viernes, 31 de julio de 2020

La procesión

Durante una caravana religiosa se registró un grave y extraño evento que algunas versiones atribuyen al espíritu de un niño que deambula por el lugar.

Imagen ilustrativa: captura de video

Sobre esa mansión abandonada del barrio Rosedal de Villa Elisa había rumores e historias de todo tipo. Según uno de los tantos relatos que escuché, en la casa vivía una joven pareja que no hacía mucha vida social en el barrio y que tenía un hijo autista de unos siete años.

Nadie sabía mucho de ellos ni la rutina que transcurría detrás de las altas murallas de la casa de tres niveles, enclavaba en la cumbre de una de las zonas más altas de la ciudad. Cuentan que luego de la horrible muerte del niño se marcharon del lugar y que desde entonces nadie más volvió a habitar la casa.

A pesar del paso de los años y del desgaste, la residencia es una inexpugnable fortaleza con macizos muros coronados con alambres de púas y portones herméticamente cerrados con enormes candados. Hacia mediados de los noventa solíamos ir con mis amigos del barrio a esa casa durante nuestros recorridos hondita en mano jugando a ser cazadores.

No obstante el miedo que transmitía la mansión, quizá nuestras armas de niños nos daban la confianza necesaria para entrar pese a las horribles historias que se contaban sobre ella. Había un túnel en el que en medio de la oscuridad se podían apenas divisar unos grillos, cadenas y viejos barriles llenos de polvo.

En aquella época eran muy tradicionales y frecuentes las procesiones para rendir tributo a los diversos santos en su día. La festividad que reunía la más potente batería de pirotecnia era la de María Auxiliadora, que se celebraba el 24 de mayo con largas caravanas que recorrían los distintos barrios, cuyas calles eran adornadas para el efecto con banderines blancos y amarillos. A su paso el desfile era saludado por los devotos con la explosión de petardos y fuegos de artificio.

Cuando este tipo de peregrinación pasaba frente a la casa, el niño y su perro eran llevados al sótano, donde el padre cultivaba su afición por el añejamiento de vinos. En una ocasión, solo estaban la madre y el pequeño. En el momento en que escuchó a lo lejos la explosión de los petardos, la mujer se apresuró a llevar al niño hasta la bodega subterránea junto con el cachorro para tratar de disminuir el terrible ataque que sufría por el estruendo de las bombas. Estas hacían enloquecer al niño, quien cuando las escuchaba se presionaba la cabeza con vehemencia como si sufriera una jaqueca insoportable al tiempo de que gritaba y zapateaba contra el suelo desesperadamente.

Entonces la madre lo abrazaba y mientras intentaba tranquilizarlo lo sujetaba con firmeza contra su pecho. Mientras tanto, él trataba de escaparse y daba cabezazos contra el hombro o el rostro de su madre. A medida que iba creciendo la reacción era más violenta.

Cuando la explosión era muy cercana o la pirotecnia muy abundante, se ponía a gruñir como un animal salvaje mientras se daba bofetadas y se estiraba de los cabellos. Cuando lograba desprenderse de los brazos de su madre, se golpeaba la cabeza contra la pared. En las grandes festividades como Navidad y Año Nuevo debían encadenarlo para que no se haga daño.


Sobre la mansión abandonada se contaban historias y rumores de todo tipo.

Fue en un caluroso crepúsculo de mayo cuando ocurrió el terrible evento. La caravana se aproximaba a lo lejos, pero ya se escuchaba el estrépito. Cuando la madre ya se había acomodado en el sótano junto con el niño y el perro, de pronto sonó el teléfono. Antes de subir las escaleras para atender la llamada, abrazó fuertemente a su hijo, le dio un beso y le dijo que volvería enseguida.

Subió rápidamente, descolgó el tubo del teléfono y del otro lado escuchó la voz de su esposo, quien le pidió que busque en su agenda la clave de la radio del auto que estaba en avanzadas tratativas de venta.

-¿En qué parte está? –le preguntó ella.

-No recuerdo en qué parte. Revisá todas las hojas, por favor –le dijo casi susurrando.

Luego de buscar por varios minutos, finalmente pudo encontrar la clave de cuatro dígitos.

-Acá está. 9133 –le dijo algo fastidiada al ver que la había molestado por un número tan fácil de recordar.

Intentando compensar la molestia, él le dijo un par de cosas lindas y se quedaron hablando un cierto rato. Un par de minutos después se despidieron y ella colgó el teléfono. Se quedó abstraída por un momento. Así se quedó perdida en el sopor de sus pensamientos cuando de pronto volvió a sí misma sacudida por la descarga de los cohetes, uno de los cuales estalló bien cerca de la ventana.

