sábado, 15 de agosto de 2020

“Asunción está resignando la posibilidad de ser su mejor versión posible para todos”, afirma arquitecto

Con motivo del aniversario de la ciudad de Asunción, al cumplirse este 15 de agosto 483 años de su fundación, conversamos con el arquitecto Carlos Zárate, docente y coordinador del Área de Teoría y Urbanismo de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte (FADA) de la Universidad Nacional de Asunción (UNA), sobre la situación actual de nuestra capital y su visión sobre cuáles podrían ser las propuestas para hallar una solución que revierta el franco deterioro de su patrimonio histórico.

Imagen: Fotociclo

Aunque evita aventurarse a ser categórico respecto a una fórmula que remedie los múltiples males que la aquejan, sostiene que esta, de existir, debe estar basada “en el entendimiento y la valoración de la importancia de todos sus antecedentes y la riqueza de su variedad en todos los ámbitos posibles”.

No obstante, sí es concluyente al afirmar su oposición al otorgamiento de exoneraciones impositivas a los propietarios de edificios históricos en mal estado a cambio de su conservación, tal como se planteó tras el incendio que afectó al edificio del excine Victoria. Así también, señala que la proliferación de viaductos como modelo de intervención urbana revela la existencia de un modelo pensado para los automóviles en lugar de soluciones basadas en la diversificación de las alternativas de transporte, lo cual atribuye al hecho de que el sistema de transporte público es privado.

Arquitecto Carlos Zárate, docente y coordinador del Área de Teoría y Urbanismo de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte (FADA) de la Universidad Nacional de Asunción (UNA).

¿Qué diagnóstico y qué propuestas de solución se pueden hacer para remediar la actual situación de la capital de nuestro país?

Al igual que muchas otras ciudades, Asunción se construyó a lo largo de la historia con solidaridad entre vecinos, adaptación al entorno, sueños de mejores tiempos, alegrías, dolores, fracasos y esperanzas. Para poder acercarnos a un diagnóstico certero de la situación actual de la ciudad, tenemos que incluir esos elementos en el análisis. Si no lo hacemos, el resultado del diagnóstico y las soluciones propuestas siempre van a limitarse a mostrar carencias en función a las ambiciones de apenas una pequeña porción de sus habitantes o en función de representar la idea genérica de ciudad con que la abordará cualquier persona que no esté vinculada a ella. Si consideramos los elementos referidos al principio, vemos hoy una Asunción que crece y cambia –situación lógica, normal y esperable–, pero a una velocidad y dirección que la aleja vertiginosamente de sus propios fundamentos. Asunción está resignando la posibilidad de ser su mejor versión posible para todos, buscando convertirse en lo que terceros indolentes quieren que sea. Y aquí hay que hacer una aclaración importante: muchos de esos terceros han nacido y crecido aquí, pero alimentados siempre con la ambición de convertirla en algo distinto a lo que es, lamentando, desconociendo o despreciando sus componentes más característicos y significativos. Están dentro, la habitan, pero no la sienten ni la entienden.

¿La situación de la ciudad tiene cura o padece un mal que ya está en fase terminal?

Está grave si consideramos que se está alejando de sí misma día a día. Las supuestas soluciones que se la insertan no solo no resuelven los problemas que abordan, sino además generan, como efecto colateral, daños incluso mayores que los que pretenden sanar. Y la situación es tan, pero tan grave, que ya estamos delirando, por ejemplo, al considerar que si cruzamos el río podremos expiar todos nuestros males sentándonos sobre la cabeza de nuestros vecinos del Bajo Chaco.

No sé cuál será la cura, pero estoy seguro de que está basada en entender y valorar la importancia de todos sus antecedentes y la riqueza de su variedad en todos los ámbitos posibles, incluyendo la idiosincrasia de su gente, la exuberancia vegetal, los arroyos, los barrios populares consolidados a lo largo de décadas, las edificaciones modestas que fueron y son escenarios de miles de historias cotidianas, los espacios públicos de distintas escalas, desde calles y plazoletas, hasta parques y la relación de los bordes con el río, donde habita más del 20% de su población.

Ya se fue el “malvado” Plan CHA, pero la sensación que queda es que no estamos mejor, sino todo lo contrario.

