viernes, 16 de octubre de 2020

El ritual de iniciación

Historia de una broma pesada de estudiantes secundarios que terminó en una denuncia, además de imaginativas publicaciones amarillas sobre ritos satánicos en un colegio de Villa Elisa.


Foto: La Silla Rota.

Ese día yo no había ido al colegio. En realidad, no había llegado, pues me quedé a ver televisión en la casa de un amigo que vive por el camino. Una vez ya retornado a mi casa, mientras rompía los coquitos para tirarlo en mi taza de café con leche, escucho que alguien golpea en el portón. Salgo y veo que son Máximo y Joe. Salgo a atenderles.

-Él se quiere bautizar para entrar al clan –dijo Máximo mirando a Joe esperando su confirmación. Este asintió.

Entonces vamos directo a La Casita, una construcción abandonada que se encontraba enfrente de mi casa, que era nuestro lugar en el mundo. Ya estaba oscureciendo cuando llegó Javier para los aprestos finales del ritual como el encendido de velas y otras solemnidades.

Joe era una persona muy crédula y nos aprovechamos de eso para jugarle una broma en la que se entremezclaban una trama de mafias, satanismo, narcotráfico y sexo. Mil, Mono y Jorge participaron brevemente de mirones y luego se marcharon rápidamente como ya presintiendo que algún problema se iba a venir.

La primera prueba fue la entrega de una falsa cocaína. Un día Máximo trajo azúcar impalpable, yo hice la cata aspirándola por la nariz y como prueba de que la mercancía era buena reaccioné eufórico y arrojé unos pupitres contra el suelo. La primera misión de Joe consistía en llevar la mercancía hasta un local comercial del centro de Asunción, donde lo recibiría Gustavo Medusa, un alias que tomamos de la novela mexicana “Dos mujeres, un camino”, quien debía entregarle un maletín con 12 millones de guaraníes. La operación fue truncada por alguna razón, pero esto no fue impedimento para aceptar en nuestra cofradía al entusiasta neófito.

Como yo presumía entonces de metalero, me tocó presidir el oficio demoniaco. Lo único que sabía al respecto era lo de la cruz invertida y el padrenuestro al revés. Y así procedí a pronunciarlo ceremonialmente: “Erdap ortseun, euq satse ne sol soleic/ Odacifitnas aes ut erbmon”.

Yo gritaba como un poseso. Agarré un cigarro que había armado de hojas secas de tártago, inhalé una bocanada de humo y contuve la respiración hasta provocarme una tos que casi me desgarró los bronquios. Le hicimos fumar la falsa marihuana.

-Ahora vamos a hacerte la cruz invertida en los brazos y el pecho con las gotas de la vela –le indiqué.

Se remangó la camisa y cerró el puño como si se preparara para una extracción de sangre. Mientras las gotas calientes le caían sobre la piel, cerraba los ojos y respiraba agitado sin quejarse.

-Ahora debemos esperar una señal –agregué.

Tras un breve momento de silencio, Máximo dejó caer una hoja que, con gesto parsimonioso, pude tomar antes de que cayera al suelo sumando así efecto dramático a la escena.

Joe, haz sido bautizado por mí. Firma: Satán”, decía la carta que había escrito el acólito.

-Ahora ya vas a poder darle a Martha y a Noelia –le dijo Javier. Esa fue una de las promesas que le hicimos si se unía a nuestro grupo. Para ello contamos con la complicidad de estas compañeras, quienes antes le habían asegurado que, de ingresar a nuestra logia, tendría el privilegio de acostarse con ellas.

-Pero primero tenés que desnudarte ahora –añadió.

-¿Qué?, mbóre. Acá con ustedes. Váyanse a la puta –exclamó Joe agitando los brazos.

-Te dice nomás, te dice nomás –le tranquilizó Máximo mientras estallaba en carcajadas.

Entre tanto fumábamos unos cigarrillos y hablábamos relajadamente para agasajar al nuevo miembro, Javier hacía caer las gotas de vela sobre la cabeza de Joe sin que este lo advirtiera. Esto terminaría siendo el indicio que puso al descubierto toda la intriga.

