sábado, 2 de abril de 2022

Encuentro nocturno

Una abandonada esquina en uno de los nudos más transitados de Asunción es motivo de una leyenda urbana sobre una anciana que residía en ese lugar. Esta es la historia de una mujer que relata una extraña experiencia que vivió una noche cuando pasaba cerca del sitio.

 


La mujer salía con su bebé en brazos del ala de urgencias de la clínica. Su pequeña hija se desgarraba en llantos desde la noche anterior. El doctor la revisó y le dio un analgésico para calmar el dolor de oído y de garganta. Cuando bajó la fiebre, le dijo que podían retirarse.

Ya era de noche y se estaba haciendo tarde; la niña se quedó dormida en los brazos de su madre. El cielo estaba encapotado y unos esporádicos relámpagos iluminaban tenuemente la oscuridad. Empezaron a caer las primeras gotas cuando camino a su casa, no lejos del hospital, se cruzó con una anciana que estaba guarecida bajo el techo de un puesto de comida rápida.

–Jovencita, hacia dónde va. Tomemos un taxi, la acerco hasta donde vaya –le dijo la anciana.

–Vivo hacia el cerro, a unas diez cuadras de acá, le agradecería mucho en verdad –le respondió.

–Vamos, crucemos la calle. Al otro lado de la estación de servicios hay una parada –indicó la anciana mientas la tomaba del brazo para ayudarla a cruzar la avenida. Frente a la caseta amarilla había solo un auto; el chofer estaba sentado al volante con la radio puesta. Subieron al automóvil y mientras el conductor calentaba el motor antes de moverse le preguntó hacia dónde se dirigía.

–Decile hacia dónde te vas –le dijo la abuela.

–Hacia el cerro Lambaré, por favor –indicó la mujer joven. El chofer asintió, puso en marcha el automóvil y cruzó raudamente la intersección antes de que el semáforo se pusiera en rojo.

–Le agradezco tanto, señora, no quería que mi bebé se mojara –correspondió la madre.

–No se preocupe –le respondió amablemente la octogenaria. Acarició suavemente la cabeza de la niña y se acercó hacia ella cerrando los ojos como si fuera a entonar una oración.

–Mi hija, mañana tu bebé va a estar mejor –le aseguró la abuela.

–Muchas gracias. Y usted, ¿hacia dónde va? –replicó intentando entablar una conversación con la afable anciana, quien vestía un sencillo vestido blanco de tono amarillento que parecía tener tantos años como ella misma. La abuela solo sonrió y metió la mano en el bolsillo de su prenda. Sacó un arrugado billete de 10.000 guaraníes y se lo tendió.

–Tome, para pagar el taxi. Yo me bajo aquí –dijo la extraña mujer de blanco.

El chofer no se detuvo y siguió manejando como si nada. La joven madre se sintió irritada por la grosera actitud del conductor.

–Por favor, señor. Aquí la señora le dijo que quiere bajarse –espetó con tono exaltado.

–Pero de qué señora me habla. En ningún momento me pidió que me detenga –retrucó el conductor.

–¡Cómo que qué señora! ¡Aquí la que está a mi lado!, le dijo al tiempo que giraba la mirada sobre sus hombros hacia su acompañante. Sin embargo, sorprendida constató que a su lado no había absolutamente nadie; la anciana había desaparecido. Se quedó perpleja sin atinar a decir palabra alguna por unos largos segundos. Sintió la lengua endurecida y luego de unos momentos logró articular con tono entrecortado y dubitativo.

–La mujer que subió conmigo en la esquina del hospital, que dijo que quería bajarse –añadió con voz temblorosa.

–¿Pero usted se siente bien? Vino todo el camino hablando sola. ¿Necesita que la lleve de nuevo al hospital? –le preguntó el chofer.

–No, no es necesario. En la próxima cuadra gire a la mano derecha por favor –indicó.

–Con que a usted también se le apareció –dijo el taxista inquisitivamente luego de un rato de silencio, al cabo del cual pareció comprender la situación.

–¿Qué cosa? –le preguntó la mujer.

–La abuela de la esquina. En General Santos y Primero de Marzo vivía una señora de edad en una humilde casita hace mucho tiempo, cuando todo esto era una zona de baldíos. Luego se fue poblando y la propiedad se fue valorizando cada vez más. Sus hijos luego de mucha insistencia convencieron a la abuela de que venda la casa prometiéndole que ellos la cuidarían. Hubo una fuerte puja por ese terreno hasta que un empresario se quedó con la propiedad, tumbaron la casita y construyeron un enorme restaurante de una cadena de hamburguesas, luego una playa de autos y así muchos otros negocios.

–¿Y qué pasó con la señora? –preguntó la mujer.

–Dicen que al principio fue llevada a la casa de uno de sus hijos, que le dio una piecita en el fondo. Luego, cuando el dinero se acabó, la abandonaron en un hogar de ancianos, donde la viejita murió de tristeza –dijo el conductor mientras la observaba a través del retrovisor.

La leyenda urbana dice que la propiedad está maldita. A pesar de su buena ubicación, ningún negocio funcionó ahí. Ni restaurantes, ni playa de autos, ni nada. Algunos aseguran que la abuela custodia el sitio y no permite que la ambición prospere allí. Nadie más quiere poner un negocio en ese lugar, por eso hasta ahora sigue abandonado.

Al día siguiente, la niña amaneció en excelente estado de salud; la dolencia había desaparecido por completo. La joven mujer recordó lo que le había dicho la anciana. Desde entonces, cada vez que pasa por el lugar se detiene a observar minuciosamente hacia todos lados buscando a la extraña samaritana que la había auxiliado aquella noche; sin embargo, nunca más volvió a cruzarse con ella. A veces se queda a contemplar el predio por largos ratos, pero no logra advertir más movimiento que el de la basura arrastrada por el viento.

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