domingo, 10 de octubre de 2010

12 de octubre de 1492






El cumplimiento de un aniversario más de lo que históricamente vino a llamarse el descubrimiento de América constituye una fecha propicia a fin de reconsiderar ciertos elementos esenciales de la construcción académica surgida bajo el influjo del paradigma colonial, al cual responde políticamente.
Ahora bien, a pesar de la importante difusión de las ideas revisionistas, lo concreto es que los pensamientos oficiales se han reafirmado.  Bajo la acción económica de la nueva derecha, el antiguo régimen feudal y el espíritu de las relaciones de propiedad que conllevaban se mantienen en la era del capitalismo moderno. Las instituciones contemporáneas son herederas de las formas de organización a las que supuestamente reemplazan.
En otros términos, que en los programas de estudio de los centros académicos oficiales se siga “enseñando” que Europa descubrió América el 12 de octubre de 1492 evidencia que las sociedades modernas defienden el rol desempeñado por la monarquía teocrática, que representa su estadio anterior. Este enfoque de la historia presenta a los colonizadores como precursores de la civilización de este continente cuya población autóctona aún no había superado el estado de salvajismo. Y no se trata de una versión que se circunscriba a las preconceptuaciones raciales del viejo y nuevo conservadurismo, sino hasta los llamados grupos progresistas sostienen este paradigma unilateralmente eurocéntrico.
Así tenemos que Friedrich Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, establece una jerarquía del proceso de evolución sociocultural, resumida en tres estadios principales: el salvajismo, la barbarie y la civilización. Partiendo de datos etnográficos expuestos en la Sociedad Primitiva de Lewis Morgan, Engels ubica a los incas de la época de la conquista en el estado medio de la barbarie, etapa que, según él, no habrían de superar sino con la llegada de los europeos. No entremos a discutir la arbitrariedad de las propias denominaciones utilizadas para referirse a cada estadio; basta con señalar el atraso de estas filosofías con relación a los innumerables avances obtenidos en materia etnográfica  y arqueológica, que han aportado nuevas luces para aproximarnos a las culturas autóctonas desde una mirada renovada.
Por ejemplo, el Machu Picchu fue “descubierto” recién en 1911, aunque se presume que los españoles habrían llegado al lugar hacia el año 1570 y que fueron los que perpetraron la destrucción e incendio del Torreón del Templo del Sol. En todo caso, ambas posibilidades: las ideas equivocadas respecto al desarrollo de estas culturas y el exterminio que dejó a su paso la expansión del imperio español son muestras de un mismo fenómeno. Por un lado, la inexactitud del término descubrimiento, pues concretamente lo que se llevó a cabo no fue un des-cubrir lo que estaba cubierto, sino una sistemática destrucción de todo lo que resultaba extraño e inaccesible al entendimiento del europeo de entonces. Por otro, se clarifican las características y la naturaleza de lo que implicó el colonialismo, cuya acción encubridora difiere notablemente del hipotético descubrimiento o proceso civilizatorio iniciado en un supuesto nuevo continente que sale de la Prehistoria luego de que Europa sabe de su existencia, que automáticamente se asigna el título de “Madre Patria”.
Si nos atenemos a las evidencias materiales de los restos que perviven en las montañas del Machu Picchu, por ejemplo, podemos caer en la cuenta de que sus pobladores ya habían entrado en el periodo de la civilización, que poseían una técnica avanzada en materia de arquitectura, matemáticas, con rigurosos cálculos de los ciclos agrícolas basados en conocimientos de astronomía y complejos instrumentos de documentación y cálculo como los quipus. Estos consistían en una serie de nudos mediante los cuales se realizaban operaciones aritméticas y que según investigaciones contienen datos no solo numéricos, sino hasta relatos histórico-literarios. Sin embargo, gran parte de su contenido se desconoce, pues hasta ahora solo se han podido descifrar los nudos más sencillos.
Es decir que el trabajo de Morgan, y el del propio Engels, contrasta con el estado actual de nuestros conocimientos, puesto que lleva más de un siglo de desfasaje. A pesar de ello, estas tipologías evolutivas siguen siendo utilizadas por el marxismo ortodoxo, y ni hablar de los autores neoliberales, que se atribuyen a sí mismos el haber llevado la historia a su etapa definitiva, identificando de tal forma al modelo industrial –y su corolario irreductible, el capitalismo– como la cúspide de la evolución social.
Vemos, pues, que el desarrollo de la investigación etnográfica y arqueológica va en sentido contrario a la historiografía colonial, poniendo de relieve sus profundas inconsistencias, puesto que contradice hasta las mismas evidencias que proporciona la ciencia occidental. Paralelamente, los propios cientistas sociales europeos están empezando a admitir la insuficiencia de los conceptos que han empleado tradicionalmente para referirse al resto del mundo.

