Un chofer de la Línea 15-1 retornaba de su último redondo de la jornada cuando una inusual pasajera tomó el bus a la altura del famoso vivero. Desde entonces las cosas nunca volvieron a ser iguales.
Era un domingo de una típica tarde del invierno paraguayo, es decir, hacía unos treinta grados. Conversábamos distendidamente y tomábamos tereré con una amiga en la plaza. De pronto nos interrumpe el grito de un vagabundo que corría y hacía con los brazos un movimiento como si fuera a volar.
-Rrr, rrr, rrr, rrr, rrrrrrr
–refunfuñaba el hombre imitando el garrido de los loros.
Ciertamente sentí una
mezcla de conmiseración y estupor, pero lo único que atiné a hacer es lanzar
una risa nerviosa como para intentar desviar el asunto hacia otra cosa.
-Es el hombre que habla
la lengua de los loros –dijo mi amiga con naturalidad y hasta con cierto tono
de burla por mi desmedida reacción. Ella era muy aficionada al esoterismo y
lanzaba las cartas. De hecho, parecía una gitana. Usaba polleras largas, aros
de pluma y a veces hasta se ceñía un pañuelo a la cabeza.
-¿Querés que te cuente su
historia? –agregó sin darme tiempo para responder a su primer comentario.
-Sí, claro –repliqué inmediatamente
así de aficionado como soy a escuchar historias sin prestar mucha atención a si
son reales o ficticias.
-Bueno, él era chofer
de la Línea 15-1. Dicen que, como muchos otros también cuentan en esta ciudad, una
vez tuvo un encuentro con la mujer de blanco que cada tanto se aparece a quienes
la noche sorprende caminando hacia la floricultura.
Luego hizo una pausa,
encendió un cigarrillo y prosiguió su relato.
-Una noche, cuando
estaba volviendo del último recorrido del día, una mujer le hace la para hacia
Parque Serenidad. El conductor detuvo la marcha y abrió la puerta. La mujer
subió y cuando esta le extendió la mano como si fuera a pagar el boleto, el
hombre vio que en lugar de dedos tenía garras de loro.
Terminó de sorber el
tereré que ya hacía varios minutos tenía en la mano y continuó.
-Al mirarle a los ojos, dicen aquellos que
hablaron con él antes de que pierda el juicio, vio unos círculos de fuego en sus
pupilas. Dicen que es el alma en pena de una mujer que fue arrollada por un
colectivo en esa zona y que vive entre las aves del vivero, pudiendo tomar la apariencia de cualquiera de ellas.
Mientras revivía la
experiencia, al tratar de contar la visión que tuvo, el chofer perdió la razón.
Desde entonces anda como si la lengua se le hubiera trabado, sin poder
pronunciar las palabras, al menos así como lo hacen los humanos -finalizó mientras
lanzaba la última bocanada de humo y apagaba la colilla del cigarrillo contra
el banco de madera.
Tras escuchar toda la
historia, me volteé para observar nuevamente al hombre, quien con gesto
desesperado trataba de decir algo en la lengua de los loros haciendo graciosos ademanes,
pero nadie puede entender de qué se trata.
2 comentarios:
Me encantan los relatos de nuestra querida Villa Elisa ❤️
Comparto. Mucha gente está contando sus vivencias. Los amantes del misterio estamos escribiendo nuestra historia a nuestra manera.
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