miércoles, 15 de diciembre de 2010

La cultura y la nueva derecha


La máxima autoridad de la "democracia" "liberal". 
Las guerras del capitalismo. Irak. (Internet)



La Asociación Paraguaya Racionalista (Apra) es el enlace local de una campaña de apostasía que tiene por fin objetar el estatus adscrito que supone que al nacer a uno le incorporen automáticamente a una institución religiosa como la Iglesia Católica, sin haber tomado parte de esa decisión. Algunos lo aceptan y se suman al credo heredado por sus progenitores. Sin embargo, otros al comprender la naturaleza del poder en todas sus manifestaciones (políticas, económicas, religiosas, etc.) empiezan a cuestionar  las atribuciones del Vaticano o cualesquiera otras formas de coerción externa para definir y proscribir ciertas decisiones que atañen a lo estrictamente individual. Hasta aquí de acuerdo: secundo la desafiliación al catolicismo.
En cambio, me resulta imposible permanecer indiferente ante ciertas aberraciones conceptuales ensayadas por algunos voceros de la campaña.  Específicamente, que al examinar la autoridad religiosa musulmana se atribuya a los antropólogos la aprobación de las ejecuciones ante “acciones pecaminosas” que no constituyen delito, como la que se define en los términos de adulterio. (Incluso en los casos de delito probado, no apoyo conferirle al Estado el poder de decidir sobre la vida, por lo que me opongo a la pena de muerte vigente en países islámicos y en EE.UU.). En un artículo sobre la forma en que el matrimonio se construye culturalmente y que se reproduce en este mismo blog (Matrimonio y biologismo), había citado ejemplos de cómo la carga convencional predomina sobre los factores “naturales” en la disposición de las relaciones sexuales. Parafraseando a Octavio Paz, sería una impertinencia reiterar aquí lo que dije entonces. 
Lo concreto es que lo que se conoce como la nueva derecha (no utilizaré aquí la exonimia neoliberal, puesto que los aludidos no la aceptan) critica el “relativismo antropológico” bajo supuestos totalmente falsos. Sostiene que el respeto que los antropólogos mantienen por lo que llama despectivamente multiculturalismo legitimaría los atropellos a los derechos humanos que pudieran cometer ciertas tradiciones religiosas. No obstante, estas aseveraciones o distorsionan u omiten la postura de los antropólogos respecto a las prácticas culturales que atenten contra la universalidad de los derechos humanos. Tales desvaríos conceptuales siguen hasta asegurar que los etnógrafos defienden la pena de muerte porque a ello consideran cultura. Efectivamente, el universo simbólico árabe constituye una rica cultura allende el poder político teocrático que rige en algunos países. Incluso los fanáticos religiosos activan constantemente a fin de censurar uno de los hitos de la literatura árabe como Las mil y una noches. El talibán y otros no son la cultura árabe; son la CIA del Oriente. El gobierno de Ahmadinejad y demás autócratas no son una excusa suficiente a fin de plegarnos a una islamofobia generalizada así como los atropellos a los derechos humanos cometidos por el Ejército invasor en Irak y Afganistán no debe facultarnos a subvalorar o incluso negar la existencia de una cultura norteamericana. Esta indefectiblemente existe al margen de las atrocidades que pudiera llegar a cometer y que, en efecto, las comete.
La definición de cultura más difundida en el ámbito de la antropología es la propuesta por Edward Taylor: “Cultura... es ese todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, la costumbre y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad” (Citado por Conrad Kottak, Espejo para la humanidad, pág 21).
Aquí un extracto del artículo Abandonemos la Iglesia de Eduardo Quintana: “Los regímenes totalitarios musulmanes se nutren con eso que, paradójicamente antropólogos y políticos llaman ‘cultura’ y respeto en la ‘diversidad’. (Siempre que no afecte a nuestra ‘diversidad’, alguien puede matar a otros por tener ideas radicalmente opuestas. Eso es lo que piensan académicos y gobernantes de algunas ideologías).” (?)
Para hacer tan disparatada colectivización el autor ni se preocupa de presentar  pruebas que acrediten lo que sostiene. De hecho, aseguraría que sería incapaz de arrimar algún texto en el que un antropólogo diga que hay que dejar que los islámicos maten porque eso es diversidad cultural. Aunque lo hubiere, debería citarlo puntualmente a fin de no incurrir en generalizaciones imprecisas. Y no es que pueda esperarse cierto rigor de nuestro periodismo, pero hay trabajos extremadamente precarios, como este al que estamos haciendo alusión.  Es nada más que la ola esnobista de la incorrección política. Si antes estaba de moda ser “progre”, ahora la tendencia es ser “libertario” de derecha y menospreciar todo lo que no sea Occidente. Tampoco es un hecho nuevo, es la misma  moral que movió a la Inquisición y a los fascismos, que creían que sobre ellos recaía la responsabilidad suprema y el sublime destino de salvar la cultura occidental y cristiana.
Esto demuestra un desconocimiento absoluto respecto al concepto de cultura, que es el mayor aporte académico de la antropología a las ciencias sociales,  y de la literatura etnográfica disponible sobre el relativismo y los derechos humanos. Y no es que estén obligados a conocerlos, pero si van a criticarlos así con ese aire de tanta autoridad en la materia se debería dar por hecho que están mínimamente informados.  El antropólogo norteamericano Conrad Kottak apunta sobre el relativismo:


