viernes, 3 de abril de 2020

Viaje al país de los enenlhet


Rescato del archivo el relato de una visita realizada a la comunidad toba-enenlhet del Chaco en junio de 2014 durante la cual el narrador Matako Flores, entre otras historias, nos expuso algunos hechos relacionados a la epidemia de viruela que azotó al país en los años posteriores a la Guerra del Chaco.


Los relatos de Matako Flores sobre la guerra encierran la esperanza de que esos hechos no se vuelvan a repetir. Foto: Lea Schvartzman.
 
Tras dejar atrás la última picada, nos internamos unos metros en un estrecho camino hasta llegar al local de una estación de radio, donde nos aguarda Matako junto con otros miembros de la comunidad toba-enenlhet. El saludo afectuoso y efusivo de los anfitriones genera rápidamente un ambiente de plena camaradería.

La comunidad Casanillo del pueblo toba-enenhlet se encuentra en el distrito de Tte. Irala Fernández, departamento de Presidente Hayes, a más de 500 km de Asunción. Está conformada por unas 1.000 personas distribuidas en 180 familias. 

Los tañidos del tambor y la danza se interrumpen para dar la bienvenida a los visitantes. Juan Alberto y Matako Flores se acomodan en sus asientos para revivir algunos de los sucesos que conservan en la memoria sobre los primeros contactos de su pueblo con la sociedad nacional así como la Guerra del Chaco, un episodio cuyas marcas aún permanecen grabadas en el territorio de los toba. 

Los soldados sacaban la lengua y hacían gestos para pedir agua. Ni siquiera podían hablar. Tenían que moverse en la lluvia, el frío, los bichos y el hambre. En la sombras cuando descansaban se llenaban de yatebús y garrapatas”, rememora Matako. “Yo vi con mis propios ojos lo que aconteció. Por eso digo a los jóvenes que hay que vivir con respeto, ser respetuosos y tratarse bien”, es la lección que rescata en su carácter de custodio de la memoria del pueblo toba. 

Por ello, el narrador tiene la convicción de que sus historias no solo servirán a su pueblo, sino a todos los paraguayos, para evitar repetir atrocidades similares y aprender a escuchar y entenderse entre todos. 

La viruela   

Después de la guerra apareció la viruela. Dijeron que era porque se había derramado mucha sangre, pero fue un mal traído por los blancos. Entre los toba se extendió una mortal epidemia. El gerente de la empresa taninera Carlos Casado ordenó que se juntara en un galpón, se les echara gasolina y se les prendiera fuego a los que habían contraído la enfermedad. En Casado se enfermaron todos los toba y no había quienes trabajen para la estancia. Podían morir seis o siete personas al día. Por ello, de los antiguos toba quedan pocos, solo unos dos mil, expresa Matako.

Pero había un chamán que sabía tratar las enfermedades. Vio que la viruela venía desde donde entra el Sol. Vio que era una vieja con una bolsa. El anciano hizo que la tierra se abriera y allí cayó la mujer. De esta manera la brutal epidemia terminó. 

En sus relatos seguimos que los hechos históricos aparecen recreados con elementos míticos y simbólicos como la personificación de la enfermedad en la figura de una anciana con bulto así como el poder curador del chamán aparece asimilado al de un terremoto que se tragó el mal que azotaba a la comunidad. 

Vida en el “desierto” 

El territorio ancestral de este pueblo se expandía desde Pongkat-Nepolheng (Campo Esperanza) en el oeste hacia el río Paraguay, y desde Nemelket y Lhemo-Lhevantaq (Primavera) en el sur hasta un poco más allá de Pettengkomelh en el norte de Halhema-Teves (Punta Riel), nos cuenta Hannes Kalisch, un antropólogo alemán que hace muchos años vive en la comunidad. Hace poco más de 30 años lograron reconquistar, tras una larga lucha, un pedazo de su territorio.

Después de volver a vivir en sus propias tierras, los niños crecen hablando su propia lengua. “Esto te demuestra el fortalecimiento de una comunidad dentro de un territorio”, acota Kalisch. 

Luego de compartir el almuerzo, amenizado entre charlas y anécdotas, Bernardino me guía por los senderos en medio del monte, donde aún se conservan rastros de la contienda. Tras abrirnos paso entre las alambradas, los cactus y otras especies, se alza ante nosotros un mirador enclavado en la cúspide de un árbol de palo santo y más allá unas fosas con lápidas y cruces en memoria de los que fallecieron en lo que denominan como la “guerra de la sed”.


 
Fosa anónima de la época de la Guerra del Chaco. La contienda marcó fuertemente la memoria del pueblo toba-enenlhet.



El guía muestra por el camino algunos de los rubros de autoconsumo que cultivan, como batata, maíz, mandioca y zapallos. Cuenta que el agua les llega de un molino que extrae el líquido de tajamares, por lo que el suministro depende del viento. También tienen animales como vacas, cabras, ovejas y caballos.


Aunque han logrado reconquistar un pedazo de tierra donde vivir y ser, lamentan que ya no pueden ingresar a muchos de sus lugares sagrados, que actualmente se encuentran ocupados por haciendas ganaderas.



Durante el camino de regreso me pongo a recordar de pronto esas “lecciones de historia” del colegio en las que nos decían que el Chaco era un territorio desértico y sin vida, donde no crecía nada, hasta que los menonitas obraron el milagro de hacer vivir la tierra muerta. 

No obstante, lo que se extiende ante mi mirada es una vastedad rebosante de vida y habitada ancestralmente por distintos pueblos indígenas, que caminaban libremente por sus suelos, hablaban su palabra y rezaban a sus dioses hasta que la secta radical se apoderó de gran parte de sus territorios cercándolos en una minúscula parte de ellas.

Para escuchar uno de sus relatos acceda al siguiente enlace: https://soundcloud.com/paulocesar2013/07-matako-flores-traduccion-al-castellano-2
 

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