-¡Hijo! –exclamó angustiada.

Bajó corriendo los escalones hasta el subsuelo, donde se encontró con una escena atroz: el perro degollado y el niño se había cortado la mano izquierda con una sierra y exhalaba sus últimos suspiros empapado en un charco de sangre. Tenía la piel azulada y un sudor frío emanaba de sus sienes llegándole hasta el cuello. Estaba inconsciente por efecto de la hemorragia. La madre tomó una sábana, envolvió completamente la mano herida y lo alzó para llevarlo al hospital, pero todo fue en vano. Ya nada pudo hacerse. Cuando llegó a sala para recibir una trasfusión de urgencia, el niño murió desangrado.

Luego de lo ocurrido, nunca más se supo de la pareja y nadie volvió a ocupar la vivienda. Esta historia permaneció por mucho tiempo olvidada hasta unos raros sucesos que tuvieron lugar hace no mucho tiempo durante el día de María Auxiliadora.

Cuando la procesión estaba pasando frente a la mansión abandonada, justo en el momento en que uno de los feligreses se aprestaba a encender una bomba 12x1 y apuntarla al cielo, antes siquiera de poder escucharse la detonación, la mano de uno de los parroquianos estalló en el aire entre el humo de la pólvora. El hombre se puso a gritar casi desvanecido por el dolor.

-¡Ay!, ¡mi mano, mi mano! –se lamentaba entre gritos y rugidos.

Sin embargo, al momento de ser socorrido por los concurrentes, estos se percataron con asombro de que no era una quemadura, sino el corte limpio de una filosa guillotina.

sábado, 18 de julio de 2020

Los arcades en la Villa Elisa de antaño

Un breve repaso de las casas de videojuegos más emblemáticas que funcionaron en nuestra ciudad en los años noventa. Te invito a embarcarte a este viaje pleno de nostalgia por esos establecimientos de finales del siglo pasado. 


 

Las máquinas de videojuegos a ficha o monedas son una de las tantas formas de entretenimiento y negocios que han desaparecido al paso del avance de la tecnología y la accesibilidad. Yo empecé a ser asiduo concurrente de estas casas allá por el año 1995, cuando tenía doce años y andaba siempre deambulando por Villa Elisa en búsqueda de aventuras montado en mi bicicleta.

Yo era especialmente habitué de Lalo, que estaba sobre la avenida Américo Picco casi Guavirá, donde el juego de culto era Mortal Kombat. Allí atendía la madre de Lalo, doña Margarita, con su nieta María Eugenia, quien ahora vende en el lugar deliciosas hamburguesas caseras.


Lalo, un verdadero templo para los gamers villaeliseños de mediados de los noventa.
 

El otro era Chile Sur, también sobre Américo Picco, pero bien “en el pueblo”, como decíamos antes, a unos pasos de la municipalidad y del actual Paseo de los Ilustres. Esa era entonces la única cuadra de camino interno asfaltada de Villa Elisa.

Esta era la casa con más diversidad, donde los juegos más populares eran Mortal Kombat y Street Fighter, ambos también éxitos de taquilla en sus respectivas versiones cinematográficas.  


Uno de los lugares pioneros en la ciudad fue el desaparecido Chile Sur.
 

A pocas cuadras estaba Jovino, al costado de la plaza Von Poleski, sobre la calle Mariscal López casi Virgen del Carmen.

El local más escondido era Don Rey, en Venezuela casi Colombia. Aquí también se juntaba la cofradía de los adeptos a Mortal Kombat.

De este lugar me queda un recuerdo poco grato. En una ocasión, iba para lanzarme en bicicleta a la pendiente que está en la otra cuadra, la que termina en la calle José Asunción Flores, cuando repentinamente escucho que Gustavito me grita.


Jovino, un emblemático local de juegos frente a la plaza que sigue funcionando en otro rubro.

-Vení, rápido, estoy ganando –exclamó entusiasmado.

Frené bruscamente, giré, puse la patita y dejé la bici en la vereda. No había tiempo de ponerle la cadena. Le ganó a Goro y luego debía enfrentar al jefe de todos, el hechicero Shang Tsung, quien se comía el alma de quienes había derrotado, por lo que tenía el poder de adoptar la apariencia y los poderes de los luchadores vencidos.

Gustavito jugaba, como la mayoría lo hacíamos entonces, con Liu Kang, también el héroe en la película, cuya trama gira en torno a una competencia de artes marciales a muerte para salvar la tierra.

