sábado, 23 de abril de 2022

¿Qué hay detrás de la espiral inflacionaria que afecta al Paraguay?

En esta entrevista con el economista Luis Rojas Villagra, miembro de la Sociedad de Economía Política del Paraguay (Seppy) e investigador del Centro de Estudios Heñoi, abordamos de manera somera los problemas más candentes que afectan a la economía paraguaya actual. Entre las cuestiones más acuciantes se analiza la inflación, además de aspectos estructurales como la desindustrialización, la dependencia de factores externos como el mercado del petróleo, los precios internacionales de los commodities, la importación de alimentos y la pérdida de la diversidad agrícola ante el avance del agribusiness.


El economista Luis Rojas Villagra. Foto: medium.com

Si bien la última década y media se ha caracterizado por una macroeconomía estable y hasta un milagro a nivel regional con tasas de crecimiento que llegaron a ser de más de un dígito, la guerra en Ucrania y el aumento del precio del petróleo que conllevó, la sequía, el desenfrenado endeudamiento, la especulación, entre otros factores, han dejado en evidencia una vez más la intrínseca fragilidad de una economía signada por un sistema tributario regresivo, una extrema concentración de la tierra y una corrupción generalizada que dilapida los ya de por sí precarios recursos con que cuenta el Estado paraguayo.

 

Pero más que limitarse a presentar un cuadro sombrío de la situación, se intenta sobre todo exponer en los términos más sencillos posibles algunas de las lógicas que subyacen al funcionamiento del engranaje económico de un país, así como algunas herramientas disponibles que pueden servir de palanca para subir la cuesta.

 

–La economía paraguaya se ha jactado en los últimos tiempos de su desempeño macroeconómico y la estabilidad de precios. Sin embargo, actualmente padecemos una espiral inflacionaria de las más altas de la región y un creciente déficit fiscal. ¿A qué se debe este fenómeno repentino?

 

–En Paraguay hay un discurso centrado en el tema de la estabilidad macroeconómica, estabilidad de precios, tipo de cambio como signo de una economía saludable. De hecho, en algunos años hay esa estabilidad macro. Sin embargo, eso no significa que haya desarrollo económico, que haya desarrollo social, inclusión social, que haya mejoramiento del empleo, indicadores sociales, de las oportunidades porque la economía paraguaya es asimétrica, tiene sectores muy diferentes. Hay sectores que ganan mucho dinero con esa estabilidad macroeconómica como el sector sojero, el sector agroexportador, el sector financiero, el sector inmobiliario. Pero otros sectores no se benefician de esa estabilidad macroeconómica. El sector en general de los trabajadores en la informalidad, el campesinado, sectores que están en la pobreza o muy cerca de la pobreza no son beneficiarios de esa estabilidad. Ese discurso solo beneficia a una pequeña élite.

 

El déficit fiscal no es algo nuevo, es algo que ya viene de los últimos años y se va profundizando por los escasos recursos con los que cuenta el Estado y los crecientes compromisos. Deuda por un lado, que implica muchos recursos, y después mantener el aparato estatal, que también es costoso, y en un marco de corrupción aún más. Entonces ese es un déficit permanente que está ahí creciendo. Y la espiral inflacionaria es un fenómeno regional e incluso mundial. Cada país tiene sus particularidades, pero en general hay una presión inflacionaria por el aumento del precio del petróleo, del combustible, de la deuda a nivel mundial. Sin duda hay también emisión de divisas, de dinero en los diferentes países, emisión inorgánica. Es una mezcla de variables externas e internas, ya que cada país tiene sus elementos inflacionarios. En el caso paraguayo, la sequía y el cambio climático golpearon fuertemente todo lo que es la producción primaria, y eso lógicamente afecta la producción y también los precios.

 

Otro problema en el caso paraguayo es que no tiene industria desarrollada en varios sectores, entonces depende completamente de la importación de productos extranjeros industriales, desde productos de limpieza, aseo, alimentos, procesados, maquinaria, vehículos, electrodomésticos, muchas materias primas. Todo eso se importa en dólares y es una fuente inflacionaria permanente de altos costos, ya que no se maneja desde Paraguay el valor del dólar y de las importaciones, que se tienen que tomar. Ese es un poco el contexto actual. La inflación es mundial, regional y local. Es un fenómeno alimentado por varias causas: la deuda, la emisión inorgánica, el petróleo, la crisis climática, la poca industrialización, el dólar alto son los principales factores de esta tendencia inflacionaria.

