miércoles, 28 de octubre de 2020

Vare’a reko

El propósito de la senadora Lilian Samaniego de habilitar el ingreso a la Academia Diplomática y Consular sin pasar por el examen da cuenta de la existencia de una verdadera cultura de la mezquindad en la política paraguaya, que en esta ocasión pretende apoderarse de ese pequeño oasis de transparencia para el acceso a la función pública que existe en nuestro país.


Senadora Lilian Samaniego: Foto: Facebook

La expresión guaraní “vare’a reko” puede ser entendida de dos maneras complementarias. Por un lado, se aplica a aquel que tiene qué comer, pero de todas formas se comporta como un hambriento. “Hambriento que tiene”, sería una traducción literal. Por otro lado, teko o reko es cultura o costumbre. Así, también podría traducirse como “cultura del hambre” o “manera de ser del hambriento”.

No encuentro otra mejor manera que esta para calificar la avanzada de la senadora colorada Lilian Samaniego contra ese pequeño oasis de transparencia para el acceso a la función pública que es la Academia Diplomática y Consular del Paraguay. La legisladora alega que desea terminar con la “discriminación”, cuando su intención es precisamente hacer de la discriminación su herramienta privilegiada para cooptar aún más las instituciones del Estado. Esto haciendo prevalecer la afiliación partidaria sobre los méritos como criterio de selección.

De esta manera, pretende que los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores con cierta antigüedad accedan al escalafón sin pasar por el concurso, como sí deben hacerlo el resto de los paraguayos que aspiren a ser parte del cuerpo diplomático. El fundado temor respecto a esta iniciativa es la partidización del servicio exterior.

Este proceso exigente, competitivo y transparente se ha ganado un prestigio y credibilidad a los que no es conveniente renunciar. 

Defender la profesionalización del servicio exterior es apostar al progreso del país, a la formación de sus recursos humanos, la explotación de sus ventajas comparativas a través del trabajo de cuadros profesionales que, además de atraer inversiones y capitales al país, colaboren activamente con su gestión al cumplimiento de los principios del derecho internacional con vistas a promover la mejora de la educación y la transferencia tecnológica para los países en desarrollo. Lo propuesto por la senadora Samaniego es todo lo contrario de lo que debe hacerse para superar el círculo vicioso de la pobreza, la corrupción y el atraso.

viernes, 23 de octubre de 2020

No podrán arrebatarnos el sueño

Los que nunca supieron honrar a la patria en el exterior ahora se mofan ante este golpe que sufre el único embajador del fútbol paraguayo. 


Foto: Última Hora

El año se inició pleno de ilusión. El tetracampeón Olimpia se jugaba por tercera vez –y creo que esta era su última chance en este ciclo– con Daniel Garnero para lograr la ansiada cuarta Libertadores y de esta manera despedir a nuestro capitán, Roque Santa Cruz, con todas las pompas de un título internacional.

El pueblo olimpista acudió masivamente para asociarse al club y de esta manera contribuir financieramente con el fin de concretar el sueño. El apoyo a la gestión del presidente Marco Trovato era total e incondicional.

Así, se pudieron hacer fichajes estelares como el de Emmanuel Adebayor, quien vino y se fue, y se dio el retorno de Derlis González. A pesar de unos pequeños tropiezos, el equipo empezó bien la Copa con un empate de visitante ante Delfín de Ecuador y una victoria de local ante Defensa y Justicia de Argentina. También se empezaba a perfilar un inminente pentacampeonato.

Y luego se vino la pandemia, que dio un brusco golpe de timón. Nuestro tradicional rival, Cero Porteño, eliminado prematuramente en la pre-Libertadores sin haber podido siquiera acceder a la fase de grupos, se vio favorecido por el parate forzado. En este periodo depuró su plantel y tras el retorno logró salir campeón luego de dos años de sequía, que maquillaba en algo su prontamente truncada aventura internacional.