Agónicamente, en el tercer round, logró que la bola de fuego de Kang dara en el blanco aplicando el golpe de gracia. Tsung cayó para no levantarse más. Ya no dio tiempo para el Fatality. Estallamos de alegría. Contemplábamos extasiados la ceremonia y los honores al campeón del torneo.

Sin embargo, la alegría no duraría mucho para mí, pues al salir me encontré con que mi bici ya no estaba. Me puse a correr y la busqué por todas partes, pero sin resultados. Caía la llovizna y anochecía mientras yo seguía deambulando sin rumbo. Aquella sería la última aventura que viví con ese gladiador de dos ruedas.



Don Rey, lugar al que hice mi último paseo en aquella bicicleta Fera USA azul.

domingo, 12 de julio de 2020

El triplero de Villa Campeona

A menudo iba a practicar lanzamientos a la emblemática cancha del barrio San Pablo de Asunción. Cada vez que la pelota se iba hacia una parte oscura, una extraña presencia me la devolvía desde las sombras.



Ir a lanzar los domingos por la noche a Villa Campeona se había vuelto una rutina obsesiva. Salía del trabajo, tomaba la bici e iba directo a esa plaza escondida en un callejón sin salida del barrio San Pablo, entre las calles Panambi Vera e Indio Francisco, un ícono para el mundillo basketbolístico de Asunción y las sureñas ciudades vecinas del Área Metropolitana, en especial Fernando de la Mora.

El lugar fue bautizado así en honor a las campeonas sudamericanas de basketball de 1962, que ganaron el certamen de manera invicta. En una memorable final que tuvo lugar el 8 de mayo en el desaparecido estadio Comuneros, la selección de Paraguay derrotó a la de Brasil con un agónico gancho de Edith Nunes, la capitana del equipo, estando uno abajo, con marcador final de 53-52.

El equipo completo estuvo integrado por Edith Nunes, Arminda Malatesta (+), Úrsula Echagüe, Jovina Echagüe, María Estela López, África Sosa Bataglia (+), Aida González, Julia Ortiz (+), Elda Miers, Virgilia Figueredo, Olga Bikov, Francisca González, Alcira Llorens y Gladys Prieto. Foto compartida en Facebook por Enrique Gaüna.

Nunes fue también la máxima anotadora del torneo, con 166 tantos. En el partido definitorio Paraguay jugó con Edith Nunes (19 puntos); Dionisia Echagüe (4); Estela López (10); Arminda Malatesta (13); Nunila Echagüe (7); Aida González y Olga Bikov, detalla una publicación de Comunicación Integral Digital. El DT fue Jorge “Coco” Bogado.

Además, la selección paraguaya fue también la más encestadora de la competencia, con un total de 411 tantos, seguida de lejos por las selecciones de Brasil, con 347 puntos, y de Chile, con 336, detalla un reporte de D10 firmado por Pedro Lezcano.

Elsa Dionisia Echagüe, Edith Nunes, Arminda Malatesta, Nunilda Echagüe y Estelita López Mena. Foto compartida en Facebook por Enrique Gaüna.

La nota añade que en este equipo hay además dos bicampeonas, África Sosa y Aida González, que con anterioridad se consagraron en el sudamericano de 1952, que también fue realizado en nuestro país.

El gobierno de entonces, encabezado por el general Alfredo Stroessner, premió a las atletas, luego de seis años de larga espera, con una casa a cada una en este barrio, que en aquella época llevaba el nombre del dictador. Según reportes de prensa, la última que se quedó hasta el final a vivir allí fue Julia Ortiz, quien falleció en mayo del 2017 a los 80 años de edad.


Estelita López Mena y Edith Nunes. Foto: Última Hora.


En el 2009, la Secretaría Nacional de Deportes homenajeó a las campeonas con un acto y una placa conmemorativa que fue adherida a un monolito en la plaza.

A las campeonas sudamericanas de basquetbol. A 47 años de la gran hazaña deportiva, la Secretaría Nacional de Deportes, bajo la administración del ministro, don Paulo Reichardt, rinde este merecido homenaje a quienes fueron protagonistas de tan importante logro para el deporte de nuestro país. 1962 - 8 de mayo - 2009”, reza la inscripción.


Una presencia inquietante

Este preámbulo viene a cuento de unas extrañas experiencias que me tocaron vivir en esta emblemática y mítica cancha.