 

–¿Quiénes se están quedando con ese dinero que resulta de la pérdida del poder adquisitivo de la gente?

 

–Eso es muy complejo, muy difícil saber quién se va quedando con eso. Son los actores más fuertes en la economía, por ejemplo el sistema financiero, los acreedores de deudas a nivel mundial, no solo en Paraguay. Hay una deuda gigantesca a nivel mundial de gobiernos, de empresas, de personas, un endeudamiento enorme. Entonces eso se va pagando y los gobiernos recurren incluso a la emisión inorgánica para pagar deudas. Y es una ganancia del sistema financiero que está cobrando esas deudas, esos intereses.

 

Probablemente también las empresas petroleras que mantienen relativamente estables sus costos de producción del petróleo, pero los precios están para arriba por las presiones del mercado, de oferta-demanda, la guerra y la propia especulación en el mercado. Entonces van captando una plusvalía con precios más elevados y sectores productores también se van quedando con eso; el sector ganadero entre ellos, que está vendiendo la carne a precios más elevados y con ganancias extra por esos precios. Esos beneficios van quedando en sectores concentrados de mucho poder económico.

 

–¿Te parece que de aquí a algunos años podríamos tener una crisis a causa de la deuda como una cesación de pagos y consecuentes planes de ajuste?

 

–Claro. Esta situación puede llevar a una situación de crisis de deuda, de cesación de pagos, porque va creciendo el nivel de endeudamiento de manera acelerada y eso compromete recursos del Presupuesto General de la Nación (PGN) crecientes. Cada año se debe destinar más dinero al pago de intereses y pago de capital, que se incluye en el PGN. Esto absorbe un porcentaje cada vez mayor del presupuesto estatal y como no hay un aumento en la recaudación, no hay nuevos impuestos, lógicamente eso va en detrimento de gastos sociales, gastos de inversión.

 

Esta tendencia a un aumento del endeudamiento en un momento puede llegar a una crisis de la deuda, una cesación de pagos por escasez de recursos. Pero previendo eso el Gobierno ya aprobó esa ley de bicicleteo, la ley de administración de pasivos. Esta es una ley para que el Ejecutivo vaya emitiendo bonos soberanos sin necesidad de autorización del Congreso. Emite bonos para refinanciar los bonos que van venciendo.

 

Entonces el Gobierno contrata nueva deuda para cubrir esos vencimientos, va tirando la cancelación de las deudas para adelante justamente previendo que puede haber una cesación de pagos y entonces no se cancela, no se paga la deuda y se patea para adelante, pero la deuda crece y hay intereses en estas operaciones cada vez mayores. Y esto en un futuro puede implicar una cesación de pagos, una crisis y todo lo que eso implica. Lo que hace falta es una corrección del sistema tributario, mejorar los mecanismos de recaudación y reducir la dependencia que se tiene de la deuda, de los bonos, que es la mala costumbre que adquirieron los gobiernos en nuestro país en los últimos años.

 

–¿Qué medidas se deberían tomar para frenar este aumento generalizado del costo de vida?

 

–Las medidas que hay que tomar son muchas para contener este aumento de la inflación. Por un lado, frenar el endeudamiento mejorando la recaudación de impuestos, reducir la corrupción, reducir la impunidad. Después hay que fortalecer la producción, la agricultura familiar campesina, o sea diversificar la producción agrícola, fortalecer al campesinado, que es el que produce más diversidad de cultivos, hortalizas, frutas, legumbres, tubérculos, toda esa variedad de productos que hoy en día hay escasez, se produce poco, por lo que se importa mucho de afuera.

 

Hay que fortalecer ese sector para aumentar la oferta, la calidad y también bajar los precios. Además, hay que tener una política con relación al combustible, no se puede seguir dependiendo del petróleo, que Paraguay no produce. Hay que electrificar el sistema de transporte, o sea, usar la electricidad en transporte público y vehículos privados. En suma, reducir la dependencia del petróleo y promover la industrialización de productos en nuestro país a partir de la materia prima nacional buscando generar empleo, generar valor, generar productos nacionales que no dependan de la importación, que no dependan del dólar y con eso evitar los vaivenes de depender de precios internacionales.