La madre de Joe estaba muy preocupada por la inusual tardanza de su hijo. Cuando este al fin llegó, lo primero que notó fue el enorme mbaipy que tenía formado en la cabeza.

-Mba’e pio che memby la erekopa ne akãre –le preguntó alarmada.

-Nada mamá, nada mamá –le respondió apurado intentando huir hacia el baño, pero su madre se interpuso. Joe no pudo soportar mucho la presión y terminó confesando que había sido bautizado en un rito por sus compañeros de colegio. En la mañana siguiente, a primera hora fue a radicar denuncia ante la Comisaría 13 y la Fiscalía.

Lo primero que notamos el día después fue la ausencia de Joe en la fila. Ya en clases, en un momento el director interrumpe a la maestra y nos convoca a su despacho.

-Paulo, Máximo y Javier, a la Dirección ahora –expresó con tono imperativo.

Nadie sospechó que algo fuera de lo común había ocurrido, pues no era raro que fuéramos llamados por el director o que nos aplicaran sanciones disciplinarias como la firma del libro negro o alguna suspensión.

-Afuera hay dos policías que quieren hablar con ustedes –nos dijo con rostro adusto.

-Hay una denuncia policial y judicial contra ustedes de parte de la madre de un compañero por caso de drogas y satanismo –agregó para graficar la gravedad de la situación. Aunque no entendíamos bien qué implicaba eso, pronto asumimos que estábamos en problemas.

Subimos las escaleras del subsuelo rumbo al estacionamiento. Enseguida vimos a dos policías vestidos de particular parados al lado de un auto bordó lleno de abolladuras. Nos condujeron hasta el tinglado de un local deportivo y partidario que estaba pegado a nuestro colegio y allí nos interrogaron sin la presencia de ningún abogado ni nada.

-Mi papá me va a matar, mi papá me va a matar, decía Máximo muy asustado. Yo me limitaba a sonreír nerviosamente. En tanto, Javier parecía más despreocupado, pues de hecho era como una especie de Huck Finn. A lo sumo sería convocada su hermana Carolina, quien difícilmente habría podido abstenerse de estallar en risotadas al escuchar lo ocurrido. Súbitamente Máximo cayó en un ataque de risas, pero de lo asustado que estaba. No podía emitir palabra alguna. Solo se reía y tenía todo el rostro enrojecido.

-Parece que vos tomaste algo –dijo inquisitivo uno de los agentes.

-¿Qué es esto? –dijo el otro extendiendo un papel. Inmediatamente supimos de qué se trataba y yo me sentí más tranquilo al ver el “elemento de prueba” que tenían contra nosotros.

-Esa es la solicitud para inscribirse en la Confirmación acá en la iglesia –le explicó Javier. El oficial pareció avergonzado ante la aclaración y se metió el papel en el bolsillo de la camisa. Antes del “bautismo”, habíamos hecho completar y firmar una hoja que habíamos guardado luego de participar de la primera sesión para recibir el sacramento en la parroquia Virgen del Carmen. Entonces no había muchas cosas que hacer y la vida social se reducía al fútbol en el barrio, los torneos del colegio y las actividades de la iglesia para ver chicas.

Se aclaró que todo fue una broma, nunca más fuimos convocados a declarar y no recibimos sanción alguna en el colegio. Joe fue trasladado a otra institución por su madre, por lo que no terminó el año con nosotros.

No estoy para nada orgulloso de lo que les estoy contando, sino todo lo contrario. De hecho, hasta me sorprende cómo el hecho fue festejado, incluso por algunos profesores. Sin embargo, a pesar de todo creo que ayudamos a Joe a despertar de una inocencia que le pudo haber costado más caro. Las veces que nos volvimos a encontrar me habló sin rencor y charlamos de muchas cosas. Me quedé sorprendido de su mirada perspicaz sobre los más diversos asuntos.

-Yo ya no soy el mismo ingenuo –me aclaró una vez con firmeza.

-Sí, Joe. Ya lo sé –le respondí.


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