Y en este contexto este lunes se vino el anuncio de una sanción de la FIFA que suspende de por vida como dirigente deportivo a Trovato por supuesto amaño de partidos. La gran afición franjeada quedó en estado de shock. Así, la carrera de una joven promesa llega a su fin prematuramente. Digo esto porque considero que la apelación en este caso es más un mero formalismo que una garantía real, pues al no tratarse de un proceso ordinario cuál será la instancia superior que revisará la decisión del juez, en este caso la FIFA, sino esta misma organización.

Tras sucesivos escándalos por denuncias de venta de sedes para los mundiales y derechos de televisación, cuando menos llama la atención la celeridad con la que fue diligenciado este caso. La matriz del fútbol mundial está ciertamente urgida de un lavado de cara y en este proceso pueden surgir chivos expiatorios para intentar tapar el escándalo ante el próximo Mundial de Qatar, sobre el que hay fuertes denuncias de sobornos para la concesión de la sede a los jeques árabes.

Ahora bien, en caso de que estas denuncias contra Trovato sean ciertas, sería doblemente triste debido a que la hegemonía del Olimpia durante estos dos años fue indiscutible, habiéndose consagrado cómodamente y con varias fechas de antelación en los cuatro torneos. Entonces no se entiende esto cuando tenemos un plantel que no necesitaba nada de estas “ayudas” y que de todas formas hubiera ganado, con o sin ellas. Es cierto que ahora se necesita una renovación, pero me remito en este caso a las temporadas 2018-2019, que son las afectadas por esta denuncia.

Es un duro golpe y duele. Para qué negarlo. Pero esto no nos hará descreer de los ideales de la generación del 90, a quienes tenemos como nuestros primeros recuerdos de vida ese Olimpia tres veces finalista de manera consecutiva y campeón en el 90 luego del robo bajo amenaza de muerte en la final del 89 ante el Nacional de Medellín de Pablo Escobar.

Pero no por ello nos la pasamos lamentándonos ni mucho menos cayendo en actos viles y miserables como de quienes en el 2014 lanzaron pirotecnia y se regocijaron en la derrota de Nacional frente a San Lorenzo de Almagro en la final de la Libertadores solo para que no se les restregue una vez más en la cara lo que son, un fiasco internacional y motivo de burla permanente hacia nuestro país.

Semejante ultraje a los símbolos patrios no se ha visto desde que los legionarios bailaron y bebieron vino sobre las cenizas de nuestra nación combatiendo en las filas enemigas de la infame Triple Alianza.

De ahora en adelante no podemos culpar a los jugadores de lo que pueda pasar en el resto de esta temporada. Pero no me extrañaría que esta crisis institucional –como en el 2002 con un presidente con amenazas de renunciar y habiendo perdido en casa el primer partido de la final– los jugadores sientan lo que significa la gloriosa Franja Negra y hagan de tripas corazón para regalarnos otra hazaña.

Es cierto que ahora estamos sufriendo y es momento de duelo por la pérdida. Pero no será por demasiado tiempo ni mucho menos para siempre.

viernes, 16 de octubre de 2020

El ritual de iniciación

Historia de una broma pesada de estudiantes secundarios que terminó en una denuncia, además de imaginativas publicaciones amarillas sobre ritos satánicos en un colegio de Villa Elisa.


Foto: La Silla Rota.

Ese día yo no había ido al colegio. En realidad, no había llegado, pues me quedé a ver televisión en la casa de un amigo que vive por el camino. Una vez ya retornado a mi casa, mientras rompía los coquitos para tirarlo en mi taza de café con leche, escucho que alguien golpea en el portón. Salgo y veo que son Máximo y Joe. Salgo a atenderles.

-Él se quiere bautizar para entrar al clan –dijo Máximo mirando a Joe esperando su confirmación. Este asintió.

Entonces vamos directo a La Casita, una construcción abandonada que se encontraba enfrente de mi casa, que era nuestro lugar en el mundo. Ya estaba oscureciendo cuando llegó Javier para los aprestos finales del ritual como el encendido de velas y otras solemnidades.