Normalmente voy a jugar después del trabajo. Como mi turno termina a las 22:00, casi siempre la medianoche me pesca en el lugar. Si no caía nadie para jugar un yimi o en el mejor de los casos un partido a cancha completa, esto no me hacía desistir de quedarme a practicar lanzamientos, especialmente triples y dobles largos.

Vista del desaparecido Estadio Comuneros, que estaba en 15 de Agosto y Avenida República. Foto: Última Hora
A decir verdad, esas veces en las que nadie, más que yo, iba a jugar, en realidad nunca me sentí enteramente solo. De pronto de la nada irrumpía un fuerte olor a pety o rama quemada como si alguien estuviera fumando en torno a una fogata. Entonces un silbido largo y estridente perforaba la negrura. Los mbopi chillaban y efectuaban vuelos rasantes.

Cuando la Luna estaba a pleno y enfilaba la medianoche, la presencia se hacía más intensa. Cada vez que la pelota se iba hacia la oscura esquina de la cancha de volley, que estaba cubierta por un añoso yvyraro ya caído, una sombra informe me devolvía la pelota no a las manos, sino con un lanzamiento preciso directo al aro, que siempre entraba quemando la red.

Naturalmente esto al principio me dejó pasmado, pero poco a poco fui habituándome, aunque no por ello esto ha dejado de resultarme un tanto inquietante. No obstante, esto no me ha disuadido de ir todos los domingos por la noche.

De allí, como siempre, bajo pedaleando como una bala por De la Victoria hasta Acceso Sur, arribo lentamente a través de la tétrica 4 Mojones, los trasganados pasan casi rozándome y al terminar la cuesta empiezo a acelerar el paso directo hacia Tres Bocas. Paro en la bodega y lomitería Tío Anto, en Américo Picco y Colonia Elisa, donde atiende una beldad con ojos de lechuza.

Lo de siempre, por favor. Un lomito sin huevo ni mayonesa y cuatro Pilsen’i.

Sí, 22 mil, dice con una voz lisa y armónica.

Me podés debitar, por favor –le digo mientras le paso la tarjeta. 

Sí, no hay problemas –dice con una sonrisa moderada y corta.

Me siento. Enfrente está la Comisaría 11 Arroyo Seco y en la mesa de al lado hay una humareda terrible de cigarrillo que me alejo lo más que puedo. Los tragamonedas están repletos de apostadores que aprietan furiosamente los botones de las máquinas. El vallenato suena a todo volumen. Me pongo los audífonos. El pucho sí que huele bien distinto a lo que fuma el triplero de Villa Campeona.

Tomo el primer trago. Luego la otra botellita y la otra, el lomito y, finalmente, la última. Sin embargo, el mismo pensamiento ocupa toda mi mente.

¿Quién será el triplero de Villa Campeona? –no paro de preguntarme.

jueves, 2 de julio de 2020

Las extrañas andanzas de las ánimas de Sanidad Kue

La historia de Kelly, una mujer que recibió una misteriosa visita durante una calurosa siesta. ¿Quién era y de dónde provenía?

Ilustración: Noelia Centurión

Se habían casado hace no mucho. Él era un funcionario de medio rango de un banco y cansado de vivir en alquiler decidió sacar un préstamo para comprarse una casa fuera de Asunción, en el barrio Mbocayaty de Villa Elisa, aunque eso le valiera casi cuatro horas diarias atrapado en el caótico tránsito. Esa bella mujer de cabello ensortijado y de aires caribeños bien valía eso y mucho más.

Ella se llamaba Kelly y él, Rubén. Ambos estaban cerca de los 30. Ella era una pelirroja voluptuosa de piel dorada y él un tipo normal, trigueño de estatura promedio, más o menos de 1,72. A ella la pandemia la dejó sin trabajo, mientras que él de a poco iba retornando a su rutina laboral. Sin embargo, muchas veces llegaba un poco más temprano cuando lograba crear una excusa verosímil para escaparse de la oficina antes de que el tráfico se vuelva insoportable.

La casa era uno de esos típicos chalets estilo Conavi con ventanas de blíndex y estaba cerca del lugar conocido como Sanidad Kue (Ex-Sanidad), un antiguo dispensario médico que funcionó como hospital de heridos en la retaguardia del Ejército paraguayo durante la Batalla de Ytororó, que tuvo su epicentro a unos 6 kilómetros hacia el sur, en la actual Ypané, durante la Guerra de la Triple Alianza.

En el barrio abundaban los relatos sobre movimientos extraños en torno a la vieja edificación, que hacia los años cincuenta funcionó también como refugio de enfermos de tuberculosis. Según la leyenda, estos llegaban hasta el alejado puesto para beber de las aguas del arroyo y escupir luego en su curso esperando que se obre el milagro de que la corriente se lleve consigo esa tos con sangre, la fiebre, la fatiga y los escalofríos.