 

En el caso de la carne, por ejemplo, alguna normativa tiene que haber, alguna restricción a la exportación. Es decir, tendría que haber cuotas, cupos de mercado para abastecer primero al mercado interno con la cantidad suficiente y a precios accesibles, y después para la exportación. Pero hoy día se exporta casi todo, queda muy poco y a precios muy caros. Entonces hay que tomar medidas en varios sectores para contener la inflación y fortalecer la base productiva para ofrecer precios razonables a la población.

sábado, 16 de abril de 2022

El último baile

Una vieja creencia popular dice que no se debe salir si no se trata de una urgencia impostergable luego de haberse quedado dormido. Este es el caso de un suboficial de marina de 22 años que una noche ya había caído en un profundo sueño cuando interrumpieron su descanso para llevarlo a una fiesta.


Imagen: himalsanchar.com


Aquella mañana de sábado Álvaro soñó que se perdía entre los árboles de un bosque ignoto. Cuando más buscaba la manera de salir, más se hundía en la confusión de la espesura. Al despertarse no le prestó mucha importancia y pensó que se trataba de una típica pesadilla más. Se levantó y como buen abuela memby que era desayunó un bife koygua y jugo de limón. Puso música y se dispuso a preparar tereré. El almuerzo fue la especialidad de la abuela, ñoquis con salsa roja. 

Descansó un rato la siesta y luego fue a la despensa de ña Susy, el lugar más concurrido del barrio. Además de la cancha de vóley pegada al local, atendían las dos bellas hijas de la dueña, según recuerdan los de aquella generación de los postrimeros años de los noventa. Allí siempre había una gran concurrencia que, al son de la cachaca, compartía sendos sets entre copiosas rondas de cerveza.

No había nada fuera de lo habitual en aquel fin de semana en el que el joven suboficial Álvaro Benítez se encontraba de franco. Tras perder el partido que estaba jugando, fue a sentarse a una esquina. En un momento dado observa que su abuela baja la calle en compañía de Pepe, su pequeño sobrino de ocho años. Al verlos, ya poseído por la alegría del alcohol, se acerca corriendo hasta ellos y le da un abrazo a su abuela, quien lo reprende porque estaba bebiendo.

-Nde mitã’i, nde he’u jeýma hína pe bebida. Anive he’u pe cerveza. Mboy veces ha’éma ndéve (1) –le regañó en su característico tono de dama de hierro. Álvaro solo sonrió y se retiró. Se sentó en una esquina con una lata en la mano y poco después observó que su sobrino iba corriendo en dirección al almacén.

-Papi, vení un poco –lo llamó. El niño fue hacia él.

-¿Qué, tío? –le preguntó aquel niño rubio y de cabello ondulado.

-¿A dónde te vas? –interrogó.

-Abuela me ocupó en el almacén –le contestó.

-Ahh bueno, andá, pero primero dame un beso, Papi –le dijo mientas ponía una mejilla y luego la otra. Álvaro, siempre efusivo con los suyos, estaba especialmente expresivo esa tarde por la buena vibra de un día libre de la tediosa monotonía de la vida militar. El niño correspondió el gesto a su tío y fue a cumplir la diligencia que le había encargado su abuela.

 

***


Así fue transcurriendo la tarde hasta llegar el ocaso.

-Jahána ko pyharépe el Bosque-pe (2) –propuso uno de los amigos del barrio.

-Jajajajajaja –estalló en una carcajada uno de ellos.

-Mba’e, a mil’i la puñalada pio (3) –bromeó.

-Jaha katu (4) –secundó el marinero fortachón súbitamente envalentonado por la buena partida de cerveza que ya se había bebido. 

-Ja’uve michimi ha upéi jaha (5) –propuso uno.

-Oîma (6) –se sumó otro más.

Corrió la siguiente ronda y después cada cual fue a su casa a bañarse y vestirse para una noche de baile en el Bosque de la Alegría, uno de los lugares más violentos de la época en toda el área central. De hecho, a causa de su mala fama aquella pista mortal en la que muchos jóvenes bailaron por última vez cerró sus puertas. Sin embargo, eso solo pateó unas cuadras adelante aquel mundillo en el que el cuchillo y la pólvora eran los amenizadores infaltables de cada noche.