Joe era una persona muy crédula y nos aprovechamos de eso para jugarle una broma en la que se entremezclaban una trama de mafias, satanismo, narcotráfico y sexo. Mil, Mono y Jorge participaron brevemente de mirones y luego se marcharon rápidamente como ya presintiendo que algún problema se iba a venir.

La primera prueba fue la entrega de una falsa cocaína. Un día Máximo trajo azúcar impalpable, yo hice la cata aspirándola por la nariz y como prueba de que la mercancía era buena reaccioné eufórico y arrojé unos pupitres contra el suelo. La primera misión de Joe consistía en llevar la mercancía hasta un local comercial del centro de Asunción, donde lo recibiría Gustavo Medusa, un alias que tomamos de la novela mexicana “Dos mujeres, un camino”, quien debía entregarle un maletín con 12 millones de guaraníes. La operación fue truncada por alguna razón, pero esto no fue impedimento para aceptar en nuestra cofradía al entusiasta neófito.

Como yo presumía entonces de metalero, me tocó presidir el oficio demoniaco. Lo único que sabía al respecto era lo de la cruz invertida y el padrenuestro al revés. Y así procedí a pronunciarlo ceremonialmente: “Erdap ortseun, euq satse ne sol soleic/ Odacifitnas aes ut erbmon”.

Yo gritaba como un poseso. Agarré un cigarro que había armado de hojas secas de tártago, inhalé una bocanada de humo y contuve la respiración hasta provocarme una tos que casi me desgarró los bronquios. Le hicimos fumar la falsa marihuana.

-Ahora vamos a hacerte la cruz invertida en los brazos y el pecho con las gotas de la vela –le indiqué.

Se remangó la camisa y cerró el puño como si se preparara para una extracción de sangre. Mientras las gotas calientes le caían sobre la piel, cerraba los ojos y respiraba agitado sin quejarse.

-Ahora debemos esperar una señal –agregué.

Tras un breve momento de silencio, Máximo dejó caer una hoja que, con gesto parsimonioso, pude tomar antes de que cayera al suelo sumando así efecto dramático a la escena.

Joe, haz sido bautizado por mí. Firma: Satán”, decía la carta que había escrito el acólito.

-Ahora ya vas a poder darle a Martha y a Noelia –le dijo Javier. Esa fue una de las promesas que le hicimos si se unía a nuestro grupo. Para ello contamos con la complicidad de estas compañeras, quienes antes le habían asegurado que, de ingresar a nuestra logia, tendría el privilegio de acostarse con ellas.

-Pero primero tenés que desnudarte ahora –añadió.

-¿Qué?, mbóre. Acá con ustedes. Váyanse a la puta –exclamó Joe agitando los brazos.

-Te dice nomás, te dice nomás –le tranquilizó Máximo mientras estallaba en carcajadas.

Entre tanto fumábamos unos cigarrillos y hablábamos relajadamente para agasajar al nuevo miembro, Javier hacía caer las gotas de vela sobre la cabeza de Joe sin que este lo advirtiera. Esto terminaría siendo el indicio que puso al descubierto toda la intriga.

La madre de Joe estaba muy preocupada por la inusual tardanza de su hijo. Cuando este al fin llegó, lo primero que notó fue el enorme mbaipy que tenía formado en la cabeza.

-Mba’e pio che memby la erekopa ne akãre –le preguntó alarmada.

-Nada mamá, nada mamá –le respondió apurado intentando huir hacia el baño, pero su madre se interpuso. Joe no pudo soportar mucho la presión y terminó confesando que había sido bautizado en un rito por sus compañeros de colegio. En la mañana siguiente, a primera hora fue a radicar denuncia ante la Comisaría 13 y la Fiscalía.

Lo primero que notamos el día después fue la ausencia de Joe en la fila. Ya en clases, en un momento el director interrumpe a la maestra y nos convoca a su despacho.

