Ing. Agrón. Miguel Lovera |
La
producción de alimentos es lo que define a las sociedades. La
autonomía de estas se construye en la medida en que dispongan de sus
propios medios para abastecerse. Por ello, la privatización de las
semillas, base de la alimentación, supone quedar supeditado a una
dependencia externa.
El
Ing. Agrón. Miguel Lovera, extitular del Servicio Nacional de
Calidad y Sanidad Vegetal y de Semillas
(Senave), nos habla en esta
entrevista sobre los efectos y riesgos que se ciernen sobre las
semillas nativas con la introducción de los organismos genéticamente
modificados (OGM). Desde la misma prohibición de seleccionar las
semillas para el ciclo agrícola siguiente, lo que constituye la
proscripción de la agricultura misma, hasta los riesgos de
polinización y consecuentes demandas que pueden abrirse contra los
agricultores por “uso indebido”.
Lovera
elogia los métodos de fitomejoramiento que practican los campesinos
e indígenas y advierte sobre la penalización que amenaza a
agricultores familiares que usan libremente las semillas nativas, que
forman parte del patrimonio colectivo de los pueblos.
–¿Cuál
es el peligro que corren las semillas nativas ante el avance de los
transgénicos?
–Son
amenazas múltiples. Sobre todo para las especies alimenticias como
el maíz, que pueden ser contaminadas con los transgenes comerciales.
Es una estrategia perversa y bien calculada. Cualquier especie que
contenga un transgén puede ser reclamada como propiedad de quien lo
patentó. Incluso puede darse la apropiación a través de un embargo
por reclamo de patente de la producción agrícola de los campesinos
cuyos cultivos eventualmente hayan sido impregnados a través del
viento por los transgenes.
En
EE.UU. hay miles de demandas promovidas por Monsanto contra
agricultores cuyos campos fueron contaminados por transgenes. Esto es
un problema para la soberanía alimentaria, pues en nuestro país
puede darse el caso, y es seguro que ocurra, que por estas medidas la
producción de los agricultores sea embargada por “uso indebido”,
sin licencia. Esto es una trampa mortal para la agricultura y la
seguridad alimentaria porque elimina la soberanía genética.
–Lo
que está generando mucha alarma es el proceso de polinización y que
los transgenes puedan poluir los cultivos circunvecinos.
–El
maíz es un trabajo de fitomejoramiento de miles de años de
plantitas mucho más humildes, con miles de cruzamientos. Pero
justamente esa facilidad de adquirir nuevo polen, nuevos genes puede
decretar la sentencia de muerte del maíz. La polinización del maíz
es predominantemente anemófila. Se da por el aire. El viento lleva
las partículas de polen muchos metros que, sin vectores artificiales
o naturales, puede llegar de 20 a 800 metros dependiendo de las
condiciones climáticas. Pero también pueden ser transportadas por
miles de kilómetros.
Luego
está el daño botánico, biológico que eso implica. Un transgén,
un gen artificial que ingresa a un genoma formado por un largo
proceso de selección natural, y a través de la acción del
conocimiento ancestral que tienen los guaraníes y campesinos en
fitomejoramiento, va a provocar la pérdida de esas razas adaptadas a
la cultura, a los suelos, a las distintas condiciones climáticas,
etc. Los cambios en los genes se deben dar en un marco que no salte
los patrones de interacción del proceso evolutivo de aceptación y
depuración regulado por la naturaleza. Si uno salta esas pautas, esa
dinámica de billones de combinaciones se producen desequilibrios.
Esta
pérdida de variedades nativas dada por la introducción de un
transgén provoca una alteración y todo el genoma va a
desbalancearse. Los genes trabajan en red y responden a múltiples
estímulos. Entonces esa alteración necesariamente va a provocar
serios desequilibrios.
–¿Qué
se va a obtener como producto de esa siembra?
–Estos
cultivos vuelven más vulnerables a los agricultores porque duran
poco, no se pueden conservar para los periodos no productivos. Los
transgénicos son un paquete tecnológico reduccionista. Las
características de esos maíces transgénicos que están vendiendo
de contrabando es que tienen un solo tipo de almidón, que no sirve o
puede servir menos para las necesidades de los agricultores.
Los
campesinos e indígenas son fitomejoradores de alto vuelo y sus
conocimientos están siendo saboteados. Un conocimiento de siglos, de
observaciones, de ensayo y error está siendo saboteado. La cultura
alimentaria de nuestros pueblos se está erosionando por la
desaparición del material nativo por el simple mandato dogmático de
privatizar todo.
–¿Y
qué hay con respecto al régimen que se crea con los OGM y que
prohíbe que los campesinos puedan guardar y seleccionar las mejores
semillas para el ciclo agrícola siguiente?
–El
ataque es total. Las multinacionales y sus aliados oligárquicos
locales quieren asegurarle al capital el campo libre sin competencia.
Los campesinos y sus semillas y conocimientos son la principal
competencia de Monsanto, de Cargill de Syngenta, que son empresas que
actúan como cárteles y concentran por lo menos el 90% del mercado
de semillas transgénicas.
Lo
que se pretende no es solo crear variedades y proteger las que sean
propiedad de las empresas, sino evitar que otros usen semillas no
registradas, e incluso algunas que puedan ser registrables, para
eliminar cualquier proceso que no esté controlado por ellos. Se
pretende prohibir una práctica que viene muchos antes de la
existencia de este Estado nacional y que todo el rompecabezas
burocrático de ahora. Además, los trámites son irrealizables para
el común de la gente.
¿Qué
pasa si el agricultor pierde su derechos al fitomejoramiento? Se
quedará sin semillas para seguir practicando su cultura en el
territorio donde rige esa legislación. Otro aspecto es la
criminalización de la agricultura. Ya se registraron varios casos en
Europa en que la producción de los agricultores tradicionales fue
embargada por usar semillas no registradas
–¿Es decir que, por una parte, está la uniformización de la oferta de semillas y, por otra, la privatización de un bien libre y comunitario
base de la alimentación?
–La
cruzada del neoliberalismo consiste en la apropiación de todo lo
público de parte del sector privado. Se está produciendo un gen que
se le llama terminator (exterminador), que va a inhibir la producción
de polen, que va a inhibir la fertilidad. Eso causaría un efecto
físico en la reproducción. Hay una simple moratoria, pero esa
tecnología debería estar directamente prohibida.
Y
con la misma estrategia del golpe exprés se está desmantelando la
soberanía alimentaria. El gran valor que tienen estas razas de maíz
local es la variedad y que pueden producir a escala comercial sin
caer en el monocultivo. Mantienen la dinámica de la variabilidad
genética y fenotípica que se adaptan a los cambios climáticos,
de fertilidad del suelo. Hay más diversidad y menos patógenos, por
lo que no se necesitan esos grandes paquetes de agrotóxicos ni se
producen esas epidemias cada vez más resistentes a antibióticos que
derivan de producir mucho de lo mismo. En ese sentido la diversidad
agroecológica nos protege manteniendo a raya las colonias de
bacterias.
Entonces
se pretende cortar la circulación de este conocimiento y quedar al
arbitrio de las empresas. Si uno necesita unas semillas que soporten
el estrés hídrico tiene que recurrir a una empresa que si su
negocio es que Paraguay solo produzca soja, directamente puede no
venderte las semillas de maíz. ¿Y dónde está la soberanía ahí?
De hecho, el Estado es el principal esbirro de las corporaciones que,
través del control financiero, ejercen también un control político
casi total.
No hay comentarios:
Publicar un comentario