 

***

 

Álvaro se bañó a las apuradas y se vistió a la típica usanza cowboy: jeans, camisa a cuadros y botas texanas. Mientas esperaba a sus amigos, de pronto sintió que se desvanecía y fue sucumbiendo al letargo hasta perder completamente la conciencia. Unos minutos después llegaron a buscarlo en manada desatando un coro de ladridos a su paso. Casi nadie tenía dinero, solo Álvaro, quien a su edad era el único entre sus amigos con un trabajo fijo y una buena remuneración para esa despreocupada etapa de la vida. Había que tomar un taxi o sortear caminando varias cuadras una arribada de más de diez grados. 

-Álvaro okéma hína. Ha’e ndosêmoavéima (7) –dijo la mujer de cabellera color ceniza haciendo notar su disgusto ante los inoportunos amigos que venían a interrumpir el descanso de su nieto. Estos se retiraron momentáneamente hasta la esquina, pero no cejarían en su empeño de llevarlo a la fiesta. Aguardaron unos minutos y designaron a uno para ir a buscarlo por segunda vez, pero sin éxito. Y así, a la tercera la vencida. Rodrigo abrió el portón de madera de la casa y entró sigilosamente al patio hasta la ventana de la habitación de Álvaro. Esta vez el golpe de los cristales lo despertó, por lo que se levantó, se acomodó el cabello y salió al encuentro de su amigo.

-Anína reho, che memby. Ndéko ekéma kuri. Ko este día opáma ndéve ĝuarã. Muchas veces ko péicha oikose la desgracia (8) –le suplicó su abuela desde la puerta de su habitación.

-Ani ejepyapy. Voi aju jeýta (9) –aseguró el joven intentando tranquilizarla.

-Jaha (10) –dijo dirigiéndose a su amigo y se marcharon hacia la parada de taxi más cercana rumbo a ese lugar cuyo nombre era casi un oxímoron sin saber que el de esa noche sería el último baile de su vida.

 

***

 

Una vez que llegaron, el ambiente no tardó en enrarecerse. Por entonces todo el mundo se conocía y Carolina, la chica con la que Rodrigo estaba bailando, era pretendida por la mitad del baile. Pero nadie estaba dispuesto a facilitarle las cosas al competidor de turno.


Del viejo local del Bosque de la Alegría, sobre la avenida Defensores del Chaco, queda aún el tinglado, reconvertido en salones y apartamentos. 

-Che ko’ãga ajerokýta hendie (11) –irrumpió José, un conocido y pendenciero habitué del Bosque.

-Nooo mba’e. Ekañy águi (12) –respondió Rodrigo con vehemencia. Pronto se desató una pelea entre ambos. En una época en la que el mano a mano era una institución, la concurrencia se limitó a formar una ronda para observar a los ocasionales contendientes batirse a golpes. Rodrigo aplicó dos certeros golpes de puño a José a la altura del pómulo que lo dejaron embotado y con la vista estrellada. Cuando supo que no podría con su contendiente por esa vía, se dispuso a retirarse no sin antes lanzar una advertencia.

-Aháta aju ndéve (13).

-Néipy (14) –se limitó a responder Rodrigo.

Luego de que hubieron salido de la fiesta, Álvaro se dirigió directamente al panchero para aplacar el hambre y morigerar un poco la borrachera. José ya estaba esperando a Rodrigo afuera con una veintidos’i en la mano, una pequeña pero ponzoñosa pistola que se ha llevado a no pocos.

-Ajúma ndéve (15) –le dijo mientras le apuntaba con el arma. Rodrigo se abalanzó hacia él y el disparo le dio en la pierna haciéndolo caer al suelo. El despechado ya estaba listo para rematar a su antagonista cuando los amigos del herido pegaron el grito de auxilio.

-¡Álvaro! –vociferaron al unísono.

Hasta ese momento, el joven suboficial no se había percatado de lo que estaba ocurriendo, pues el disparo de un calibre 22 bien puede pasar por el sonido de algún juego de pirotecnia para niños. Aquella mole de pelo castaño claro y ojos verdes era conocido por sus dotes para las artes marciales y no había quien pueda con él. Al escuchar su nombre, giró la cabeza y vio a su amigo tendido en el suelo. Corrió hacia él para auxiliarlo y se arrodilló a su lado para verificar cómo estaba. Luego, dirigiéndose al pistolero, reclamó.

