Durante el regreso de un concierto de Damas Gratis en el ya desaparecido balneario Veracruz, Víctor y sus amigos conocieron por el camino a una extraña mujer que revivió viejas historias sobre un hospicio.
Foto: 0221.com.ar |
Detrás de la Comisaría 13 de Villa Elisa funcionada un albergue que estaba a cargo de una congregación religiosa. El edificio no tenía particularmente nada fuera de lo común, pero al oscurecer adquiría un aspecto tétrico, lo cual fue propicio para la creación de historias de todo tipo.
En las volubles mentes juveniles de entonces
rápidamente caló la versión de que se trataba de un internado para mujeres con
problemas mentales. Según las descripciones que corrían, los tratamientos
convencionales se alternaban con sesiones de exorcismo. Como es fácil de
prever, la imaginería popular muy pronto se encargó de multiplicar relatos
sobre supuestos casos de posesión demoniaca.
Las escenas pintadas eran cinematográficas: celdas en
deplorables condiciones, mugrientos chalecos de fuerza, grillos, cadenas, constantes
maltratos y tratamientos crueles como el electroshock. Así, abundaban las
historias trágicas de mujeres que, tras escapar del asilo, al verse acorraladas
y a punto de ser atrapadas para ser nuevamente recluidas, preferían quitarse la
vida antes que volver al hospicio.
Sin embargo, desde entonces ya había transcurrido
mucho tiempo y Víctor apenas recordaba aquellas historias que de niño le
causaban terror. Los peligros que se figuraba en su mente y que acechaban en la
calle eran ahora más carnales y concretos.
Una madrugada de lunes que despuntaba volvía de
Veracruz con un grupo de amigos y amigas del barrio luego de un concierto de
Damas Gratis. “No estoy triste/ no es mi llanto/es el humo de este fasito que
me hace llorar”, coreaban eufóricos.
En un momento dado Víctor advirtió a una chica que
caminaba sola en la misma dirección que ellos y la invitó a sumarse al grupo
que subía lentamente la cuesta de la avenida Von Poleski. Ella aceptó. Dio un
hola genérico a la decena de chicas y muchachos que iban de regreso a sus casas
tras una fuerte dosis de alcohol, ka’a y cumbia.
-Hola. Soy Martha –se presentó amablemente.
-¿Hacia dónde vivís? –le preguntó.
-Hacia Petropar –contestó ella.
-Vamos, te acompañamos –le dijo Víctor, quien ofreció
un pack para amenizar la caminata. El grupo asintió rápidamente. Alguien
propuso cortar el camino por el Pinoty para salir directamente en la calle del
vivero, a unas pocas cuadras de la refinería. Alguien encendió un faso y se
pusieron a conversar bulliciosamente. Cuando le tocó el turno en la ronda,
Martha fumó un par de bocanadas y rápidamente lo hizo correr al siguiente.
Cuando llegaron frente al cementerio, la joven se
detuvo. Su rostro pálido brillaba al igual que su ropa. Iba vestida enteramente
de un blanco reluciente. Un mechón de su negra cabellera le cubría parte de los
ojos.
La mujer se dirigió hacia el umbral de la necrópolis.
A los demás les pareció buena idea curiosear un poco y aprovechar la oscuridad
del camposanto para dar rienda suelta a los deseos que apremiaban luego de una
frenética noche de perreo al ritmo de la cumbia villera. Se formaron varias
parejas y se apartaron un poco para tener algo de intimidad. Entre el césped y
las inscripciones de mármol se armó el revolcón. Cuando cada uno hubo hecho lo
suyo, súbitamente expuestos por los primeros destellos del día que despuntaba
se reincorporaron y se acomodaron las ropas. Entre risas el grupo se reencontró
bajo el enorme arco de piedra que adorna la fachada.
-Vamos, te acompaño a tu casa –dijo Víctor haciendo un
movimiento como para rozar los dedos de Martha. Sin embargo, fue como si
hubiera intentado tocar el viento.
-Y yo acá nomás vivo –contestó ella y flotando se fue
desvaneciendo hasta desaparecer completamente entre las lápidas. Todos se
quedaron atónitos sin poder pronunciar palabra alguna. Con el pasmo reluciente aún
en los ojos se miraron cada uno buscando en vano una respuesta. Al cabo de unos
largos segundos, al fin pudieron reponerse del asombro y retomaron la marcha
silenciosamente rumbo a sus casas.
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