-Paulo, Máximo y Javier, a la Dirección ahora –expresó con tono imperativo.

Nadie sospechó que algo fuera de lo común había ocurrido, pues no era raro que fuéramos llamados por el director o que nos aplicaran sanciones disciplinarias como la firma del libro negro o alguna suspensión.

-Afuera hay dos policías que quieren hablar con ustedes –nos dijo con rostro adusto.

-Hay una denuncia policial y judicial contra ustedes de parte de la madre de un compañero por caso de drogas y satanismo –agregó para graficar la gravedad de la situación. Aunque no entendíamos bien qué implicaba eso, pronto asumimos que estábamos en problemas.

Subimos las escaleras del subsuelo rumbo al estacionamiento. Enseguida vimos a dos policías vestidos de particular parados al lado de un auto bordó lleno de abolladuras. Nos condujeron hasta el tinglado de un local deportivo y partidario que estaba pegado a nuestro colegio y allí nos interrogaron sin la presencia de ningún abogado ni nada.

-Mi papá me va a matar, mi papá me va a matar, decía Máximo muy asustado. Yo me limitaba a sonreír nerviosamente. En tanto, Javier parecía más despreocupado, pues de hecho era como una especie de Huck Finn. A lo sumo sería convocada su hermana Carolina, quien difícilmente habría podido abstenerse de estallar en risotadas al escuchar lo ocurrido. Súbitamente Máximo cayó en un ataque de risas, pero de lo asustado que estaba. No podía emitir palabra alguna. Solo se reía y tenía todo el rostro enrojecido.

-Parece que vos tomaste algo –dijo inquisitivo uno de los agentes.

-¿Qué es esto? –dijo el otro extendiendo un papel. Inmediatamente supimos de qué se trataba y yo me sentí más tranquilo al ver el “elemento de prueba” que tenían contra nosotros.

-Esa es la solicitud para inscribirse en la Confirmación acá en la iglesia –le explicó Javier. El oficial pareció avergonzado ante la aclaración y se metió el papel en el bolsillo de la camisa. Antes del “bautismo”, habíamos hecho completar y firmar una hoja que habíamos guardado luego de participar de la primera sesión para recibir el sacramento en la parroquia Virgen del Carmen. Entonces no había muchas cosas que hacer y la vida social se reducía al fútbol en el barrio, los torneos del colegio y las actividades de la iglesia para ver chicas.

Se aclaró que todo fue una broma, nunca más fuimos convocados a declarar y no recibimos sanción alguna en el colegio. Joe fue trasladado a otra institución por su madre, por lo que no terminó el año con nosotros.

No estoy para nada orgulloso de lo que les estoy contando, sino todo lo contrario. De hecho, hasta me sorprende cómo el hecho fue festejado, incluso por algunos profesores. Sin embargo, a pesar de todo creo que ayudamos a Joe a despertar de una inocencia que le pudo haber costado más caro. Las veces que nos volvimos a encontrar me habló sin rencor y charlamos de muchas cosas. Me quedé sorprendido de su mirada perspicaz sobre los más diversos asuntos.

-Yo ya no soy el mismo ingenuo –me aclaró una vez con firmeza.

-Sí, Joe. Ya lo sé –le respondí.


sábado, 10 de octubre de 2020

El espectro de la antena

Hace muchos años fui testigo de un horrible crimen ocurrido en una zona despoblada. Ahora quiero contarles sobre una extraña aparición que se me manifestó una madrugada cuando pasaba cerca del mismo lugar.


Foto: Pikist.com

Durante el invierno, cuando salíamos del colegio a las 6:00 de la tarde, ya estaba totalmente oscuro. De regreso a nuestras casas, siempre íbamos por un camino oculto de una zona despoblada. Nos sentábamos debajo de un árbol de guayaba que lindaba con una extensa propiedad donde se erigía una antena de radio de alta potencia. Íbamos siempre por allí, pues, como es lógico, a nuestros 15 años debíamos escondernos para fumar.