-Mba’e pio la ejapóva nde rapicháre (16).

-Ajapivéta katu (17) –le respondió mientras se tocaba el pómulo amoratado. Apenas Álvaro hizo el primer movimiento para levantarse, un certero tiro le dio directo en el corazón.

–Chéve la che japíva (18) –dijo mientras se desparramaba en el suelo. El tirador miró por última vez a su víctima y huyó corriendo.

-Oî ojejapíva, oî ojejapíva (19) –circuló rápidamente la llamada de alarma entre el bullicio. El herido fue llevado en un taxi de hospital a hospital, donde fue sucesivamente rechazado hasta que su corazón sucumbió ante el venenoso proyectil del veintidos’i, que caprichosamente se anidó en el ventrículo izquierdo.

 

***

 

El 22 del segundo mes de aquel año de fines de los noventa el suboficial de la Armada de 22 años que vivía en la casa número 222 de una calle de la ciudad de Villa Elisa fue asesinado con una pistola calibre 22. Aún hoy algunos en su familia sospechan que hay algo oculto detrás de la omnipresente cifra, pues no es el único en el barrio que ha sucumbido bajo el signo de esa combinación.

No deja de resultar curioso, por lo demás, que este cronista haya azarosamente decidido escribir sobre esta historia justo este año 2022, aunque el objetivo inicial solo fue recordar aquel viejo refrán que reza que, una vez dormido o presto a dormirse, no se debe salir más, salvo que se trate de una urgencia.

Finalizadas las pompas fúnebres, los camaradas del difunto prometieron venganza. Tiempo después se supo que el verdugo murió en su ley.

 

Notas

 

(1)    Ya estás tomando ya otra vez cerveza, chiquilín. No tomes. ¿Cuántas veces te dije eso?

(2)    Vamos esta noche al Bosque.

(3)    ¿Qué, a mil guaraníes la puñalada?

(4)    Dale, vamos.

(5)    Vamos a tomar un poco más y después vamos.

(6)    Dale.

(7)    Álvaro ya está durmiendo. Él no va a salir.

(8)    Por favor no te vayas, mi hijo. Vos ya estabas por dormir. Este día ya terminó para vos. Muchas veces así quieren ocurrir desgracias.

(9)    No te preocupes, voy a regresar temprano.

(10)  Vamos.

(11)  Ahora yo voy a bailar con ella.

(12)  No, andate de acá.

(13)  Voy a regresar por vos.

(14) Expresión en guaraní que se utiliza para ahuyentar a los perros.

(15)  Ya vine por vos.

(16)  ¿Qué le hiciste a tu prójimo?

(17)  Le voy a volver a disparar.

(18)  A mí es a quien disparaste.

(19)  ¡Hay un hombre baleado!, ¡hay un hombre baleado!

sábado, 2 de abril de 2022

Encuentro nocturno

Una abandonada esquina en uno de los nudos más transitados de Asunción es motivo de una leyenda urbana sobre una anciana que residía en ese lugar. Esta es la historia de una mujer que relata una extraña experiencia que vivió una noche cuando pasaba cerca del sitio.

 


La mujer salía con su bebé en brazos del ala de urgencias de la clínica. Su pequeña hija se desgarraba en llantos desde la noche anterior. El doctor la revisó y le dio un analgésico para calmar el dolor de oído y de garganta. Cuando bajó la fiebre, le dijo que podían retirarse.

Ya era de noche y se estaba haciendo tarde; la niña se quedó dormida en los brazos de su madre. El cielo estaba encapotado y unos esporádicos relámpagos iluminaban tenuemente la oscuridad. Empezaron a caer las primeras gotas cuando camino a su casa, no lejos del hospital, se cruzó con una anciana que estaba guarecida bajo el techo de un puesto de comida rápida.

–Jovencita, hacia dónde va. Tomemos un taxi, la acerco hasta donde vaya –le dijo la anciana.

–Vivo hacia el cerro, a unas diez cuadras de acá, le agradecería mucho en verdad –le respondió.

–Vamos, crucemos la calle. Al otro lado de la estación de servicios hay una parada –indicó la anciana mientas la tomaba del brazo para ayudarla a cruzar la avenida. Frente a la caseta amarilla había solo un auto; el chofer estaba sentado al volante con la radio puesta. Subieron al automóvil y mientras el conductor calentaba el motor antes de moverse le preguntó hacia dónde se dirigía.

