sábado, 18 de septiembre de 2021

Una visita nocturna

Al despertar una mañana me encontré con los restos de un convite del cual no recordaba nada. ¿Desmemoria, sonambulismo o existen las entidades nocturnas?


Imagen ilustrativa: Quartz

Después del desmadre del viernes, esa noche de sábado se presentaba tranquila. Luego de culminar mi turno de trabajo, ya pasadas las diez de la noche, fui un rato a relajarme a la bodega de la esquina antes de dormir. 

Compré una cerveza y me senté sobre un pequeño cantero que estaba del otro lado de la vereda para intentar mitigar el tormento de la espantosa música lastimera que sonaba a todo volumen desde un Vitz negro. Me coloqué los audífonos y como en los viejos tiempos me puse a hacer zapping en FM. Me enganché con una maratón de rock clásico y ya fue cosa de pocos minutos matar la primera botella.

–Bueno, voy a tomar una última –me dije a mí mismo.

Traje la siguiente y me puse a tararear las melodías que se sucedían una tras otra. Pasadas las 23:00, el local empezó a bajar las cortinas de metal para cerrar. Luego de un rato todos se habían ido. No me pareció buena idea permanecer en ese lugar por mucho tiempo en medio del paroxismo del posconfinamiento.

Aunque sentí algo de hambre, ya estaba cansado de la comida rápida. Así que fui directo a casa pensando que me la arreglaría con un sándwich y unas frutas y listo. 

Puse la radio y en algún momento me quedé dormido. Entonces soñé que estaba bebiendo con un desconocido. No recuerdo ninguna conversación en particular; solo que ambos permanecíamos en silencio. 

El visitante tomaba de una lata y no emitía palabra alguna. Reconocí mi habitación, por lo que cuando me apresté a preguntarle cómo había entrado, noté que el intruso no tenía rostro, pero eso no me llamó especialmente la atención ni me dio miedo.

Cuando me desperté a la mañana, me sentí con buena energía luego del buen descanso y la poca libación de la noche anterior. Sin embargo, al girar me encontré con una sorpresa. Sobre la silla al lado de mi cama y que hace las veces de mesa había una ensalada de atún con aceitunas, choclo, arvejas, tomate cherry, entre otros ingredientes que podría asegurar no tenía en mi pequeño refrigerador. Además, dos latas de cerveza de una marca que dejé de comprar hace tiempo, una sin abrir y la otra a medio beber.

Si bien al principio me sobresalté con la idea de que la visita había sido real, me levanté y me desayuné lo que había quedado de la ensalada y puse a enfriar la cerveza para acompañar luego el almuerzo dominguero. 

Hasta ahora me pregunto quién habrá sido el extraño benefactor que me había visitado aquella madrugada.

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