Una disputa por dinero entre hermanos desembocaría en una venganza atroz. De por medio, una promisoria joven de 19 años cuya memoria permanece siempre viva entre quienes la conocieron.
Cuando abrió los ojos aquella mañana, observó que las aletas del ventilador se detenían lentamente. Otro corte de luz que interrumpía los breves momentos de descanso que le permitía el terrible mal que lo estaba carcomiendo tanto por dentro como por fuera.
Fue un día de agosto de
2004 en que la agonizante estación invernal ya había dado paso al abrasante calor paraguayo que domina la mayor parte del año. El hedor de su pie infectado
impregnaba toda la habitación. Su salud se deterioraba rápidamente y no tenía
dinero para costear sus medicamentos. Tenía 60 años y se estaba muriendo.
Ya era cerca del
mediodía. Su hermano Valerio debía estar en su casa para el almuerzo. Se
levantó y miró a través de la ventana hacia su negocio, que estaba en un
terreno contiguo. Luego de la muerte de sus padres, su hermano menor tomó el
control de los bienes familiares valiéndose de su habilidad especial para los
negocios.
Valerio tenía una cuenta
pendiente con Vito por un dinero que tomó “prestado” y que nunca le devolvió. Así
como se presentaban las cosas, era cada vez más evidente que lo adeudado no
sería saldado nunca, al menos monetariamente. Sin embargo, Vito no pensaba
marcharse como único perjudicado en este asunto y debía cobrar esa deuda a como
dé lugar.
***
La floreciente mueblería de Valerio lleva el nombre de sus tres hijas, Carmen, Celia y Jennifer; además, maneja otros emprendimientos en el rubro inmobiliario y del entretenimiento. Se define como empresario, futbolero y amante de la música. Como todo padre, amaba a las tres, pero Carmen era su perdición, lo más preciado de su vida.
De hecho, según la
recuerdan quienes la conocieron, Carmen era una persona activa, talentosa y con
un enorme don de gente. Aunque no tuvo tiempo para suscribirse a Facebook, le
crearon una cuenta y cada 5 de julio por su cumpleaños y en otras fechas
especiales y no tanto le escriben para recordarle lo maravillosa que era.
“Tenía un brillo especial, era muy alegre, divertida,
sencilla, amable, le encantaba el deporte, más handball, era su pasión. Si no
estaba en la clase, estaba en la cancha; amaba jugar, le gustaba bailar, ella
era nuestra profesora de baile en las actividades del colegio. No había nada
que no supiera hacer. Ella era única, no tenía maldad en su corazón, era
demasiado buena, no era luego de esta tierra, era un ángel... Tenía todo para
ser creída, pero ella no era así, siempre estaba dispuesta a ayudar, era
nuestra delegada del curso, la que ponía el pecho por nosotros”, la recuerda Lourdes,
asegurando que todo lo que pueda decir de ella va a quedar siempre corto.
Carmen tenía 19 años y resaltaba
por su belleza, además de su aguda inteligencia. También se destacaba
por su labor solidaria organizando los fines de semana y durante las fechas
festivas almuerzos para los niños en situación de calle de 4 Mojones, que se
hacían extensivos a todas las personas carenciadas que quisieran acercarse. Todos
recuerdan lo mismo de ella y para todos hasta hoy ella es inolvidable.
Sin embargo, aunque la retraten como un ángel, ella era de
carne y hueso. Además de ello, también era tímida. Cuando le tocaba hablar en
público, se ruborizaba y cuando caía presa del pánico le daban ataques de risa.
Cada tanto también se permitía “romper las reglas” de la rígida rutina de una
niña prodigio. A la salida del colegio le gustaba demorarse un poco antes de ir
a casa y se quedaba en la esquina con sus amigas a comer pan con fiambre,
transgrediendo así su rigurosa dieta de bailarina y deportista, y sacrificando algunos
minutos de estudio y trabajo para disfrutar de la flor de la edad.
A su corta edad ya
tenía claramente encaminada su vida. Estaba preparándose para el examen de
ingreso a la carrera de Contabilidad de la Universidad Nacional de Asunción
(UNA) y con seguridad sería en poco tiempo más la encargada de dirigir el
próspero negocio familiar. Por su responsabilidad y aptitud, su padre ya había
delegado en ella muchas tareas.
***
Aunque se siente orgullosa y feliz por sus hijas y nietos, su madre a veces siente que ya no puede más por el dolor de la pérdida. “Mi muñequita muchas felicidades me haces mucha falta carmen te extraño siento que ya no puedo mas dame fuerza para poder cuidar a tus hnita mami mas hoy que es tu cumple que voy hacer mami si vos ya no estas lo que me queda es llorar y rezar mami tqm hija”. Cada 5 de julio escribe casi invariablemente palabras como estas.
