La obra teatral podrá ser vista nuevamente este jueves 16 y viernes 17 de diciembre, a las 19:00 h, en el Instituto Cultural Paraguayo-Alemán. La entrada es libre y gratuita.
Foto: Aldo Valdez |
El polifacético director Julio de Torres nos propone en esta ocasión un drama de sensaciones encontradas, vacilaciones, espejismos, angustia y placer. Todo esto en una puesta que tiene como protagonistas a dos personajes –encarnados por Juan Reyes y Julio Petrovich– que comparten una habitación, conversaciones de filosofía, tedio, sufrimiento y también, por supuesto, los infaltables momentos de felicidad que no pueden faltar ni en las vidas más sombrías.
Sin
embargo, esta presencia resulta también muchas veces agobiante. Ese minúsculo
mundo no permite esos necesarios momentos de soledad para reencontrarse con uno
mismo, sentir el alivio de no ser observado, lo cual muchas veces puede llegar
a transmitir la agradable sensación de que podemos dejar de existir en una
suerte de solipsismo de los demás en que nuestra vida puede esfumarse si
logramos no habitar en el pensamiento del otro.
El
hilo de las acciones transcurre mediante indicios y fugas de tiempo que nos retratan
unos personajes que están sumergidos en un mundo de ensueño, negando la
realidad, sustrayéndose de su verdadera condición en el mundo. Pero esta
ficción no debe ser entendida en sentido peyorativo, sino todo lo contrario.
Ese mundo de la ficción se presenta sublime simbolizado sobre todo por la bella
música, en cuyo papel se tiene la participación especial de Mónica
Airaldi, quien presta su canto interpretando una pieza original compuesta
especialmente para la obra por el compositor Juan Pablo González.
Por
otro lado, esta ficción no se restringe al mero goce de los sentidos a través
del arte, sino que también reviste un profundo sentido humano y antropológico.
Esto desde el momento en que la humanidad, en su proceso de lucha por la sobrevivencia,
ha recurrido a muy eficaces representaciones mentales para unirse y cooperar en
torno a la concreción de objetivos comunes.
Imaginen
lo eficaz que ha resultado la idea del paraíso cristiano en la construcción de
la civilización occidental, que ha colonizado casi todo el planeta, al punto de
que sin ella no sería posible entender muchos de sus aspectos. Sin embargo, no
hay una sola prueba empírica que pruebe su existencia. Por tanto, no se trata
de meras figuraciones sin sentido, sino mentiras necesarias y, sobre todo,
útiles.
Y
en este contexto no puede faltar la autoinculpación. El clímax del efecto dramático
llega de gran manera ante la sospecha previa de que algo no calza. En efecto,
los propios personajes se delatan a sí mismos en muchos pasajes instalando una
permanente aprensión. Además, discursivamente resulta manifiesto el desfase
entre el registro lingüístico, el “argot marginal”, con los temas tratados, que
versan fundamentalmente sobre filosofía. Como materialización de esta dicotomía
se presenta un risible juego de preguntas y respuestas con descargas eléctricas
a manera de castigo.
El
mismo nombre, “Veinticinco”, plantea un acertijo que no se resuelve sino hasta
el final de la obra. Solo entonces se revela el significado de esa enigmática cifra
que encarna el poder punitivo de la sociedad que siempre amenaza al individuo.
Ficha técnica
Dramaturgia y dirección: Julio de Torres.
Actúan:
Julio Petrovich en el papel de Ernesto y Juan Reyes en el papel de Guillermo.
Participación especial de Mónica Airaldi en el papel de la música.
Asistencia
escénica: Aldo Valdez.
Visualización:
Carlo Spatuzza.
Musicalización
original: Juan Pablo González Sander.
Luces:
Santiago Schaerer.
Teatro del Errante es un proyecto emergente pluriestilístico y pluricultural que pretende, en el campo escénico, lograr la activación multidisciplinaria (música, danza, teatro, ópera), enfatizando la creación en diferentes ámbitos (escénico, dramatúrgico, musical, coreográfico, entre otros).
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