El nuevo y viejo continente

El concepto de nuevo y viejo continente de algún modo supone implícitamente que la existencia de uno precede al otro. Sin embargo, en Abya Yala –término en lengua kuna para referirse a nuestro hemisferio– se desarrolló un complejo proceso histórico precolonial, con particularidades propias que nada deben al intervencionismo europeo. Por otro lado, la visión monogenística que, basada en los relatos bíblicos, considera que el hombre se originó en un lugar y de allí se esparció al resto del mundo ha cedido muchas posiciones ante el poligenismo, cuyo planteamiento fundamental sostiene que los conglomerados humanos surgieron de manera independiente en diversas partes del globo para desarrollarse como grupos autónomos con adaptaciones culturales propias. Es más, si nos ajustamos a criterios referentes al desarrollo material y tecnológico, nos vemos enfrentados a una situación que nos obliga no sólo a desechar los postulados esenciales de la historia escrita por los colonizadores, sino hasta de invertir las clasificaciones resultantes de ella.
Las primeras manifestaciones de la cultura maya datan aproximadamente del año 1.500 antes de nuestra era –otras hipótesis más arriesgadas la fechan en el año 3.000–, en el llamado periodo preclásico. Durante su formación reciben influencia de otras culturas que habían ocupado la zona de Mesoamérica, como los olmecas, zapotecas y teotihuacanos. Todo este sustrato y herencia cultural de pueblos anteriores contribuyeron para el apogeo experimentado durante el periodo clásico. Esta fue la época de las pirámides, de la elaboración de los calendarios astronómicos, mucho más perfectos y precisos con relación al gregoriano, que es el que utilizamos actualmente, y que data del siglo XVI. Como sabemos, la distribución del tiempo en este último es totalmente arbitrario, pues cuenta con días de 28, 30 y 31 días, y cada cuatro años uno de 29, que se van sucediendo en un desorden absoluto.
El calendario de las trece lunas, en cambio, refleja el gran avance al que llegaron los mayas en las ciencias matemáticas y astronómicas, pues estaba conformado por un periodo de trece meses de 28 días, que así suman 364, más uno, considerado como el día fuera del tiempo. Esto nos muestra que hasta tuvieron en cuenta la rotación elíptica, y no circular, de los astros, pues manejaron ese periodo excedente que no permitía cerrar con un círculo perfecto el cálculo del tiempo, dado que no existe una exacta correspondencia entre el año solar y la duración de los días, debido a los solsticios y equinoccios. Si utilizamos como equivalente nuestro calendario, cada ciclo se iniciaba el 26 de julio y terminaba el 24 de julio del año siguiente. El año nuevo para los mayas era el 25 de julio, que tomaba como referencia la alineación del Sol, la estrella Sirio y la Tierra. Se sostiene que la mayor exactitud de la cuenta del tiempo maya se debe a la gran preponderancia que ejercieron las mujeres, pues no sólo se tenía en cuenta el ciclo solar, sino también las fases de la Luna, manifestadas biológicamente en la menstruación femenina.
Entre el primer viaje de Colón y el apogeo de la cultura del Mayab existen aproximadamente 1.000 años de historia, por lo que marcar el inicio de la civilización y la vida misma  de este continente a partir de la llegada de los europeos es un hecho que no se corresponde en absoluto con las evidencias contrastables que nos proporcionan los restos arqueológicos del Chichén Itzá, Tikal, Uxmal,  Copán, Palenque, etc.
En esta última pirámide se encuentra el famoso Templo de las Inscripciones, y de cuya existencia nos enteramos recién en el año 1952. En el subsuelo se halló un sarcófago que según las referencias halladas corresponde al rey Pacal Votan, que habría vivido hacia el año 600 de nuestra era. Sobre el bloque lítico se despliegan una serie de  ideogramas, entre ellos uno que se conoce actualmente como “El astronauta”, pero cuya gran parte no ha sido descifrada al igual que los pocos códices que sobrevivieron a la Inquisición misionera, que veía manifestaciones “diabólicas” en todo aquello que su fundamentalismo religioso no le permitía comprender ni mucho menos aceptar.
El Chichén Itzá, por su parte, es una construcción que cuenta con cuatro grandes escaleras con 91 peldaños cada una. Si multiplicamos estas dos cifras obtenemos 364, y si le sumamos la plataforma final, centro hacia el cual convergen las escalinatas, obtenemos el periodo equivalente al año solar.  Y así sucesivamente podemos seguir citando otras construcciones que funcionaron como verdaderos observatorios astronómicos y que en varios aspectos aventajaban  los conocimientos que por entonces poseían los “civilizadores”. 
Hace apenas 50 años que fueron desenterrados los yacimientos arqueológicos más importantes que se conocen hasta ahora, labor que apenas comienza, pues en una fecha tan reciente como el año 2000 en Guatemala se seguían encontrando importantes vestigios de lo que fue el mundo precolombino, demostrando de tal forma lo incipiente de nuestros conocimientos al respecto. Sin embargo, la historia tal cual se la imparte en los establecimientos burocráticos no parece haberse enterado de estos acontecimientos, por lo que la deconstrucción de la historiografía oficial escrita durante los últimos 500 años es aún desproporcional a la dimensión que encierran hechos. 