No obstante, luego se resigna y asume que las ascendentes carreras de sus otras dos hijas, una empresaria radicada en el extranjero y la menor de todas, modelo, cantante y actualmente ya a cargo del negocio familiar, se deben a las bendiciones que diariamente reciben de Carmen desde el lugar donde está.
Ciertamente no faltan los que le atribuyen milagros y le escriben en “su cuenta” para encomendarse a su protección y pedirle que interceda en momentos difíciles, así como para superar los distintos desafíos de la vida diaria. Uno de los favores que le pidieron es de una mujer que bautizó a su hija con el nombre de su amada amiga como si usando esa palabra pudiera conjurar la tragedia: “Carmen, te pido de todo corazón que mañana estés conmigo n mi entrevista d trabajo q m ayudes a q todo m salga bien para poder trabajar y ayudarle a mi mami y a mi pequeña Carmen. Gracias, besitos y siempre t llevo n mi corazón...”.
Otro de los mensajes es un
verdadero grito de auxilio: “Carmen, donde stas, xq m abandonast, m dejast sola,
t necesitooo un montón. solo vos sabes todas las tristesas, dolores, maltratos que
estoy viviendo, ayudame xfa a tener paz dentro d mi corazón y guiale a mis
hijos, n special a Carmen q en estos momentos está enfermita y vos sos su ángel.
no la abandones x favor”.
Sea como sea, ella era un tesoro y había una deuda de por
medio.
***
-Repagata chéve –dijo con rabia Vito sopesando la decisión final. Entonces ya estaba seguro de lo que tomaría como prenda a cambio de ese compromiso no honrado. Sacó su revólver calibre 38 del cajón de su mesa y se lo puso en la cintura para ir a arreglar las cuentas.
Abrió el portón y se
dirigió al salón de ventas de la mueblería. Cuando entró al lugar, solo
encontró a su sobrina en la caja.
-Hola, Carmen. ¿Está tu
papá? –preguntó el sexagenario a la adolescente.
-Hola, tío. No, él no
está ahora –le dijo la joven por instrucción de su padre, quien a toda costa
deseaba evitar cruzarse con su hermano. ¿En qué te puedo ayudar? –le preguntó.
El hombre esbozó una falsa
sonrisa intentando solapar la terrible determinación que había tomado.
-Bueno… –dijo mirándola
fijamente. Carmen sintió de súbito un ligero escalofrío por la espantosa mueca que
esbozó su tío.
-Necesito hacer una
llamada. ¿Puedo usar tu teléfono? –solicitó el hombre.
-Sí… Claro que sí –le
respondió Carmen, quien se dispuso rápidamente a pasarle el teléfono. Cuando
aún no había terminado de dar la vuelta, el hombre sacó el arma de la cintura y
descargó tres balazos contra la joven; uno le dio en el brazo y otros dos en la
espalda. Carmen cayó gravemente herida al suelo, pero aún respiraba.
Luego de escuchar los
disparos, Valerio se dirigió raudamente hacia la parte frontal del edificio
acompañado de uno de sus empleados. Al contemplar a su hija caída y ensangrentada
en el piso, le costó reaccionar inmediatamente. Cuando al fin pudo reponerse
del shock inicial, junto con su ayudante se abalanzaron contra su hermano, quien
se limitaba a mirarlo emitiendo una risa de sorna y satisfacción viendo el
dolor que le estaba provocando.
–¡Hijo de puta, hijo de
puta! –gritaba Valerio mientras forcejeaba con su hermano. Cuando al fin
pudieron reducirlo, le despojaron del arma y llamaron a urgencias.
-¡Una ambulancia!
¡Rápido!, ¡rápido! ¡Mi hija está herida, se está desangrando! –suplicaba el
hombre intentando contener el llanto para poder hacerse entender lo mejor
posible.
Explicó la dirección lo
más claro que pudo y luego de colgar el teléfono se lanzó al suelo al lado de
su hija, cuya respiración era ya apenas audible y su corazón emitía latidos
cada vez más débiles. Cuando llegaron los paramédicos, apenas hubieron logrado
contener la hemorragia la trasladaron a una clínica privada, donde ya llegó sin
vida.
El autor confesó el
asesinato y como justificación del hecho en su declaración dijo que su hermano
le debía un dinero. Fue condenado por homicidio doloso, pero antes de compurgar
la totalidad de la pena fue liberado a consecuencia de la enfermedad terminal que
padecía y murió poco después.
Esta es una
historia de ficción basada en un hecho real.