Ese día solo estábamos Javier y yo. Justo en el momento en que atravesábamos el caminito que bordeaba el tejido de la estación repetidora escuchamos el grito desesperado de un hombre pidiendo socorro.

-¡Auxilio, auxilio! –gritaba con una voz ronca y quebrada.

Nos miramos el uno al otro y empezamos a correr hacia nuestras casas para buscar ayuda. Cuando llegamos a Mangoty, la canchita de nuestro barrio, nos encontramos con Ariel, Cayé y Gustavito, unos amigos con quienes nos reuníamos cada noche en La Casita, una construcción abandonada pegada a la cancha donde nos juntábamos para hacer cocido con tortilla, fumar, contar anécdotas, chistes y otras historias. No faltaban tampoco las rondas de caña con pomelo y, de vez en cuando, hasta algún porrito.

Cuando nos vieron llegar tan apresurados, se levantaron rápidamente del tronco en el que estaban sentados advirtiendo que algo grave había ocurrido. Intenté contener los jadeos para explicar la situación.

-Hacia la antena un tipo estaba gritando pidiendo auxilio en el yuyal, parece que le van a matar –les conté tan tranquilo como pude.

-¡Jaha, jaha, vamos, vamos! –arengó Javier.

Cuando al fin llegamos, el hombre estaba abrazando entre llantos a una mujer que yacía en el suelo inmóvil y con la ropa desgarrada. Se asustó al vernos, pero luego se tranquilizó al darse cuenta de que nuestra intención era ayudar.

-Fue Kavaju, fue Kavaju –dijo y quedó tendido entre las malezas con los ojos abiertos como si solo hubiera estado esperando delatar a su asesino antes de irse junto con su amada lejos, donde ya no pudiera sentir dolor.

Varios minutos después llegó la Policía. Acordonaron el área hasta la llegada del forense, que examinó la escena y luego autorizó que los cuerpos sean entregados a los familiares. Gracias a la confesión que nos hizo el hombre antes de morir, los atacantes fueron identificados rápidamente siguiendo la pista de una vieja disputa entre clanes familiares.

Cada vez que pasaba cerca de allí, no podía evitar evocar el episodio. Así pasaron unos dos años hasta que en las primeras horas de la madrugada de un domingo volvía solo a mi casa luego de una fiesta del colegio. Cuando terminé de cruzar la placita del eucaliptal, un hombre giró y empezó a caminar en mi misma dirección. Pensé en correr, pero no quise hacer el ridículo de espantarme ante una falsa alarma.

De pronto me puse a pensar nuevamente en aquel suceso y sobre qué habría pasado si hubiéramos auxiliado de inmediato a ese hombre y su novia. Quizá seguirían vivos o yo también estaría muerto con ellos. Pero un fuerte golpe en la cabeza me hizo volver de mis pensamientos. El sujeto que me seguía apretó el cuchillo contra mi cintura e hizo la voz de asalto.

-La guita, la guita, dame toda la guita –dijo con cierto acento rioplatense y una voz entrecortada como si tuviera la lengua endurecida.

-No tengo nada. Vengo de farrear –le expliqué.

-El reloj, dame el reloj –exigió señalando mi preciado Citizen negro con malla de metal que me había regalado mi padre.

Pero antes de que pudiera quitármelo, una sombra negra envolvió al desconocido y lo arrojó golpeándolo contra el empedrado una y otra vez. Apenas pudo recuperarse, el asaltante huyó espantado y yo me quedé mudo sin saber qué hacer.

Entonces repentinamente se hace nítida la figura de aquel hombre y la mujer a quienes intentamos auxiliar aquella vez.

-Hemos vuelto para ayudarte porque gracias a tu testimonio hemos encontrado la paz de que los responsables de lo que nos hicieron han pagado su culpa me dijo aquel espectro mientras se desdibujaba y se alejaba perdiéndose en la oscuridad tomado de la mano de su novia.