Consideraciones generales

Finalmente, el discurso neoliberal, para invalidar a cualquier idea o manifestación social que pudiera oponérsele, emplea habitualmente descalificativos como el odio o la envidia que animan todas las acciones de cualquier signo que se le muestre antagónico. Es decir, retoma muchos de los conceptos que los defensores de la monarquía utilizaron contra el nuevo orden social que se consolidó con la Revolución Francesa. Sin embargo, en este caso no se trata de alimentar el resentimiento histórico ni el revanchismo, sino de llamar a las cosas por lo que son, de llamar guerra a lo que efectivamente fue una guerra que surgió como consecuencia de las transformaciones económicas que estallaron en Europa durante el siglo XV, que imponían la necesidad de expandir el área comercial en búsqueda de nuevos mercados y recursos, ante la incapacidad de los medios tradicionales de producción de responder a la creciente demanda que imponía el mercantilismo emergente.
Lo que podemos llamar el pensamiento contrahegemónico se fundamenta en una nueva óptica hacia nuestra propia historia, apoyada en los grandes avances que experimentó la etnología y su aporte a la mayor comprensión de la diversidad cultural humana, y que en consecuencia nos ha empujado a sospechar de la universalidad de los criterios que ha impuesto la globalización sobre lo que significa progreso y desarrollo.
Si en este caso he decidido no mencionar el patrimonio intangible, como los poemas mito-históricos de las culturas orales, y de tal modo limitarme a una breve enumeración de algunas de las grandes realizaciones materiales de los grupos incaicos y mesoamericanos, fue simplemente para demostrar las profundas grietas de la historia un tanto solipsista de los cronistas europeos, pues sus valoraciones respecto a otras culturas son insostenibles incluso si enfocamos el fenómeno bajo los puntos de vista de la cultura material, parámetro de análisis privilegiado por la modernidad. 


4 comentarios:

Anahí dijo...

Lo cierto es que Marx y Engels eran eurocentristas, y hay que aceptarlo. De hecho, Marx tuvo una discusión con los rusos, estudió ruso para entender lo que estos le decían, y en un epígrafe agregó: "esto es válido sólo para Europa central". O sea, se dio cuenta, pero hasta ahí llegó, no pudo ir más lejos.
Lo que heredamos fue esa mirada eurocentrista- hegeliana que hay que dconstruir, o lisa y llanamente "hacer trizas". Tarea difícil, pero necesaria, según lo veo.
Machu Picchu fue "descubierto" recién en 1911 para los occidentales, y de hecho, "el que lo descubrió", lo hizo a partir de "las indicaciones de los lugareños", que ya lo conocían.
Lo difícil, pienso yo, será dejar de mirar con ojos extranjeros.
Slds.

Paulo César López dijo...

Acotación muy oportuna de Anahí, pues reconozco que no conocía ese episodio de Marx hablando del alcance de su teoría. Justamente se trata de la necesidad de deconstruir la historia misma y los fundamentios de la ciencia social, que de alguna manera es el sostén simbólico mediante el cual existe una hegemonía que ejerce lo que sería centro respecto a la periferia. Pero también debemos deconstruir estos mismos conceptos, que en lo particular me resultan preferibles a los de primer y tercer mundo. Existe una relación de subalternidad que tiene bases culturales que no serán superadas mientras leamos nuestra historia desde la óptica eurocéntrica y su epistemología. Para ahondar más les dejo este excelente ensayo de José Pratt Ferrer:
http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=2376

Marta Mondrian dijo...

Muy interesante tu ensayo Paulo, disfrute leyendo... Me recuerda a mi lectura de El encubrimiento del otro de Dussel que también habla de ese choque cultural que se dió en 1492. Me pregunto que hubiera sido de America si nuestra moral autoctona no se hubiera hecho trizas con el colonialismo depredador europeo... Quizas no estariamos al borde de esta extinción masiva a la que nos aproximamos.

Paulo César López dijo...

Yo no sé si darle a la cuestión un cariz escatológico, pero sí me parece inadmisible que sigamos haciéndole loas a un episodio que exterminó a nuestros pueblos. "El día de la Hispanidad", "El día de la raza", "El abrazo entre los dos mundos". Ni ahí, fue una guerra, con todas las atrocidades que ello implica. Y sí, aunque conservo el guaraní, escribo en castellano. No soy globalofóbico y soy producto de la sociedad occidental, soy parte de ella, pero no me voy a poner a hacerle alabanzas ni mucho menos ocultar sus crímenes. Las potencias europeas construyeron su imperio a base de la piratería y la matanza.
Aunque me cueste admitirlo, Dussel es todavía materia pendiente para mí. Tendría que empezar a leerlo ya, puesto que tengo muy buenas referencias sobre su trabajo. Gracias Giovi, un abrazo.