no quiero trabajar de noche.

****Dale, vamos. Vas a ganar más dinero allá.