lunes, 20 de septiembre de 2010

Rafael Barrett, poeta del anarquismo








“La huelga desvaloriza inmediatamente el capital y revela la vaciedad de la farsa que lo creó. El capital, que no es sino trabajo acumulado para utilizar en mejores condiciones el trabajo subsiguiente, se aniquila en cuanto el trabajo cesa. El capital sin el trabajo se convierte en un despojo, en una ruina, en una sombra. La huelga parcial deberá transformarse en huelga general; la huelga local en huelga planetaria”. R. B.



 El 7 de enero de 1876 nace en Torrelavega, España, Rafael Ángel Jorge Julián Barrett y Álvarez de Toledo, quien desarrollaría la parte más importante de su obra como producto de sus vivencias sobre las duras condiciones de esclavitud legalizada que soportaban los mensúes en los yerbales. Aunque el lugar de su nacimiento ha sido motivo de controversia en numerosas ocasiones, al punto que autores como Jorge Luis Borges lo situaban en la Argentina, lo cierto es que Barrett se funde en la conciencia de las reivindicaciones nativas. Él es ante todo un suramericano. La fuerte impresión que sobre él ejerció el “dolor paraguayo”, y la consecuente plena adhesión a la causa de los trabajadores, vendría a transformar las bases intelectuales de su pensamiento político-social. Llegar a estas zonas lo convirtió completamente, y es por ello que los apartados más importantes de su producción ensayística se desarrollan sobre, y en función a, la cuestión social latinoamericana. Es a partir de esta época en la que sus textos adquieren un carácter decididamente anarco-obrerista.    
Si bien también es conocido por sus poemas modernistas –que por cierto forman una antología que representa lo menos importante de su obra–, es en el campo del periodismo, la narrativa y el ensayo político donde sus escritos cobran el valor testimonial que nos ha legado. Se sabe de su formación y sus conexiones con el clima que vivió la generación del 98 y el nihilismo casi generalizado que dominó en la llamada crisis de fin de siglo, pero su presencia en la literatura europea es poco más que insignificante. Por otro lado, e inversamente, sus trabajos se constituyeron en la plataforma documental de una temática extensamente cultivada en la literatura social latinoamericana.    