Como terminó cajoneado sin ser aplicado, al Plan CHA no se le puede acusar de otra cosa más que de habernos hecho perder tiempo y energías sin llegar a buenos diagnósticos y soluciones. La ciudad no está peor porque no se aplicó ese Plan en particular. Ojalá fuese tan sencillo como eso. Invierto los términos. Ese Plan en particular no llegó a nada porque fue concebido dentro de una matriz muy restrictiva y direccionada, no por los que diseñaron el Plan, sino por los que establecieron las bases de aquel concurso. Burócratas ignorantes y oportunistas que anteponen sus beneficios propios al bien común, por el cual deberían velar celosamente.

El arquitecto Carlos Zárate sostiene que agregar más viaductos y asfalto solo aumenta el problema de la congestión al estimular solamente la movilidad en automóviles. Foto: MOPC.

¿Cómo ves esta proliferación de los viaductos? ¿Son intervenciones bien pensadas y que podrán generar soluciones más allá del corto plazo?

Los viaductos son de los indicadores más precisos para evaluar cuánto de la ciudad en general y del espacio público en particular ha sido consagrado al desplazamiento en automóvil. Nos indican además lo amateur y obsoletos que están los políticos responsables de la incorporación de estos elementos, anclados mentalmente en la primera mitad del siglo pasado, impulsando este tipo de visiones y propuestas hoy ya vetadas en todas las teorías de planificación urbana contemporánea. Los viaductos son soluciones miopes al problema de la movilidad, tan absurdos como tratar con un jarabe expectorante un cáncer de pulmón. El problema de la movilidad es complejo, tiene muchas aristas y debe ser abordado en consecuencia. Agregar más viaductos, más carriles, más asfalto, solamente da espacio para que el problema siga creciendo. Todas las mañanas, un millón y medio de personas de ciudades aledañas hacen decenas de kilómetros perdiendo tiempo, paciencia y dinero para llegar a sus lugares de trabajo en Asunción. Hagamos entonces las preguntas que corresponden ¿Por qué no trabajan en sus ciudades? Porque somos una república descentralizada solo en papeles. ¿Por qué no viven en Asunción? Porque no hay leyes que impidan la especulación inmobiliaria. ¿Por qué se desplazan en automóviles y motocicletas si saturan de esa manera las calles? Porque el transporte público es privado.

El siniestro ocurrido en el excine Victoria trajo nuevamente a colación el preocupante estado del patrimonio histórico de la ciudad. Foto: elpoder.com.

Tras el incendio del excine Victoria, saltó nuevamente al tapete el preocupante deterioro del patrimonio histórico arquitectónico. ¿Qué medidas se deberían tomar para conservarlo y mejorar su estado?

El Estado –a través de sus distintas reparticiones– es el principal responsable de velar por el patrimonio de interés público. Esto no debería ser siquiera opinable. “Soluciones” como las que acaban de anunciar representantes de la Municipalidad, el MOPC y la SNC, basadas en un acuerdo con los propietarios del excine Victoria, en el que se plantea liberar de impuestos a cambio de la puesta en valor del edificio, nos indica, entre otras cosas, un Estado débil e inútil, sin credibilidad, creatividad ni compromiso para defender el bien común. Liberar de impuestos a los grandes propietarios de inmuebles del centro histórico no resolvió antes nada y no lo hará ahora. Los Sabe, Saba, Zuccolillo, Bendlin, Mendelzon y otros no solo son apellidos de propietarios. Son corporaciones con intereses comerciales. Demás está decir, privados. Poseen muchísimo capital, no necesitan que el Estado les esté perdonando nada. Al contrario, debería estar exigiéndoles que cuiden y respeten el patrimonio urbano, con instrumentos legales que van desde las multas hasta la expropiación. Pero con la poca credibilidad que tienen los entes estatales, ¿qué ciudadano saldría a dar la cara y el pecho para defender esas medidas? Ese ciudadano no recibe del Estado la más mínima señal o garantía de que lo recaudado será devuelto a la ciudad de una manera inteligente. Es, claramente, un círculo vicioso. Urge quebrarlo. Y una de las herramientas efectivas para eso, en lo que a conservación de patrimonio arquitectónico y urbano se refiere, es contar con profesionales e instituciones (sobre todo la universidad pública) que entiendan tanto la dimensión técnica del tema como el valor de la cosa pública. Y la defiendan con argumento y sentimiento.

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