sábado, 8 de enero de 2022

Una noche de cumbia

Durante el regreso de un concierto de Damas Gratis en el ya desaparecido balneario Veracruz, Víctor y sus amigos conocieron por el camino a una extraña mujer que revivió viejas historias sobre un hospicio.

 

Foto: 0221.com.ar

 

Detrás de la Comisaría 13 de Villa Elisa funcionada un albergue que estaba a cargo de una congregación religiosa. El edificio no tenía particularmente nada fuera de lo común, pero al oscurecer adquiría un aspecto tétrico, lo cual fue propicio para la creación de historias de todo tipo.

En las volubles mentes juveniles de entonces rápidamente caló la versión de que se trataba de un internado para mujeres con problemas mentales. Según las descripciones que corrían, los tratamientos convencionales se alternaban con sesiones de exorcismo. Como es fácil de prever, la imaginería popular muy pronto se encargó de multiplicar relatos sobre supuestos casos de posesión demoniaca.

Las escenas pintadas eran cinematográficas: celdas en deplorables condiciones, mugrientos chalecos de fuerza, grillos, cadenas, constantes maltratos y tratamientos crueles como el electroshock. Así, abundaban las historias trágicas de mujeres que, tras escapar del asilo, al verse acorraladas y a punto de ser atrapadas para ser nuevamente recluidas, preferían quitarse la vida antes que volver al hospicio. 

Sin embargo, desde entonces ya había transcurrido mucho tiempo y Víctor apenas recordaba aquellas historias que de niño le causaban terror. Los peligros que se figuraba en su mente y que acechaban en la calle eran ahora más carnales y concretos.

Una madrugada de lunes que despuntaba volvía de Veracruz con un grupo de amigos y amigas del barrio luego de un concierto de Damas Gratis. “No estoy triste/ no es mi llanto/es el humo de este fasito que me hace llorar”, coreaban eufóricos.

En un momento dado Víctor advirtió a una chica que caminaba sola en la misma dirección que ellos y la invitó a sumarse al grupo que subía lentamente la cuesta de la avenida Von Poleski. Ella aceptó. Dio un hola genérico a la decena de chicas y muchachos que iban de regreso a sus casas tras una fuerte dosis de alcohol, ka’a y cumbia.

-Hola. Soy Martha –se presentó amablemente.

-¿Hacia dónde vivís? –le preguntó.

-Hacia Petropar –contestó ella.

-Vamos, te acompañamos –le dijo Víctor, quien ofreció un pack para amenizar la caminata. El grupo asintió rápidamente. Alguien propuso cortar el camino por el Pinoty para salir directamente en la calle del vivero, a unas pocas cuadras de la refinería. Alguien encendió un faso y se pusieron a conversar bulliciosamente. Cuando le tocó el turno en la ronda, Martha fumó un par de bocanadas y rápidamente lo hizo correr al siguiente.

Cuando llegaron frente al cementerio, la joven se detuvo. Su rostro pálido brillaba al igual que su ropa. Iba vestida enteramente de un blanco reluciente. Un mechón de su negra cabellera le cubría parte de los ojos.

La mujer se dirigió hacia el umbral de la necrópolis. A los demás les pareció buena idea curiosear un poco y aprovechar la oscuridad del camposanto para dar rienda suelta a los deseos que apremiaban luego de una frenética noche de perreo al ritmo de la cumbia villera. Se formaron varias parejas y se apartaron un poco para tener algo de intimidad. Entre el césped y las inscripciones de mármol se armó el revolcón. Cuando cada uno hubo hecho lo suyo, súbitamente expuestos por los primeros destellos del día que despuntaba se reincorporaron y se acomodaron las ropas. Entre risas el grupo se reencontró bajo el enorme arco de piedra que adorna la fachada.

-Vamos, te acompaño a tu casa –dijo Víctor haciendo un movimiento como para rozar los dedos de Martha. Sin embargo, fue como si hubiera intentado tocar el viento.

-Y yo acá nomás vivo –contestó ella y flotando se fue desvaneciendo hasta desaparecer completamente entre las lápidas. Todos se quedaron atónitos sin poder pronunciar palabra alguna. Con el pasmo reluciente aún en los ojos se miraron cada uno buscando en vano una respuesta. Al cabo de unos largos segundos, al fin pudieron reponerse del asombro y retomaron la marcha silenciosamente rumbo a sus casas.

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