–Decile hacia dónde te vas –le dijo la abuela.

–Hacia el cerro Lambaré, por favor –indicó la mujer joven. El chofer asintió, puso en marcha el automóvil y cruzó raudamente la intersección antes de que el semáforo se pusiera en rojo.

–Le agradezco tanto, señora, no quería que mi bebé se mojara –correspondió la madre.

–No se preocupe –le respondió amablemente la octogenaria. Acarició suavemente la cabeza de la niña y se acercó hacia ella cerrando los ojos como si fuera a entonar una oración.

–Mi hija, mañana tu bebé va a estar mejor –le aseguró la abuela.

–Muchas gracias. Y usted, ¿hacia dónde va? –replicó intentando entablar una conversación con la afable anciana, quien vestía un sencillo vestido blanco de tono amarillento que parecía tener tantos años como ella misma. La abuela solo sonrió y metió la mano en el bolsillo de su prenda. Sacó un arrugado billete de 10.000 guaraníes y se lo tendió.

–Tome, para pagar el taxi. Yo me bajo aquí –dijo la extraña mujer de blanco.

El chofer no se detuvo y siguió manejando como si nada. La joven madre se sintió irritada por la grosera actitud del conductor.

–Por favor, señor. Aquí la señora le dijo que quiere bajarse –espetó con tono exaltado.

–Pero de qué señora me habla. En ningún momento me pidió que me detenga –retrucó el conductor.

–¡Cómo que qué señora! ¡Aquí la que está a mi lado!, le dijo al tiempo que giraba la mirada sobre sus hombros hacia su acompañante. Sin embargo, sorprendida constató que a su lado no había absolutamente nadie; la anciana había desaparecido. Se quedó perpleja sin atinar a decir palabra alguna por unos largos segundos. Sintió la lengua endurecida y luego de unos momentos logró articular con tono entrecortado y dubitativo.

–La mujer que subió conmigo en la esquina del hospital, que dijo que quería bajarse –añadió con voz temblorosa.

–¿Pero usted se siente bien? Vino todo el camino hablando sola. ¿Necesita que la lleve de nuevo al hospital? –le preguntó el chofer.

–No, no es necesario. En la próxima cuadra gire a la mano derecha por favor –indicó.

–Con que a usted también se le apareció –dijo el taxista inquisitivamente luego de un rato de silencio, al cabo del cual pareció comprender la situación.

–¿Qué cosa? –le preguntó la mujer.

–La abuela de la esquina. En General Santos y Primero de Marzo vivía una señora de edad en una humilde casita hace mucho tiempo, cuando todo esto era una zona de baldíos. Luego se fue poblando y la propiedad se fue valorizando cada vez más. Sus hijos luego de mucha insistencia convencieron a la abuela de que venda la casa prometiéndole que ellos la cuidarían. Hubo una fuerte puja por ese terreno hasta que un empresario se quedó con la propiedad, tumbaron la casita y construyeron un enorme restaurante de una cadena de hamburguesas, luego una playa de autos y así muchos otros negocios.

–¿Y qué pasó con la señora? –preguntó la mujer.

–Dicen que al principio fue llevada a la casa de uno de sus hijos, que le dio una piecita en el fondo. Luego, cuando el dinero se acabó, la abandonaron en un hogar de ancianos, donde la viejita murió de tristeza –dijo el conductor mientras la observaba a través del retrovisor.

La leyenda urbana dice que la propiedad está maldita. A pesar de su buena ubicación, ningún negocio funcionó ahí. Ni restaurantes, ni playa de autos, ni nada. Algunos aseguran que la abuela custodia el sitio y no permite que la ambición prospere allí. Nadie más quiere poner un negocio en ese lugar, por eso hasta ahora sigue abandonado.

Al día siguiente, la niña amaneció en excelente estado de salud; la dolencia había desaparecido por completo. La joven mujer recordó lo que le había dicho la anciana. Desde entonces, cada vez que pasa por el lugar se detiene a observar minuciosamente hacia todos lados buscando a la extraña samaritana que la había auxiliado aquella noche; sin embargo, nunca más volvió a cruzarse con ella. A veces se queda a contemplar el predio por largos ratos, pero no logra advertir más movimiento que el de la basura arrastrada por el viento.