domingo, 12 de julio de 2020

El triplero de Villa Campeona

A menudo iba a practicar lanzamientos a la emblemática cancha del barrio San Pablo de Asunción. Cada vez que la pelota se iba hacia una parte oscura, una extraña presencia me la devolvía desde las sombras.



Ir a lanzar los domingos por la noche a Villa Campeona se había vuelto una rutina obsesiva. Salía del trabajo, tomaba la bici e iba directo a esa plaza escondida en un callejón sin salida del barrio San Pablo, entre las calles Panambi Vera e Indio Francisco, un ícono para el mundillo basketbolístico de Asunción y las sureñas ciudades vecinas del Área Metropolitana, en especial Fernando de la Mora.

El lugar fue bautizado así en honor a las campeonas sudamericanas de basketball de 1962, que ganaron el certamen de manera invicta. En una memorable final que tuvo lugar el 8 de mayo en el desaparecido estadio Comuneros, la selección de Paraguay derrotó a la de Brasil con un agónico gancho de Edith Nunes, la capitana del equipo, estando uno abajo, con marcador final de 53-52.

El equipo completo estuvo integrado por Edith Nunes, Arminda Malatesta (+), Úrsula Echagüe, Jovina Echagüe, María Estela López, África Sosa Bataglia (+), Aida González, Julia Ortiz (+), Elda Miers, Virgilia Figueredo, Olga Bikov, Francisca González, Alcira Llorens y Gladys Prieto. Foto compartida en Facebook por Enrique Gaüna.

Nunes fue también la máxima anotadora del torneo, con 166 tantos. En el partido definitorio Paraguay jugó con Edith Nunes (19 puntos); Dionisia Echagüe (4); Estela López (10); Arminda Malatesta (13); Nunila Echagüe (7); Aida González y Olga Bikov, detalla una publicación de Comunicación Integral Digital. El DT fue Jorge “Coco” Bogado.

Además, la selección paraguaya fue también la más encestadora de la competencia, con un total de 411 tantos, seguida de lejos por las selecciones de Brasil, con 347 puntos, y de Chile, con 336, detalla un reporte de D10 firmado por Pedro Lezcano.

Elsa Dionisia Echagüe, Edith Nunes, Arminda Malatesta, Nunilda Echagüe y Estelita López Mena. Foto compartida en Facebook por Enrique Gaüna.

La nota añade que en este equipo hay además dos bicampeonas, África Sosa y Aida González, que con anterioridad se consagraron en el sudamericano de 1952, que también fue realizado en nuestro país.

El gobierno de entonces, encabezado por el general Alfredo Stroessner, premió a las atletas, luego de seis años de larga espera, con una casa a cada una en este barrio, que en aquella época llevaba el nombre del dictador. Según reportes de prensa, la última que se quedó hasta el final a vivir allí fue Julia Ortiz, quien falleció en mayo del 2017 a los 80 años de edad.


Estelita López Mena y Edith Nunes. Foto: Última Hora.


En el 2009, la Secretaría Nacional de Deportes homenajeó a las campeonas con un acto y una placa conmemorativa que fue adherida a un monolito en la plaza.

A las campeonas sudamericanas de basquetbol. A 47 años de la gran hazaña deportiva, la Secretaría Nacional de Deportes, bajo la administración del ministro, don Paulo Reichardt, rinde este merecido homenaje a quienes fueron protagonistas de tan importante logro para el deporte de nuestro país. 1962 - 8 de mayo - 2009”, reza la inscripción.


Una presencia inquietante

Este preámbulo viene a cuento de unas extrañas experiencias que me tocaron vivir en esta emblemática y mítica cancha.

Normalmente voy a jugar después del trabajo. Como mi turno termina a las 22:00, casi siempre la medianoche me pesca en el lugar. Si no caía nadie para jugar un yimi o en el mejor de los casos un partido a cancha completa, esto no me hacía desistir de quedarme a practicar lanzamientos, especialmente triples y dobles largos.

Vista del desaparecido Estadio Comuneros, que estaba en 15 de Agosto y Avenida República. Foto: Última Hora
A decir verdad, esas veces en las que nadie, más que yo, iba a jugar, en realidad nunca me sentí enteramente solo. De pronto de la nada irrumpía un fuerte olor a pety o rama quemada como si alguien estuviera fumando en torno a una fogata. Entonces un silbido largo y estridente perforaba la negrura. Los mbopi chillaban y efectuaban vuelos rasantes.

Cuando la Luna estaba a pleno y enfilaba la medianoche, la presencia se hacía más intensa. Cada vez que la pelota se iba hacia la oscura esquina de la cancha de volley, que estaba cubierta por un añoso yvyraro ya caído, una sombra informe me devolvía la pelota no a las manos, sino con un lanzamiento preciso directo al aro, que siempre entraba quemando la red.

Naturalmente esto al principio me dejó pasmado, pero poco a poco fui habituándome, aunque no por ello esto ha dejado de resultarme un tanto inquietante. No obstante, esto no me ha disuadido de ir todos los domingos por la noche.

De allí, como siempre, bajo pedaleando como una bala por De la Victoria hasta Acceso Sur, arribo lentamente a través de la tétrica 4 Mojones, los trasganados pasan casi rozándome y al terminar la cuesta empiezo a acelerar el paso directo hacia Tres Bocas. Paro en la bodega y lomitería Tío Anto, en Américo Picco y Colonia Elisa, donde atiende una beldad con ojos de lechuza.

Lo de siempre, por favor. Un lomito sin huevo ni mayonesa y cuatro Pilsen’i.

Sí, 22 mil, dice con una voz lisa y armónica.

Me podés debitar, por favor –le digo mientras le paso la tarjeta. 

Sí, no hay problemas –dice con una sonrisa moderada y corta.

Me siento. Enfrente está la Comisaría 11 Arroyo Seco y en la mesa de al lado hay una humareda terrible de cigarrillo que me alejo lo más que puedo. Los tragamonedas están repletos de apostadores que aprietan furiosamente los botones de las máquinas. El vallenato suena a todo volumen. Me pongo los audífonos. El pucho sí que huele bien distinto a lo que fuma el triplero de Villa Campeona.

Tomo el primer trago. Luego la otra botellita y la otra, el lomito y, finalmente, la última. Sin embargo, el mismo pensamiento ocupa toda mi mente.

¿Quién será el triplero de Villa Campeona? –no paro de preguntarme.

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