-Ápeko heta oĩ omano’asyva’ekue. Lasánima osẽjipi ojeporeka tembi’úre, cañare ha heta vece ombohyeguasu kuñáme. Ojuka mymba ajeno avei (1) –cuenta Abuelo’i, un viejo poblador del barrio, mientras fuma su cigarro y le da un trago a la caña.

La casa de Kelly y Rubén no era ajena a estos acontecimientos misteriosos. En varias ocasiones, especialmente durante las noches, les despertó el ruido de la descarga de agua de la cisterna del baño, como si alguien estirara la cadena, además de portazos y corridas al interior de la habitación. Había momentos en que la luz se prendía o apagaba como si nada.



Los antiguos pobladores de la zona aseguran que se registran extraños eventos en torno a la vieja edificación de Sanidad Kue.

Si bien habían intentando no prestar mucha atención a estos eventos, la aprensión ciertamente crecía. Aquel día Rubén llegó inesperadamente más temprano de lo habitual, poco después del mediodía. Kelly ya había almorzado y se aprestaba a tomarse una siesta. El agobiante calor la había agotado. Era lunes y la casa quedó hecha un desastre tras la visita de unos amigos para el asado del domingo. Esa mañana cayó un aguacero y el quincho estaba lleno de colillas de cigarrillo, latas de cerveza y hojas y ramas esparcidas por la lluvia y el viento. Con la humedad que había, el sol era aún más sofocante.

Ella acababa de cerrar los ojos cuando escuchó que Rubén entraba a la habitación.

-Hola, mi amor. Qué temprano viniste hoy –dijo ella.

-Estaba con dolor de garganta y me enviaron de vuelta –le explicó.

-Se te escucha un poco ronco –agregó ella.

-Sí, me cuesta un poco hablar –se excusó para cortar la conversación.

Se acostó a su lado y la abrazó desde atrás. Empezó a acariciarla suavemente desde la cintura, bajó por sus muslos, recorrió debajo de su vestido hasta subir nuevamente hasta sus hombros. A pesar del calor, Rubén tenía las manos heladas y un aliento gélido.

-Ayy, tus manos están congeladas –se quejó Kelly.

Él no respondió y siguió en lo suyo. Le hizo a un lado el cabello, le besó el cuello, bajó hasta su espalda. La puso boca para abajo y la empezó a desnudar.

-Ahh, ahh, ahh –gemía ella. Él jadeaba mientras se metía entre sus piernas y le lamía suavemente la oreja. La penetró con firmeza. Ella encorvó al espalda y empinó las caderas. Luego se puso boca arriba, abrió las piernas y lo aprisionó como un pulpo hambriento. Hicieron el amor intensamente como si no lo hubieran hecho en mucho tiempo, especialmente él. Estaban empapados de sudor. Hacía casi 40 grados y el acondicionador de aire apenas brindaba un poco de tregua ante el sol inclemente de esas horas que se filtraba por los cristales de la ventana.

Luego de terminar, se quedaron abrazados en la cama sin decir nada. Luego él se levantó. Ella le preguntó adónde iba, pero Rubén salió de la habitación sin emitir palabra alguna.

-Quizá haya salido un rato a comprar algo –pensó ella.

Sin embargo, pasó casi toda la tarde hasta que, cerca de las 18:00, Kelly escuchó el sonido de la llave abriendo la puerta y vio a su esposo entrando a la habitación con la misma camisa y corbata que se puso esa mañana para ir a trabajar.

-¿Por qué te cambiaste de nuevo? –le preguntó.

-¿Adónde te fuiste que tardaste tanto? –agregó sin darle tiempo de responder la primera pregunta.

-Cómo qué a dónde, ahora estoy llegando de trabajar. Qué hay para comer, estoy muy cansado –le respondió casi sin ganas.

Ella se quedó desconcertada y sin saber qué decir. No quiso hablar más del asunto. Ahora está embarazada de tres meses, exactamente el mismo tiempo que transcurrió desde aquella extraña visita que tuvo durante esa calurosa siesta.

Nota:
(1) Muchas personas tuvieron aquí una dolorosa agonía. Las ánimas suelen salir a rebuscarse por comida, caña y muchas veces embarazan a las mujeres. También matan animales ajenos.

Advertencia: Ambientación en Paraguay de una experiencia compartida por la venezolana Kelly Rojas en un grupo virtual de relatos de misterio.