Mi anarquismo”    
Según el índice hemerográfico de las Obras Completas de Barrett (1988), edición compilada por Miguel Ángel Fernández, “Mi anarquismo” fue publicado en la revista La Rebelión, en 1909. En el mismo desarrolla una línea de argumentación en la que presenta ciertos conceptos de filosofía de la ciencia que en gran medida anuncian lo que posteriormente vendría a conocerse como el anarquismo epistemológico, con la publicación del Tratado contra el método (1975) de Paul Feyerabend, una deconstrucción de la práctica y el chauvinismo científico.    
La más notable analogía entre ambos autores es el empleo del mismo ejemplo histórico, con una finalidad y sentido similares; el de Galileo arrojando objetos de diferente tamaño desde una torre demostrando así que la aceleración de los cuerpos no es proporcional a la masa, puesto que llegaban al suelo simultáneamente. Esta demostración fue muy resistida a raíz de que contravenía los principios de la filosofía física de Aristóteles. El filósofo griego representaba la autoridad, la ley inamovible; en suma, el supremo tribunal de la ciencia. Desde un punto de vista orgánico, la normatividad sólo tiende a perpetuar su sistema de conservación, con el único fin de replicarse a sí misma, por lo que cualquier código consagrado constriñe el libre desarrollo del conocimiento. El progreso de la ciencia es un proceso anárquico, pues se basa en la superación de la autoridad.    
Hasta aquí hemos hablado del ejemplo de la torre. En este primer punto existe pleno acuerdo entre ambos autores, pero las divergencias salen a flote al trasponer ese razonamiento a la organización social. Feyerabend era algo escéptico con relación al anarquismo político. En su introducción al Tratado contra el método, sostiene que:    
La ciencia es una empresa esencialmente anárquica; el anarquismo teórico es más humanista y más adecuado para estimular el progreso que sus alternativas establecidas en la ley y el orden.    
 El presente ensayo ha sido escrito con la convicción de que el anarquismo, que tal vez no constituye la filosofía política más atractiva, es sin embargo una medicina excelente para la epistemología y para la filosofía de la ciencia”.    
 Aquí radica la principal diferencia con el anarquismo social de Barrett. Para éste, el desarrollo social requiere de iguales condiciones; el principio de contraproductividad de la ley se extiende a la planificación de las relaciones humanas:    
Algunos se figuran que anarquía es desorden y que sin gobierno la sociedad se convertirá siempre en el caos. No conciben otro orden que el orden exteriormente impuesto por el terror de las armas.    
Pero si se fijaran en la evolución de la ciencia, por ejemplo, verían de qué modo a medida que disminuía el espíritu de autoridad se extendieron y afianzaron nuestros conocimientos (...).    
 El libre examen, base de nuestra prosperidad. La ciencia moderna es grande por ser esencialmente anárquica. ¿Y quién (...) podrá tacharla de desordenada y caótica? La ley es un obstáculo a todo progreso real. Es una noción que es preciso abolir (Mi anarquismo, Obras completas, Tomo II, pág. 133)”.    
El anarco-capitalismo    
Ahora bien, conviene señalar, por otra parte, el contrasentido que encierra la posibilidad de un anarco-capitalismo. El Estado es un mecanismo regulador que surge con la producción a gran escala de bienes de uso y consumo. En esencia, como la sociedad industrial es una empresa estrictamente de orden capitalista, resulta imposible sostener un sistema de tal naturaleza sin las bases de una nación-estado. Las consignas de liberalización, al fin y al cabo, provienen de núcleos de poder cuya hegemonía sería imposible sin una organización de tipo gubernamental. En efecto, muchos de ellos son senadores, diputados, ministros, presidentes, sus ONG reciben subsidio público, etc. Una sociedad capitalista sin Estado resulta inconcebible, un Estado que no sea capitalista, también. Los mecanismos de apropiación de la burocracia estatal o la banca privada son fundamentalmente los mismos, aunque cambien de forma.    
 George Orwell, en el libro dentro del libro “Teoría y práctica del colectivismo oligárquico” de Emmanuel Goldstein, título en el que despliega su pensamiento político en la novela 1984, desarrolla un método dentro de la literatura que bien puede dar lugar a un aporte fundamental de la sociología del arte para el estudio del industrialismo. La simbología que encierra el tratado es una alusión histórica a la persecución contra el trotskismo en la época del gobierno de Stalin. No podría decirse que Orwell haya estado adscrito al movimiento trotskista, pero de todas formas considero que esos pasajes constituyen un mapa conceptual de su pensamiento. Con relación a la sociedad de mercado, el volumen prohibido relata que:    
Cuando aparecieron las máquinas se pensó, lógicamente, que cada vez haría menos falta la servidumbre del trabajo y que esto contribuiría en gran medida a suprimir las desigualdades en la condición humana. Pero también quedó claro que un aumento del bienestar tan extraordinario amenazaba con la destrucción –era ya, en sí mismo, la destrucción– de una sociedad jerárquica. (...) Tampoco era buena solución mantener la pobreza de las masas restringiendo la producción.    
El problema era mantener en marcha las ruedas de la industria sin aumentar la riqueza real del mundo. Los bienes habían de ser producidos, pero no distribuidos. Y, en la práctica, la única manera de lograr esto era la guerra continua. (...) Aunque las armas no se destruyeran, su fabricación no deja de ser un método conveniente de gastar trabajo sin producir nada que pueda ser consumido”.    
A pesar de la recurrente intertextualización de la distopía orwelliana dentro de la literatura mediática, siempre se ha restringido el sentido al omitir el dato de que las tres superpotencias son esencia las mismas, independientemente de los planteamientos teóricos que defiendan. La condición de guerra permanente refuta la teoría del goteo. Ese excedente, cuyos hipotéticos mecanismos de distribución el liberalismo ha formulado bajo los términos del principio del derrame, se emplea en el armamentismo para reconcentrar el valor generado por el trabajo. Al tiempo que la capacidad de producción llega a niveles nunca antes alcanzados, la escasez aumenta como correlato natural e irreversible. La diferencia entre el valor de uso y cambio se transforma en armamento, que finalmente es la base material o instrumento de “persuasión” que mantiene y refuerza la estratificación socioeconómica del sistema global.    
En fin, el eco de Barrett está cada vez más presente, tanto que ahora podemos valernos de sus métodos y obtener resultados similares escribiendo cosas como “Lo que son los call centers”, “El yugo en la fábrica”, entre otros títulos. Aun cuando sería una estrategia del todo errónea sustraerse de las transformaciones materiales que introdujo la modernidad, esto no nos habilita a rendir tributo o reverencia a los que gobiernan desde sus posiciones en la industria y el comercio. Un anarquismo que defienda el establishment económico no puede definirse como tal. El anarco-capitalismo es una imposibilidad lógica, puesto que el engranaje de la industria mantiene un rígido marco normativo ejercido por la jornada de trabajo en sustitución a la coerción policiaca directa. Pero aunque ya no se empleen directamente estos instrumentos, ¿acaso es posible sostener el capitalismo sin el fusil del gendarme –o en palabras del propio Barrett, sin “la mole de fuerza bruta que los gobiernos amontonan para poder existir, para poder aguantar unos minutos más el empuje invisible de las almas”–, es decir, sin Estado?




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