sábado, 5 de febrero de 2022

La deuda

Una disputa por dinero entre hermanos desembocaría en una venganza atroz. De por medio, una promisoria joven de 19 años cuya memoria permanece siempre viva entre quienes la conocieron.




Cuando abrió los ojos aquella mañana, observó que las aletas del ventilador se detenían lentamente. Otro corte de luz que interrumpía los breves momentos de descanso que le permitía el terrible mal que lo estaba carcomiendo tanto por dentro como por fuera.

Fue un día de agosto de 2004 en que la agonizante estación invernal ya había dado paso al abrasante calor paraguayo que domina la mayor parte del año. El hedor de su pie infectado impregnaba toda la habitación. Su salud se deterioraba rápidamente y no tenía dinero para costear sus medicamentos. Tenía 60 años y se estaba muriendo.

Ya era cerca del mediodía. Su hermano Valerio debía estar en su casa para el almuerzo. Se levantó y miró a través de la ventana hacia su negocio, que estaba en un terreno contiguo. Luego de la muerte de sus padres, su hermano menor tomó el control de los bienes familiares valiéndose de su habilidad especial para los negocios.

Valerio tenía una cuenta pendiente con Vito por un dinero que tomó “prestado” y que nunca le devolvió. Así como se presentaban las cosas, era cada vez más evidente que lo adeudado no sería saldado nunca, al menos monetariamente. Sin embargo, Vito no pensaba marcharse como único perjudicado en este asunto y debía cobrar esa deuda a como dé lugar.


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La floreciente mueblería de Valerio lleva el nombre de sus tres hijas, Carmen, Celia y Jennifer; además, maneja otros emprendimientos en el rubro inmobiliario y del entretenimiento. Se define como empresario, futbolero y amante de la música. Como todo padre, amaba a las tres, pero Carmen era su perdición, lo más preciado de su vida.

De hecho, según la recuerdan quienes la conocieron, Carmen era una persona activa, talentosa y con un enorme don de gente. Aunque no tuvo tiempo para suscribirse a Facebook, le crearon una cuenta y cada 5 de julio por su cumpleaños y en otras fechas especiales y no tanto le escriben para recordarle lo maravillosa que era.

“Tenía un brillo especial, era muy alegre, divertida, sencilla, amable, le encantaba el deporte, más handball, era su pasión. Si no estaba en la clase, estaba en la cancha; amaba jugar, le gustaba bailar, ella era nuestra profesora de baile en las actividades del colegio. No había nada que no supiera hacer. Ella era única, no tenía maldad en su corazón, era demasiado buena, no era luego de esta tierra, era un ángel... Tenía todo para ser creída, pero ella no era así, siempre estaba dispuesta a ayudar, era nuestra delegada del curso, la que ponía el pecho por nosotros”, la recuerda Lourdes, asegurando que todo lo que pueda decir de ella va a quedar siempre corto.

Carmen tenía 19 años y resaltaba por su belleza, además de su aguda inteligencia. También se destacaba por su labor solidaria organizando los fines de semana y durante las fechas festivas almuerzos para los niños en situación de calle de 4 Mojones, que se hacían extensivos a todas las personas carenciadas que quisieran acercarse. Todos recuerdan lo mismo de ella y para todos hasta hoy ella es inolvidable.

Sin embargo, aunque la retraten como un ángel, ella era de carne y hueso. Además de ello, también era tímida. Cuando le tocaba hablar en público, se ruborizaba y cuando caía presa del pánico le daban ataques de risa. Cada tanto también se permitía “romper las reglas” de la rígida rutina de una niña prodigio. A la salida del colegio le gustaba demorarse un poco antes de ir a casa y se quedaba en la esquina con sus amigas a comer pan con fiambre, transgrediendo así su rigurosa dieta de bailarina y deportista, y sacrificando algunos minutos de estudio y trabajo para disfrutar de la flor de la edad.

A su corta edad ya tenía claramente encaminada su vida. Estaba preparándose para el examen de ingreso a la carrera de Contabilidad de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) y con seguridad sería en poco tiempo más la encargada de dirigir el próspero negocio familiar. Por su responsabilidad y aptitud, su padre ya había delegado en ella muchas tareas.

 

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Aunque se siente orgullosa y feliz por sus hijas y nietos, su madre a veces siente que ya no puede más por el dolor de la pérdida. “Mi muñequita muchas felicidades me haces mucha falta carmen te extraño siento que ya no puedo mas dame fuerza para poder cuidar a tus hnita mami mas hoy que es tu cumple que voy hacer mami si vos ya no estas lo que me queda es llorar y rezar mami tqm hija”. Cada 5 de julio escribe casi invariablemente palabras como estas.

