jueves, 2 de julio de 2020

Las extrañas andanzas de las ánimas de Sanidad Kue

La historia de Kelly, una mujer que recibió una misteriosa visita durante una calurosa siesta. ¿Quién era y de dónde provenía?

Ilustración: Noelia Centurión

Se habían casado hace no mucho. Él era un funcionario de medio rango de un banco y cansado de vivir en alquiler decidió sacar un préstamo para comprarse una casa fuera de Asunción, en el barrio Mbocayaty de Villa Elisa, aunque eso le valiera casi cuatro horas diarias atrapado en el caótico tránsito. Esa bella mujer de cabello ensortijado y de aires caribeños bien valía eso y mucho más.

Ella se llamaba Kelly y él, Rubén. Ambos estaban cerca de los 30. Ella era una pelirroja voluptuosa de piel dorada y él un tipo normal, trigueño de estatura promedio, más o menos de 1,72. A ella la pandemia la dejó sin trabajo, mientras que él de a poco iba retornando a su rutina laboral. Sin embargo, muchas veces llegaba un poco más temprano cuando lograba crear una excusa verosímil para escaparse de la oficina antes de que el tráfico se vuelva insoportable.

La casa era uno de esos típicos chalets estilo Conavi con ventanas de blíndex y estaba cerca del lugar conocido como Sanidad Kue (Ex-Sanidad), un antiguo dispensario médico que funcionó como hospital de heridos en la retaguardia del Ejército paraguayo durante la Batalla de Ytororó, que tuvo su epicentro a unos 6 kilómetros hacia el sur, en la actual Ypané, durante la Guerra de la Triple Alianza.

En el barrio abundaban los relatos sobre movimientos extraños en torno a la vieja edificación, que hacia los años cincuenta funcionó también como refugio de enfermos de tuberculosis. Según la leyenda, estos llegaban hasta el alejado puesto para beber de las aguas del arroyo y escupir luego en su curso esperando que se obre el milagro de que la corriente se lleve consigo esa tos con sangre, la fiebre, la fatiga y los escalofríos.

-Ápeko heta oĩ omano’asyva’ekue. Lasánima osẽjipi ojeporeka tembi’úre, cañare ha heta vece ombohyeguasu kuñáme. Ojuka mymba ajeno avei (1) –cuenta Abuelo’i, un viejo poblador del barrio, mientras fuma su cigarro y le da un trago a la caña.

La casa de Kelly y Rubén no era ajena a estos acontecimientos misteriosos. En varias ocasiones, especialmente durante las noches, les despertó el ruido de la descarga de agua de la cisterna del baño, como si alguien estirara la cadena, además de portazos y corridas al interior de la habitación. Había momentos en que la luz se prendía o apagaba como si nada.



Los antiguos pobladores de la zona aseguran que se registran extraños eventos en torno a la vieja edificación de Sanidad Kue.

Si bien habían intentando no prestar mucha atención a estos eventos, la aprensión ciertamente crecía. Aquel día Rubén llegó inesperadamente más temprano de lo habitual, poco después del mediodía. Kelly ya había almorzado y se aprestaba a tomarse una siesta. El agobiante calor la había agotado. Era lunes y la casa quedó hecha un desastre tras la visita de unos amigos para el asado del domingo. Esa mañana cayó un aguacero y el quincho estaba lleno de colillas de cigarrillo, latas de cerveza y hojas y ramas esparcidas por la lluvia y el viento. Con la humedad que había, el sol era aún más sofocante.

Ella acababa de cerrar los ojos cuando escuchó que Rubén entraba a la habitación.

-Hola, mi amor. Qué temprano viniste hoy –dijo ella.

-Estaba con dolor de garganta y me enviaron de vuelta –le explicó.

-Se te escucha un poco ronco –agregó ella.

-Sí, me cuesta un poco hablar –se excusó para cortar la conversación.

Se acostó a su lado y la abrazó desde atrás. Empezó a acariciarla suavemente desde la cintura, bajó por sus muslos, recorrió debajo de su vestido hasta subir nuevamente hasta sus hombros. A pesar del calor, Rubén tenía las manos heladas y un aliento gélido.

-Ayy, tus manos están congeladas –se quejó Kelly.

Él no respondió y siguió en lo suyo. Le hizo a un lado el cabello, le besó el cuello, bajó hasta su espalda. La puso boca para abajo y la empezó a desnudar.

-Ahh, ahh, ahh –gemía ella. Él jadeaba mientras se metía entre sus piernas y le lamía suavemente la oreja. La penetró con firmeza. Ella encorvó al espalda y empinó las caderas. Luego se puso boca arriba, abrió las piernas y lo aprisionó como un pulpo hambriento. Hicieron el amor intensamente como si no lo hubieran hecho en mucho tiempo, especialmente él. Estaban empapados de sudor. Hacía casi 40 grados y el acondicionador de aire apenas brindaba un poco de tregua ante el sol inclemente de esas horas que se filtraba por los cristales de la ventana.

Luego de terminar, se quedaron abrazados en la cama sin decir nada. Luego él se levantó. Ella le preguntó adónde iba, pero Rubén salió de la habitación sin emitir palabra alguna.

-Quizá haya salido un rato a comprar algo –pensó ella.

Sin embargo, pasó casi toda la tarde hasta que, cerca de las 18:00, Kelly escuchó el sonido de la llave abriendo la puerta y vio a su esposo entrando a la habitación con la misma camisa y corbata que se puso esa mañana para ir a trabajar.

-¿Por qué te cambiaste de nuevo? –le preguntó.

-¿Adónde te fuiste que tardaste tanto? –agregó sin darle tiempo de responder la primera pregunta.

-Cómo qué a dónde, ahora estoy llegando de trabajar. Qué hay para comer, estoy muy cansado –le respondió casi sin ganas.

Ella se quedó desconcertada y sin saber qué decir. No quiso hablar más del asunto. Ahora está embarazada de tres meses, exactamente el mismo tiempo que transcurrió desde aquella extraña visita que tuvo durante esa calurosa siesta.

Nota:
(1) Muchas personas tuvieron aquí una dolorosa agonía. Las ánimas suelen salir a rebuscarse por comida, caña y muchas veces embarazan a las mujeres. También matan animales ajenos.

Advertencia: Ambientación en Paraguay de una experiencia compartida por la venezolana Kelly Rojas en un grupo virtual de relatos de misterio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No mamen pinches mamdas

Anónimo dijo...

No mamen pinches mamdas