Lo opuesto al etnocentrismo es el relativismo cultural, que argumenta que el comportamiento en una cultura particular no debe ser juzgado con los patrones de otra. Esta posición también puede provocar problemas. Llevado al extremo, el relativismo cultural arguye  que no hay una moralidad superior, internacional o universal, que las reglas éticas y morales merecen igual respeto. Desde el punto de vista del relativismo extremo, la Alemania nazi se valora tan neutralmente como la Grecia clásica.
La idea de los derechos humanos desafía al relativismo cultural al invocar un ámbito de justicia  y de moralidad que va más allá y está por encima de países, culturas y religiones particulares (...).
Junto con el movimiento de los derechos humanos,  ha surgido una conciencia de la necesidad de preservar los derechos culturales. (...) Muchos países han firmado pactos aprobando, para sus minorías culturales, derechos tales como la autodeterminación, cierto grado de autogobierno y el derecho a practicar la religión, a continuar la cultura y a hablar la lengua del grupo.La noción de derechos culturales está asociada con la idea de relativismo cultural y el problema antes discutido vuelve a hacerse patente. ¿Qué hacer con los derechos culturales que interfieren con los derechos humanos? Creo que el principal cometido de la antropología es presentar descripciones y explicaciones precisas de los fenómenos culturales. El antropólogo no tiene que aprobar costumbres como el infanticidio, el canibalismo y la tortura para registrar su existencia y determinar sus causas. Sin embargo, cada antropólogo puede elegir dónde hacer su trabajo de campo. Algunos deciden no estudiar una cultura determinada porque descubren antes o al principio de su trabajo de campo la existencia de comportamientos que consideran reprobables. Los antropólogos respetan la diversidad humana. La mayoría de los etnógrafos intentan ser objetivos, precisos y receptivos en sus descripciones de otras culturas. Sin embargo, todo esto y una perspectiva transcultural no significa que el antropólogo tenga que ignorar las normas internacionales de justicia y moralidad”.[1]
Por supuesto que la postura de este reconocido profesor de la Universidad de Michigan no constituye una posición institucional de los académicos de la cultura. Admitiendo incluso que pueda haber muchos que no adhieran a ella, muestra sí lo fragmentarios que resultan ser los dichos de la militancia de la Fundación Libertad, a la que por cierto los obreros que no comulgamos con esa ideología tuvimos que subvencionar por casi un lustro a través de los subsidios que recibía del Presupuesto General de la Nación. Es decir, del Estado. Sí, del Estado.
Es claro que la idea de relativismo llevada hasta sus últimas consecuencias, es decir, sin reparar en la existencia de derechos universales, puede llevar a situaciones que legitimen ciertas prácticas aberrantes. Pero de allí a inferir que los antropólogos deben estar de acuerdo es cuando menos un punto de vista insuficiente.  Por ejemplo, cuando Pierre Clastres relataba los horrores de la guerra y la antropofagia no intentaba racionalizar ese comportamiento, sino muy por el contrario estaba impugnando el prototipo romántico del “Buen Salvaje”.
Finalmente, a pesar de las diferencias de grado en cuanto que la vieja derecha es monárquica y teocrática, la nueva es atea y nominalmente liberal, mantienen entre sí afinidades en cuanto a  la lógica de la estratificación socioeconómica que aspiran a mantener. En esencia, se trata de lo mismo. Feudalismo y capitalismo: variación histórica de los mismos patrones de explotación. Ese etnocentrismo exacerbado es el mismo que produjo los mayores daños a la humanidad como el Holocausto o la matanza de indígenas para implantar el sistema económico occidental bajo la fuerza y el despojo. La distorsión voluntaria de lo que representa el relativismo responde al absolutismo moral del que se hallan investidos los heraldos del patrón. No admiten todo lo que no sean ellos mismos. Adolecen de una mentalidad solipsista, totalitaria y hasta teocéntrica: no conciben sino un mundo a su imagen y semejanza. Hablan de pluralismo y diversidad así como los dictadores de democracia. En fin, son la nueva derecha.

[1]  Conrad Kottak, op. cit, pág 29-30. Capítulo II La cultura.

1 comentario:

Guille Sequera dijo...

CLAP CLAP CLAP, digno de una multidifusión...