No obstante, luego se resigna y asume que las ascendentes carreras de sus otras dos hijas, una empresaria radicada en el extranjero y la menor de todas, modelo, cantante y actualmente ya a cargo del negocio familiar, se deben a las bendiciones que diariamente reciben de Carmen desde el lugar donde está.

Ciertamente no faltan los que le atribuyen milagros y le escriben en “su cuenta” para encomendarse a su protección y pedirle que interceda en momentos difíciles, así como para superar los distintos desafíos de la vida diaria. Uno de los favores que le pidieron es de una mujer que bautizó a su hija con el nombre de su amada amiga como si usando esa palabra pudiera conjurar la tragedia: “Carmen, te pido de todo corazón que mañana estés conmigo n mi entrevista d trabajo q m ayudes a q todo m salga bien para poder trabajar y ayudarle a mi mami y a mi pequeña Carmen. Gracias, besitos y siempre t llevo n mi corazón...”.

Otro de los mensajes es un verdadero grito de auxilio: “Carmen, donde stas, xq m abandonast, m dejast sola, t necesitooo un montón. solo vos sabes todas las tristesas, dolores, maltratos que estoy viviendo, ayudame xfa a tener paz dentro d mi corazón y guiale a mis hijos, n special a Carmen q en estos momentos está enfermita y vos sos su ángel. no la abandones x favor”.

Sea como sea, ella era un tesoro y había una deuda de por medio.

 

***

-Repagata chéve –dijo con rabia Vito sopesando la decisión final. Entonces ya estaba seguro de lo que tomaría como prenda a cambio de ese compromiso no honrado. Sacó su revólver calibre 38 del cajón de su mesa y se lo puso en la cintura para ir a arreglar las cuentas.

Abrió el portón y se dirigió al salón de ventas de la mueblería. Cuando entró al lugar, solo encontró a su sobrina en la caja.

-Hola, Carmen. ¿Está tu papá? –preguntó el sexagenario a la adolescente.

-Hola, tío. No, él no está ahora –le dijo la joven por instrucción de su padre, quien a toda costa deseaba evitar cruzarse con su hermano. ¿En qué te puedo ayudar? –le preguntó.

El hombre esbozó una falsa sonrisa intentando solapar la terrible determinación que había tomado.

-Bueno… –dijo mirándola fijamente. Carmen sintió de súbito un ligero escalofrío por la espantosa mueca que esbozó su tío.

-Necesito hacer una llamada. ¿Puedo usar tu teléfono? –solicitó el hombre.

-Sí… Claro que sí –le respondió Carmen, quien se dispuso rápidamente a pasarle el teléfono. Cuando aún no había terminado de dar la vuelta, el hombre sacó el arma de la cintura y descargó tres balazos contra la joven; uno le dio en el brazo y otros dos en la espalda. Carmen cayó gravemente herida al suelo, pero aún respiraba.

Luego de escuchar los disparos, Valerio se dirigió raudamente hacia la parte frontal del edificio acompañado de uno de sus empleados. Al contemplar a su hija caída y ensangrentada en el piso, le costó reaccionar inmediatamente. Cuando al fin pudo reponerse del shock inicial, junto con su ayudante se abalanzaron contra su hermano, quien se limitaba a mirarlo emitiendo una risa de sorna y satisfacción viendo el dolor que le estaba provocando.

–¡Hijo de puta, hijo de puta! –gritaba Valerio mientras forcejeaba con su hermano. Cuando al fin pudieron reducirlo, le despojaron del arma y llamaron a urgencias.

-¡Una ambulancia! ¡Rápido!, ¡rápido! ¡Mi hija está herida, se está desangrando! –suplicaba el hombre intentando contener el llanto para poder hacerse entender lo mejor posible.

Explicó la dirección lo más claro que pudo y luego de colgar el teléfono se lanzó al suelo al lado de su hija, cuya respiración era ya apenas audible y su corazón emitía latidos cada vez más débiles. Cuando llegaron los paramédicos, apenas hubieron logrado contener la hemorragia la trasladaron a una clínica privada, donde ya llegó sin vida.

El autor confesó el asesinato y como justificación del hecho en su declaración dijo que su hermano le debía un dinero. Fue condenado por homicidio doloso, pero antes de compurgar la totalidad de la pena fue liberado a consecuencia de la enfermedad terminal que padecía y murió poco después.   

 

Esta es una historia de ficción basada en un hecho real.